Las cinco llagas del Señor

Publicado el 04/12/2022

El primer acto de adoración a las Santas Llagas fue realizado por María Santísima, cuando descendieron a Jesús de la Cruz. De Santo Tomé hasta nuestros días, muchos fueron los devotos y propagadores de esta bellísima devoción.

Eurico Montero

Jesús es descendido de la Cruz. Cuidadosamente, Nicodemus, José de Arimatea y San Juan lo conducen hasta María Santísima y lo depositan en su virginalísimo regazo. Sentada, Ella lo acoge transida de dolor y lo adora. Mientras las Santas Mujeres preparan los bálsamos con los que en breve lo ungirán, para ser depositado en el sepulcro, Ella observa, una a una, sus Llagas: la del pecho rasgado, las de los divinos pies y manos. Se realiza allí el primer acto de devoción y adoración a las Llagas del Redentor, que se perpetuarían por todas las generaciones. La Bienaventurada por excelencia rinde el más perfecto culto a las fuentes sagradas de donde salió la Sangre que redimió total y superabundantemente a todo el género humano.

Por causa de aquellas Santísimas Llagas, Ella fue preservada del pecado original y a los hombres de buena voluntad se les abrieron las puertas del Cielo. Cinco fuentes de gracias infinitas, plenas de belleza, saciando la santidad de las almas contemplativas, misioneras y apostólicas, sellando la corona de gloria de los mártires y las victorias de todos los tiempos. Es el manantial que nos purifica en el Bautismo, nos revivifica en la Eucaristía y da fecundidad a toda la Santa Iglesia, en sus sacramentos. Es la santa mezcla que, asociada a los sacrificios de los hombres, erigirá los más bellos monumentos y poemas de la Civilización Cristiana.

“Coloca aquí tu dedo y mira mis manos. Aproxima tu mano y métela en mi costado”.

Pocos días después de la resurrección, es el propio Redentor que invita al incrédulo Tomás a tener devoción a sus Santas Llagas. Ya deslumbrado, él le respondió: “¡Señor mío y Dios mío!” Las tibias almas que difícilmente se dejan convencer, la progenie de los escépticos, la propia incredulidad, casi se diría, sucumbieron en el mismo instante en que aquel feliz y envidiado Apóstol introdujo su dedo en el costado de Jesús.

San Francisco de Asís, Santa Gemma Galgani, San Pío de Pietrelcina – en fin, una legión de santos y almas virtuosas – fueron galardonados con los estigmas de la Pasión de Cristo. Es un modo maravilloso de Él condecorar a algunos de aquellos a quien más ama, en la faz de la tierra. Es su invisible y puro amor tornado visible en sus predilectos, para perpetuar en la memoria de los hombres la bienaventuranza de aquellos que creen sin haber visto y tocado las Llagas del Señor, como Tomás.

La devoción a las Santas Llagas no es privilegio apenas de algunas almas, sino que lo es también de naciones. En Portugal, por ejemplo, ella es muy antigua y marcó profundamente la piedad de los fieles, casi desde los comienzos de la nacionalidad. Camões, en su inmortal poema, “Os Lusíadas”, en la dedicatoria al rey Don Sebastián, registra en versos esa antigua y piadosa tradición, grabada también en la bandera nacional y en el escudo heráldico de la Casa Real:

Vedlo en vuestro escudo, que presente
Tú muestras la victoria ya pasada,
En la cual os dio por armas y dejó
Las que Él para sí en la Cruz tomó.

La devoción a las Llagas de Jesucristo, señales amorosas de su martirio y, posteriormente, de su glorificación, perfeccionan en nosotros la gratitud, que lleva a pagar amor con amor, hasta el holocausto total, por Dios y por los hermanos.

Adorémoslas profunda y devotamente en esta Semana Santa.

2.jpgHimno a las Santas Llagas del Señor

Cinco fuentes de gracias infinitas,
Oh Llagas, llenas de alta belleza,
Aceptad la tensión humilde y pura
De las palabras que digo y he dichas.

Y cuántas en mi alma están escritas
Mil culpas feas, con mano fea y dura,
Curad con vuestra gracia y con blandura,
Oh Llagas de mi Señor, Llagas benditas.

En la sagrada Sangre que de Vosotros corrió
Se cure y lave y gaste y purifique
Las manchas que con dolor estoy viendo en ellas.

Por vosotros, qué bellas sois, bella quedes,
Por vosotros resplandeciente entre al Cielo,
Donde vos veas estar resplandeciendo.

Tomado de la Revista Heraldos del Evangelio n°45, pp.32

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