
El día del bautismo de Clodoveo, rey de los francos –25 de diciembre del 496–, san Remigio, obispo de Reims, quiso dar el mayor realce posible a la ceremonia religiosa, sabiendo que era el primer rey bárbaro en convertirse.
La iglesia entera, el altar, la pila bautismal y hasta las calles adyacentes al templo fueron engalanados ante tal circunstancia. Magníficas alfombras adornaban el suelo, los tapices colgaban de columnas y balcones, velos de seda enmarcaban los altares y el baptisterio. Los arreglos florales se multiplicaban por todos los rincones aportando un colorido y un aroma que se mezclaba con los diversos inciensos que perfumaban el edificio. Las llamas de centenares de cirios y antorchas se conjugaban para hacer un maravilloso juego de luces y sombras. El clero lucía sus más bellos ornamentos y aguardaba en la entrada del templo la llegada del monarca. Se dice que cuando Clodoveo caminaba en medio de esa hermosa atmósfera preguntó a san Remigio: “Padre, ¿esto ya es el cielo?”

Bautismo de Clodoveo
Junto a Clodoveo se convirtieron tres mil de sus guerreros, y ese día nació Francia, la hija primogénita de la Iglesia.
La eficacia de la “via pulchritudinis”
El episodio, conservado en los anales de la historia eclesiástica, fue considerado siempre un ejemplo de la importancia de la belleza como medio eficaz para atraer las almas a las verdades cristianas, así como para consolidarlas y hacerlas progresar en la fe.
Los misioneros y predicadores que evangelizaban las tribus bárbaras, las mismas que invadían y demolían los restos del decadente Imperio Romano, tenían una vasta experiencia sobre la eficacia de la via pulchritudinis –expresión latina que significa camino o ruta de la belleza– para la conversión de aquellas rudas poblaciones.
A partir del siglo VI la obra de san Benito se difundió en Europa, no sólo convirtiendo sino también creando una nueva civilización; y fue la belleza traducida a la liturgia, a los ornamentos, los ritos, la música, la arquitectura, las costumbres, la que constituyó una de las principales fuerzas impulsoras de maravillosos cambios, realizados bajo el aliento del divino Espíritu Santo.

Sainte Chapelle, París
Uno de los resultados de ese movimiento –por citar uno solo– fue la pronta aparición de las grandes catedrales góticas, atrevidas, gallardas, aguzadas, bañadas en la maravillosa luz multicolor de las vidrieras, y marcadas por la acogedora fisonomía de hermosos frescos e imágenes. Fueron la casa de Dios y el corazón de las ciudades.
¿Por qué lo bello posee esa fuerza para atraer hacia lo bueno y lo verdadero? Una de las razones es muy sencilla: para mover el alma humana no basta la pura abstracción, ni las elucubraciones doctrinales o las demostraciones teóricas; es preciso mover el corazón. Y la belleza es uno de los modos más efectivos de impulsarlo en dirección al bien y a la verdad.
La “ruta de la belleza”, respuesta a los actuales desafíos enfrentados por la Iglesia

Casa de Formación Tabor. Caieiras, San Pablo, Brasil
Si en el pasado el pulchrum –la belleza– siempre tuvo esa eficacia en el apostolado, hoy se ha hecho todavía más necesario, hasta indispensable, sobre todo como medio de atraer a los jóvenes a la verdadera religión.
El camino de la belleza tiene una larga tradición en la Iglesia, y hoy exige ser redescubierto, porque con frecuencia fue olvidado y en ocasiones incluso combatido, por ser mal entendido.
Una de las razones fundamentales de esa incomprensión, afirmaba el Cardenal Paul Paupard, es “el relativismo filosófico y moral engendrados por el paganismo y el hedonismo cínico”, los cuales “obscurecen y deforman la mirada de muchos de nuestros contemporáneos, impidiéndoles reconocer lo bello, lo bueno y lo verdadero”.
En efecto, un error muy común de nuestra época consiste en tomar la belleza como un fin o como un simple deleite, y no como un “camino” para elevar el alma humana, siendo que su función más noble es trascender a sí misma y “hablar, al menos implícitamente, de lo divino, de la infinita belleza de Dios”, como dijo Benedicto XVI al respecto del arte 1 .
Juan Pablo II, hacia el final de su pontificado, mencionó que vivimos “en un mundo muchas veces marcado por extravagancias, torpezas y fealdades”, recordando que “la belleza no es un fin en sí misma”, sino que va “unida a la bondad y a la santidad de vida, de una manera que hace resplandecer en el mundo el rostro luminoso de Dios bueno, admirable y justo” 2 .
Nuevos horizontes para la pastoral, la cultura y la formación
Sea como sea, a pesar de los errores corrientes sobre su papel y de los malentendidos a su respecto, la belleza se ha convertido en la gran esperanza de la evangelización para el tercer milenio. Así lo afirmó el cardenal Poupard: “Lo podemos comprobar aquí: ella abre nuevos horizontes en la pastoral, en la cultura, y obliga a revisar nuestras costumbres, especialmente en el campo de la formación.
Seguir la ruta de la belleza exigirá medidas preliminares, una de ellas fue considerada importante por el simposio. En palabras del purpurado, se vio la necesidad “de una mirada de contemplación gratuita y llena de acción de gracias a través de una pedagogía que se abre a descubrir la belleza de la creación, a descubrir el sentido de gratuidad, demadmiración y de adoración.

Misión Mariana en San Juan de Rio Pardo. San Pablo, Brasil
En nuestra cultura hedonista, la misma percepción de la belleza se vuelve con frecuencia un arte difícil: requiere una formación apropiada para las jóvenes generaciones que se benefician cada vez menos de la riqueza secular de la religión popular, verdadero cristianismo inculturado”.
Antes de terminar, el cardenal Poupard mencionó el aspecto más importante analizado durante la Asamblea: la belleza de la santidad, conditio sine qua non para el buen resultado del camino propuesto:
“La Iglesia sólo puede proponer el mensaje del Evangelio en toda su belleza, capaz de atraer espíritus y corazones, si ofrece a través de sus pastores y fieles el testimonio de integritas (integridad) de vida y de claritas (claridad) del mensaje que reflejan”.
Expresando el sentimiento de los participantes en la Asamblea Plenaria del Pontificio Consejo para la Cultura, el cardenal Poupard hizo un llamamiento a todos los involucrados en la evangelización a no dejarse abatir por los obstáculos. “Debemos transformarlos en desafíos”.
Que María, relicario de toda pulcritud, nos ayude a vencerlos e ilumine esta ruta con su luz inmaculada.
Notas
1. Presentación del Compendio del Catecismo, 28/6/2005. 2. Audiencia General, 29/9/2004.