Las apariciones del Sagrado Corazón de Jesús a Santa Margarita – Una súplica hecha por Dios

Publicado el 06/06/2024

Como las rosas florecen entre las espinas, así también las luchas que enfrentó Santa Margarita María Alacoque constituyeron un marco para la insigne misión que Dios le había reservado.

Gabriel Marques dos Santos

Tengo sed» (Jn 19, 28)! Desde hace siglos, la piedad católica suele atribuirle a estas palabras del Señor en lo alto del Gólgota un profundo significado espiritual. No sólo se trata del tormento físico sufrido por el Salvador, sino sobre todo de una misteriosa súplica en relación con las almas que había venido a redimir. Sí, el Creador de todas las cosas, el único ser que se basta a sí mismo, tiene sed del amor de sus criaturas.

A lo largo del tiempo, ese conmovedor grito ha retumbado en los lugares más variados. Sin embargo, pocas veces tales resonancias fueron tan intensas y lacerantes como en las revelaciones del Sagrado Corazón de Jesús a Santa Margarita María Alacoque, en el siglo xvii.

Vida de sufrimientos: marco de las apariciones

22 de julio de 1647, fiesta de Santa María Magdalena. En la pequeña localidad de Lautecourt (Francia) nacía Margarita, hija de Claudio Alacoque, notario real y juez, y de Filiberta Lamym.

Desde su más tierna infancia, la niña se sentía impulsada interiormente a repetir: «Dios mío, os consagro mi pureza y hago voto de perpetua castidad».1 Habiendo fallecido su padre en 1655, fue confiada al cuidado de una comunidad de clarisas de Charolles, donde hizo la Primera Comunión a la edad de 9 años. Ya no encontraba ningún otro placer en la vida que no fuera estar cerca del Señor sacramentado.

No obstante, a medida que iba creciendo, Margarita notaba su corazón dividido entre los parientes y la vida contemplativa. Aquellos querían que la muchacha contrajera un ventajoso matrimonio; pero el claustro le exigía una consagración total. En medio de esa dura batalla, el Señor fue en su socorro y, recordándole el voto de castidad que había hecho en su infancia, le prometió: «Si me eres fiel, no te dejaré jamás y me haré tu triunfo contra todos tus enemigos».2 Después de esta gracia, la virgen hizo el firme propósito de tomar el hábito religioso.

Cuando, el 25 de mayo de 1671, se encontró por primera vez en el locutorio de la Visitación de Paray-le-Monial, oyó en su interior las siguientes palabras: «Aquí es donde te quiero».3 El 20 de junio Margarita dejó el mundo para siempre, ingresando en el claustro de las Hijas de Santa María.

La Providencia tomó en serio tal consagración, tratando a la nueva profesa como una víctima escogida para ser inmolada en el calvario de la vida religiosa. Al igual que las rosas florecen entre las espinas, así también las luchas que enfrentó Margarita constituirían un marco para las insignes gracias a ella concedidas. Las pruebas acrisolaron su alma para que las palabras celestiales llegaran límpidas, íntegras y penetrantes a todos los rincones de la tierra.

Preparada así la religiosa, llegaba el momento de que el Sagrado Corazón de Jesús anunciara, por medio de ella, su mensaje al mundo.

La primera aparición

Era la fiesta litúrgica de San Juan Evangelista, el 27 de diciembre de 1673. Margarita rezaba especialmente recogida ante el Santísimo Sacramento cuando el Señor, haciéndola descansar sobre su pecho a semejanza del Discípulo Amado, declaró«Mi divino Corazón está tan apasionado de amor por los hombres, y por ti en particular, que no pudiendo ya contener en sí mismo las llamas de su caridad ardiente, le es preciso comunicarlas por tu medio, y manifestarse a todos para enriquecerlos con los preciosos tesoros que te descubro».4

Y añadió: «Te he elegido como un abismo de indignidad y de ignorancia, a fin de que sea todo obra mía».5

Luego, tomando místicamente el corazón de su elegida, el Señor lo introdujo en el suyo, como una chispa puesta en un horno encendido, para devolverlo entonces transformado en una llama.

Primeros viernes

Desde ese día en adelante, la santa sufriría terribles dolores en su costado, como prenda de la autenticidad de la aparición. Tales dolores se renovaban especialmente los primeros viernes de cada mes. En estas ocasiones, sin embargo, el divino Maestro se presentaba a ella en todo su esplendor, a fin de consolarla y comunicarle sus designios.

En las contingencias de la vida religiosa, el Sagrado Corazón de Jesús preparó a Margarita para recibir su mensaje Capilla de las apariciones – Convento de la Visitación, Paray-le-Monial (Francia)

En una de estas circunstancias, las llagas del Redentor resplandecían como soles. Abriendo su costado traspasado, el Salvador descubrió su adorable Corazón, que ardía como un horno, consumiéndose en puro amor por los hombres, incluso por aquellos que no le retribuían su afecto.

Entonces se quejó: «Si me devolvieran algún amor en retorno, estimaría en poco todo lo que por ellos hice, y querría hacer aún más, si fuese posible; pero no tienen para corresponder a mis desvelos por procurar su bien sino frialdad y repulsas».6 Semejante ingratitud hacía sufrir al Hombre-Dios más cruelmente que en la Pasión.

Y con conmovedor afán, le suplicó a aquella alma escogida: «Tú, al menos, dame el placer de suplir su ingratitud, en cuanto puedas ser capaz de hacerlo. […] Comulgarás todos los primeros viernes de cada mes, y todas las noches del jueves al viernes te haré participante de la tristeza mortal que tuve a bien sentir en el huerto [de los olivos]».7

A continuación, el Señor le instruyó a que se levantara entre las once y la medianoche para velar con Él, y a rezar postrada durante una hora para apaciguar la ira divina.

He aquí el origen de dos devociones conocidas y muy recomendadas en nuestros días: la hora santa y la comunión reparadora de los primeros viernes de cada mes, realizadas por los fieles con la intención de reparar los pecados cometidos contra el Sagrado Corazón de Jesús.

Sufrimiento en reparación por los pecados

Dentro del claustro, Margarita tuvo que sufrir muchas incomprensiones y humillaciones, ofrecidas para reparar tanto amor no correspondido y para aplacar la cólera divina por los pecados de los hombres, sobre todo de las almas consagradas.

Más de una vez, algunos sacerdotes e incluso sus hermanas de hábito pensaban que era burlada por el diablo, a quien le atribuían las revelaciones. La propia santa llegó al colmo de intentar sustraerse de los encantos del divino Esposo, quien, sin embargo, se quejaba: «¿Por qué luchas contra mí, siendo yo tu solo, verdadero y único amigo?».8 Hallándose un día especialmente confusa en medio de tantas aflicciones, la visitandina oyó una voz que le prometía: «Ten paciencia y espera que venga mi siervo».9

El siervo del que le hablaba la Providencia era el Padre Claudio de La Colombière, superior de los jesuitas de Paray-le-Monial. Invitado a darles una conferencia a las visitandinas, atendió en particular a sor Margarita, la cual le expuso sus dificultades. El sacerdote la tranquilizó y le aseguró el origen divino de los fenómenos que le estaba sucediendo, y le ordenó a la vidente que escribiera todo lo que había oído, encargándose de abogar la causa del Sagrado Corazón de Jesús. A partir de ese día sería él un verdadero amparo para la religiosa.

La gran revelación

El 16 de junio de 1675, durante la octava de la solemnidad de Corpus Christi, tuvo lugar la más conocida de las revelaciones a Santa Margarita Alacoque.

La virgen estaba rezando ante el sagrario cuando el Señor se le apareció sobre el altar y, señalando su divino Corazón, pronunció esta sublime queja: «He ahí este Corazón, que ha amado tanto a los hombres, que nada ha perdonado hasta agotarse y consumirse para demostrarles su amor, y en reconocimiento no recibo de la mayor parte sino ingratitud, ya por sus irreverencias y sus sacrilegios, ya por la frialdad y desprecio con que me tratan en este sacramento de amor. Pero lo que me es aún mucho más sensible, es que son corazones que me están consagrados, los que así me tratan».10

Con enternecedora bondad, el Salvador pidió entonces que el primer viernes después de la octava del Santísimo Sacramento fuera instituida una fiesta especialmente dedicada a reparar a aquel dulcísimo Corazón por las ofensas contra la sagrada eucaristía, encargándole a su «siervo», el padre La Colombière, que consiguiera esto de las autoridades eclesiásticas.

«He ahí este Corazón, que ha amado tanto a los hombres; y en reconocimiento no recibo de la mayor parte sino ingratitud» Aparición del Sagrado Corazón de Jesús a Santa Margarita María Alacoque – Iglesia de San Leodegario, Delle (Francia

Y, como para mover a los fieles de todos los tiempos a escuchar su llamamiento, el Hombre-Dios empeñó sus palabras de vida eterna: «Te prometo también que mi Corazón se dilatará para derramar con abundancia las influencias de su divino amor sobre los que le rindan este honor, y los que procuren que le sea tributado».11

El triunfo del Sagrado Corazón

Hasta ese momento, no obstante, las palabras del Salvador habían encontrado poco eco en los corazones de las hermanas de hábito de Margarita. Pero no había nada que pudiera hacer tambalear el ánimo de la fiel religiosa, alentada por la promesa del divino Esposo: «Yo reinaré a pesar de mis enemigos, y de todos los que a ello quisieran oponerse».12

Solamente a partir de finales de 1684 es cuando aquellas almas consagradas empezaron a abrirse a la nueva devoción. El 21 de junio de 1686 se celebró, en la Visitación, la primera fiesta del Sagrado Corazón de Jesús y en 1688 se dedicó una capilla en el monasterio en su honor.

Una vez conquistado ese núcleo de almas consagradas, era cuestión de tiempo que la devoción se difundiera por todo el orbe católico, en gran parte gracias al celo de sacerdotes jesuitas como el P. Jean Croiset y el P. Ignacio Rolin. Esta expansión consoló mucho a la santa, hasta el punto de que le confió a una de sus hermanas visitandinas que, al no encontrar más ocasiones para sufrir en esta vida, se sentía cercana al encuentro definitivo con su único Amor.

Gran retiro

Así, el 22 de julio de 1690, la vidente comenzó un retiro espiritual con miras a su paso hacia la eternidad. La obediencia, sin embargo, le exigió una interrupción en ese período de recogimiento. La santa se disponía a retomar sus ejercicios el 9 de octubre cuando, poco antes de la fecha prevista, le acometió una fuerte fiebre. Al preguntarle si aún tenía fuerzas para entrar en tal aislamiento, Margarita respondió: «Sí, pero será el gran retiro».13

De hecho, poco duró su convalecencia. Aunque los médicos pensaran que se trataba de una dolencia pasajera, ella sabía que estaba en sus últimos momentos. «Qué dulce es morir después de haber tenido una tierna y constante devoción al Corazón de aquel que nos ha de juzgar»,14 exclamó en esa ocasión.

Finalmente, en la noche del 17 de octubre, la enferma entró en agonía. La comunidad se apresuró a asistir al sublime tránsito, el capellán acudió rápidamente para administrarle los últimos sacramentos. Antes de que el sacerdote concluyera la extremaunción, la moribunda exhaló su postrer aliento tras una suave exclamación: «¡Jesús!».

¿Refrigerio de la reparación o vinagre de la indiferencia?

Tras la muerte de Santa Margarita, la devoción al Sagrado Corazón se extendió ampliamente por los monasterios visitandinos y por las diócesis francesas, muchas de las cuales aprobaron fiestas litúrgicas propias para responder a la petición de reparación hecha por el Salvador. En 1856 Pío IX le concedió a la celebración su carácter universal, inscribiéndola en el calendario romano, y el 13 de mayo de 1920 la «discípula del Sagrado Corazón» fue canonizada por Benedicto XV.

En este calamitoso siglo xxi, en el que los ultrajes contra el Corazón de Jesús se multiplican por todas partes, incluso entre quienes más deberían honrarlo, las irrevocables promesas hechas por Él consignan la prenda ofrecida por el Redentor a quienes sepan responder a su llamamiento, haciéndole celosa compañía durante la pasión de su Esposa Mística, que es la Iglesia.

¿Seguiremos el ejemplo de Santa Margarita al contestar a esta sublime súplica con el refrigerio de la reparación? ¿O, como el soldado romano, le ofreceremos el vinagre de la indiferencia para saciar su sed?

Notas

1SANTA MARGARITA MARÍA ALACOQUE. Autobiografía. Manuscrita por ella misma. Bilbao: El Mensajero, 1890, p. 13.

2Ídem, p. 51.

3 Ídem, p. 104.

4Ídem, pp. 106-107.

5Ídem, p. 107.

6Ídem, p. 115.

7Ídem, pp. 115-116.

8Ídem, p. 158.

9ROHRBACHER, René François. Vidas dos Santos. São Paulo: Editora das Américas, 1961, t. XVIII, p. 280.

10SANTA MARGARITA MARÍA ALACOQUE, op. cit., pp. 187-188.

11Ídem, p. 188.

12Ídem, p. 195.

13GOBRY, Ivan. Sainte Marguerite Marie, la messagère du Sacré-Cœur. Paris: Téqui, 1989, p. 252.

14HERALDO DEL AMOR DE CRISTO. Margarita María Alacoque. Bogotá: Montoya & Araújo, 1988, p. 136.

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