Las terribles consecuencias del pecado. Parte 1

Publicado el 05/26/2022

La deshonestidad o impureza es parecida con la llama de una vela; ahora bien, o apagamos la llama, o sea, desistimos del vicio, o entonces acabamos la vela, o sea, extinguimos la propia vida.

Padre Luis Chiavarino

Discípulo Padre, usted decía también que la impureza es un pecado que trae horribles consecuencias?

Maestro¡Lamentablemente es así! Las deshonestidades quitan las fuerzas para emprender cualquier obra generosa. Sansón, que era el más fuerte de los hombres porque Dios le había dado una fuerza extraordinaria, se entregó a un amor impuro y se convirtió en el juguete de Dalila, compañera de sus pecados; en tres ocasiones, ella lo traicionó y lo vendió a sus enemigos.

Las deshonestidades idiotizan la mente. Salomón, el más sabio de todos los reyes se perdió junto a las mujeres amalecitas y abandonando a su Dios, se entregó a la idolatría.

Las deshonestidades vician el corazón de Enrique VIII, el más cristiano de los reyes; habiéndose apasionado por Ana Bolena, repudia a su esposa la Reina Catalina de Aragón, abandona la Iglesia Católica, hace de Inglaterra una nación protestante y muere excomulgado por el Papa.

La impureza o deshonestidad hace perder la fe. Si gran número de cristianos no creen y no tiene fe, es por esta causa. De hecho ¿Cuándo es que la juventud comienza a dejar la oración, a abandonar la Iglesia y los Sacramentos? Justamente, cuando comienza a frecuentar las malas compañías, cuando se juntan a las malas conversaciones la impureza. No hace mucho tiempo, me encontré con un médico conocido mío y lo reprendí suevemente por no practicar la religión.

El médico me respondió

¡Haga con que yo me case y me convertiré en un católico practicante!

Y lo que me confesaba era verdad: si no tenía fe era por causa de la impureza.

La impureza o deshonestidad es la causa de los crímenes más hediondos. Las deshonestidades arruinan la salud, disminuyen las fuerzas, acortan la vida. La existencia de tantos jóvenes débiles, de tantas enfermedades, de tanto envejecimiento precoz, la multiplicación de hospitales para los raquíticos, para los dementes, para los abandonados, existen para testimoniar cuantos daños causa la impureza, incluso a la salud.

En la Guyana y en América del Sur, existe un animal llamado vampiro, que chupa la sangre de los hombres mientras están dormidos y cuando ya está saciado, huye dejando la vena abierta, lo que frecuentemente causa la muerte. Pues bien, las deshonestidades chupan la sangre, disminuyen las fuerzas, acaban la vida de quien se torna esclavo de ellas.

La deshonestidad o impureza es parecida con la llama de una vela; ahora bien, o apagamos la llama, o sea, desistimos del vicio, o entonces acabamos la vela, o sea, extinguimos la propia vida.

¡Pero cuántos hay que no quieren creer y pierden la juventud, pierden la salud, la paz y la alegría para ir al encuentro de una muerte precoz y deshonrosa!

Piensan que van a coger y gozar del perfume de las rosas, cuando en realidad no traen sino espinas venenosas.

Y, hablando de rosas, mira este hecho histórico.

Las rosas de Heliogábalo

Heliogábalo, emperador romano, sospechando una traición de sus generales y cortesanos, pensó en castigarlos de un modo terrible. Haciendo los preparativos para esto en el mayor secreto posible, los invitó a un suntuoso banquete. Al final de la fiesta, cuando más expansiva es la alegría, cuando las músicas tocan las notas más alegres, es en este momento que aparece la gran sorpresa… Se abre el techo de la gran sala y de lo alto comienza a caer una lluvia leve de rosas lindas, perfumadas y frescas. Mientras tanto, el emperador sale sin ser visto por los invitados. Ante tal novedad, el placer llega al auge y se transforma en delirio; todos se levantan gritando, “¡Viva Heliogábalo, viva el emperador!” Y se deleitan con las rosas, las toman entre sus manos y se adornan con ellas.

Se abren herméticamente las puertas y la lluvia de rosas continúa, volviéndose tan copiosa y fuerte que llega a cubrir las mesas y los invitados pierden el sentido por causa del perfume asfixiante. Buscan una salida, pero las puertas están cerradas y las ventanas cubiertas por rejas de hierro.

Demasiado tarde descubren el engaño, muriendo todos sofocados por el perfume y el peso de aquellas bellísimas rosas.

Discípulo — Padre, ¿Es esa la triste historia de quienes se entregan a los placeres de la impureza?

Maestro¡Así es! Infeliz la juventud que engañada por el perfume lascivo y seductor de tales rosas, pasa sus años más bellos gritando: amor, amor. El amor, o sea, el vicio se transforma en veneno que castiga terriblemente.

Yo mismo conocí a un joven fuerte, saludable y bien dispuesto que entregándose a ese vicio ,a los 17 años murió de una muerte rabiosa y llena de horribles convulsiones que despertó pavor en todos los que lo rodeaban. Su cadáver tomó un aspecto tan deforme, su fisonomía se volvió tan horrenda que los propios familiares no tenían coraje de mirarlo; los pocos que pudieron entrar en la habitación afirmaban nunca haber visto algo tan aterrador y horroroso.

Otro joven entregado a la impureza o deshonestidad murió. De su cuerpo horriblemente hinchado emanaba un mal olor tal, que fueron obligados a sacarlo de la casa antes de tiempo. Ni los compañeros más valientes consiguieron llevarlo al cementerio por causa del olor tan nauseabundo y fue necesario cargarlo en una carroza tirada por un jumento. La habitación donde murió tuvo que ser desinfectada varias veces antes de que alguien pudiera volver a usarla.

Se cuenta también el caso de una joven habituada a practicar actos impuros que después de una muerte aparentemente cristiana, fue vestida de blanco por su madre y hermanas.

La adornaron con flores y la colocaron en la cama con un crucifijo en las manos, con el fin de que sus amigas pudiesen verla por última vez y rezar por ella, según era costumbre.

Pero ¡Oh prodigio! El crucifijo salió del lugar y por más que lo intentaban poner en las manos de la muerta, todo era inútil: lo encontraban siempre tirado en la cama. Jesús no quería quedar en esas manos que habían servido para el pecado.

Discípulo¡Usted cuenta cosas cada vez más horripilantes! Pero ¿Entonces no habrá más salida para quien tuvo la infelicidad de estar en ese camino?

Maestro — Sí, existe un modo de reconocer sus faltas y enmendarse. Esto consiste en:

1.° — Una voluntad firme.

2.° — Eliminar y ahuyentar las ocasiones.

3.° — Recibir los Sacramentos.

Tomado del libro Confesaos bien

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