En un cielo que siempre parece azul, el sol resplandece con todo su fulgor al incidir sobre las plácidas olas del mar, que centellean como cristales al chocar unas contra otras. Las aves sobrevuelan ligeras las aguas de color turquesa, componiendo melodías en armonía con la leve brisa que mece suavemente las copas de los árboles. ¡Éstas son las maravillas del Caribe!
En contraste con la calma reinante, se alza una imponente figura que evoca los tiempos medievales. Amplios muros, altas torres, piedras rústicas… Sí, un auténtico castillo en la América recién descubierta.
El siglo xv estuvo marcado por los emprendimientos de intrépidos navegantes. Nuevas rutas, nuevos panoramas, nuevas civilizaciones… ¡e incluso un Nuevo Mundo! Cuando en 1492 Cristóbal Colón arribó a tierras americanas, ocurrió sin duda una de las mayores conquistas de ese siglo y, quizá, de la historia: se iniciaba un capítulo en el gran libro de la humanidad, con páginas que serán escritas en oro y rojo por hombres valientes que, tal vez sin medir por completo la magnitud de su misión, a ella entregaban sus vidas.
En las primeras líneas de ese capítulo encontramos el origen del mencionado edificio. Se trata de la Fortaleza Ozama, situada en la ciudad colonial de Santo Domingo (República Dominicana). Construida precisamente entre los años 1502 y 1508, por orden del gobernador español Nicolás Ovando, fue la primera edificación de ese porte realizada por los colonizadores en la isla, así como en todo el territorio americano.
Uno de los aspectos que probablemente llame más la atención es su propio nombre, correspondiente al objetivo del lugar. No me refiero aquí al actual, sino al dado en sus orígenes. Inicialmente, la fortaleza se llamó Torre del Homenaje, en honor a los conquistadores españoles. Sin embargo, poco después comenzaron a llamarla Torre de la Vigilancia, ya que desde su punto más alto se podía observar las márgenes del Caribe y la entrada al río Ozama.
De hecho, la noticia de que un vastísimo territorio nunca antes explorado, lleno de riquezas y novedades, había sido descubierto, despertó una enorme ambición en muchos… Invasores estarían enseguida al acecho en un intento de conseguir alguna porción para sí. Por ello, para evitar los ataques de piratas y corsarios, se levantó la fortaleza.
Gracias a la ingeniosidad con la que fue diseñada cada parte, pudo cumplir su objetivo, manteniéndose inexpugnable. Se dice que la puerta Carlos III nunca llegó a ser atacada; el almacén de armas Santa Bárbara —llamado así en honor a la patrona de la artillería— jamás fue descubierto por los enemigos, pues su fachada parecía la de una iglesia, precisamente con la intención de despistarlos; el juego de luces utilizado en lo alto de la torre le permitía al centinela disparar tranquilamente sin ser visto; el diseño todavía medieval —ya en época barroca— le daba un aire de fuerza y robustez que amedrentaba.
Estas curiosidades del genio humano nos remiten a un punto central: ¡la vigilancia! Si los colonizadores hubieran sido imprevisores, habrían construido en América una «Torre de los Placeres» para disfrutar de esa adquisición impar. Otra, no obstante, fue la realidad. En medio del júbilo por la conquista de un exuberante territorio, los valientes navegantes de los mares no se quedaron en un optimismo inútil, sino que rápidamente erigieron muros para enfrentar los ataques externos.
Algo parecido sucede en la noble epopeya de la existencia humana. Al adquirir un gran bien, los espíritus superficiales se alegran, lo festejan y lo disfrutan despreocupadamente. Por el contrario, las almas conformes a la ley de la virtud y de la gracia, siguiendo el divino consejo de velar y orar (cf. Mt 26, 41), saben que no basta con regocijarse…, ¡es necesario luchar! Aun estando en medio de la mayor prosperidad, vigilan con las armas en ristre, pues son conscientes de que «el adversario, el diablo, como león rugiente, ronda buscando a quien devorar» (1 Pe 5, 8).
En las victorias alcanzadas en nuestra vida, estemos siempre en estado de alerta contra el demonio, el mundo y la carne. No bajemos nunca la guardia si no queremos que nuestra alma sea asediada. Entonces nuestra vigilancia contribuirá a que la Santísima Virgen reine permanentemente en nuestros corazones.