Considerando mi género de alma, yo podría imaginar cómo sería el Cielo para mí, si hasta allá me conduce la misericordia de Nuestra Señora.
Vería a la Santísima Trinidad, a Nuestro Señor Jesucristo —Segunda Persona humanada— y después a Nuestra Señora en una altura prodigiosa, de tal manera superiores a mí que me sentiría como un grano de polvo en comparación con Ellos, pero encantado por sentirme así. No obstante, teniendo una perfección que no sería una contradicción, estando tan cerca de Ellos que considerara y amara todo exactamente como Ellos.
Entre Dios, María Santísima y yo habría una jerarquía esplendorosa y armónica de personas sucesivamente superiores, formando una verdadera corte con la participación de perfecciones armónicas que irían aumentando y a través de las cuales yo conocería mejor a Dios, por la disposición jerárquica y ordenada de todas las criaturas.
Yo estaría encantado y sintiéndome pequeño dentro de esa jerarquía, pero maravilladísimo, teniendo la impresión de que todo eso se reflejaría en mí.
Una atmósfera gravísima, serísima, majestuosísima y, al mismo tiempo —sin ninguna paradoja— afabilísima, llena de sonrisa y de condescendencia hacia mí. De manera que yo pudiese exclamar: “¡Llegué, al fin, a mi Patria!”
Esa idea no estaría completa sin la noción de una relación especial con Nuestra Señora por la cual, incluso siendo un grano de polvo, yo me encontrase tan junto de Ella que, si no fuese demasiada audacia de mi parte, desearía estar en su Inmaculado Corazón. Ese sería el Cielo para mí.
Plinio Corrêa de Oliveira, Extraído de conferencia del 11/5/1974