Los moderados y el avance de la revolución

Publicado el 08/12/2022

La familia espiritual de los “moderados” es responsable por el avance de la Revolución. En materia religiosa, de “moderación” en moderación” se va llegando al ateísmo. Lo mismo sucede en el campo moral: las modas actualmente consideradas “moderadas” eran las inmorales de otrora, y las inmorales de hoy serán las “moderadas” del día de mañana.

Plinio Corrêa de Oliveira

Entre las objeciones que podrían ser hechas a la visión de la Historia presentada por mí en “Revolución y Contrarrevolución”, las más actuales –si no las más inteligentes– podrían ser expuestas de la siguiente manera:

Los crímenes de la Revolución habrían sido causados por las reacciones de la Contra-Revolución

Ejecución de María Antonieta

Es cierto, podría decir alguno, que de la Edad Media a nuestros días el mundo viene siguiendo la línea histórica señalada en esa obra, pero el autor vio las cosas por su peor ángulo, y por eso presentó el curso de los hechos de modo profundamente pesimista.

Desde el siglo XIII o XIV se viene acentuando un progreso en lo que toca a la dignificación de la persona humana. En consecuencia, todas las transformaciones históricas dejan ver una creciente tendencia de cada hombre a la independencia y a la igualdad. La propia sociedad civil, movida por los mismos impulsos sanos y progresistas que se han hecho sentir en los individuos, manifiesta, también ella, una propensión a la independencia con relación a su vieja y, además, bienhechora tutora de otros tiempos, es decir, la Iglesia. De allí un caminar incesante del hombre y de la sociedad hacia una cultura, un orden social y político y una estructura económica marcadas por anhelos de libertad, igualdad y autonomía de lo temporal. Es cierto que la progresiva satisfacción de esa tendencia fundamentalmente sana dio lugar a que, a su lado, y contribuyendo con ella para impeler el curso de la evolución histórica, se manifestasen también el orgullo, la sensualidad y el espíritu de duda. Y a veces esas manifestaciones fueron brutales. Pero ahí se trata únicamente de los efectos de pasiones desordenadas que en nada se confunden con las legítimas y elevadas aspiraciones del hombre para estadios de civilización más altos y más dignos.

Los crímenes de la Revolución Francesa, por ejemplo, no son fruto de los nobles anhelos de libertad del pueblo francés. Ellos nacieron de instintos torpes que todos los hombres tienen en todos los tiempos y que explotan en todas las grandes convulsiones con deplorable violencia.

En el caso de la Revolución Francesa y de movimientos congéneres, esas explosiones pasionales parecen causadas, no por aquello que el autor llama Revolución, sino antes bien por lo que él llama Contrarrevolución. Son las reacciones intempestivas, ciegas, brutales de esta última que generan los excesos en los que el autor ve frutos sintomáticos de la primera.

Esto explica los errores doctrinarios de toda especie que parecen constituir el alma de la así llamada Revolución: ateísmo, deísmo, laicismo, anticlericalismo, divorcio, amor libre, guerra a las élites, negación de la propiedad privada, etc. Son excesos doctrinarios simétricos a los excesos de otros órdenes, que se encuentran a lo largo de la marcha victoriosa de la igualdad y de la libertad.

Constituyen desbordes esporádicos de un rito que ni siquiera por esto debe ser impedido de seguir siempre hacia adelante. Por el contrario, el único modo de reducir al mínimo las inundaciones por él producidas consiste en dejarle libre curso.

Sería difícil llevar más lejos la candidez. De todo esto se sigue que nada es más legítimo que la “Revolución”, y nada más desastroso que la “Contra-Revolución”.

El mundo está descoyuntado en todas las articulaciones del cuerpo social

“Sacrificio a la Internacional”. Cartel de propaganda anti- bolchevique de la Rusia Blanca producido durante la Guerra Civil Rusa

Toda esta argumentación peca por su base. Ella parece suponer que, lado a lado, dos grandes familias espirituales empujaron a la humanidad a las vías que ella viene siguiendo.

Una es formada de hombres profundamente afectos a la civilización, a la familia, a la propiedad privada y hasta a la Iglesia, pero deseosos de reivindicar para sí una parcela de legítima importancia. Estos hombres fueron ajenos a todos los excesos, tienen un programa sumamente moderado y nutren horror a la otra familia espiritual. Esta otra se compone casi toda de lo último de la humanidad —“casi toda”, decimos, pues no figuran en ella los negregados contrarrevolucionarios—, quiere toda forma de excesos y es responsable por todos los crímenes. La primera familia es mucho más influyente y fuerte que la segunda. Ella es la que hace el progreso que hace cinco o seis siglos viene caminado incesantemente. La otra no hace sino esporádicos “quiebra-quiebras” que no tiene ninguna relación profunda con el curso de los acontecimientos.

Ahora bien, si así es, no se comprende por qué el mundo, en vez de ser regido por la armonía, por la moderación y por el orden, es presa de terrible confusión, está descoyuntado en todas las articulaciones del cuerpo social, va presentando síntomas crecientes de desequilibrio y degradación moral y está hundiéndose en un caos delante del cual tiemblan los hombres sensatos.

Esta terrible realidad, de la cual brotan todas las otras realidades tremendas de nuestros días, ¿por quién fue producida? ¿Por la familia espiritual de los moderados? Entonces, ¿en qué consiste esta moderación? ¿Por los degradados? Entonces, ¿en qué consiste la fuerza de los moderados? Y ¿cómo afirmar que fue la moderación la que nos condujo a este exceso? ¿Quién no ve lo que hay de ilusorio en tal visión de la Historia?

Trátase no de una crisis ligera, sino de una tragedia

Pero, objetarán otros, no se trata de esto. Un adolescente puede ser a veces desatento y hasta grosero con sus padres. Es la expresión excesiva de un legítimo deseo de independencia. En la edad madura, conquistada la libertad, el hijo se volverá con saudades y gratitud hacia sus viejos padres. Todo habrá entrado nuevamente en orden. Los excesos actuales de la Revolución constituyen fenómenos de adolescencia. Consumada la evolución histórica, las cosas volverán a sus posiciones normales y la sociedad, ya evolucionada, se reconciliará con la Iglesia.

Es otro modo falso de interpretar los hechos. Sin entrar en el análisis de esta concepción, debemos decir que la figura no condice con la realidad. Si la Iglesia es la madre, el Occidente el hijo, y la Revolución es la crisis, cumple reconocer que se trata, no de una crisis ligera, de simples escaramuzas domésticas, sino de una tragedia, pues Occidente, por formas ora blandas, ora brutales, despojó a la Iglesia de todas las prerrogativas que le competen como Reina y Madre, dándole como mucho favor la libertad que sólo a los facinerosos se rehúsa.

Niños en campo de concentración nazi

Además, en los campos de concentración del nazismo, y por detrás de la Cortina de Hierro, él la golpeó e hirió de mil modos. Cuando entre madre e hijo las relaciones están en estos términos, ¿es el caso de prever como más probable, según el curso común de las cosas, que todo vuelva por sí mismo a la rutina o que las desavenencias caminen hacia sus últimas catástrofes?

La familia espiritual de los “moderados” hizo una inmensa y sistemática Revolución

La idea de tomar entre los excesos y los crímenes de la Revolución, de un lado, y la Contra-Revolución, del otro, una línea media moderada, no es de nuestros días. Ella nació, por así decir, con la propia Revolución. En la Época Contemporánea, por ejemplo, esta

fórmula de falso equilibrio sedujo a numerosísimos elementos en cada una de las generaciones que se sucedieron desde 1789 hasta acá.

En la esfera política, entre los partidarios del Ancien Régime 2 y los jacobinos, la corriente “moderada” juzgó por mucho tiempo que el punto de equilibrio correcto era la monarquía constitucional. Más tarde, casi desaparecidos los partidarios del Ancien Régime, el papel de “moderados” tocó a los republicanos conservadores, medio término “sabio”, “prudente”, “sensato” entre dos excesos contrarios, la monarquía y el socialismo. En muchos países las cosas ya evolucionaron y la “moderación” consiste en defender el socialismo contra la república burguesa, a la derecha, y a la izquierda, el comunismo.

Hagamos el análisis de este curioso proceso. Esta familia espiritual de “moderados”, pretendidamente equidistante de ambos extremos, no hizo otra cosa sino una inmensa y sistemática Revolución, con intersticios aparentes y retrocesos estratégicos que se pierden como simples accidentes en la inmensidad de la trayectoria recorrida. Cada generación de “moderados” creó, de esta o de aquella manera, otra generación que le sucedería en la misma adoración de la “equidistancia” y del “equilibrio”. Pero cada generación que venía daba un paso hacia adelante, tomando precisamente la posición que la anterior denominaba exagerada.

Los “moderados” monárquicos y constitucionales franceses, por ejemplo, reputaban exagerada la República. Ahora bien, de las situaciones plasmadas y dominadas por ellos se originaron los “moderados” que, en nombre de la moderación, hicieron la República.

Así, la “moderación” caminó siempre de un exceso para otro. ¿Cómo no ver en ella, entonces, otra cosa sino la Revolución?

Y si la marcha de la “moderación” nos lleva siempre algunos grados más abajo en la espiral revolucionaria, ¿cómo suponer que al final de la caminata no estemos en lo más profundo del abismo de la Revolución?

Las “moderadas” y el avance de la inmoralidad de los trajes

Ya que la Revolución es un inmenso todo, y no un proceso meramente político, podríamos notar también en otros campos el mismo papel de la “moderación”.

En materia religiosa, por ejemplo, ¡cuántas veces un cristianismo interconfesional y vago ha parecido un medio término juicioso entre un catolicismo exagerado y un deísmo audaz!

Y, después, ¡cuántas veces el papel de medio término pasó de ese tal o cual cristianismo para el deísmo, “punto de equilibrio” simpático entre las “creencias ridículas” cristianas y los excesos del ateísmo!

Así, de “punto de equilibrio” en “punto de equilibrio”, de “moderación” en “moderación”, ¿adónde se va llegando, adonde ya llegaron tantos y tantos, sino al ateísmo, que es el sumo desequilibrio, la suma exageración, la más aberrante inmoderación?

Y en el terreno de la inmoralidad de los trajes, ¡cuánta observación análoga habría que hacer! En cada época hay jóvenes de costumbres recatadas, otras “atrevidas”, y por fin una inmensa mayoría que está en el medio término. Ahora bien, por regla general, las “moderadas” de hoy son idénticas a las exageradas de la víspera. Y las exageradas de hoy son idénticas a las “moderadas” de mañana. ¿Cómo, pues, confiar en esta “moderación” como fuerza capaz de evitar el triunfo de los peores errores, de los excesos más detestables?

Pero, se preguntará, ¿el autor llega al punto de negar que, accidentalmente por lo menos, la Revolución produjo altas ventajas? ¿Ella no tuvo, para ejemplificar, el gran mérito de acentuar en los obreros un sentido más nítido de su dignidad? ¿Y no es cierto que la expresión “promoción de la clase obrera” tiene un significado profundamente simpático a toda alma católica?

Ciertos procesos de degradación moral pueden traer, accidentalmente, la corrección de algunos defectos. Así, una joven pura, educada en un ambiente muy cerrado y por eso mismo tímida, puede perderse y, al mismo tiempo que en ella desaparece la pureza, es posible que desaparezca también la timidez. ¿Será el caso de decirse que su degradación tuvo la ventaja de librarla de la timidez? Absolutamente hablando, habría un fondo de verdad en esta afirmación. Pero, ya que hay tantos medios normales para que una persona se corrija de la timidez, la afirmación tiene algo de desagradable a oídos dotados de fina percepción.

La promoción de la clase obrera consiste en que se compenetre de la dignidad y grandeza cristiana de su condición

La Revolución contribuyó para que todos los hombres —y no solo los obreros— tuviesen una noción plena de sus derechos. Habría sido bueno que ella también les hubiese hablado de sus deberes.

De cualquier forma, el medio normal y adecuado para que los hombres llegasen al pleno y armónico conocimiento de sus derechos no habría sido la Revolución, sino el progreso en las virtudes cristianas, es decir, precisamente lo contrario de la Revolución. Es éste el fundamento de toda promoción, inclusive de la clase obrera.

¿En qué consiste esta promoción? No en que el trabajador, intoxicado por la Revolución, tenga vergüenza de su condición y quiera ser burgués, ni en que desee establecer la dictadura del proletariado para pisotear las clases sociales más altas. La promoción del obrero consiste en que él se compenetre siempre más de la dignidad natural y de la grandeza cristiana de su condición, y procure marcar con esta convicción todo su porte, sus maneras, su traje, su residencia, etc., y que ame la jerarquía social en la cual le cabe un grado modesto, pero digno. En este sentido, estaban mucho más a camino de una promoción los obreros rurales de otrora, con sus bellos trajes típicos, sus músicas y sus danzas populares, sus casas y sus muebles de una pintoresca y cómoda rusticidad, o los miembros de una corporación antigua, de lo que tantos pobres trabajadores de hoy, víctimas de la Revolución, piezas sin iniciativa ni vida de un gran mecanismo económico, moléculas inexpresivas de una inmensa masa, y no más células vivas de un verdadero pueblo.

La promoción obrera comporta, es cierto, también una mejoría de las condiciones materiales de vida. Pero, aun así, cumple recordar que, si esto supone el salario justo, suficiente para el trabajador y su familia, supone también el hábito y los medios de hacer economía, de formar un patrimonio propio y de tener por lo menos casa propia.

El obrero enteramente sin peculio, dependiente en todo y para todo del sindicato y de organismos congéneres, es una víctima de la Revolución y no es, de ningún modo, un obrero “promovido” según las normas de la Contra-Revolución.

Sobre todo, es preciso recordar que la promoción de una clase es en la sociedad como el crecimiento de un miembro en el cuerpo. Debe ser un capítulo necesario precioso de un progreso concomitante de las diversas clases sociales, y nunca un marco para la nivelación de todas. Como vemos, la Contra-Revolución favorece la promoción de la clase obrera. Pero ¡cómo esta promoción difiere de las promesas subversivas y engañosas de la Revolución!

Hay abusos por exceso y por omisión

Podría ser dada una respuesta análoga a quien pretendiese que el proceso revolucionario, limitando la patria potestad, la autoridad marital, las precauciones morales de las costumbres de otrora, etc., prestó un insigne servicio a la humanidad. Es como pretender que se prestó un servicio a alguien cortándole un brazo, porque así nunca más se lastimará los dedos. Es posible que los abusos de la patria potestad hayan disminuido en número, pero el abuso de la independencia de los hijos ¿no habrá generado males mil veces peores?

La propia expresión “abuso” necesitaría, por otra parte, ser matizada. Hay abusos por exceso. Digamos que disminuyeron. Y los abusos por omisión de la patria potestad:¿no aumentaron ellos prodigiosamente bajo el signo del liberalismo? ¿Quién podrá jamás decir qué cúmulo de desastres morales se han originado de tal omisión?

La Civilización Cristiana podría tomar por lema las palabras oídas por los pastores en la noche en que nació el Salvador: “Gloria a Dios en lo más alto de los Cielos, y paz en la Tierra a los hombres de buena voluntad” (Lc 2, 14). La paz es, según San Agustín, la tranquilidad del orden 3. Del orden de Cristo, bien entendido, en el Reino de Cristo. Para la realización de este anhelo no puede ser de ningún valor la Revolución, pues las acciones inspiradas por ésta, incluso si vistas de un ángulo indebidamente optimista, no pasan de correctivos desproporcionados y salvajes a abusos que inevitablemente existen en todo orden cristiano.

Se cuenta de un oculista a quien un cliente se lamentaba exageradamente de la incomodidad que le causaba el uso de anteojos. Hecha una operación, por impericia del médico el cliente quedó ciego. Cuando éste volvió en sí, reclamó indignado contra el desastre que le había sucedido. Deshaciéndose en disculpas, el oculista agregó, a guisa de consolación: Por lo menos, Ud. no tendrá que usar más anteojos…

Es lo que nos hacen pensar los que, para justificar la Revolución, alegan en su activo ventajas de este porte. La civilización está en harapos, el mundo amenaza derrumbarse en esta era en que el tifón revolucionario sopla libremente y en todos los sentidos. Sin embargo, dicen ellos: “Cantemos loas a este tifón porque eliminó algunos abusos del Ancien Régime.”

Extraído con adaptaciones, de Catolicismo, n. 101, mayo de 1959

Notas

1) Por Revolución el Dr. Plinio entendía el movimiento que desde hace cinco siglos viene demoliendo a la cristiandad y cuyos momentos de apogeo fueron las grandes cuatro crisis del Occidente cristiano: el protestantismo, la Revolución francesa, el comunismo y la rebelión anarquista de la Sorbona en 1968. Sus agentes impulsores son el orgullo y la sensualidad. De la exacerbación de esas dos pasiones resulta la tendencia a abolir toda legítima desigualdad y todo freno moral. A su vez, denominaba a la reacción contraria a ese movimiento de subversión como Contra-Revolución. Estas tesis están expuestas en su ensayo Revolución y Contra-Revolución (cf. CORRÊA DE OLIVEIRA, Plinio. Revolução e Contra-Revolução. 5.ª ed. São Paulo: Retornarei,2002), publicado por primera vez en la revista mensual de cultura Catolicismo en abril de 1959.

2) Del francés: Antiguo Régimen. Sis- tema social y político aristocrático en vigor en Francia entre los siglos XVI y XVIII, extinguida en 1789, con la Revolución Francesa.

3) Cfr. De Civitate Dei, XIX, cap 13.

Deje sus comentarios

Los Caballeros de la Virgen

“Caballeros de la Virgen” es una Fundación de inspiración católica que tiene como objetivo promover y difundir la devoción a la Santísima Virgen María y colaborar con la “La Nueva Evangelización” , la cual consiste en atraer los numerosos católicos no practicantes a una mayor comunión eclesial, la frecuencia de los sacramentos, la vida de piedad y a vivir la caridad cristiana en todos sus aspectos. Como la Iglesia Católica siempre lo ha enseñado, el principal medio utilizado es la vida de oración y la piedad, en particular la Devoción a Jesús en la Eucaristía y a su madre, la Santísima Virgen María, mediadora de las gracias divinas. Sus miembros llevan una intensa vida de oración individual y comunitaria y en ella se forman sus jóvenes aspirantes.

version mobile ->