Los idiomas bíblicos – ¿En qué lengua habla el Espíritu Santo?

Publicado el 09/26/2025

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Al inspirar a los varones que compusieron los Libros Sagrados, al divino Paráclito le plugo valerse de los idiomas propios de cada uno. Pero, en las centenas de páginas de los originales de la Biblia, sólo tres lenguas acabarían figurando.

Con su estilo característico, San Lucas nos ofrece una descripción detallada del acontecimiento que marcó los comienzos de la Iglesia: Pentecostés. Después de que lenguas de fuego se posaran sobre cada uno de los Apóstoles, «se llenaron todos del Espíritu Santo y empezaron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les concedía manifestarse» (Hch 2, 4). Este maravilloso fenómeno que supera las capacidades comunes de la inteligencia humana, denominado glosolalia por los teólogos, es enumerado por Santo Tomás de Aquino1 entre las gracias gratis datæ, es decir, aquellas concedidas gratuitamente a alguien, no para su provecho personal, sino para beneficio de los demás.

Se trató, sin duda, de un suceso excepcional, pues el aprendizaje de un nuevo idioma requiere esfuerzo y dedicación, más o menos intensos conforme las capacidades y aptitudes de cada uno. Solamente el Espíritu de Inteligencia podía obrar semejante prodigio…

Sin embargo, ocurrió algo distinto cuando los autores sagrados, bajo la inspiración del mismo Espíritu Santo, consignaron por escrito la Palabra de Dios. Según los designios de la Divina Providencia, las Escrituras no debían ser una compleja «sinfonía de idiomas», como la del día de Pentecostés. Al inspirar a los varones que compusieron los Libros Sagrados, el Paráclito le plugo utilizar los idiomas propios de cada uno y, por tanto, únicamente figuran tres idiomas en los manuscritos originales de la Biblia.

El primer idioma de los textos sagrados

Compuestas entre los siglos xiii a. C. y i d. C., las Escrituras narran, en su parte histórica, hechos que tuvieron lugar en el Mediterráneo oriental, el norte de África y Oriente Medio. Luchas, victorias y derrotas, penas y alegrías, milagros y pruebas… ¡Grandes momentos vivieron los israelitas durante los catorce siglos en los que se redactaron los Libros Sagrados! Considerables también fueron los cambios que contribuyeron a alterar las costumbres del pueblo elegido en ese largo período.

Los autores sagrados consignaron la Palabra de Dios por escrito en diferentes idiomas y contextos históricos, pero bajo la inspiración del mismo Espíritu Santo
«Los profetas Jeremías y Baruc», de Rutilio di Lorenzo Manetti – Galería Nacional de Arte Antiguo, Roma

No cabe duda de que el hebreo fue el primer idioma empleado por los hijos de Abrahán al componer la Sagrada Escritura. A pesar de que poco se conoce de los textos originales, los escritos en esa lengua constituyen casi la totalidad del Antiguo Testamento.

Se sabe que entre los judíos circulaba una rica variedad de versiones hebreas de la Biblia. De hecho, en el primer siglo de nuestra era el judaísmo estaba bastante dividido, y contaba con cuatro facciones principales: fariseos, saduceos, zelotes y esenios, cada cual con su propia versión de los Libros Sagrados. Con la invasión de Jerusalén en el año 70 d. C. y las posteriores guerras romanas esa multiplicidad de sectas y, en consecuencia, de textos bíblicos cesó. Destruido el Templo, se extinguió la función de los saduceos; los esenios desaparecieron cuando las tropas de Tito arruinaron sus propiedades en Qumrán; finalmente, en el año 135 d. C., cuando Roma logró reprimir la rebelión de los zelotes, éstos se disgregaron. El único grupo que quedó fue el de los fariseos, a los que se asocia la versión bíblica que permaneció y se impuso como la única en el judaísmo: el texto protomasorético.2

Éste, como cualquier escritura de la lengua hebrea, solamente tenía consonantes, ya que las vocales se transmitían en el aprendizaje oral. Esta característica del idioma hebreo se convirtió, con el tiempo, en motivo de dudas respecto a ciertos vocablos cuyas consonantes podían pronunciarse de diferentes maneras, dando lugar a acepciones también distintas. Por lo tanto, a partir del siglo vii, los judíos llamados masoretas —nombre derivado del vocablo masora, que significa tradición— vocalizaron el texto.

Durante mucho tiempo, concretamente hasta el siglo pasado, se creyó que el texto protomasorético, elaborado en el siglo ii,3 era el más antiguo. Pero un acontecimiento por completo fortuito desmentiría esa hipótesis.

A principios de 1947 un pastor beduino pasaba por la región llamada Khirbet-Qumrán, en las proximidades del mar Muerto. Mientras practicaba su puntería lanzando piedras a las numerosas cavidades de las montañas, oyó el característico sonido de la cerámica al romperse. Se dirigió apresuradamente al lugar, donde pudo comprobar lo sucedido: una de las piedras había impactado en una tinaja que contenía valiosos papiros y pergaminos bíblicos, y en la cueva había otras nueve… Estudios posteriores confirmaron que los escritos pertenecían a la comunidad de los esenios y podían datarse entre los siglos iii a. C. y i d. C.4

La nueva lengua de Judá: el arameo

Desde el siglo xiii a. C., el hebreo se mantenía como el único idioma para vehiculizar la Palabra de Dios en los manuscritos sagrados. No obstante, con el paso del tiempo, los hagiógrafos también utilizarían otro idioma: el arameo, que encontramos en breves pasajes de los libros de Daniel, Esdras y Jeremías. ¿Qué determinó ese cambio?

El arameo era la lengua oficial del Imperio asirio, así como de los dos que le sucedieron, el babilónico y el persa. Durante el gobierno de Acaz, en el siglo viii a. C., el reino de Judá se convirtió en vasallo de Asiria como consecuencia de la guerra sirio-efraimita,5 y se extinguió en el 600 a. C. con la caída de este imperio ante el poderío militar babilónico. En el 587 a. C., el ejército de Nabucodonosor II tomó Jerusalén, y gran parte de los judíos fueron deportados a Babilonia. Se iniciaba así el período de exilio en el que pasarían nada menos que cincuenta años fuera de su patria.6

Sólo en el 539 a. C., Ciro, rey de Persia, tras haber conquistado Babilonia y dominado a todos los pueblos sometidos a ella, permitiría a los judíos regresar a Jerusalén y reconstruir el Templo.

a raíz de estos acontecimientos fue cuando el arameo penetró en la cultura popular judía, sustituyendo al hebreo, y allí perduró durante muchos siglos, hasta el punto de ser la lengua vernácula en los tiempos de Nuestro Señor Jesucristo.7

El hebreo fue la primera lengua utilizada por los hijos de Abrahán al redactar las Escrituras, siendo posteriormente sustituida por el arameo
Libro de Isaías en uno de los manuscritos hebreos encontrados en el mar Muerto – Museo de Israel, Jerusalén

Con Alejandro Magno, una nueva era

Pasaron los años y el gran Imperio persa entró en declive, dando paso a otra potencia que emergía en el horizonte.

Las Escrituras describen que, «Alejandro el macedonio, hijo de Filipo, que ocupaba el trono de Grecia, salió de Macedonia, derrotó y suplantó a Darío, rey de Persia y Media, entabló numerosos combates, ocupó fortalezas, asesinó a reyes, llegó hasta el confín del mundo, saqueó innumerables naciones. Cuando la tierra enmudeció ante él, su corazón se llenó de soberbia y de orgullo; reunió un ejército potentísimo y dominó países, pueblos y soberanos, que le pagaron tributo» (1 Mac 1, 1-4).

En el siglo iv a. C., Alejandro Magno, con tan sólo 30 años, expandió su vasto imperio por el Mediterráneo oriental y Oriente Medio. Poco a poco, sus nuevas tierras cambiaron de aspecto, adoptando los rasgos característicos del helenismo. Entre los israelitas, una vez más hubo casos de apostasía e infidelidad a la religión. Según el Primer Libro de los Macabeos, «surgieron en Israel hijos apóstatas que convencieron a muchos: “Vayamos y pactemos con las naciones vecinas, pues desde que nos hemos aislado de ellas nos han venido muchas desgracias”. Les gustó la propuesta y algunos del pueblo decidieron acudir al rey. El rey les autorizó a adoptar la legislación pagana» (1, 11-13).

Tras la inesperada muerte de Alejandro Magno en el 322 a. C., el gigantesco imperio se fragmentó entre sus generales. Los judíos, que hasta entonces disfrutaban de cierta paz, quedaron sometidos al dominio de los ptolomeos, quienes pronto les asestaron un golpe terrible: en el 312 a. C., se apoderaron de la ciudad de Jerusalén, que vio cómo parte de sus habitantes eran deportados a Alejandría, en Egipto.8

Esta ciudad sería escenario de un hecho de suma importancia en la historia de la Biblia.

El griego en las Escrituras

Según una antigua tradición, más simbólica que estrictamente histórica, el rey egipcio Ptolomeo II, con el propósito de reunir en su biblioteca todos los escritos del mundo antiguo, envió a Jerusalén a un grupo de representantes para que obtuvieran una copia de las Escrituras, así como a algunos eruditos capaces de traducirlas al griego. Para ello, fueron elegidos setenta y dos sabios que, en una isla cercana a Alejandría, completarían sus trabajos en setenta y dos días. Por un maravilloso prodigio, las traducciones de cada uno coincidían, palabra por palabra, con los textos de los demás, una clara señal de la intervención e inspiración divinas. La obra se conocería como la Versión de los Setenta. Cabe destacar que la mayoría de las citas del Antiguo Testamento utilizadas en el Nuevo Testamento provienen de esta versión.

En el canon bíblico también hay textos escritos directamente en griego, como el libro de la Sabiduría, los dos libros de los Macabeos y algunas partes de los libros de Ester y de Daniel. Además, todo el Nuevo Testamento —con la excepción, según autores antiguos, del Evangelio de San Mateo, redactado en arameo, y de la Epístola a los Hebreos, compuesta por San Pablo en hebreo y traducida por San Lucas al griego— fue escrito en ese idioma.9

Al margen de sus respectivas lenguas, los hagiógrafos se convirtieron en depositarios de la Palabra «viva y eficaz»
San Juan Evangelista, «Grandes horas de Ana de Bretaña» – Biblioteca Nacional de Francia, París

A la era helenística le siguió la romana: el dominio de los césares alcanzó enorme amplitud, abarcando toda la región del Mediterráneo. Sin embargo, el idioma griego permaneció profundamente arraigado en gran parte del imperio. Este factor fue decisivo para que el cristianismo pudiera expandirse. Habiendo recibido del Señor el mandato de ir al mundo entero y predicar el Evangelio a toda criatura (cf. Mc 16, 15), los Apóstoles y discípulos disponían de una lengua considerada universal y de una traducción del Antiguo Testamento en ese idioma, la Versión de los Setenta, que la Iglesia asumiría posteriormente como propia.10

Después de todo, ¿Cuál es la lengua del Espíritu Santo?

Hebreo, arameo o griego. ¿Cuál de las tres lenguas resultó ser la más apropiada para transmitir la Revelación? Lo cierto es que, independientemente de sus respectivos idiomas, los hagiógrafos se convirtieron en auténticos depositarios de la Palabra «viva y eficaz» (Heb 4, 12).

Si contemplamos desde una perspectiva más elevada la historia de la filología sagrada, veremos que el hebreo posee el valor inestimable de ser la lengua en la que eminentes profetas vaticinaron acontecimientos trágicos y grandiosos, sobre todo la venida del Mesías; el arameo, la inmensa gloria de ser la lengua de Nuestro Señor Jesucristo; el griego, el singular mérito de haber sido utilizado para componer los santos evangelios…

Las tres lenguas juntas son, en definitiva, de una grandeza incomparable, porque en un momento determinado sirvieron como instrumento del divino Paráclito que se manifiesta a quien quiere, en el momento y en el idioma que quiere.

Notas


1 Cf. Santo Tomás de Aquino. Suma Teológica. I-II, q. 111, a. 4.

2 Cf. Carbajosa, Ignacio; Echegaray, Joaquín González; Varo, Francisco. La Biblia en su entorno. Estella: Verbo Divino, 2020, pp. 450-451.

3 Cf. Idem, p. 450.

4 Cf. Idem, pp. 468; 471.

5 Samaria y Damasco se aliaron para atacar el reino de Judá, ya que éste no quiso unirse a ellos para combatir el poder asirio. Ante tal amenaza, Acaz pidió ayuda de Tiglat-Pileser III, rey de Asiria.

6 Cf. Casciaro, José María (Dir.). «Introducción». In: Sagrada Biblia. Antiguo Testamento. Libros Históricos. 2.ª ed. Pamplona: EUNSA, 2005, pp. 17-18.

7 Cf. Carbajosa, op. cit., p. 426.

8 Cf. Santos, Moisés Alves dos. «Introdução aos Livros dos Macabeus». In: Bíblia Sagrada. Edição de estudos. 9.ª ed. São Paulo: Ave-Maria, 2018, p. 679.

9 Cf. Málek, Ludvik et alEl mundo del Antiguo Testamento. Estella: Verbo Divino, 2021, pp. 379-380.

10 Cf. Concilio Vaticano II. Dei Verbum, n.º 22.

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