Monseñor João Clá Días
Desde las primeras noticias sobre las apariciones de Fátima, los Papas mostraron simpatía y dieron su apoyo. Hubo, incluso, una cierta preparación, pues el Magisterio anticipó, de algún modo, el contenido de las revelaciones de la Cova de Iría.
Son muy significativas las palabras de Benedicto XV en su carta de 5 de mayo de 1917, mandando a los Obispos de todo el mundo, a través de su Secretario de Estado, que recurriesen con los fieles «al Corazón de Jesús, trono de la gracia, y recurrir a este trono a través de María» para pedir por la paz, debido a las atrocidades de la Primera Guerra Mundial, y añadir a la Letanía de Nuestra Señora la invocación Reina de la Paz. Ocho días más tarde, la Virgen se aparecía en Fátima trayendo al mundo la solución para esa paz: penitencia, el Santo Rosario y el cambio de vida.
En enero de 1918, Benedicto XV restablecía la antigua diócesis de Leiría; y en abril de ese mismo año, en una carta a los Obispos portugueses, hacía mención de Fátima como una ayuda de la Madre de Dios.
Pío XI, entre otras manifestaciones públicas de simpatía, expresó su deseo de conocer las conclusiones del proceso canónico de las apariciones y concedió, el 11 de octubre de 1930, una indulgencia a los peregrinos de Fátima: parcial a quien visitase individualmente el santuario; y plenaria, una vez por mes, a quien fuese allí en grupo.
Pío XII, que por coincidencia había sido consagrado Obispo el 13 de mayo de 1917, fecha de la primera aparición, hizo varios pronunciamientos sobre Fátima. El 13 de junio de 1940, para impulsar la actividad misionera portuguesa, se refirió por primera vez al acontecimiento: «Desde Fátima, Nuestra Señora del Rosario, la gran Madre de Dios que venció en Lepanto, os ayudará con su poderoso patrocinio». El 31 de octubre de 1942, consagró la Iglesia y la humanidad al Corazón Inmaculado de María.
En 1946, por medio del Legado Pontifico, el Cardenal Masella, Pío XII coronó la imagen de Nuestra Señora de Fátima como Reina del mundo, en la Capilla de las Apariciones. Dirigiéndose por radio a los católicos portugueses, les dijo: «Vuestra presencia hoy en este santuario, en muchedumbre tan grande que nadie puede contar, atestigua que la Virgen Señora, la Reina Inmaculada, cuyo Corazón maternal y compasivo hizo el prodigio de Fátima, ha escuchado superabundantemente nuestros ruegos ».
Entre sus afirmaciones más conocidas sobre las aparicionesde Nuestra Señora en Cova de Iría, está la declaración de que ya no se podía dudar de Fátima, hecha el 8 de mayo de 1950.
Al año siguiente, en su radiomensaje por la clausura de las celebraciones marianas de Fátima, el mismo Pío XII afirmaría: «Magnificat anima mea Dominum es la palabra espontánea que aflora a nuestros labios para traducir los sentimientos que inundan nuestra alma en este momento histórico de las presentes solemnidades que presidimos en la persona de nuestro dignísimo Cardenal Legado; solemnidades, o grandioso himno de acción de gracias que, por el beneficio inestimable del Año Santo mundial, vuestra luminosa piedad ha querido elevar al Señor, ahí en esa montaña privilegiada de Fátima, elegida por la Virgen Madre para ser el trono de sus misericordias y su inagotable manantial de gracias y maravillas».
Y el 11 de octubre de 1954, en la institución de la fiesta de la realeza de María, Pío XII mandaba que se renovase todos los años la consagración del mundo al Corazón Inmaculado de María, pues, haciendo eco de las promesas de Fátima, dijo Mque en ese acto «está colocada la gran esperanza de que pueda surgir una nueva era tranquilizada por la paz cristiana y por el triunfo de la religión».
Juan XXIII, cuando aún era el Cardenal Roncalli, fue como peregrino a Portugal, estuvo en el lugar de las apariciones y legó en testamento su cruz pectoral al Santuario de Fátima.
En marzo de 1965, Pablo VI ofreció una Rosa de Oro al Santuario de Fátima: «Amados hijos, Nos también sentimos hoy la alegría de proceder a la bendición de la Rosa de Oro que destinamos al Santuario de Fátima. Éste es el testimonio del afecto paternal que conservamos por la noble nación portuguesa; es prenda de la devoción que tenemos al insigne Santuario, en donde ha sido levantado un altar a la Madre de Dios».
Fue el primer Romano Pontífice que visitó Fátima, para conmemorar el cincuentenario de las apariciones, el 13 de mayo de 1967. En su homilía, habló del Mensaje: «Mirad, hijos y hermanos que aquí nos escucháis, cómo el panorama del mundo y sus destinos se presenta aquí inmenso y dramático. Es la pers-pectiva que Nuestra Señora abre ante nuestros ojos, la perspectiva que contemplamos con ojos aterrorizados, pero siempre confiados; el panorama hacia el cual nos acercaremos siempre —así lo prometemos— siguiendo la amonestación que nos hizo la misma Santísima Virgen: de oración y de penitencia». Juan Pablo II visitó el lugar de las apariciones tres veces, siempre un 13 de mayo: en los años 1982, 1991 y 2000. En la última ocasión, beatificó a los pastorcitos Francisco y Jacinta.
Este Pontífice hizo importantes pronunciamientos sobre la actualidad del Mensaje de Fátima, de los cuales aquí destacamos algunos: «El contenido del llamamiento de Nuestra Señora de Fátima está tan profundamente radicado en el Evangelio y en toda la Tradición, que la Iglesia se siente interpelada por ese Mensaje. […] La invitación evangélica a la penitencia y a la conversión, expresada en las palabras de la Madre, continúa aún actual. Realmente más actual que hace sesenta y cinco años atrás. Y aún más urgente».
En un mensaje especial a los portugueses, el 8 de mayo de 1996, con ocasión de los trescientos cincuenta años de la proclamación de la Inmaculada Concepción como patrona de Portugal, el Pontífice advirtió: «En horas de desatino, cuando el alma de la nación parecía naufragar, fue visto “bailar el sol” en la Cova de Iría, amenazando poner fin a los días del hombre sobre la tierra, al mismo tiempo que la Santísima Virgen, por inter- medio de los pastorcitos, hacía llegar a la humanidad esta queja maternal: “No ofendan más a Dios, Nuestro Señor, que ya está muy ofendido” (octubre de 1917). Los hombres se olvidaron de Dios y de sus Mandamientos, viviendo como si Él no existiese».
Recordando el aspecto condicional del Mensaje, Juan Pablo II, el 13 de mayo del año 2000, durante su última visita al santuario, concluyó: «Con su solicitud materna, la Santísima Virgen vino aquí, a Fátima, a pedir a los hombres que “no ofendieran más a Dios, nuestro Señor, que ya ha sido muy ofendido”. Su dolor de Madre la impulsa a hablar; está en juego el destino de sus hijos. Por eso pedía a los pastorcitos: “Rezad, rezad mucho y haced sacrificios por los pecadores, pues muchas almas van al infierno porque no hay quien se sacrifique y pida por ellas”».
Benedicto XVI, por su parte, puso a los pies de Nuestra Señora de Fátima su pontificado por medio del Cardenal Patriarca de Lisboa, Don José da Cruz Policarpo. Éstas fueron las palabras del Cardenal en su homilía en el Santuario, el 13 de mayo de 2005, poco después de la elección del Papa: «Hoy estoy aquí para cumplir una promesa que le hice a Su Santidad Benedicto XVI. Cuando, al final del cónclave, me tocó saludarlo y jurarle comunión y obediencia, el Santo Padre me cogió las manos y me habló de Fátima. Yo le prometí, y él me lo agradeció, que el próximo 13 de mayo vendría a poner su pontificado a los pies de Nuestra Señora. Aquí estoy, cumpliendo la promesa, no sólo por devoción, sino con gran realismo pastoral, sobre la visión de la misión de la Iglesia en el mundo contemporáneo, y os pido a todos que acompañéis con fe y amor en este acto de consagrar a María el pontificado que ahora comienza».
En su homilía en el Santuario de Fátima, el 13 de mayo de 2010, el proprio Benedicto XVI dijo: «Se equivoca quien piensa que la misión profética de Fátima está acabada. Aquí resurge aquel plan de Dios que interpela a la humanidad desde sus inicios: “¿Dónde está Abel, tu hermano? […] La sangre de tu hermano me está gritando desde la tierra” (Gén 4,9).
El hombre ha sido capaz de desencadenar una corriente de muerte y de terror, que no logra interrumpirla… En la Sagrada Escritura se muestra a menudo que Dios se pone a buscar a los justos para salvar la ciudad de los hombres y lo mismo hace aquí, en Fátima, cuando Nuestra Señora pregunta: “¿Queréis ofreceros a Dios para soportar todos los sufrimientos que Él quiera mandaros, como acto de reparación por los pecados mpor los cuales Él es ofendido, y como súplica por la conversión de los pecadores?” (Memorias de la Hermana Lucía, I, 162)».
Tomado del libro, ¡Por fin mi Inmaculado Corazón triunfará!, p. 145-151