La verdadera amistad

Publicado el 10/25/2023

Concebidos en el pecado original, todos tenemos algo para ser perfeccionado y corregido. El verdadero amigo es aquel que, considerando su propia debilidad, es consciente de las lagunas ajenas y se dispone a auxiliar a su prójimo rumbo a la perfección; acepta las reprimendas de aquellos que le son muy apreciados, como medio saludable de combatir el amor propio.

Plinio Corrêa de Oliveira

Existe un concepto semi-generalizado de que, siendo el afecto mutuo imposible sin la confianza mutua –y de por sí ambos son sentimientos y disposiciones de alma tendientes a desvanecer barreras de uno con relación a los demás –, los que participan de la misma estima y amistad deben, dentro de lo posible, disponer de todo lo que tienen en común; no manifestar actitudes que recuerden la posibilidad de una desconfianza recíproca, o que insinúen la reprimenda del uno al otro, sino, eso sí, deben estar permeadas de una despreocupación tierna y completa.

De modo que, si en el trato cordial aparece la menor reserva, por donde el interlocutor entienda, conforme a las circunstancias, que es objeto de una represalia, eso tizna las relaciones, perjudica y puede llevar a una retracción recíproca e irremediable.

Sin embargo, la amistad y la confianza verdaderas no son así. Lo arriba descrito podrá ser uno de sus aspectos, no el único, pues el hombre recto no es un amigo auténtico de quien le demuestra apenas ese lado benévolo. Es necesario, ante todo, tomar en consideración el siguiente punto.

Reprende al justo y él te amará

Toda criatura humana es concebida en pecado original y está en estado de prueba, luego, es pecable. Por lo tanto, al relacionarnos manifestaremos al prójimo que él tiene, de hecho, toda la confianza que merece. Pero ella no será ilimitada, porque el hombre recto duda de sí mismo y se vigila. Actuando así consigo mismo, también debe estar atento con relación al otro, por ver, en su propia miseria, la ajena. Los santos, que practicaron de modo extraordinario las mayores virtudes eran, justamente en esas virtudes, más especialmente vigilantes de sí mismos y de los otros.

La Escritura dice: “Reprende al justo y él te amará” (cf. Pr 9, 8). En el amigo en el cual yo note una vigilancia y una reprensión por lo menos en potencia, allí lo amo. Si soy un hombre recto, debo esperar de mi amigo una reprensión. Y debo amar en él la disposición de alma por la cual él es así.

En consecuencia, la convivencia humana, por más afectuosa que sea, no puede ser despreocupada, sin fronteras y, en el sentido psicológico de la palabra, desarmada.

Debemos sentir, sobre todo en los superiores, la permanencia de la vigilancia, y por detrás de ella, la aptitud de corregir. No obstante, muchas veces un hombre justo no reprende porque el reprendido no tiene amor.

Pilar fundamental de las relaciones mutuas: la consideración de la flaqueza humana

Todas esas observaciones desagradan a las personas. Pues no quieren aceptar esa consecuencia necesaria de tres puntos: el pecado original, la existencia del demonio y el estado de prueba al cual está sujeto el hombre.

Adán, sin pecado original, estando en el Paraíso, sufrió la tentación y cayó. ¿Nos habremos de imaginar, nosotros y nuestro amigo, impasibles de caer? Como nosotros, él también es un ser humano, puede comenzar a decaer y en cualquier instante mirar con agrado el fruto prohibido.

Siendo así, ¿cómo podré no tener restricciones, al menos en potencia, con relación a él? Ellas estarán cargadas de consideración, es verdad, pero no dejará de ser impuesto cierto límite.

La verdadera amistad implica la disposición a la corrección

Lo que no sea eso, no es serio, no es amistad. Si el reprender es uno de los oficios del amigo, aquel que por flojera o cualquier motivo no está dispuesto a hacerme esta incumbencia, no puede ser reputado como tal.

Imaginen a alguien que tuviese un amigo que fuese un gran cirujano; en determinado momento juzga necesario ser operado y le pide a él. Con todo, por pena, este se niega a hacer la cirugía:

Ah, yo te quiero tanto, que no te quiero operar.

Pero lo estoy necesitando, ¿no me quieres hacer ese favor?

Así también le diríamos a aquel a quien le tributamos una verdadera amistad: “Necesito que me reprendas, ¿no quieres reprenderme?”

Lo que no es eso, absolutamente, no es una amistad seria.

El auténtico trato amigable es adverso al amor propio

Es innegable que, entre nuestro pueblo, todas las formas de trato donde trasparece un poco de eso eliminan la popularidad y crean aislamiento. También los brasileños solo de media sangre y los habituados a vivir en nuestro país hace mucho tiempo, si no están atentos, adhieren a ese modo de pensar y actuar. Inclusive el alemán prusiano, por más militarista que sea, si vive en Brasil, pasado algún tiempo eso le entra en el inconsciente. Porque el amor propio se habitúa demasiado a todo lo que lo acaricia.

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