Lucha, luto y gloria

Publicado el 08/06/2024

Santo Tomás de Aquino define la gloria como siendo el efecto que vuelve a su causa y la alaba. Es, pues, la alabanza perfecta dada por quien debe la gratitud y el tributo a alguien que está en el origen de un beneficio recibido. Se aplica, sobre todo, a Dios Nuestro Señor, Causa de las causas.

En relación con Nuestra Señora, verificamos este concepto de gloria de la siguiente manera: Siendo ella la Madre de Nuestro Señor Jesucristo, es también la Madre de su Cuerpo Místico, la Iglesia. Por medio de ella, todas las gracias llegan a los hombres y todas las oraciones suben a Dios. Por lo tanto, por designio divino, María está en el origen de todos los dones, inmediatamente debajo de Dios. Y la gloria de Ella se da desde que todos los hombres se vuelvan a Ella y la alaben.

Sin embargo, esa alabanza no puede ser solo un cántico a la grandeza y de la bondad de María. Debe consistir también en el reconocimiento efectivo, que se traduce en actos, de esta grandeza y de esta bondad. Luego, alaba a la Santísima Virgen quien vive de acuerdo con las virtudes de las cuales Ella dio ejemplo.

Glorifica a Nuestra Señora, por lo tanto, quien vive de acuerdo con las virtudes que la Iglesia Católica inculca, porque la Virgen María practicó en el más alto grado todas las virtudes enseñadas por la Santa Iglesia.

En efecto, quien contemplase a Nuestra Señora tendría, en un solo golpe de vista, la noción de toda la sabiduría y continuidad de la Iglesia, del esplendor de todos sus santos, del talento de sus Doctores, de la belleza de su Liturgia en todas las épocas, del heroísmo de todos los cruzados y mártires. En fin, no hubo maravilla engendrada por la Esposa de Cristo y en la cual ella manifestase su espíritu que no brillase en María Santísima plenamente y con fulgor extraordinario.

Así, alabamos a la Madre de Dios siendo y actuando como manda la Iglesia Católica.

Ahora, en esta tierra la Iglesia es militante y en este momento se encuentra en el auge se su lucha. Por eso, los pensamientos de Nuestra Señora para nuestro siglo no pueden dejar de ser de combate, de manera que si ella se encontrase visiblemente entre nosotros estaría estimulándonos a la lucha por su causa.

Por otro lado, los castigos prenunciados en Fátima serán manifestaciones de la gloria de María. Ya el simple hecho de haberse dado el Mensaje de Fátima y de haberse verificado las profecías, atestigua la veracidad de las apariciones y el imperio de Nuestra Señora: Ella avisó, no hicieron caso, fueron punidos. Pero también profetizó el triunfo de su Sapiencial e Inmaculado Corazón. Por lo tanto, la Santísima Virgen María vencerá y, después de esa victoria, sonreirá a los hombres con la plenitud de su bondad.

Terminados los castigos e iniciado el Reino de María, la gloria de María se desarrollará con un esplendor verdaderamente magnífico.

La figura de esa gloria ya empezó a nacer en lo íntimo de nuestras almas. La belleza del movimiento de alma con que deseamos esa gloria y de la esperanza con la cual, a pesar de nuestras infidelidades, desde ya presentimos como será, indica que, en la noche, en medio de la tempestad y de dentro del lodo de la Revolución, ya se ve despuntar el sol de esperanza que disipará las tinieblas, hará cesar la tempestad y secará el lodo. La belleza de los primeros fulgores de ese sol en algunas almas que se conservan puras dentro de ese lodo, contiene en su raíz todo el pulchrum de la gloria del Reino de María.

Estas consideraciones nos remiten al sublime misterio de la Asunción de María a los cielos: En medio al luto de toda a naturaleza por la muerte de la Virgen Madre, de repente notamos la gloria delicadísima, suavísima, virginalísima, maternalísima de Nuestra Señora que resurge y comienza a subir a los cielos, manifestando bondad y grandeza, con una sonrisa materna que crece en atracción a medida que ella se eleva, como quien dice: “Yo, en realidad, me quedo. Rezad porque estaré siempre presente, unida a vosotros”.

Consideremos estas maravillas, pidiendo a la Santísima Virgen que, ya sea en la lucha o en la prueba, en la bondad o, si fuera preciso, en el castigo, acelere el momento de su gloria. Y que venga pronto aquel día bendito en que veremos a la Iglesia rejuvenecer, y un gran Concilio proclame como dogma de fe la Mediación Universal de esta excelsa Señora, de quien los Estados, la sociedad, las familias y los individuos se harán voluntariamente esclavos.*

* Cf. Conferencia de 7/10/1971

Declaración: Conformándonos con los decretos del Sumo Pontífice Urbano VIII, del 13 de marzo de 1625 y del 5 de junio de 1631, declaramos no querer anticipar el juicio de la Santa Iglesia en el empleo de palabras o en la apreciación de los hechos edificantes publicados en esta revista. En nuestra intención, los títulos elogiosos no tienen otro sentido sino el ordinario, y en todo nos sometemos, con filial amor, a las decisiones de la Santa Iglesia.

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