De la ciudad india de Chennai y de Tailandia llegan relatos de la misericordia divina librando a los fieles en medio de la catástrofe. ¿Cuántas otras iglesias, o hasta simples capillas, no habrán sido objeto de una protección semejante?
La promesa del Apóstol
Según una piadosa tradición local, al comienzo de la Cristiandad la aldea india de Mylapore quedó anegada, debido a que un árbol enorme cayó atravesado sobre el río. Ni con la ayuda de elefantes pudieron remover el obstáculo. Entonces, santo Tomás tomó su cinturón y ordenó que un hombre lo utilizara para arrastrar el tronco, lo cual se hizo fácilmente ante el pasmo general. El apóstol enclavó esa madera como un pilar en la playa, en Chennai, con la promesa de que el mar no superaría esa marca.
Muerto santo Tomás el año 72, su cuerpo fue sepultado allá, y sobre el mismo lugar fue construida posteriormente una basílica en su honor. El milagro con el cinturón del apóstol se ilustra en un mural del museo de la basílica.
Y en verdad, las aguas del tsunami no cruzaron más allá del famoso pilar…
“Me salvó santo Tomás”
El pasado 8 de enero, la Conferencia Episcopal de la India divulgó una declaración del P. Lawrence Raj, párroco de la Catedral-Basílica de santo Tomás, en la que informa: “El mar no tocó nuestra iglesia. Creemos que el pilar milagroso de santo Tomás impidió a las aguas entrar a la iglesia”.
Desde la terraza de la basílica, el 26 de diciembre, el sacerdote vio a la furibunda ola atravesar la calle e inundar las cabañas frente al pilar de santo Tomás. Mientras todos los edificios
circundantes fueron alcanzados por las aguas, la basílica quedó incólume.
El pescador Sebastiraj, que buscó refugio en la basílica, no tiene duda alguna: “Me salvó santo Tomás. Esta iglesia quedó intacta gracias al poder milagroso del pilar de santo Tomás”.
Misa dominical salva a fieles en Tailandia
Otro hermoso episodio es relatado por la Agencia Fides, del Pontificio Consejo para las Misiones. El P. Claudio Corti, misionero del PIME (Pontificio Instituto para las Misiones Extranjeras) en Tailandia, cuenta que “los fieles de la parroquia de Phuket salvaron sus vidas porque durante la catástrofe estaban casi todos en la iglesia, situada en un lugar elevado, participando en la Misa del domingo”. El párroco explica que ellos “lo perdieron todo: casas, barcas, instrumentos de trabajo, pequeñas actividades comerciales, y deben volver a empezar de la nada”. El P. Claudio y grupos de laicos organizaron centros de distribución de comidas, e intentan conducir a los habitantes a lugares más apartados de la costa. El sacerdote concluye su carta exhortando a “que no se pierda la confianza en el amor de Dios”.