Llevaremos la lucha hasta la victoria

Publicado el 05/18/2022

Algunos meses antes de su muerte, al narrar ciertos episodios de su vida, el Dr. Plinio afirmó: “Aún en mi infancia, sentí a la Revolución en pie contra mí como una hiena, y comprendí que la salvación de mi alma y el futuro de todo el mundo cristiano estaban en riesgo si esa hiena no fuese derribada: resolví, entonces combatirla. Costase lo que costase, con la protección de Nuestra Señora, yo habría de luchar contra ella, y la Santísima Virgen me daría la victoria.”

Plinio Corrêa de Oliveira.

Cuando yo era niño, entre los siete y los diez años, había en mi cuarto, además de una estampa con el Sagrado Corazón de Jesús, un cuadro bonito representando a Nuestra Señora, no me acuerdo bajo qué advocación.

Dificultad con la devoción de Nuestra Señora

Pero mi devoción, debido al ejemplo de mamá, iba toda hacia el Sagrado Corazón de Jesús. Aunque yo la viese rezar también a la Santísima Virgen, por una especie de relación especial que ella poseía con el Divino Hijo suyo, Nuestro Señor Jesucristo, mamá me enseñaba a rezar mucho al Sagrado Corazón de Jesús. Ella hablaba menos de Nuestra Señora y del Inmaculado Corazón de María.

Y se formó en mí – niño dócil – un estado de espíritu en el cual yo tenía una especie de dificultad con la devoción a Nuestra Señora. Comprendía, lo encontraba bonito, pero tenía una especie de objeción contra eso. Una objeción de mal espíritu, porque en el fondo decía lo siguiente: “Se reza demasiado a Nuestra Señora. Se debería orar menos a Ella y rezar más a Jesucristo”, lo que me hacía rezar poco a Ella. Es una pésima disposición de espíritu.

Yo no sabía que la Santísima Virgen misericordiosamente me reservaba un camino especial en las vías de Ella, de tal manera que más tarde – en virtud de las circunstancias que voy a relatar de aquí a poco – mi vida acabó siendo un acto de devoción continua a Nuestra Señora y, por medio de Ella, a Nuestro Señor Jesucristo.

Los hechos sucedieron del modo más inesperado posible. En el Colegio San Luis donde yo estudiaba, los sacerdotes distribuían a cada alumno todos los meses, un boletín en el cual constaba una nota para cada materia enseñada.

Boletín de notas de Plinio

La primera materia mencionada, a muy justo título, era Religión, y después venían las otras. En cada materia había dos cuadraditos especiales: uno se refería a la aplicación y otro al comportamiento. La nota de aplicación tenía en vista premiar al alumno que aprendía bien, o censurar al que no hacía esfuerzo para aprender, siendo relajado y perezoso. La de comportamiento consideraba la conducta del alumno durante la clase: si conversaba, se reía del profesor, molestaba por medio de provocaciones y chistes a los otros compañeros.

Los alumnos deberían llevar los boletines a sus padres. En general la distribución era hecha los viernes a la tarde. El lunes, el alumno tenía que traer de vuelta el boletín firmado por el padre, y el colegio lo archivaba.

Mi conducta en clase era buena y en general las notas eran elevadas, hasta bien elevadas. En cuanto a la aplicación,había una diferencia. Ciertas materias me interesaban mucho, entonces de esas yo era un alumno bien bueno. Religión, Historia, Francés, Portugués eran materias de las cuales gustaba y me aplicaba. Pero en Geografía, Matemática, Geografía del Brasil y otras cosas de esas, yo recibía notas menos altas porque no estudiaba. Yo tenía fastidio de esas materias, no gustaba estudiarlas y concentraba lo mejor de mi esfuerzo en aquellas que apreciaba.

Pero incluso en las materias de las que no gustaba, las notas de aplicación eran soportables. En comporta miento, siendo un alumno muy calmo, tranquilo, disciplinado, gracias a Dios sacaba diez en todas las materias, que era la nota más alta.

El hombre vale por su carácter

Cuando llegaba a casa, Doña Lucilia estaba esperándome, porque ella ya sabía que aquél era el día de la distribución del boletín. Ella me preguntaba:

Hijo, ¿trajiste tu boletín?

Yo lo sacaba de mi zurrón y lo entregaba tranquilo, porque ya había visto las notas y sabía que todo estaba bien. Ella leía con atención, después en general me besaba y hacía un comentario de una materia u otra:

Matemática está muy baja. Mira si levantas esa nota el mes que viene. ¿No quieres aprender la Geografía de tu país? ¿Qué es eso?

Yo daba una respuesta cualquiera y percibía que ella no hacía de eso una cuestión cerrada. Ella a veces me decía:

Quedo especialmente contenta por la nota diez de comportamiento que siempre tienes. ¿Quieres saber por qué?

Yo decía naturalmente que quería y ella me daba siempre la misma explicación:

Nadie tiene la culpa de ser burro, tiene la culpa de ser malo. Un alumno que tiene nota baja de comportamiento no es burro, es malo, no gusta del orden, de la disciplina, del esfuerzo. Ahora, un alumno que tiene nota baja de estudios significa que es burro, no tiene culpa de no aprender aquella materia, no da para eso. Yo prefiero mil veces tener un hijo burro, pero bueno, que un hijo malo, pero inteligente, porque el hombre vale por su carácter. La inteligencia es una cosa de valor, pero secundaria. Sin inteligencia se va al Cielo, sin carácter no.

Yo oía todo aquello que me decía con afecto, y consideraba que tenía razón. Ella hacía como si no supiese si era inteligente o no. Y añadía:

Si vienes a ser un hombre burro no tienes culpa, estás perdonado, ni tengo nada que perdonar. Pero si eres un hombre malo, eso sería diferente: tu madre un hombre malo no lo tolera.

Una nota baja en comportamiento

Cierto día, después de la distribución de los boletines, abrí el mío y verifiqué que las notas estaban razonables. Sin embargo, la de comportamiento en la materia de Geografía era pésima, seis, muy por debajo de lo que Doña Lucilia toleraría.

Si una nota de comportamiento fuese nueve, ella toleraría, pero con una observación de que eso no se repita; mas un seis no lo toleraría.

Miré aquello y quedé pasmado. Pensé: “Yo no hice nada en la clase de Geografía, no tengo ninguna culpa; esto es una injusticia o un error de quien copió esas notas. Mamá ahora va a quedar indignada y no sé lo que voy a hacer. Debo sacar esa nota del boletín.”

Ahí vino la niñería, la imbecilidad. Pensé: “Preciso pasar agua encima de esa nota seis”. Después reflexioné: “Mamá verá que pasé agua y va a preguntar lo que quise esconder”. Como estaba lloviendo mucho, pensé: “Voy allá afuera, abro el boletín, cae agua de lluvia encima y después le diré a ella: “Mamá, yo quise leer el boletín en la lluvia y cayó agua en la nota de Geografía, como en otras partes del boletín, y así oculto la cosa”.

Fui hacia la lluvia, pero hubo algo increíble: llovía en torno de la nota seis, sin embargo ninguna gota de agua caía encima del seis. Perdí la paciencia, esperé que cayera una gota grande de agua y con un de-do mojé resueltamente la nota seis.

Ahí verifiqué que quedó una porquería, ella se daría cuenta y yo tendría que darle explicaciones. Y como dice la Escritura abyssus abyssum invocat – es decir, un abismo atrae a otro abismo, un error atrae otro error, una mala acción atrae otra mala acción – resolví escribir diez encima del seis con mi letra. Ella estaba harta de conocer mi letra y vería que era el auge de la infantilidad y de no saber hacer las cosas.

Prefiero todo en la vida a tener un hijo falsificador”

Doña Lucilia y Dr. Joao Paulo, padres de Plinio

A pesar de tan afectuosa y cariñosa, Doña Lucilia primaba por el celo en el cumplimiento de los deberes por parte de sus hijos y, en su rectitud, le preguntó acerca de lo sucedido. Al escuchar las explicaciones de Plinio, incapaz de mentirle a su propia madre, exclamó:

¡Así que tengo un hijo falsificador!

Afirmaba que había sido la recriminación más fuerte que recibió de Doña Lucilia. Y ella añadió en tono amenazante:

Tu padre irá al colegio el lunes para verificar lo ocurrido.

Pero, en fin, ella había dicho “falsificador” y toda aquella censura de falsificador cayó sobre mí. Y agregó:

Si tu padre al confirmar la nota y comprobar que fue una nota equivocada, estarás perdonado, pero si de hecho la nota real es seis, no vas a quedar un día más en San Pablo. Voy a mandarte al colegio de Caraça.

Yo quedé pasmado:

¿Lejos de casa, mamá?

Sí señor. No quiero tener falsificadores cerca de mí

Entonces se me vino el mundo encima. Para que mamá no me quisiera más cerca de ella se puede imaginar uno lo que eso significaba ¡Era una cosa horrorosa!

Esta escena se desarrolló un sábado por la tarde; si se comprobaba que había cometido en clase alguna acción reprensible, lo mandarían como alumno interno al Colegio Caraça, en el estado de Minas Gerais, durante un año.

El mismo Dr. Plinio comenta: «El Caraça era un internado que había en aquel tiempo en Minas Gerais, era un Colegio muy bueno, paradigma de aquel Estado de Brasil, pero en San Pablo, no sé por qué, tenía la fama de ser una cárcel para niños.Lo peor que le podía suceder a alguien era ser mandado al Caraça…

Ella me dijo:

Voy a mandarte allí, y pasarás un año sin verme y sin que yo pueda ir a verte. No creas que voy a ir a visitarte, porque madre de falsificador… no quiero saber de eso.

Cada vez que ella decía una cosa de esas, que se contrastaba con el cariño dulcísimo con que me trataba comúnmente, yo me sentía aplastado por el propio delito: ¡“Falsificador, qué horror”! Yo, sin saber bien lo que significaba, me sentía un falsificador.

Paralelamente, había hecho una mala acción, la cual no tengo motivo para contarla aquí, pero fue una acción mala. Es decir, desgraciadamente estaba atravesando días malos. Mamá no sabía de esta acción. Si hubiese llegado a saberlo, no sé donde habría ido a parar.

Tras retirarse de la presencia de Doña Lucilia sin recibir el beso de costumbre, Plinio se vio en un mar de angustia, afligido hasta lo más hondo de su alma: temía mucho que fuera enviado a un lugar tan inhóspito, pero sobre todo lo hería la hipótesis de vivir lejos de su madre. Esa posibilidad era un verdadero tormento: “Me sentía expulsado de aquel paraíso de sabiduría y cariño que era mi unión con ella”.

Por otra parte, se encontraba esos días en reñido combate, asaltado por tremendas tentaciones contra la castidad, virtud que amaba tanto y que no deseaba perderla a ningún precio. Narraba: “Me sentía (en materia de pureza) pavorosamente débil y frágil. Aunque no tenía propiamente momentos de desánimo, me parecía que me faltaba energía para la lucha”.

Misa en la Iglesia Sagrado Corazón de Jesús

Mamá le pidió a papá que viniese a hablar en su presencia. Le explicó lo sucedido, y naturalmente, a papá no le gustó nada lo que hice. Quedaron en que él iría el lunes – por tanto el primer día hábil – a preguntar en el Colegio San Luis qué había pasado. Con eso transcurrió el viernes, el sábado – tristes y aburridos para mí.

El domingo resolví ir a Misa en la iglesia del Corazón de Jesús. Tenía poco sueño y desperté temprano, cuando los domingos solía despertarme tarde.

Me levanté y fui sólo a la Misa, sin mamá, ni papá, ni mi hermana, ni nadie. Cuando llegué a la iglesia, esperaba encontrar un banco para arrodillarme y asistir a la Misa junto a la imagen del Sagrado Corazón de Jesús. Pero noté una escena diferente.

El Colegio del Corazón de Jesús era colosal, abarcaba los cuatro lados de una manzana muy grande. En aquél tiempo era un internado enorme, no sé cuántos niños cabían allí. Estaban entrando en la iglesia para asistir a Misa, que era obligatoria para todos. Entraban cantando, en fila, e iban ocupando los lugares en los bancos.

Enseguida vi que casi todos los bancos estaban ocupados y que no quedaría ninguno libre, pues los padres harían salir del banco a cualquier niño que no fuera del colegio, para dejar lugar a los alumnos. Me sentí rechazado por todas partes, por Dios y por los hombres: “Todo me sale mal, me porté mal en dos cosas, soy un falsificador, es algo horroroso, me voy a apretar en esta esquina de la nave lateral – en el lado derecho de quien entra en la iglesia – y aquí voy a quedarme en el fondo. En este lugar, la misericordia de Dios aún mira para un miserable falsificador que aquí puede rezar durante la Misa”.

Los niños empezaron a cantar, el sacerdote entró, comenzó la celebración de la Misa, que continuó normalmente. A causa de las columnas no conseguía ver al sacerdote ni acompañar sus movimientos; me levantaba y arrodillaba imitando a los fieles.

Una imagen blanquísima de Nuestra Señora

Imagen de María Auxiliadora ante la cual Plinio rezó en su aflicción

Tampoco podía ver la imagen del Sagrado Corazón de Jesús. La única imagen que podía ver era la de Nuestra Señora, de mármol blanquísimo.

María Santísima tenía al niño Jesús en un brazo, y en el otro llevaba el cetro para indicar que era Reina por ser Madre del Hombre Dios. Nuestra Señora, por lo tanto, mandaba en todo el mundo, y todo cuanto Ella quisiese, Dios lo haría. Ella participaba, de algún modo, de su Omnipotencia. El Creador que la quiere como a Su Madre. Yo podía imaginar cómo Dios la amaba, imaginando cuánto yo quería a mi madre.

Pensé: “Si yo que soy finito y un trapo, amo tanto a mi madre, tanto, tanto… imagine cómo Dios, que es infinito, amará a Su Madre”. Pero calculen también: cómo es Nuestra Señora para que Dios la haya escogido por su Madre, que haya querido encarnarse en Ella, pasando por un período de gestación en su claustro bendito, y después, a través de Ella, haber nacido para salvar el mundo, es algo extraordinario.

¡“Ella debe ser formidable”!

Por un juego natural de ideas, me vino a la mente que si yo, un falsificador, me dirigiese al Sagrado Corazón de Jesús, no sería atendido, pero que si lo pidiese por medio de Ella, sí sería atendido. Porque así como yo hacía todo cuanto mamá quería, también Él haría todo cuanto su Madre deseaba.

Ahora bien, la Madre de Dios tendría – como ya dije – la influencia junto a Él, parecida con la que mamá tiene sobre mí, y por lo tanto, lo que Ella pidiese, Dios lo haría. Pero como era Madre, Ella querría no como un padre quiere a un hijo, sino como una madre quiere a un hijo. Papá me quería de un cierto modo, pero otra era la forma de mamá quererme. Dios es Padre, infinito, perfecto, pero Ella tenía más pena de mí, más misericordia, era más accesible.

Mientras pensaba así, mirando a la imagen de Nuestra Señora, no ocurrió ningún milagro, pero, sin que hubiese en el rostro de mármol de la imagen el menor movimiento, algo pasó, por lo que tuve la impresión de que Ella me miraba llena de bondad y con mucha pena de mí.

Por una cierta sonrisa que sus labios no definieron – los labios no se movieron, la imagen es de piedra, no puede moverse – tenía la impresión de que Ella sonreía. Y sonreía como quien me conoce: “Es Plinio, hijo de Doña Lucilia y del Dr. Juan Pablo”, y Ella me miraba con una misericordia y una bondad especiales.

Plinio, un niño de excepcional corrección en las clases

El hecho produjo en mi alma una verdadera conmoción. Entonces comprendí quién era Nuestra Señora y su papel junto a cada uno de nosotros, no sólo cuando procedemos bien, sino cuando nos comportamos mal. Cuando somos buenos, Ella es una Madre indeciblemente buena hacia el hijo. Es una efusión mutua de afectos y cariños, enormemente mayor cuando descienden a nosotros, que cuando suben de nosotros hasta Ella. Pero en cierto momento, los dos afectos se encuentran, y es como si fuesen un arco voltaico, un arcoíris, camino del Cielo.

Entonces, sin oír ninguna voz – como ya dije, no hubo milagro ninguno – algo me dijo en el interior de mi alma lo siguiente: “Confía, Nuestra Señora rezará por ti, todo se resolverá, y la relación con tú mamá se restaurará. Este asunto va a pasar porque María Santísima lo pidió”.

Volví a casa y encontré a doña Lucilia sin haber cambiado. Y no podría ser de otra manera, porque sólo iba a tomar conocimiento de la solución del caso del boletín al día siguiente. Para mí, lo que me importaba era ella. Si Doña Lucilia estaba contenta conmigo, el mundo estaba contento; Si no lo estaba, el resto no valía nada.

Colegio San Luie en la época en la que estudió Plinio

El lunes, mi padre fue al Colegio San Luis. De repente entró en casa con una cara calmada, segura y tranquila. Le miré – y ni siquiera notó que me encontraba cerca – y me dí cuenta de que estaba preocupado con el llavero que no funcionaba bien. Pensé: “Si está pensando en el llavero, es porque no está preocupado conmigo; luego todo fue bien”.

Mi padre era de Pernambuco, y los antiguos pernambucanos, tenían la costumbre de llamar señoras a las esposas. Se aproximó de Doña Lucilia y dijo:

Señora, aquí está el boletín de su hijo.

Mamá lo cogió enseguida y preguntó:

¿Qué pasó?

Él respondió:

El Padre Rector, director del Colegio con el que conversé, se rió mucho cuando vio el borrón que Plinio hizo en el boletín. Después me dijo que debió de haber un error de transcripción, porque Plinio era en general de muy buena educación y de un comportamiento excepcional en las clases. Sucede que siempre es posible que un niño pueda hacer alguna cosa mala.

Y afirmó:

Si el padre dio esa nota, voy a hablar con él para saber cuál es el motivo”.

Después de algún tiempo, el Rector volvió con el boletín en la mano, en el cual escribió una nota diciendo que hubo un error de la secretaria que lo copió. Que la nota que el padre diera a Plinio era 10.

Estaba todo resuelto y el cielo azul…

Poniendo atención en las palabras del “Dios te Salve”

Mientras yo estaba en la iglesia el domingo, rezando a Nuestra Señora, y no sabiendo qué decir, recé una Salve. Fue la primera vez que presté atención a esta oración. El texto me pareció lindísimo – e incluso una verdadera obra maestra – y bien convenía para mi situación.

Aquellas palabras se podían adecuar a un niño travieso y amenazado de ir a una especie de penitenciaría, como yo lo imaginaba. En la aflicción en que estaba, las palabras me convenían perfectamente.

Salve” en latín es un saludo, como quien dice “buenos días” o “te saludo”. Pero yo no sabía eso. Pensé que “salve” quería decir “sálvame” Diciendo “Salve Regina”, entendía: “Salvadme Reina de es- te apuro”.

Entonces, pedía con un deseo enorme de ser atendido: “Madre de misericordia”. Yo pensaba:

¿Ves? Mamá es tan buena, yo la quiero tanto, pero Nuestra Señora es mejor que ella”.

Esto es la pura verdad. Nuestra Señora es incomparablemente mejor que el más santo de los hombres y el primero de los Ángeles. Nuestro Señor no hizo ninguna criatura igual a Ella. María Santísima es un escalón intermediario entre Dios y toda la Creación. Están los hombres, los Ángeles, después Nuestra señora en un punto supremo y más elevado que todos, e infinitamente por encima de Ella está Dios. Es decir, nosotros no tenemos ni idea de quién es Nuestra Señora.

Ahora bien, esa noción de que era una persona excelsa yo la tenía, pero no la de su bondad y misericordia. Todo esto me hacía tener la idea siguiente: “Mira cómo la Iglesia trata a la Santísima Virgen. Dice que Ella es nuestra vida, dulzura y esperanza. ¡Qué belleza! Entonces, Nuestra Señora es nuestra vida, esa criatura tan única que nadie se compara a Ella. Madre de Nuestro Señor Jesucristo, Esposa del Divino Espíritu Santo, Hija del Padre Eterno, Ella es la Madre de la Misericordia. Madre, ya indica la idea de misericordia, pero, Madre de Misericordia, es una madre completamente hecha de misericordia”.

Pensaba: “De alguna manera también puede decirse esto de mi madre, pero cuán menor es ella que Nuestra Señora. Cuanto mayor es Ella, más perfecta, más incomparable; nadie es igual a María Santísima. ¡Ah, ya sé! Es con Ella con quien voy a arreglar mi vida”.

Y realmente en casa, todas las cosas se arreglaron. Después, con el paso de los años, a veces bromeaba con Doña Lucilia sobre lo del Caraça y su hijo falsificador. Ella sonreía, porque yo bromeaba con mucho cariño, mucho respeto, de hecho, el asunto se perdió en los tiempos, pero una cosa quedó: la devoción a Nuestra Señora.

Aplausos entusiasmados del público católico

Todo sucedió antes del período en el que, aún en mi infancia, sentí la Revolución enfrentándome como un león – o peor aún, como una hiena – y comprendí que la salvación de mi alma y el futuro de todo el mundo estaban en peligro si esa hiena no fuese derribada; entonces decidí combatirla.

Costase lo que costase con la protección de Nuestra Señora, debería luchar contra ella y la Santísima Virgen me daría la victoria. Fue transcurriendo, mi vida y tuve ese comienzo de lucha con la Revolución en el Colegio San Luis. Me hice joven Acudí al Congreso de la Juventud Católica en 1928, ingresé en la Congregación Mariana de Santa Cecilia. Después vino la fundación de la Liga Electoral Católica y mi elección como el dipuado más joven y votado del Brasil.

Precisamente, cuando estaba en ese auge, ejerciendo un liderazgo enorme sobre todo el movimiento católico del país, las cosas llegaron a tal punto, que siendo aún muy joven era continuamente invitado para hacer conferencias y discursos por todos los rincones del Brasil; el público católico adquirió un tal entusiasmo y preferencia por mí, que hacía cosas que me dejaban pasmado.

Por ejemplo, yo no era muy puntual, y a veces llegaba atrasado incluso a la conferencia que debía pronunciar, pero el público era benevolente, y no sólo perdonaba mi atraso, sino que incluso me recibía con manifestaciones de agrado y entusiasmo muy grandes. Cuando entraba, a veces iba corriendo desde al automóvil hasta el palco para compensar mi atraso. Poco antes de llegar al palco, dejaba de correr y andaba con paso normal. Cuando entraba,

el auditorio entero se levantaba para aplaudir.

Discurso en homenaje a San José de Anchieta

San José de Anchieta

Sin embargo comencé a notar una cosa que me dejó perplejo. Dentro del medio católico comenzaron a aparecer maledicencias sobre mí, como, por ejemplo, que estaba haciendo un número insuficiente de discursos en la Asamblea Constituyente, cuando más debería hablar; que yo trataba a los diputados anticatólicos con una dureza que rayaba en la brutalidad, y otras cosas por el estilo.

Ahora, el Cardenal Leme, Arzobispo de Río de Janeiro, envió un mensaje a los diputados católicos diciendo que esperaba que no hiciéramos discursos, para no comprometer el arreglo que había hecho con todos los diputados de la Asamblea Constituyente, para aprobar todo lo que la Iglesia quería. Según él, todo estaba acordado y no había lugar a dudas. Que por esto no nos moviéramos.

Así que debía quedarme quieto. Si fuera a hablar, cometería una irreverencia contra la autoridad de la Iglesia que lo ordenó. De manera que sólo cuando se presentase una buena ocasión que podía justificar que fuese indispensable hablar.

Se dio por ejemplo, el cuarto centenario de Anchieta. y yo alegué que era necesario que hablara un diputado católico, porque Anchieta era una gran personalidad en el mundo católico, y que yo, diputado por San Pablo, ex alumno de los jesuitas – Anchieta era jesuita – tenía derecho a hablar. El Cardenal Leme estuvo de acuerdo y pronuncié un discurso.

Con voz de trueno, replicó a un diputado comunista

En otra ocasión, hablaba desde la tribuna un diputado comunista llamado Zoroastro de Gouveia. En cierto momento él dio a entender más o menos la siguiente idea: el católico no podía ser un buen patriota porque dependía del Papa, el cual para los católicos es una potencia extranjera y, por tanto, todo católico estaba dispuesto a traicionar a Brasil en favor de la Iglesia.

Me puse de pie, y desde la primera fila que distaba dos pasos de la tribuna, hablé con una voz verdaderamente retumbante:

Señor Diputado, vengo a expresar mi más categórica e indignada protesta contra el infame insulto que Vuestra Excelencia acaba de arrojar al rostro de los católicos…

Y troné contra él. La Cámara estaba terminando su trabajo del día, los diputados dormitaban y algunos susurraban. Cuando salió ese ruido, todos se levantaron:

¿Qué ocurre?

El Zoroastro de Gouveia quedó atónito con todo aquello, sin saber cómo responder. Entonces dijo alguna cosa, protesté una vez más y salió de la tribuna.

Ese episodio dejó tal recuerdo en quienes lo presenciaron, que unos treinta años después tuve que ir a la Cámara de los Diputados, en Brasilia, a llevar una protesta de los propietarios rurales contra la Reforma Agraria que ya se quería implantar en ese momento. Allí nos indicaron que entregásemos la protesta al secretario de la Cámara para que él la remitiese al Gobierno.

Cuando llegamos, nos saludamos y le entregamos esa protesta. Empezó a tomar notas – labores de burócrata – y en un momento me miró.

Pensé: “Ya puedo ver lo que hay en la cabeza de este hombre…” Paró el

trabajo y me preguntó:

Dígame una cosa, ¿alguna vez usted fue diputado?

Fui.

¿No fue usted quien le dio esa desaprobación al diputado Zoroastro de Gouveia?

¡Treinta años después, el hombre aún recordaba el ataque! Pero a pesar de eso, la difamación circulaba.

Una religiosa buscó denigrarlo

También noté – y eso me impresionaba más – que por parte de los católicos y de algunos de los que yo consideraba buenos católicos, había una serie indecible de insinuaciones en mi contra, en mi presencia, que indicaban que había alguna conspiración para alejarme, dejarme a un lado, y no sabía el por qué.

Una cosa característica fue esta: en esa época se creó la Universidad Católica en San Paulo y fui nombrado profesor de Historia de la Civilización en dos facultades de esa universidad. Un día estaba dando clases y vino una religiosa, diciendo que estaba allí una compatriota belga suya, que había oído hablar mucho de mis clases y quería asistir a una de ellas.

Yo dije:

Con todo gusto. Consíganle a la religiosa una silla más cómoda para que pueda asistir al aula, y estaré complacido de darla frente a ella.

Cuando terminó la clase, pensé que estaría parada en la puerta para saludarme, porque eso sería normal ya que le había dado permiso para asistir a mi clase. Pero no, se había ido.

Algún tiempo después, encontré a la monja que había hecho el pedido y le pregunté:

¿Qué pensó esa monja belga de mi clase?

Oh, ella hizo un comentario muy elogioso.

Me pareció extraño que no hiciera el comentario elogioso a mí, sino que se lo hiciera a otra persona. Pensé: “Aquí hay mezquindad…”

Ah, sí, está bien. ¿Y qué dijo ella? – pregunté.

Dijo que usted es un profesor tan claro que, en su opinión, está mal empleado en una universidad, y que sería mucho mejor que lo usaran en una escuela para débiles mentales, porque siendo tan claro como es, incluso ellos serían capaces de entenderlo.

Es decir, estaría mejor empleado enseñando en una escuela para bobos.

Ahora bien, esto no es un elogio, sino una denigración de un maestro, y de una manera muy extraña, porque no es degradante por un defecto, sino por una cualidad. Es decir, la calidad es tan buena que incluso merece ser degradada.

Animadas discusiones con católicos de ideas revolucionarias

También comencé a notar que, como parte del Movimiento Católico, comenzó a formarse un grupo de personas que profesaban una doctrina completamente diferente a la doctrina tradicional de la Iglesia. Esta gente pensaba, por ejemplo, que hasta entonces la Iglesia había hecho muy mal en prohibir bailar e ir a lugares sospechosos, porque eso significaba que los buenos, al separarse de los malos, nunca tendrían la oportunidad de convertirlos. Entonces el mundo quedaba dividido en dos: los buenos y los malos. Lo que los buenos tenían que hacer era mezclarse completamente con los malos e ir a los lugares de perdición, porque allí, si hubieran comulgado en la mañana, ellos llevarían “a Cristo”, no decían “Nuestro Señor Jesucristo”. “Cristo” presente en ellos convertiría a esas personas.

Entonces, según esa concepción, todo debería cambiar. Los católicos necesitaban modernizarse, convertirse en personas muy capaces de hacer chistes, bromas, etc. Las jóvenes deberían hacer concesiones en materia de trajes, leer revistas completamente mundanas.

Los miembros de esta corriente se reunieron conmigo y tuvimos algunas discusiones muy animadas al respecto. Noté que la corriente estaba impregnada de ideas de la Revolución Francesa. Cierta noche me encontraba en la sede del “Legionario”, el semanario católico del que yo era director. La planta baja del edificio estaba ocupada en su totalidad por las dependencias del periódico. Arriba, había un gran salón que ocupaba todo el piso y servía como sala de conferencias o teatro. Estaba abajo, trabajando con otros en los preparativos para la próxima edición del “Legionario”, y noté que este nuevo grupo estaba teniendo una fiesta en el salón de arriba. Desde donde me encontraba podía escuchar las canciones que cantaban y algo de

los discursos que hacían. Era todo lo contrario de lo que somos y de lo que defendemos.

Hubo un niño que, en un momento muy difícil, clamó a la Virgen

En un momento, uno de ellos bajó y me dijo lo siguiente:

Plinio, vengo a hablarle de algo muy serio.

Pensé: “¿Cómo puede ser serio si usted no es serio?”

¿Qué es? – pregunté.

Note la diferencia entre los dos pisos. Usted aquí abajo y sus jóvenes del “Legionario” representan a la Iglesia antigua, seria, que reza, trabaja, lucha contra el adversario. Nosotros, arriba, representamos a la Iglesia nueva, que ríe, baila, se divierte, va a la playa, a la piscina, va a todas partes llevando a “Cristo”.

Pero una cosa quería advertirle: se ha hecho un arreglo para cambiar completamente la Iglesia, para hacer que la Iglesia antigua deje de existir, y de dentro del cascarón de esa Iglesia antigua aparezca una Iglesia nueva, que somos nosotros. Ahora, ¿cuál es su futuro? Si se une a la nueva Iglesia, tenemos mucho poder político y no hay cargo político al que no lo elevemos.

Pero si continúa en esta situación en la que se encuentra, poco a poco la Iglesia pasará completamente al otro lado, estará solo y completamente aplastado, su futuro se acabó. Terminará siendo un desconocido.

Lo miré y dije:

Fulano – no quiero revelar su nombre – prefiero todo a venderme. Y sepa que aunque deba ser el último de los hombres, seré el último de los soldados de la Iglesia tradicional, pero ella nunca morirá. Decir que seré el último de los soldados es una forma de decir, porque después de mí vendrán otros que pensarán como yo, pero la Iglesia no muere.

Bien, ha sido avisado, después no se queje…

Solo me quejaría si supiera que Dios me va a abandonar en la lucha. Pero eso nunca sucederá, porque confío en Él y en Nuestra Señora. Puede suceder que sea derrotado; pero otros vendrán y vencerán, pero yo no abandono mi posición.

Nunca volvimos a hablar. De hecho, él fue elevado al grado más alto. Yo, a esos grados no subí. Soy Plinio Corrêa de Oliveira.

Pasaron los años y aquí estamos. Durante ese período hubo persecuciones de todos los tamaños contra mi Obra, booms publicitarios a los que hemos respondido con la punta de lanza continuamente. El hecho concreto es que nunca nadie consiguió vencernos, hemos crecido más y más y nunca hemos perdido la confianza. Esto se debe a que hubo un niño que, en un momento muy difícil de su existencia, recibió una gracia y clamó a la Virgen, diciendo: “¡Salve, Regina, Madre de Misericordia, vida, dulzura, esperanza nuestra, salve!”

Rezando el Rosario y comulgando todos los días, confiando en la Santísima Virgen como Madre y Reina de Misericordia, vida, dulzura, esperanza nuestra, Medianera universal de todas las gracias junto a su Divino Hijo, Nuestro Señor Jesucristo, hemos resistido y resistiremos; ¡y con su ayuda llevaremos la lucha hasta la victoria.

Extraído de conferencia del 28/2/1995

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Los Caballeros de la Virgen

“Caballeros de la Virgen” es una Fundación de inspiración católica que tiene como objetivo promover y difundir la devoción a la Santísima Virgen María y colaborar con la “La Nueva Evangelización” , la cual consiste en atraer los numerosos católicos no practicantes a una mayor comunión eclesial, la frecuencia de los sacramentos, la vida de piedad y a vivir la caridad cristiana en todos sus aspectos. Como la Iglesia Católica siempre lo ha enseñado, el principal medio utilizado es la vida de oración y la piedad, en particular la Devoción a Jesús en la Eucaristía y a su madre, la Santísima Virgen María, mediadora de las gracias divinas. Sus miembros llevan una intensa vida de oración individual y comunitaria y en ella se forman sus jóvenes aspirantes.

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