La Virgen fue su madrina -Bautismo de Doña Lucilia-

Publicado el 09/21/2020

Monseñor João Clá Días

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A los 29 días del mes de junio de 1876, en esta parroquia, bauticé a Lucilia, nacida el pasado 22 de abril, hija legítima del Dr. Antonio Ribeiro dos Santos y de Doña Gabriela dos Sanctos Ribeiro. Fueron Padrinos la Virgen Señora de la Peña y el Dr. Olympio Pinheiro de Lemos, todos ellos de esta parroquia.

El Párroco: Ángelo Alves d’Assumpção

Así reza la partida de bautismo de Doña Lucilia, que se encuentra en el libro parroquial de la ciudad de Pirassununga, en el interior del Estado de São Paulo. Siguiendo una piadosa costumbre, sus padres decidieron hacerla ahijada de la propia Reina de los Cielos. Doña Lucilia conservará, durante toda su larga vida, una devoción impregnada de afecto y respeto a su Madrina, y varias veces al peregrinará al santuario de Nuestra Señora de la Peña, en São Paulo, a fin de confiarle los secretos de su tierno corazón.
 
Nacida el 22 de abril de 1876, primer sábado tras las alegrías de la Pascua, Lucilia era la segunda de los cinco hijos de un matrimonio de primos: el Dr. Antonio Ribeiro dos Santos, abogado, y Doña Gabriela Rodrigues dos Santos.
 
Descendientes de antiguas estirpes de la aristocracia paulista, Doña Gabriela y el Dr. Antonio contaban entre sus antepasados con gloriosos nombres de bandeirantes, antiguos exploradores del Brasil.
 
Las familias aristocráticas de São Paulo, depositarias de los valores tradicionales legados por Portugal a Brasil se abrieron en el siglo XIX a la irradiación de la cultura francesa. Dicha influencia les confirió un particular refinamiento, una visión amplia y universal, que vinieron a sumarse al carácter empreendedor y al notable sentido de gobierno de que dichas familias estaban dotadas. Alcanzó, asi, la plenitud de su florecimiento el estrato social de los “paulistas de cuatrocientos años”.
 
Esa feliz alianza luso-francesa brilló de modo especial en los Ribeiro dos Santos. Originada por el enlace entre el alférez portugués Joaquim Ribeiro dos Santos y Doña María Joana da Luz, de antiguo linaje paulista, la familia contó en su seno con numerosos políticos y abogados, casi todos también hacendados, conocidos por su trato afable en el salón y por su imponencia en la tribuna.
 
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Por ahora, dejemos de lado otros pormenores, por cierto muy interesantes, acerca de los ilustres antepasados de Doña Lucilia, para concentrarnos en las atractivas descripciones con que ella nos agasajó, sobre sus más allegados. Dirijamos nuestra mirada a la época en que el Dr Antonio, aún niño, conocería a su futura esposa.
 
Muerte prematura de la madre del Dr. Antonio
 
Provenientes del mismo medio social, el Dr. Cándido Ribeiro dos Santos hijo del alférez Joaquim Ribeiro dos Santos y Doña María Jesuina, padres del Dr. Antonio, se casaron cuando la novia, con tan solo trece años, apenas entraba en la adolescencia. Aunque era muy educada, Doña Maria Jesuína era todavía tan niña que aún le gustaba jugar con muñecas. Sin embargo, lo hacía a escondidas, porque posiblemente, su esposo no entendería esta infantil afición. El Dr. Cándido era médico homeópata y salía con frecuencia para atender a su clientela. Era éste el momento que ella esperaba para dar rienda suelta a tan inocentes hábitos. Para evitar que el regreso imprevisto de su marido la descubriera, una esclava se apostaba en el exterior de la vivienda, y, cuando veia al señor a lo lejos, iba corriendo a avisar a la niña:
 
Pequeña señora, el señor está llegando.

Doña Jesuína escondía deprisa las muñecas en un cajón y se preparaba para esperar a su marido como señora de la casa.

Pirassununga acoge a una familia de la aristocracia paulista

En 1873, el Dr. Antonio se estableció con su familia en Pirassununga a fin de ejercer allí la abogacía. Nombrado fiscal de la comarca de Belém do Descalvado, a la que entonces pertenece Pirassununga, fue habilitado más tarde para el cargo de juez, pero prefirió no seguir la carrera, tal vez por cuestiones de política local. Otro motivo que lo atrajo a aquella región fueron las tierras que Dona Gabriela había heredado de su padre, en el cercano municipio de Rio Claro.

Ciudad próspera y dinámica en nuestros días, la Pirassununga de aquellos tiempos era un polo de colonización cuya explotación metódica había comenzado hacía poco y en la cual la civilización todavía entraba lentamente. El ferrocarril, por ejemplo, sólo llegó a la ciudad poco después del nacimiento de Doña Lucilia. Las características de aquel lugar alejado de las poblaciones o terrenos cultivados, eran las de un Far West brasileño, donde la protección policial iba escaseando a medida que se penetra en la región selvática. Décadas más tarde, al contar sus recuerdos de infancia, Doña Lucilia aún dejará traslucir la impresión que le causaba el gran contraste entre la refinada atmósfera de la sociedad paulista y aquel ambiente tan primitivo y campestre, que iba disputando espacio a un bosque tropical, casi tan agreste en aquel entonces como en el siglo XVI, cuando San José de Anchieta recorría las vastas extensiones de Brasil

Las casas, por ejemplo, no tenían otro suelo sino tierra batida. Ni siquiera las residencias de las notabilidades locales escapaban a esta regla. La primera casa de Pirassununga que tuvo vidrios en las ventanas fue la de los Ribeiro dos Santos. Por eso mismo, era considerada vivienda de lujo, ya que las demás tenían únicamente paneles de madera.

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Aspectos de la Estación Ferroviaria de Pirassununga

En aquel rudo y monótono interior, el noble y joven matrimonio Ribeiro dos Santos se estableció con valentía, decidido a prosperar. La presencia de Doña Gabriela introdujo una nota de distinción y belleza en el ambiente de simplicidad campestre de la pequeña ciudad. El Dr. Antonio, por su parte, se hizo querer enseguida en la región. Personas de todas las clases sociales lo buscaban, atraidas por el brillo de su personalidad y por su arte de conversar. Era lo que invariablemente sucedía, por ejemplo, cuando viajaba en aquellos trenes de otrora. Éstos se detenían durante unos minutos en cada estación, lo que proporcionaba a los viajeros la noportunidad de bajar del vagón para tomar un café. Con frecuencia, las personalidades locales se encontraban en la estación, acompañadas de sus familias, con la esperanza de encontrar a alguien importante que les pudiera contar las últimas novedades políticas o noticias interesantes. Pues bien, cuando el Dr. Antonio llegaba a algún lugar, se formaba un verdadero enjambre de gente a su alrededor que deseaba gozar de su compañía. Esta situación tan ventajosa adquirida, a los ojos de su hija Lucilia, contornos luminosos.
 
Tomado del libro Doña Lucilia, Editrice Vaticana, 2013; p. 51-55
 
 
 
 
 
 
 
 

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