La verdadera búsqueda de la felicidad

Publicado el 12/05/2021

Tan significativo fue el nacimiento de Jesús, que dividió la historia de la Humanidad en dos grandes periodos: antes de Cristo (A.C.) y después de Cristo (D.C.). No podía ser de otra manera. Al final, ¿qué otra cosa más importante podría ocurrir en la Creación que la encarnación de Dios, y su plenitud en téminos humanos en Navidad? Es la segunda persona de la Santíima Trinidad quien se presenta a nosotros, como verdadero hombre, en la gruta de Belén.

Uno de los títulos de Jesús es Emmanuel, palabra hebraica que significa Dios con nosotros. ¿Cómo un término tan simple puede contener una verdad tan amplia, tan misteriosa, tan inabarcable por nosotros como esa?

“Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros” (Jn 1, 14). Dios nos amó tanto que deseó que su Hijo estuviese bien cerca de nosotros. Y el Hijo – Dios verdadero de Dios verdadero – tanto nos amó que se complacía en llamarse a sí mismo “Hijo del hombre”, como leemos tantas veces en el Evangelio.

Al aproximarnos de un pesebre y contemplar la imagen del Niño Jesús, recordemos ese amor que llevó a Dios a colocarse a nuestro alcance, tornándose un delicado niño, tan frágil, tan tierno; que lo movió a pasar nueve meses en el seno virginal de una criatura humana, María Santísima; a querer depender del cariño de ella; a desear el amor maternal de ella; a determinar que ese amor materno incidiese también sobre nosotros, pues
nos la dio por Madre.

La Cristiandad ya celebró cerca de dos mil veces el nacimiento de Jesús, en diversas circunstancias: festivas o trágicas, agitadas o tranquilas, gloriosas o banales. Pero, cualquiera que fuese la ocasión, siempre se hizo presente una paz sobrenatural que toca el corazón humanado. Gracia que no sólo nos recuerda a Dios hecho hombre, sino que nos invita también a elevarnos hasta Él.

Al atravesar los umbrales del 2021, una pregunta sobrevuela en el aire sin encontrar respuesta: ¿qué nos espera? ¿Qué rumbo tomarán los acontecimientos?

El futuro sólo Dios lo conoce. No obstante, de algo estamos seguros: “Por fin mi Inmaculado Corazón triunfará” – prometió Nuestra Señora. De nuestra parte, ese triunfo puede ser acelerado por la fidelidad al Santo Rosario, como ella misma pidió en Fátima, y como el Papa quiere de nosotros.

Recogidos delante del pesebre, con el Rosario en la mano, pidamos que llegue pronto ese día bendito en que María, y por medio de ella, su Divino Hijo, tengan sus tronos en el corazón de cada hombre y así alcancemos la verdadera felicidad

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