La seriedad en lucha contra el relativismo. Parte 2

Publicado el 02/14/2022

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Plinio Corrêa de Oliveira

De hecho, si hubiera en mi alma alguna superficialidad, a pesar de la continuidad de esta obra, aparecería a los ojos del hijo, del amigo, del discípulo. Y si apareciera, podría causar una inseguridad – no creo que fuera duda – tal vez un empeño menor, en tal vez en una disminución del impulso. Y disminuyendo en su alma, disminuiría en todos aquellos que deberían estar bajo su orientación.

Un menor impulso equivaldría a una reducción cuantitativa y cualitativa, lo que a su vez significaría un menguamiento de mi obra a los ojos de Dios, de los ángeles y de los hombres, una carcajada de la Revolución y una injuria extra pesando sobre la espalda cansada de la Contrarrevolución.

Me levantaría del desastre 1 con la impresión de haber cumplido con mi deber, y él sería edificado, porque no tomaría consciencia de lo que faltó y de lo que dejé entrever.

Juicio final. Fray Angélico

Pero en el momento del juicio – y es por lo que hablo de la justicia de Dios y la grandeza de la muerte – sería interrogado:

– ¡Rinde tus cuentas!

Yo miraría a Nuestra Señora y la vería helada. No me desintegraría solamente porque el poder de Dios no me daría los medios para hacerlo. Si Nuestra Señora está fría conmigo, se acabó.

– Por ejemplo, en determinado hospital… – continuaría el Juez Divino.

– ¡Señor, estaba inconsciente!

– Ahora Yo te voy a explicar. En tal ocasión te di tal gracia, después tal otra, porque Yo te quería de tal manera. Quería que fueras esto. Respondiste y pasaste en esa ocasión de manera insuficiente. No manifestaste tu alma como debería estar. No fue
tu culpa en ese momento, tuviste culpa en el origen. El efecto fue tu culpa porque la causa fue tu culpa. En ti estaba mal correspondida esa gracia.

¡Ahora presta cuentas! Esto y aquello sucedió, esto y aquello dejó de suceder. La culpa es tuya. En última instancia, tu espíritu debería haber sido más absoluto, más categórico, haber sabido llegar con más energía a las últimas consecuencias y verlas más claramente. Llegaste a ochenta, noventa por ciento del camino, a cien no llegaste, y era a cien que Yo esperaba de ti. Tendrás mi misericordia, pero primero experimentarás mi disgusto.

¿Qué habría faltado? La superficialidad fue la causa. El espíritu no profundizó, no adhirió, no se persuadió como debería porque no fue atento y no se encantó como debería.

¿Hasta qué punto debemos luchar contra el relativismo?

Jesús vendrá al final de los tiempos para juzgar a vivos y muertos

Dios continuaría:

– Hubo un primer momento en que el lumen rationis 2 iluminó tu espíritu con tal conclusión que el discernimiento interior dado por Mí te hizo ver. Deberías haber amado. Sin embargo, debido a tal bagatela, a tal egoísmo, a tal otra tontería, hiciste exactamente lo contrario. Resultado: todo el ritmo se vio perjudicado. Te di otras gracias, las rechazaste de tal manera.

Esta es tu historia. Mira tus pasos; puede ser que hasta en el camino hayan salido estrellas, pero también se proyectó una sombra. Estoy aquí para pedirte cuentas por esa sombra.

¿Por qué digo esto con este énfasis? Por estar saturado de ver, desde no sé cuándo, espíritus superficiales piensan que cumpliendo su deber
más o menos, rápidamente, sin profundizar, sin una plena adhesión del alma, por trivialidad, lo cumplen completamente, y piensan que es suficiente llevar a cabo una acción externa para que la obra esté enteramente bien.

Piensan: “Si no hice tales actos externamente, si no consentí internamente en tales cosas, estoy muy bien”. Para mantener el estado de gracia, creo que sí. Pero ¿basta con mantener el estado de gracia cuando uno es llamado a una vocación como la nuestra? ¿Hasta qué punto está firme un alma que piensa que es suficiente estar en estado de gracia? Aquí está la pregunta.

¿Hasta qué punto debemos luchar contra ese fraude en nosotros mismos, que es el relativismo?

¿Qué es propiamente el relativismo? Cuando las gracias del Bautismo se nos van haciendo conscientes y vamos viendo en la fuerza de nuestra percepción del ser, inmediatamente imaginamos las cosas tan perfectamente como sea posible – intuitivamente, pero cuán verdaderas – y nuestra alma vuela hacia aquello; vemos cosas magníficas y nuestra alma tiende hacia lo magnífico, a lo grande, con todas las fuerzas. Esto nos da una certeza y un contacto con algo paradisíaco, maravilloso, verdaderamente arrebatador.

Napoleón con los trajes de su coronación.Palacio de Versalles, Francia

Esto se demuestra no sólo por la voz de los católicos, sino hasta de los impíos. Pocos hombres han experimentado mayores triunfos que Napoleón. Para sólo hablar, su coronación, cuando trajo un Papa encadenado de Roma a París para coronarlo en presencia de toda la Cristiandad, en aquella Catedral de Notre-Dame, para cuya magnificencia la humanidad sacudida por la Revolución Francesa comenzaba de nuevo a abrir los ojos, en presencia de representantes de reyes de toda Europa, de todas las celebridades que Francia tenía en aquel tiempo.

Entonces, se hizo coronar en esa ocasión. ¡Qué gozo para ese hombre vanidoso, orgulloso y victorioso! Una vez le preguntaron: “¿Cuál fue el día más feliz de su vida?” Pensaban que hablaría del día de Austerlitz, o de Marengo, o de su coronación. Su respuesta, sin dudar, fue: “El día de mi Primera Comunión”.

¿Qué tuvo este hombre el día de su Primera Comunión para dejar de lado todo lo que vino después? Todo aquello que para obtenerlo él removió el cielo y la tierra no era comparable a la alegría que tuvo con motivo de su Primera Comunión. ¿Cómo se explica eso?

Cada uno de nosotros puede dar esa declaración. Si no fue matemáticamente el día de la Primera Comunión, hubo, sin embargo, momentos de una alegría, de un encanto, de un estado del alma irrepetibles. ¡En la infancia, cuántas veces eso se da!

Una antigua armonía enriquecida con matices marciales

Casimiro de Abreu, es uno de los más conocidos y más importantes poetas de Brasil

Para dar otro ejemplo, aquí en Brasil, nuestro Casimiro de Abreu escribió: “Oh, qué añoranzas tengo de la aurora de mi vida, de mi infancia querida…” Era la inocencia que había perdido y que cantaba gimiendo. Él huyó de su interior, saltó a las cosas del mundo, donde los círculos brasileños lo glorificaron, es verdad. ¡Pero, qué vendió por eso! ¡Qué cosa tan horrorosa!

Nosotros, más o menos, desviamos los ojos de esta percepción del ser que nos presenta las primeras verdades, y con ellas algo que sería como la matriz de todas las verdades iluminadas por la fe. Muchos de nosotros hemos llegado a pecar, a veces incluso reiterada y gravemente.

Sin embargo, en un momento dado, tuvimos la impresión de que todas las alegrías de la “Primera Comunión” se renovaban para nosotros, aún más intensas, con más definición, con matices más ricos, porque eran ellas mismas, analizadas con la madurez adquirida a lo largo del tiempo, pero sobre todo porque venían con gracias muy especiales.

Llega de repente y ni siquiera nos damos cuenta. Antes, sin embargo, pasamos por un proceso: comenzamos a sentir desagrado de todo lo que el mundo ofrece. Lo inútil, lo vacío, lo sórdido de todo comienza a saltar a nuestros ojos. Observamos amigos a nuestro alrededor que parecían alegres y pensábamos que eran felices, y nos dimos cuenta que su alegría no era nada.

Se ríen, saltan, juegan, gastan, se adulan, pero no están felices, no hay paz en ellos.

Y concluimos que todo esto está mal y necesita ser transformado. Más o menos cuando el alma llega a este punto, una vieja armonía enriquecida con tonos marciales toca el fondo de su horizonte: “¿Cómo se explica que me haya dejado llevar por todo esto? Si este mundo pagano debe caer, ¿cuál es el mundo que quiero?”

Una luz de lo alto brilla sobre nosotros

Entonces una luz brilla en nuestros ojos y nos atrae. Es la vocación, y con ella todo renace. A veces con enfrentamientos duros. ¡Qué hermosas batallas las de la enmienda de la vida!

¡Qué diferentes son de ese horrible resbaladero a través del cual un alma cae en la impureza! Batallas feroces, batallas difíciles, pero después de todo, las gracias vienen y el alma recupera la virtud. Son nuevos horizontes, uno se propone luchar y piensa:

“¡Ahora entiendo! Quienes se dan al mundo piensan que la felicidad consiste en no tener desventuras ni luchas. ¡Tontos! En esta vida siempre las tendremos. Pero hay un rincón del alma donde fluctúa una felicidad, una convicción, una seguridad, una certeza, una salud que vale mucho más que la salud del cuerpo, que el dinero y todo lo demás. ¡Esta la tengo!, y continúo avanzando!”

Composición típica de un mediocre

Sin embargo, si al principio el hombre no se levantó como debería, sino que guardó una pequeña concesión al estado mental que había abandonado, lentamente aquello lo irá minando. En poco tiempo inventa una componenda: “En términos generales, cumplo con mi deber, pero en esos puntos lo haré más o menos. Mi conciencia no se escandaliza, no rompo con ese marco sagrado donde me siento realizando la voluntad de Dios, pero no renuncio a algunos caprichos que no abolí y a los que estoy apegado. Hago una componenda”.

Tengo ganas de decir: “Es verdad. Un vaso de agua con tres gotas de veneno, esa es tu combinación.

¡Mediocre! Si tuviera que comparar tu alma con un vaso que solo tiene veneno, mentiría. Pero mentiría aún más si dijera que tu agua es cristalina. Mientras tanto, son solo tres gotas que has consentido en gotear ahí dentro. Incluso si fuera una gota, esa ya no es el agua que tú imaginas. Mediocre, el veneno está en ti”.

Si hay venenos que fulminan, hay otros que matan poco a poco. Por ejemplo, si alguien nos sirviera, todos los días, agua un tanto envenenada no nos mataría de inmediato, sino que afectaría nuestra salud. Después vendría la muerte.

Así también en nuestra alma, las aguas de la mediocridad nos van envenenando, intoxicando poco a poco.

Hay personas que han perdido la memoria de todo lo que la verdadera salud del alma les dio y se consideran saludables, hasta el momento en que el Divino Médico aparezca y haga su diagnóstico…

Fuimos suscitados contra el relativismo

Dicho esto, vuelvo a la pregunta: ¿qué es el relativismo? Es la actitud del alma que ante lo bello, bueno y verdadero que nos habló por la Fe, por la razón, por los sentidos del alma y a veces incluso por los sentidos físicos, y que nos pidió un clamor de adhesión, de apoyo y dedicación, nosotros nos movemos un poco, diciendo: “Tal vez, es posible. En un rato voy. Por el momento, lo que quiero es saber sobre este auto, cómo chocó con el otro, o tal cosita cómo sucedió; deseo una insignificancia, porque quiero permanecer en el mundo de las insignificancias, reservándoles por lo menos una parte de mi alma”.

Este es un pacto ilusorio, una esperanza de que la gracia presente en nosotros consienta en quedar íntegra cuando dejemos que el diablo entre en el alma.

Sería más o menos como imaginar que una casa donde vivía una madre de familia podría ser habitada, al mismo tiempo, por una prostituta que ejerce allí su oficio. Alguien diría: “Bueno, pero ellas están en habitaciones diferentes. Al final, la madre de familia no se da cuenta”. Eso no es posible. Donde está una, la otra sólo está en estado de injuria y menoscabo.

Frente al relativismo, la  gracia sólo está en un estado de restricción y de humillación.

¡Cuántos de nosotros, aunque a veces tenemos un alma pugnaz, decidida y combativa, tenemos algún rincón en que la pereza nos ata al suelo!

Para sanar ese lado del alma que es malo, rece la oración del Acordaos: “…gimiendo bajo el peso de mis pecados, me postro a tus pies…”

Señora y Madre mía, ayúdame

Por lo tanto, el pecador, gimiendo bajo el peso de su propia pereza, puede arrodillarse ante Nuestra Señora y decir: “Madre mía, no lograré nada mientras no me ayudes.¡Ayúdame!”

El demonio sugeriría este pensamiento: “Si el Dr. Plinio conociera mi estado de alma, me excluiría con horror. Así que no puedo decirle eso. Por otro lado, no puedo corregirme porque soy realmente flojo…”

Entonces, vergüenza, mala conciencia, trampa. ¡Nada de eso! Cuántas veces, al ver a alguien en esas condiciones, me gustaría decir lo contrario: “¡Hijo mío, ánimo! Nuestra Señora es madre de misericordia, se apiada de los pecadores. Pida más, porque está dicho en el Evangelio: al que toca, se le abrirá”. Así, que a quien le pida se le dará. Esto se refiere, en la aplicación más directa, a las gracias materiales, pero Nuestro Señor lo afirmó,
sobre todo, para los dones espirituales, para situaciones como ésta.

Así, esta reunión que caminó a través de las cumbres de la truculencia termina en un acto de confianza en la misericordia.

Alguien dirá: ¿las dos cosas no son contradictorias? Yo digo que no. Una prepara la otra. Porque solo pide clemencia de verdad quien está convencido de que es deudor. Quien no reconoce su propio estado no pide misericordia. Busca esconder. Son dos posturas diferentes: una es la del deudor que tiene su contabilidad limpia, sabe cuánto debe, busca al acreedor y dice:

“Tenga piedad de mí, no tengo dinero para pagarle. No mancille mi nombre y no confisque mis bienes. Voy a trabajar y tengo la intención de pagarle a su debido tiempo. Ahora, recuerde que
hoy necesito yo, mañana podrá ser usted. Y querrá que tengan misericordia con Ud., si la tiene ahora conmigo. Por favor”.

Otra situación es la del encubridor que falsifica cuentas, niega que es deudor, pide testigos, etc. Ese es un ladrón.

¿A cuál de los dos el acreedor está más dispuesto a perdonar: al ladrón o al deudor recto? Evidentemente al segundo.

Sálvame Reina y Madre de Misericordia

Así es Nuestra Señora con nosotros. Tiene más facilidad obtener para nosotros el perdón cuando nuestra alma está limpia.

– “Pero, Dr. Plinio”, alguien objetará, “Además de ser débil, no tengo el alma limpia”.

– Hijo mío, comience pidiéndole a Nuestra Señora la limpieza de alma, donde tenga una idea clara de sus pecados. Cualquier punto es bueno para comenzar siempre y cuan-
do en el otro extremo del camino esté Nuestra Señora.

Estas son reflexiones hechas al margen de mi operación. Las presento con el deseo de que hagan bien a sus almas.

Extraído de conferencia del 6/2/1982

Notas

1) El 3 de febrero de 1975, el Dr. Plinio sufrió un grave accidente automovilístico, que lo obligó a usar muletas y luego silla de ruedas hasta el final de su vida.
2) Del latín: luz de la razón.

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