Libre albedrío, libertad y esclavitud

Publicado el 11/12/2021

La libertad es un don que los seres inteligentes recibieron de Dios para elegir entre varias formas de bien, de verdad y de belleza. Pero si eligen el mal, el error y la fealdad moral, ¿siguen siendo libres? ¿Qué es la libertad?

Pensemos en un restaurante de fino y variado menú, que pone a nuestra disposición platos exquisitos y bebidas de todo tipo. Eligiendo lo que más nos gusta, estaremos usando un precioso don concedido por Dios a los ángeles y a los seres humanos: la libertad de optar por lo que más nos conviene según nuestra naturaleza.

Mientras esperamos la llegada de los manjares, descubrimos en una mesa próxima a un hombre que se pasó de copas hasta perder el control, comenzando ya a vociferar cosas inconvenientes. Un pensamiento cruza nuestra mente: es otro ejemplo de libre albedrío. El pobre hombre no hizo más que usar la libertad que lo asiste, prefiriendo la borrachera contra la sobriedad… A fin de cuentas, es libre.

Cada uno elige lo que quiere y nadie debe interferir. Este razonamiento es erróneo. “¡¿Erróneo?!”, protestará alguno.

“¿Entonces usted puede elegir entre diversos platos y bebidas, mientras le niega a su vecino la libertad de embriagarse? ¿Qué entiende usted por ‘libertad’?”

La pregunta de mi supuesto y exaltado interlocutor no ha sido bien formulada. Mejor debiera preguntar qué enseña la Santa Iglesia Católica, nuestra madre y maestra, con respecto a la libertad. Es un hecho que su recomendación se adecuará a la justa razón y será lo mejor para nuestra naturaleza humana.

En aquel episodio imaginario, ¿hay diferencia entre nuestra conducta y la del borracho? Elevando el asunto a términos doctrinales, ¿el hombre es verdaderamente libre, moralmente hablando, de elegir entre el bien y el mal, o tan sólo de elegir entre distintas formas de bien?

La libertad del animal irracional

Son casi las 11 horas de una mañana soleada, y un gato salta del muro a la cocina del vecino, porque vio en la despensa unos suculentos trozos de carne que esperan a ser cocinados para el almuerzo. El animal no se depara con problemáticas morales, meditando si está bien o mal “robar” esa carne. Se mueve con rapidez mientras se le hace agua la boca, salta por la ventana y arrebata el blanco de su apetito, volviendo luego a sus feudos.

Después de saborear con calma el botín, se acicala, se rasca y busca un rincón para descansar. No sentirá ningún peso de conciencia ni la necesidad de acudir a un sacerdote para confesarse. Muy al contrario, dormirá una buena y prolongada siesta.

Tal es la libertad de los animales irracionales. No tienen leyes que repriman sus apetitos, porque son incapaces de conocerlas.

No es la misma libertad que cabe a los seres racionales como el hombre (y el ángel).

Papa León XIII

“Al paso que los animales no obedecen sino a los sentidos y no los impele más que el instinto natural de buscar lo que les sea útil y evitar lo que pueda serles perjudicial, el hombre tiene, en cada una de las acciones de su vida, la razón para guiarlo”.

Así se expresa el Papa León XIII en su célebre Encíclica “Libertas Præstantissimum”,sobre la Libertad Humana, publicada en 1888, época en que estaba de moda acusar a la Iglesia Católica de ser contraria a la libertad.

Hoy en día hay una creencia generalizada al respecto del libre albedrío y la libertad, difundida por ciertas escuelas filosóficas no católicas, que discrepa de la doctrina definida por el Magisterio de la Iglesia Católica. Muchas personas se encuentran tan malamente informadas sobre el asunto, que no conciben siquiera dicha discrepancia.

Sin embargo, la enseñanza católica no deja lugar a dudas: para el hombre, ser racional, no es lícito actuar como un animal irracional.

Tenemos la libertad natural de elegir lo que nos place entre los bienes de este mundo, de acuerdo a nuestra conveniencia. Por ejemplo, preferir esta o esa bebida, tal o cual comida, como ya dijimos en el ejemplo inicial.

Se trata de materias que sólo remotamente están relacionadas con la Ley de Dios (de algún modo lo están, pero eso sería tema de otro artículo).

Esta libertad se llama natural porque la razón demuestra su armonía con nuestra naturaleza humana.

El libre albedrío debe obedecer a la razón

El libre albedrío es la capacidad que tenemos para elegir aquello más perfecto, según nos enseña Santo Tomás de Aquino

Se oye decir a mucha gente que el libre albedrío es la libertad de elegir entre el bien y el mal, la verdad y el error, la belleza y la fealdad estético-moral.

Se engañan. De hecho tenemos la capacidad de optar por lo incorrecto, pero al proceder en ese sentido abusamos de la libertad que Dios nos concedió, en vez de emplearla justa y ordenadamente. Además, caemos en un equívoco de interpretación sobre el libre albedrío.

Explicaciones muy claras a este respecto las encontramos en diversas fuentes católicas, cuya consulta nos proporciona enseñanzas que serán útiles para llevar bien nuestra vida.

León XIII, por ejemplo, en la referida Encíclica dice en qué consiste el don de la libertad, dado por Dios a los seres dotados con inteligencia: “Considerada en su naturaleza, esa libertad no es más que la facultad de elegir entre los medios apropiados para alcanzar un determinado fin. En este sentido se dice que quien tiene la facultad de elegir una cosa entre varias otras es señor de sus actos”.

Nótese que la referida libertad no supone el derecho de elegir un fin ilícito o un medio ilícito para lograr determinado fin, sino tan sólo de elegir entre varios medios legítimos para llegar a un fin legítimo. Sólo esto puede considerarse un genuino ejercicio de la libertad humana.

Cabe, pues, la pregunta: ¿qué es libre albedrío? León XIII explica que “el libre albedrío es un atributo de la voluntad, o mejor, es la voluntad misma, considerando su facultad para elegir entre sus actos”. Con todo, nuestra voluntad requiere la luz de la inteligencia.

Vale decir, cuando queremos tomar una decisión, primero debemos juzgar mediante la razón si se trata o no de un bien real, para obrar finalmente según la conclusión obtenida.

Así, el ejercicio del libre albedrío se realiza optando entre varios bienes que nuestra inteligencia admite como legítimos.

En palabras de León XIII, una persona nunca elige hacer o querer alguna cosa sin haber pensado antes sobre ello, aun con la rapidez del rayo: “En todo acto voluntario, la elección siempre es precedida por un juicio sobre la verdad de los bienes, y sobre cuál bien ha de preferirse a los demás. Ninguna persona sensata dudará que el juzgar es un acto de la razón, no de la voluntad. Así, pues, si la libertad reside en la voluntad, la que es un apetito obediente por naturaleza a la razón, se sigue que la libertad, como la voluntad, tiene por elemento un bien conforme a la razón”.

Al dirimir si alguna cosa es verdadera o falsa, nuestra razón se orienta por la ley natural, grabada por Dios en nuestro corazón.

Como enseñan los Doctores de la Iglesia, entre ellos san Agustín, santo Tomás de Aquino y san Buenaventura, citados por el Catecismo de la Iglesia Católica, “la ley natural no es sino la luz de la inteligencia que Dios puso en nosotros.

La ley natural es la luz de la inteligencia humana

Gracias a ella conocemos lo que debe ser hecho y lo que debe ser evitado”. Y nuestra razón nos muestra que “debe evitarse el mal y se debe hacer el bien”, “no hagas a los demás lo que no quieres que te hagan a ti mismo”, etc., axiomas bien conocidos por la filosofía ética.

Cuando alguien decide actuar en contra de su propia razón, esta última no deja de protestar (el famoso “peso de conciencia”). La persona sabe que no está actuando bien. Hasta un niño lo puede notar. Si algún pequeño saca un dulce a escondidas, cuando la madre le pregunta si él lo hizo, su primera reacción es ruborizarse de vergüenza.

Dios creó al hombre tan dependiente de la razón, que cuando se desvía del recto camino “crea razones” para justificar sus errores. Aun así, no deja de sentir de vez en cuando unos “pinchazos” de dolor de conciencia.

Pero puede pasar que la inteligencia humana se engañe, tomando por bueno lo que, en verdad, sólo tiene apariencias de bien. Por ejemplo, alguien decide ingresar en una secta cualquiera, porque sus miembros observan sus principios con más seriedad que la mayoría de los católicos. Infelizmente sucede…

Un engaño de esta clase, si ocurre, demostrará que aquella persona realmente usó su libre albedrío, pero de forma fallida. Como dice León XIII, se trata “de un defecto de la libertad, como la enfermedad es un defecto de la vida”.

Una situación mucho peor es cuando la razón nos advierte que algo está mal, pero incluso así elegimos lo malo o lo equivocado; se trata de un abuso de la libertad.

Elegir el pecado es elegir la esclavitud

Imaginemos un ejemplo. Eliana y María Paula trabajan en la misma sala de un hospital, pero se aborrecen mutuamente. Un día se comprueba un hurto.

Eliana sabe muy bien que María Paula jamás lo haría; pero no logra contenerse y aprovecha la “maravillosa” ocasión para sembrar difamaciones en contra de su colega.

¿Qué sucedió en su alma? La razón le mostró que difamar a María Paula no era lícito, sino que, por el contrario, era una buena oportunidad para realizar un acto de virtud y elogiar su honestidad.

No obstante, dominada por su mala pasión, Eliana no quiso dar
oídos a su razón y decidió practicar el mal.

¿Tiene libertad para actuar así? ¡No! Como ya vimos, es obvio que el ser humano posee la capacidad concreta de pecar, pero no el derecho a hacerlo.

Mucha gente piensa que ser libre es hacer lo que se antoje, “pisotear” (ignorar) la razón y la conciencia para realizar todas las “fantasías”, como se dice modernamente.

Error grosero e ilusión pura. Quien procede así ya no es libre; se convirtió, eso sí, en esclavo del pecado.

Son libres los que se mantienen fieles a su razón, la cual, a su vez, les indica que no deben practicar el mal, sino acatar la ley natural y la ley divina, a partir de la cual se origina aquélla.

León XIII lo prueba muy claramente. Dice: “Dios, la Perfección Infinita, siendo la Suma Inteligencia y Bondad por esencia, es también soberanamente libre, y no puede querer de modo alguno el mal moral.

Bienaventurados en el cielo

Lo mismo sucede con los Bienaventurados del Cielo, dado que contemplan el Bien supremo. Era la sabia advertencia que san Agustín y otros hacían contra los pelagianos: que, si la posibilidad de apartarse del bien perteneciera a la esencia y a la perfección de la libertad, entonces Dios, Jesucristo, los Ángeles y los Bienaventurados, que carecen de semejante poder, no serían libres, o lo serían de modo menos perfecto que el hombre en estado de prueba e imperfección”.

En otras palabras, ¿quién es más libre que Dios, Señor de todas las cosas? Sin embargo, Él, por su propia naturaleza, nunca podría elegir el mal, el error o la fealdad moral. Si la opción por el mal constituyera una forma de libertad, significaría que Dios y todos
los que están en el Cielo serían menos libres que el pecador (o que los demonios y condenados al fuego eterno), lo cual es absurdo.

León XIII cita a santo Tomás de Aquino, maestro en la materia, para demostrar que “la posibilidad de pecar no es libertad sino esclavitud”. Para llegar a esta conclusión, cita una frase pronunciada por el propio Jesucristo: “Todo el que comete pecado es esclavo del pecado” (Jn 8,34).

Dice León XIII: si alguien “se mueve según la razón, se mueve por iniciativa propia y según su naturaleza, y eso es libertad. Pero cuando peca actúa contra la razón, como si otro lo moviera y se hallara sujeto a una dominación extraña. Por eso el que comete pecado es esclavo del pecado”.

Y el mismo Papa agrega: “Hasta los filósofos paganos reconocieron esta verdad, sobre todo los que consideraban que sólo es libre quien es sabio; y, como se sabe, entendían por sabio al que había aprendido a vivir constantemente según la naturaleza, es decir, en la honestidad y en la virtud”.

Libertad de los hijos de Dios y “libertad” de los rebeldes

Para resumir, el ser humano debe actuar según su razón, por más que sus pasiones se resistan, le cueste esfuerzo y sean muy grandes los obstáculos.

La razón pide la obediencia a la ley, natural y divina, e indica que lo contrario no es libertad sino libertinaje. Tertuliano decía: “Dios no dio la ley al hombre para privarlo de su libertad, sino para manifestarle su aprecio”.

Adán y Eva

En la historia del mundo, Adán y Eva fueron los primeros en actuar contra la razón cuando cometieron el pecado original.

Confundieron libertad con independencia, y en este caso no fueron libres sino libertinos. Sus descendientes cargarán hasta el fin del mundo con las consecuencias de ese pecado, llevando una vida ardua en esta tierra, en medio de enfermedades, guerras, crímenes, etc.

Los que se rebelan contra la ley de Dios y se creen libres por negarse a obedecer, son esclavos de sus vicios y de sus pasiones desatadas.

Libres de verdad son los que se someten con amor a la voluntad divina, gozando la libertad de los hijos de Dios.

La gracia llama a los rebeldes para recordarles que son seres humanos y, en tal condición, no es lícito que adopten una falsa libertad que los asemeja a los animales.

En síntesis: libre albedrío y libertad son capacidades entregadas por Dios al hombre (y al ángel) para elegir la verdad, el bien y la belleza moral, de modo que puedan asemejarse más a Él, que es la Libertad en esencia.

Tomado de la Revista Heraldos del Evangelio n°27, octubre de 2005; pp. 18-20

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