Lecciones de las aves del cielo

Publicado el 01/13/2022

A fin de enfrentar mejor las dificultades del viaje, las aves migratorias se turnan en el liderazgo de su disciplinada formación. ¡Qué ejemplo para nosotros!

Hna. María Beatriz Ribeiro Matos

Los retos, los peligros, los esfuerzos siempre existirán en esta vida terrena. Pero no sólo para el ser humano, sino también para los animales, a los cuales la Divina Providencia ha beneficiado con admirables instintos para que puedan hacer frente a dichos
obstáculos y que pueden aportarnos valiosas lecciones. Por eso decía el santo Job: “pregunta a las bestias y te instruirán; a las aves del cielo, y te informarán” (12, 7).

Esto es lo que ocurre cuando contemplamos esas majestuosas formaciones en “V” que cortan el azul del cielo con su avance vigoroso, dibujadas por bandadas de aves migratorias que en la invernada, por ejemplo, buscan un clima más apropiado en las regiones cálidas del sur del globo.

Además de ser hermosa, esa disciplinada formación, que conservan durante todo su largo viaje, obedece a un principio de la sabiduría del Creador: el aleteo del pájaro situado en el vértice genera un movimiento de aire que es aprovechado por los dos que están inmediatamente detrás de él, ayudándoles a reducir el consumo de energía. Lo mismo pasa sucesivamente con el resto de integrantes de la bandada. De este modo, el  esfuerzo que hace el que está delante beneficia a los que le siguen.

Para enfrentar mejor los vientos, las corrientes de aire y las dificultades del desplazamiento, numerosas aves se turnan en esa tarea. Así, después de cierto tiempo manteniendo tan fundamental posición, quien lideró la formación retoma sus fuerzas ocupando un sitio diferente en el que el esfuerzo es menor.

No es difícil de entender la lección que esas aves del cielo nos dan, principalmente si tenemos en cuenta que estamos en constante “migración” por este valle de lágrimas, que es la tierra.

Si de hecho amamos a Dios, hacia Él nos dirigiremos con confianza y alegría sin dejarnos abatir por las vicisitudes del camino y desearemos igual felicidad para nuestros semejantes.

Lo cual a menudo significa que hemos de tomar la iniciativa de animarlos, conforme enseña el Apóstol:

“No nos cansemos de hacer el bien, que, si no desmayamos, a su tiempo cosecharemos. Por tanto, mientras tenemos ocasión, hagamos el bien a todos, especialmente a la familia de la fe” (Gál 6, 9-10).

Indudablemente, cuando las tempestades de la tribulación se precipitan sobre alguien, una palabra o un gesto de consuelo puede aliviar el peso de su infortunio. Sin embargo, es más importante que estemos preparados para enfrentar los escollos y peligros del largo viaje y, cuando sea necesario, nos adelantemos con gallardía para abrir camino, permitiendo que los demás avancen más decididamente rumbo a la Patria eterna.

Si somos generosos en esa tarea, sin temer las dificultades y los
sufrimientos de quien está llamado a liderar, entonces nuestra “bandada” avanzará sin experimentar las amarguras del egoísmo, a ejemplo de María Santísima que incluso en
los terribles momentos de la Pasión fue guía y sustento de la Iglesia naciente.

Con el auxilio de esta Madre, que es Fortaleza de los débiles, siempre estaremos animados y animando, y cuando alcancemos nuestro destino final recibiremos la recompensa de los que “enseñaron a muchos la justicia, [resplandeciendo] como las estrellas, por toda la eternidad” (Dan 12, 3)

Tomado de la Revista Heraldos del Evangelio n° 162; pp. 50-51

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