Las puertas del infierno no prevalecerán contra la Iglesia

Publicado el 02/23/2023

En medio de las olas encrespadas del mal que impactan contra la Iglesia Católica, tengamos el valor de remar contra la corriente, siguiendo el ejemplo de los santos. Hagamos violencia al cielo con oraciones, sacrificios, celo y combatividad para que a nuestro alrededor las puertas del infierno no prevalezcan contra la acción vivificante de la Esposa de Cristo.

Plinio Corrêa de Oliveira

La promesa divina del Salvador de que las puertas del infierno no prevalecerán contra la Santa Iglesia no equivale a decir que en una determinada región o en un dado país el catolicismo esté libre de ser completamente desterrado y extirpado.

No nos dejemos llevar por una postura eufórica de vano optimismo

La Iglesia es indestructible. Sin embargo, la malicia de los hombres convirtió en un desierto pagano, herético o cismático, muchos lugares donde la Esposa de Cristo distribuyó alguna vez la leche y la miel de su Doctrina y de su misión salvadora.

El Oriente cristiano fue aplastado en gran medida por la infidelidad del islam. Para citar ejemplos más recientes, tenemos a Suecia, alguna vez muy cristiana, y donde el crecimiento de la herejía protestante llevó a la supresión completa de la Iglesia Católica en un momento dado. En Inglaterra, durante los reinados de Enrique VIII e Isabel, el culto católico quedó casi completamente desaparecido, llegando a existir clandestinamente, y la Isla de los Santos, como se la llamaba, llegó a ser un país de misión, quedando confiada la cura de almas a sacerdotes que, para realizar ese sagrado ministerio, debían usar disfraces para ocultar su identidad. Del mismo modo, en los treinta años de bolchevismo, sabemos a qué despojos se ha reducido la obra apostólica de la Santa Sede en la Rusia soviética.

La Iglesia es indefectible, pero esta certeza no debe llevarnos a un estado eufórico de optimismo vacío, idéntico al de los habitantes de Bizancio —de la Bizancio dominada por la política del Bajo Imperio— los cuales porfiaron en cerrar los ojos a la realidad de los musulmanes acampados a pocas leguas de sus puertas.

Nuestra actitud frente a esta verdad consoladora debe guiarse por el ejemplo de los santos que la Iglesia ha suscitado.

Jansenismo, la herejía más sutil que el diablo engendró

San Luis María Grignion de Montfort empleó toda su vida en arraigar en las almas la verdadera devoción a María Santísima

 

Por ocasión de la canonización de San Luis María Grignion de Montfort, viene muy a propósito recordar su ejemplo y el de San Vicente de Paúl respecto a este punto.

Estos dos santos vivieron en un tiempo y en un lugar dominado por dos enemigos perniciosos de la unidad católica. Aunque emergiendo victoriosa de una lucha encarnizada contra la herejía protestante, Francia estaba subyugada por el galicanismo y el jansenismo.

El galicanismo, que transfería al César los derechos de Dios, abría las puertas al error religioso del jansenismo, entre otras razones para obstaculizar la aceptación del pronunciamiento de la Santa Sede en materia de doctrina.

Juan Duvergier de Hauranne1, abad de Saint-Cyran y uno de los más prominentes jefes jansenistas, se abría así a San Vicente de Paúl, cuando intentó “catequizarlo” para su secta: “Calvino no había sido partidario de una causa tan mala, solo la había defendido mal”.

El jansenismo, la herejía más sutil que engendró el diablo, según dice Fleury: “Viendo que los protestantes, separándose de la Iglesia, se condenaron a sí mismos y que habían sido censurados por esta separación, los jansenistas adoptaron como máxima fundamental de su conducta jamás separarse exteriormente del catolicismo, declarando, su sumisión a las decisiones de la Iglesia y procurando encontrar diariamente nuevas sutilezas para explicar sus doctrinas, de modo que parecieran sumisos sin cambiar sus sentimientos”.

Insistiendo, por lo tanto, en permanecer dentro de la Iglesia y haciendo todo lo posible para evitar o retrasar una condena de sus pérfidos y sutiles errores, los jansenistas tornaron así muy delicada la situación de sus adversarios.

El propósito de esta herejía era trabajar para la ruina completa de la religión católica

San Vicente de Paul

Francia, sin embargo, encontró providencialmente en San Vicente de Paúl y San Luis de Montfort dos articuladores seguros del movimiento de resistencia contra un ataque tan heterodoxo, los cuales se condujeron en esta maraña de insidias como verdaderos campeones de la Fe y de la sana Doctrina, sin temer ni la persecución de los malvados ni la incomprensión de los buenos en el desempeño de la misión que les había reservado la Providencia, de combatir a tan terrible y perniciosa herejía. Para ellos, la creencia en la indefectibilidad de la Iglesia sirvió como incentivo, no para una actitud cómoda de complacencia con el error por temor de atizar el odio de los malos y de crear enemigos, sino para convocar a los fieles a refugiarse bajo la bandera del Rey invencible al que alude San Ignacio, ya que las puertas del infierno no prevalecen contra la Iglesia, pero están francas para tragarse las almas de los infelices extraviados y estrechar y restringir los espacios de la caridad de Cristo.

Para ninguno de los dos puede aplicarse el terrible epíteto de perros mudos, al que se refería el profeta Isaías. San Vicente, ante los errores del jansenismo, deseaba, según Rohrbacher2, que los miembros de su Congregación, evitando discusiones estériles, “hablaran claramente cuando las circunstancias lo exigieran, sin temor de crear enemigos”.

¡Que Dios no permita, decía san Vicente, que estos débiles motivos, que llenan el infierno, impidan a los misioneros defender los intereses de Dios y de su Iglesia!” Fue a la luz de este principio que rechazó el consejo de un hermano de hábito de dejar que cada uno crea en estas materias controvertidas lo que juzgue conveniente.

Es necesario, advierte el Santo, que todos tengamos unios labii3, de lo contrario nos dilaceramos unos a otros. Obedecer en este punto no es someterse a un superior, sino a Dios y al sentimiento de los papas, de los concilios y de los santos. Y si alguno de los nuestros no actúa así, sería mejor retirarse, incluso por invitación de sus compañeros”.

Sin embargo, el celo de San Vicente no se detuvo ahí. Además de luchar para obtener un escrito apostólico contra los errores jansenistas, hizo todo lo posible para que esta decisión pontificia fuera aceptada en toda Francia, tan convencido estaba del peligro por el que pasaba la hija primogénita de la Iglesia ante las maquinaciones de la cábala, que tenía a Juan Duvergier de Hauranne y a Jansenio por jefes y cuya finalidad era trabajar para la ruina completa de la Religión Católica.

Tengamos el coraje de remar contra la corriente

Siguiendo las huellas de San Vicente de Paúl, San Luis de Montfort sería blanco del odio de los sectarios jansenistas a lo largo de toda su vida de apóstol de la sana doctrina.

A un amigo del sacerdocio que lo censuraba por causar contradicción, crítica y persecución en todas partes, Grignion de Montfort respondía: “Si la sabiduría consistiese en hacer que no hablen de uno mismo, los Apóstoles hicieron muy mal en salir de Jerusalén; San Pablo, al menos, no debió hacer tantos viajes, ni San Pedro enarbolar la Cruz en el Capitolio. Sin duda, semejante sabiduría no habría asustado a la sinagoga, que hubiera dejado en paz a los primeros discípulos del Salvador; pero entonces ellos nunca habrían conquistado el mundo”.

Era de otra naturaleza la sabiduría de San Luis de Montfort. “Lo que me hace decir que obtendré la sabiduría divina —afirma en una carta dirigida a la hermana María Luisa de Jesús— son las persecuciones que he sufrido y que estoy sufriendo todos los días”.

No es el discípulo más grande que el Maestro, y todo el que luche por la buena causa puede estar seguro de que el “hombre enemigo” no lo perdonará.

El jansenista de Saint-Cyran decía a San Vicente de Paúl que Dios estaba cansado de los pecados de los hombres en ciertos países, y por eso les quería quitar la Fe, de la cual se habían hecho indignos, y por lo tanto, resulta una temeridad irse contra los designios de lo alto defendiendo a la Iglesia, cuando Dios mismo había decidido perderla.

No copiemos, por nuestra debilidad y connivencia con el espíritu del mundo, este triste ejemplo de derrotismo jansenista, como tampoco el optimismo vacío de los bizantinos.

En medio de las olas encrespadas del mal que hoy amenazan la Civilización Católica, tengamos el coraje de remar contra la corriente, siguiendo el ejemplo de San Vicente de Paúl, apóstol de la caridad, y de San Luis de Montfort, el apóstol de la verdadera devoción a la Santa Madre de Dios: haciendo violencia al cielo con nuestras oraciones, nuestros sacrificios, nuestro celo y combatividad, para que a nuestro alrededor las puertas del infierno no prevalezcan contra la acción vivificante de la Santa Iglesia.

Extraído de El Legionario, No. 781, 7/27/1947

Notas

1) Jean-Ambroise Duvergier de Hauranne (*1581 – †1643).

2) René François Rohrbacher (*1789 – †1856), sacerdote e historiador francés.

3) Del latín: una lengua (cf. Génesis 11, 1).

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