La «táctica» de la Contra-Revolución

Publicado el 01/29/2024

Dos hombres empezaron a coexistir en el hijo pródigo. Por un lado, llevaba consigo un resto de amor a la casa paterna, pero, por otro, mucho amor a la vida de orgía y disipación. 

Plinio Corrêa de Oliveira

Encontramos en el Evangelio dos ejemplos de tentativa de formación de un contrarrevolucionario, una exitosa y otra fallida. La primera es la del hijo pródigo, y la segunda la del joven ricoÉste es característicamente el pragmático. Era bueno, pero quería una vida fácil y alegre. Se encontró con el Señor, y el divino Maestro le presentó un programa antipragmático. Lo rechazó y siguió su camino.

El hijo pródigo era también eminentemente un pragmático. La casa paterna le resultaba aburrida, tenía sed de aventuras y quería conocer la ciudad. Su padre, al ver la proporción que habían alcanzado esos malos deseos, adoptó la única actitud admisible en esas situaciones extremas: le dio a su hijo la parte de la herencia que le correspondía y le permitió que se marchara.

Dos hombres empezaron a coexistir en el hijo pródigo. Por un lado, llevaba consigo un resto de amor a la casa paterna, pero, por otro, mucho amor a la vida de orgía y disipación. En la ciudad se perdió por completo, pero con eso surgió dentro de sí un viejo recuerdo; el resto de amor que aún conservaba por la casa de su padre afloró a la superficie y el mal hijo se acordó del hogar paterno. Aquel ideal revivió en su interior y regresa a la casa de su padre, donde es recibido con los brazos abiertos.

Todo hombre, por más que se haya pervertido, lleva en su alma una figura completa de los ideales de bien y verdad para los cuales fue creado. Sin embargo, a medida que va decayendo en la virtud, se produce un embotamiento en su conciencia de tal manera que aquella figura tiende a desaparecerva siendo sepultada, pero no destruida, como en la leyenda bretona de la catedral sumergida: de vez en cuando sale a la superficie del mar, y recuerdos de bien, de moral, de virtud, de fe emergen a la superficie del alma del pecador y comienza, de repente, a tocar sus campanas. Llega entonces la posibilidad de la conversión. El viejo ideal se ilumina y el hombre vuelve a verlo brillar.

De lo expuesto se concluye que la conversión a la Contra-Revolución sólo se da cuando, de manera intensa, completa y radical, se va hasta el fondo de la personalidad. La conversión tiene que basarse en un principio fundamental de aquella alma, que domina a todos los demás, y debe, pues, restaurarla en toda su pureza.

El vicio capital, que es el gran resorte de la perversión y la raíz de la Revolución, es fácil de alimentar y se inflama extraordinariamente con cualquier pequeño alimento; a medida que va recibiendo algo, crece, por minúscula que sea la dosis.

Pero para llevar a alguien a la Contra-Revolución tenemos que usar el método opuesto. Se trata de resucitar, en la persona, lo que llamamos la cathedral engloutie, y esto sólo puede ser provocado mediante un choque muy grande. La táctica de la Contra-Revolución es la de estos grandes choques y llamamientos a la conciencia.

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