Los enemigos del Rosario y los milagros obtenidos por quienes lo rezan

Publicado el 09/09/2023

El orgullo lleva a negar casi todas las historias bien fundadas, con pretexto de que no se encuentran en la Sagrada Escritura.nEs la trampa tendida por Satanás, en la que cayeron los herejes que negaban la Tradición. Trampa en la que caen, sin darse cuenta, los críticos de hoy, que no creen lo que no comprenden o no les agrada, sin más motivo que su orgullo y autosuficiencia.

San Luis María Grignion de Montfort

Veamos ahora cuán injusto es impedir el progreso de la cofradía del Santo Rosario y cuáles son los castigos que Dios inflige a los infelices que la han despreciado e intentado destruirla.

Aunque la devoción del Santo Rosario ha sido autorizada por el cielo con muchos milagros y ha recibido la aprobación de la Iglesia mediante Bulas pontificias, no faltan hoy libertinos, impíos y gentes orgullosas que se atreven a difamar la cofradía del Santo Rosario o alejar de ella a los fieles.

Es fácil reconocer que sus lenguas están infectadas con el veneno del infierno y que se mueven a impulso del Maligno. Nadie, en efecto, podría desaprobar la devoción del Santo Rosario sin condenar al mismo tiempo lo más piadoso que existe en la religión cristiana, a saber: la oración dominical, la salutación angélica, los misterios de la vida, muerte y gloria de Jesucristo y de su Santísima Madre.

Estos orgullosos no pueden soportar que se rece el Rosario y caen con frecuencia inconscientemente, en el criterio reprobable de los herejes que detestan el Rosario y la corona. Aborrecer las cofradías es alejarse de Dios y de la auténtica piedad, dado que Jesucristo asegura que se halla entre quienes se reúnen en su nombre. Ni es ser buen católico despreciar tantas y tan grandes indulgencias como la Iglesia concede a la cofradía. Finalmente, disuadir a los fieles de que pertenezcan a la cofradía del Santo Rosario, es obrar como enemigo de la salvación de las almas, ya que por medio de ella abandonan el pecado para abrazar la piedad.

San Buenaventura afirma, con razón en su salterio, que quien desprecia a la Santísima Virgen morirá en pecado y se condenará. ¡Qué castigos no deben esperar a quienes alejan a los demás de la devoción hacia ella.

Milagros del Rosario.

Mientras Santo Domingo predicaba esta devoción en Carcasona, un hereje se dedicó a ridiculizar los milagros y los misterios del Santo Rosario. Impedía así la conversión de los herejes. Dios permitió, para castigo de este impío que 15.000 demonios se apoderaran de su cuerpo. Sus padres lo condujeron entonces al Santo para que lo librara de los espíritus malignos. Santo Domingo se puso a orar y exhortó a la multitud a rezar con él en alta voz el Rosario. Y, he aquí que a cada Avemaría, la Santísima Virgen hacía salir cien demonios del cuerpo del hereje, en forma de carbones encendidos. Una vez liberado, el hereje abjuró de sus errores, se convirtió y se hizo inscribir en la cofradía del Rosario, con muchos otros correligionarios suyos, conmovidos ante este castigo y la fuerza del Rosario.

El sabio Cartagena, OFM, y otros autores refieren que en el año 1482, cuando el venerable Padre Diego Sprenger y sus religiosos trabajaban con gran celo por el restablecimiento de la devoción y cofradía del Santo Rosario en la ciudad de Colonia, dos célebres predicadores –envidiosos de los frutos maravillosos que los primeros obtenían mediante esta práctica– intentaban desacreditarla en sus propios sermones. Gracias al talento y fama de que gozaban, apartaban a muchos de inscribirse en la cofradía.

Para conseguir mejor sus perniciosos intentos, uno de ellos preparó expresamente un sermón para el domingo siguiente. Llega la hora de la predicación, pero el predicador no aparece. Se le espera… Se le busca, y finalmente, lo encuentran muerto, sin que hubiera podido ser auxiliado por nadie. Persuadido el otro predicador de que se trataba de un accidente natural, resuelve reemplazar a su compañero en la triste empresa de abolir la cofradía del Rosario. Llegan el día y la hora del sermón…

Pero Dios lo castigó con una parálisis que le quitó el movimiento y la palabra. Reconociendo su falta y la de su compañero, recurrió de corazón a la Santísima Virgen, prometiendo predicar por todas partes el Rosario con tanto empeño como aquel con que lo había combatido.

Le suplicó que para ello le devolviera la salud y la palabra. La Santísima Virgen accedió a su petición. Sintiéndose repentinamente curado, se levantó como otro Saulo, cambiado de perseguidor en defensor del Santo Rosario. Reparó públicamente su culpa y predicó con gran celo y elocuencia las excelencias del Santo Rosario.

No dudo de que las gentes críticas y orgullosas de hoy, al leer estas historias, pongan en duda su autenticidad, como han hecho siempre. Yo sólo las he transcrito de muy buenos autores contemporáneos y en parte, de un libro reciente del P. Antonino Thomas, O.P., intitulado El Rosal Místico.

Todo el mundo sabe, por otra parte, que hay tres clases de fe para las diferentes historias. A los acontecimientos narrados en la Sagrada Escritura debemos una fe divina. A los relatos profanos, que no repugnan a la razón y han sido escritos por serios autores, una fe humana. A las historias piadosas referidas por buenos autores y no contrarias a la razón, la fe o las buenas costumbres –aunque a veces sean extraordinarias– una fe piadosa. Confieso que no debemos ser ni muy crédulos ni muy críticos, sino optar siempre por el justo medio para descubrir dónde se hallan la verdad y la virtud. Pero estoy convencido igualmente que así como la caridad cree fácilmente cuanto no es contrario a la fe ni a las buenas costumbres –la caridad todo lo cree (1 Cor 13,7)– del mismo modo, el orgullo lleva a negar casi todas las historias bien fundadas, con pretexto de que no se encuentran en la Sagrada Escritura.

Es la trampa tendida por Satanás, en la que cayeron los herejes que negaban la Tradición. Trampa en la que caen, sin darse cuenta, los críticos de hoy, que no creen lo que no comprenden o no les agrada, sin más motivo que su orgullo y autosuficiencia.

 

 
 

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