Además de los Ángeles de la Guarda, otros espíritus angélicos vagan por la tierra y tienen un extremo interés en nosotros… para nuestra perdición: los demonios, ángeles decaídos, que anteriormente formaban parte de la corte celestial.
Rebelándose contra Dios, pasaron a trabajar con un objetivo diametralmente opuesto a aquel para el cual Él los creó. Su preocupación única y obsesiva es la de hacernos perder la posibilidad de contemplar a Dios por toda la eternidad. A eso los mueven el odio a su Creador, cuyo plan para la humanidad desean obstruir, y la envidia del género humano, pues somos capaces de alcanzar aquella felicidad eterna que ellos perdieron para siempre.
Si los demonios tanto nos persiguen, ¿por qué no recurrimos al Ángel de la Guarda, pidiendo su protección? Ciertamente, crecer en el relacionamiento con él significará estar más defendidos de las acciones de los espíritus malignos, y ser más ayudados en la lucha contra las tentaciones.
Dice San Juan de la Cruz: “Los ángeles, más allá de llevar a Dios noticias de nosotros, traen los auxilios divinos para nuestras almas y las apacientan como buenos pastores (…) amparándonos y defendiéndonos de los lobos, los demonios”.
Confiándonos enteramente a nuestros Ángeles de la Guarda, no tenemos que temer a los demonios. Por últimas, estos últimos nada consiguen contra el poder de aquellos.
Queridos amigos, quiera Dios que estos pensamientos, tomados de la Revelación y del tesoro de la Santa Iglesia, puedan ayudarnos a volvernos más cercanos de esos fieles amigos celestiales, y aumentar nuestra voluntad de conocerlos sin los sagrados velos de la fe, cuando nos encontremos allá en lo alto, en el Reino de los Cielos.
Tomado del Libro, Ángel de la Guarda: amigo inseparable que siempre está junto a mí. Caballeros de la Virgen, Bogotá D.C., marzo de 2018; pp. 16-20