Las felicidades presentadas por el mundo…

Publicado el 01/10/2022

En los primeros cinco años de lo que podría llamar mi conversión, cayó en mis manos una biografía en dos volúmenes de Santa Teresa de Jesús, escrita por un carmelita de Caen, Francia. La descripción del autor de los éxtasis deliciosísimos, sumada a que me encontraba en una etapa en la que nadaba en consuelos mucho más deliciosos que el prestigio, la comodidad y el lujo dentro de la virtud, todo esto me llevó a comprender que había otra gama de felicidad para la cual mi alma no prestaba atención, debido al curso de las cosas.

Entonces comencé a buscar qué era eso. Para que Santa Teresa de Jesús sintiera tanto gusto por esos éxtasis fantásticos, debía haber en su alma una aptitud natural que era satisfecha por lo sobrenatural.

Al mirar dentro de mí mismo, noté un deseo muy violento de saborear eso porque era en sí la unión con Dios, pero también – debo decirlo – y mucho, por la alegría inseparable de esta unión. Es decir, esta unión en sí misma, salvo las noches oscuras y las pruebas, es llena de alegría como una esponja puede estar llena de agua.

Entonces me preguntaba: ¿dónde hay en mi alma un anhelo de estas cosas, tan durmiente que no percibía, pero tan viva que, ante la descripción, me levanto entero como en un rugido?

Muchos años después, leyendo fragmentos de literatura griega, generalmente un poco de Platón y luego Padres de Oriente, encontré que sus almas se movían en una atmósfera de delicias del espíritu. En los griegos, eran delicias naturales, pero caminaban en la línea de la transesfera ; en los Padres griegos, eran tanto sobrenaturales como naturales, ya que eran en algo herederos de la cultura griega.

Preguntándome cual era el soporte de estas cosas, llegué a la conclusión de que esos arrobos de infancia indicaban la zona natural del alma volcada al deseo de estas gracias, y en la que, entrando la gracia, aquello se desarrolla.

Por tanto, debería haber una educación en la que se entienda lo siguiente: esta vida es un valle de lágrimas, es cierto, pero un valle de lágrimas en medio de montañas cuyas cumbres tocan el Paraíso. Por lo tano, existe la posibilidad de una gran felicidad en esta vida, comprada a costa de lágrimas y sangre, pero existe. Estas felicidades no son las de la Belle Époque, del período de entre deux guerres o las que siguieron, que fueron festivales del demonio, sino que son felicidades presentes en esta zona del alma Punto de inserción del amor de Dios en el alma

El hombre se vuelve imbécil, ciego, tartamudo y cojo si no vive para ello. En mi opinión, sin esto, la persona tiene condiciones muy difíciles para practicar la Religión Católica y perseverar en ella, porque el punto de inserción del amor de Dios en el alma es este. Esta es la zona de nuestra alma que está más vuelta hacia Dios, y es en las felicidades de esta zona donde la persona encuentra parte de su motivación para no querer el vicio, que es el oscurecimiento y la renuncia a estas altas felicidades. Por otro lado, es esta zona del alma la que da valor a las renuncias impuestas por la virtud.

Para implementar el Reino de María, sería necesario que la gracia creara un ambienten el que las almas permanecieran así, y las virtudes fuesen preservadas por la educación y por todo, constantemente en esa dirección. Por cierto, ahí está la templanza.

Sin eso, esta virtud es una especie de ascesis sin sentido y de gimnasia sin propósito.

Sin embargo, hay que señalar que aquí, sin que nos demos cuenta, se encuentra uno de los puntos más delica- dos de fidelidad a nuestra vocación. Porque ella cuando está en su primera floración, abre un camino para eso.

Hay un determinado momento en que los atractivos sensibles de este camino dejan de elucir, y la fidelidad al thau pasa a ser más o menos como la fidelidad conyugal en un matrimonio en que el esposo y la esposo perdieron la gracia uno para el otro, pero aguantan porque es preciso aguantar. De hecho, hay una especie de segunda etapa matrimonial con la vocacion, si nos atrevemos a decirlo de esa manera, que está despojada de las consolaciones primeras. Tengo la impresión de que no estaría tan despojada, incluso en la noche más oscura, si hubiera prevalecido este sentido, donde la decadencia siempre equiva-
le a un cierto momento en el que uno quiso cerrar los ojos a los esplendores de la vocación  para prestar atención a las cosas de la Tierra. Son las vanidades y las aflicciones del espíritu las que conducen a esto.

Si para nosotros la perseverancia es dura y dolorosa, si la vida es fatigante y está llena de cardos, todo esto adquirirá un carácter soportable y hasta alegre, no el de la fruición, sino el de esas alegrías que llaman a Dios, siempre que logremos recomponer en nuestra alma esa forma de amor de Dios, que corresponde a haber sentido, conocido y gustado la semejanza de ciertas cosas con Él, y en esto haber degustado a Dios.

No me refiero a lo material, sino a lo interno del alma, que son prefiguraciones de la visión beatífica. No se trata de éxtasis, visiones, sino naturaleza y gracia. Esto restaura nuestras almas y nos hace caminar. 

Extraído de conferencia del 9/5/84

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