Las terribles consecuencias del pecado. Parte 2

Publicado el 05/27/2022

Padre Luis Chiavarino

Maestro Es sobre todo en una firme voluntad que consiste el reconocer las faltas y enmendarse.

San Agustín llevó una vida de libertinaje hasta los treinta años, pero cuando abrió los ojos, sintió tanta vergüenza que se convirtió, abandonó los placeres y las locuras de la juventud, llegó a ser sacerdote, obispo, santo y un célebre doctor de la Iglesia.

Lo mismo le sucedió a San Ignacio de Loyola, que con treinta años se aburrió de la vida que hasta entonces tenía: y con una voluntad llena de firmeza y resolución, fue corriendo a tocar las puertas de un convento donde hizo duras penitencias; lavó las culpas pasadas y fundó la Orden de los Jesuítas, de quien es gloria y orgullo.

San Camilo de Lelis de la noble familia de los Abbruzzill, muy joven se entrega a las diversiones y placeres mundanos, pero a los veinticinco años toma los hábitos y consagra a Dios y a María Santísima su vida en favor de los enfermos y de los moribundos.

¿Qué diremos entonces de una “Magdalena” penitente? ¿De una Pelagia o de una Santa Margarita de Cortona, que de vasos de corrupción y de escándalo se transformaron en lirios celestiales? La voluntad llena de resolución fue suficiente para salvarlas

En segundo lugar, eliminar y ahuyentar las ocasiones próximas de pecado. Aquí también los santos nos enseñan.

Santo Tomas de Aquino, joven elegante y de noble familia es encerrado en una torre y allí es tentado por una mujer infame. No teniendo otro medio de librarse de ella, toma de la chimenea un tizón ardiente de carbón y gritando dice:

¡Salga, salga o la quemo!, consiguiendo así la fuga de la inescrupulosa tentadora.

San Francisco de Sales era también noble y elegante. En cierta ocasión cuando estudiaba en Padua y tenía dieciocho años, una joven de esas que no son muy serias, se atrevió a abrazarlo maliciosamente. ¿Y que hizo entonces? Escupiendo en la cara de la impúdica mujer le dijo: “Apártate misionera de Satanás”.

El joven Dióscoro, después de vencer todas las insidias de los enemigos de su fe, fue amarrado en una cama de rosas imposibilitado completamente de librarse de quien lo quería inducir a pecar. Encomendándose a Dios y cortando su lengua con los dientes, la escupió en el rostro de la miserable tentadora que rociada por la sangre de un mártir, huyó horrorizada, lloró y se convirtió.

Discípulo¡Pero Padre, todos esos eran santos!…

MaestroEn aquel tiempo aún no lo eran; ellos se convirtieron en santos después de actuar como lo hicieron. Incluso aun sin ser santos podemos y debemos ser corajosos, basta ser católicos.

Escucha esto: una joven que conozco devolvió en un sobre cerrado una tarjeta a un soldado libertino diciéndole:

¡Eso es indigno de mí como católica e indigno de ti, como soldado!

Otra joven, en respuesta a ciertas cartas libertinas de su novio, le escribió

¡Nunca me casaré con un hombre deshonesto! ¡Desde hoy, está todo terminado entre los dos!

Tranvía en Turín, Italia

No hace mucho tiempo que en Turín, en el apretujamiento de una estación de tranvía, un gorducho lascivo tomó ciertas libertades con una jovencita decente. La joven se volteó desdeñosa y sin mediar palabra le dió una valiente bofetada diciendo bien alto:

— ¿Desea que le diga por qué lo hice?

Muchas gracias pero no es necesario, respondió el hombre que salió apresuradamente con el pañuelo en la nariz.

Discípulo¡Muy bien, esta joven se merece una medalla!

Maestro Una medalla igual merece esta otra joven conocida mía también. En cierta ocasión, un tipo maleducado le susurró al oído no se qué trivialidad. Sin pérdida de tiempo, la joven le dio dos sonoras bofetadas diciéndole:

Estaré siempre dispuesta para repetirlas.

Discípulo — Muy bien hecho. Si todas se comportasen así quedarían libres de los sinverguenzas, ¿No es así Padre?

Maestro ¡Así es! Del ocio también debemos huir. Ay de los ociosos, pues es justamente en los momentos de ocio en los que el demonio impuro intensifica sus asaltos y aumenta sus víctimas.

Discípulo¿Entonces el demonio tiene que ser tratado con salivazos y bofetadas?

Maestro¡Justamente! Y en tercer lugar, para podernos librar de las impurezas, es necesario frecuentar los sacramentos: la confesión semanal semanal, cada dos semanas, o por lo menos mensual y la Comunión lo más frecuentemente posible.

En los Sacramentos el demonio impuro es desenmascarado y vencido. No hay nada a lo que él más tema porque nada le es más mortífero. Dice San Felipe Neri y con él, San Juan Bosco: “¡Es imposible que alguien que frecuente y reciba bien los Sacramentos de la Confesión y la Comunión, continúe cometiendo impurezas!”.

El mundo no puede creer en la castidad de tantos millares de sacerdotes, religiosas y religiosos. No se convence que esta flor de la juventud pueda conservarse pura y casta en medio de una corrupción tan grande; ¿Pero, sabes por qué?

Porque el mundo no comprende la fuerza de los Sacramentos: porque no sabe no no quiere saber que todos ellos se purifican con frecuencia en la Sangre de Jesús con la confesión y se nutren más frecuentemente con su Cuerpo Santísimo en la Comunión.

Hace pocos años, un joven abogado decía en tono de broma a un amigo sacerdote:

¡Yo creo en su fe, admiro a su abnegación, pero no puedo creer en su honestidad en el celibato!

El celoso sacerdote tocado en un punto así de delicado respondió:

Pues bien, experiméntalo y verás.

¿De qué manera puedo esperimentarlo?

Frecuenta la Confesión y la Comunión.

Cambiaron de conversación, pero volvieron al mismo asunto muchas veces y al cabo de seis meses, el elegante abogado cambiaba la toga de tribuno por el hábito de seminarista, siendo ahora un sacerdote y excelente predicador y defensor infatigable de la honestidad y del celibato eclesiástico. Lo experimentó y fue vencido por esos Sacramentos milagrosos.

Discípulo¿Padre, la honestidad, o sea, la pureza, trae ventajas consigo?

MaestroMuchas y muy nobles: la pureza es como un lirio que se eleva encima de todas las flores por el perfume y por el candor; ella nos torna señores de los tesoros de Dios. El hombre puro es honesto, se siente y se muestra siempre tranquilo: no teme a las calumnias ni sospechas; no se siente unido ni siendo esclavo de otras personas; goza de una paz íntima, inestimable.

Su vida es plácida y su muerte serena. Tiene inmensa esperanza, esto es, tiene la certeza de la salvación eterna: su premio, su gozo en el Paraíso son muy especiales.

Termino con un ejemplo histórico:

El célebre músico Mozart a los veinticinco años había alcanzado el apogeo de su gloria.

El 27 de enero de 1881 cuando cumplía veinticinco años, estando en la ciudad de Milán donde fue recibido triunfalmente y pudo decir a la asamblea que lo homenajeaba estas palabras textuales:

Juro delante de Dios que, en toda a mi vida, nunca cometí ningún acto contra la pureza, este es el secreto de dos mis sucesos e de mis triunfos… Se sentía puro y se sentía grande. ¡¿Cuántos habrá que puedan decir lo mismo?!

Tomado del libro Confesaos bien

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