Luis XIV y la respetabilidad

Publicado el 09/07/2022

Durante la Revolución Francesa, la turba revolucionaria violó las tumbas de los reyes para robar las riquezas con que estaban sepultados y profanar sus restos mortales. Al abrir el féretro de Luis XIV, su cadáver poseía tal majestad que el populacho retrocedió. La verdadera respetabilidad produce estos dos efectos: la veneración de quien admira y el odio de quien se rebela.

Plinio Corrêa de Oliveira

Luis XIV era un hombre inmensamente majestuoso en que se realizaba una mezcla muy feliz de dos nobilísimas dinastías: su madre era Habsburgo y su padre Borbón. Por cierto, dos naciones —Austria y Francia— cuyas cualidades se equilibran mucho.

Elegancia francesa y grandeza española

Luis XIII de Francia (Colección Real, Londres, Inglaterra) y Ana de Austria (Museo Staatliche Kunsthalle, Karlsruhe, Alemania), padres de Luis XIV

Es bonito notar que la Historia francesa, después de la Edad Media, se divide en etapas según la influencia que ejercieron sobre Francia los países vecinos. Así, hubo durante el Renacimiento el período de influencia italiana, que marcó todo el arte francés; después tuvimos el período de influencia española, con la penetración de temas españoles en la literatura francesa, fenómeno del cual encontramos una señal muy notable en Corneille 1 .

Luis XIV reunía a la elegancia del francés algo de la solemnidad cadenciosa y majestuosa del español. La coexistencia de la elegancia francesa con cierta grandeza española explica exactamente lo que ese monarca tenía de solar.

Una vez explicitado esto, se siente en Luis XIV cualquier cosa de Felipe II, el rey que de tal manera infundía respeto que, en general, cuando las personas venían a su presencia, tenía que tranquilizarlos diciendo: “Sosegaos”. Creo que eso era dicho con una voz tan majestuosa, que la persona no quedaba mucho más sosegada… Añadan a esa majestad la gracia francesa y comprenderán como de ahí solamente podría salir una verdadera obra maestra: Luis XIV.

Durante la Revolución Francesa, la turba revolucionaria violaba las tumbas de los reyes para robar las riquezas con que estaban sepultados y vengarse de ellos, profanando sus cadáveres y tirándolos a una fosa común, en medio de cal para que fueran consumidos, pues, debido al sistema muy eficaz de embalsamamiento, varios de esos cuerpos se mantenían conservados mucho tiempo.

Al llegar al féretro de Luis XIV, lo abrieron y se encontraron con su cadáver ennegrecido, el cual poseía tal majestad que el populacho, en vez de lanzarse encima como hizo con todos los otros, retrocedió un poco. Por lo tanto, hasta después de muerto el Rey Sol imponía respeto.

Recuperados del impacto, los revolucionarios se pusieron furiosos, avanzaron, arrancaron el cuerpo de dentro del cajón y lo lanzaron a la fosa común. Se podría decir que el respeto infundido por Luis XIV en sus contemporáneos provenía del hecho de que era un monarca absoluto de quien dependía el futuro de muchos, y por eso infundía cierto miedo en aquellos que lo reverenciaban por interés.

Ahora bien, esa turba sabía perfectamente que estaban delante de un cadáver. Había abierto la sepultura y absolutamente no podía esperar, suponer o recelar que un rey muerto fuese capaz de cualquier venganza contra ellos. Por lo tanto, la impresión de respeto provocada por el monarca en esa ocasión no tenía ninguna relación con interés, ambición o temor, y explica mejor la respetabilidad irradiada por él en vida.

Efectos producidos por la verdadera respetabilidad

¿Cuál es esa respetabilidad de un hombre que irradia en torno suyo, de tal manera que hasta los malhechores que van a despedazar su cadáver se detienen un instante y, después, por odio a la respetabilidad, profanan ese cadáver más que todos los otros?

 

De hecho, la verdadera respetabilidad produce estos dos efectos: la veneración de quien admira y el odio de quien se rebela. La propia majestad de Dios causaba sobre los espíritus angélicos ese doble efecto: satanás y los suyos se rebelaron, en cuanto San Miguel y sus Ángeles admiraron.

¿Entonces, que viene a ser esa respetabilidad si, como vimos, se trata de un sentimiento de inferioridad, motivado por el miedo o por la ambición?

Es la irradiación de una superioridad, pero no de una superioridad cualquiera. Precisamente porque ella es irradiada por la persona y no infundida por algo que se sabe respecto de ella.

Tomemos, por ejemplo, a Pasteur. Fue indiscutiblemente un gran sabio, un científico que hizo invenciones geniales de una gran utilidad para el género humano. Cualquier individuo que no tuviera el sentido moral completamente obtuso, sabiendo que está tratando con Pasteur, sentiría respeto. Sin embargo, ese respeto vendría de la constatación de sus hechos y no de la irradiación de su personalidad.

Otro ejemplo, el Mariscal Foch. Su figura nunca me pareció radiante de respetabilidad. Si yo lo viera andando de civil en un autobús cualquiera, mi mirada no se detendría ni un minuto, pero si lo reconociera, pensaría: “¡El gran Mariscal Foch, vencedor de la Primera Guerra Mundial!”, y le manifestaría todo el respeto.

Para dar un ejemplo nacional, cito a Santos Dumont. Es innegable que proporcionó un importante avance en la ciencia al inventar el sistema que sirve para guiar los aviones, por lo cual merece un lugar destacado en la consideración mundial. Sin embargo, quien ve su clásica fotografía con aquel sombrero grande, no exclama: “¡Cómo su personalidad irradia superioridad!” Porque no la irradia.

Estos ejemplos corresponden, sin duda, a una respetabilidad auténtica y muy alta, pero infundida por el mérito del sujeto y no irradiada por su personalidad. Por lo tanto, no es una respetabilidad proveniente de todo el hombre, sino de una zona de su alma, de una capacidad. La respetabilidad de Luis XIV, al contrario, venía de su personalidad y se irradiaba en todo su ser.

Analogía con la visión beatífica

Entonces, frente a ese concepto según el cual hay una forma especial de superioridad que se irradia, ¿cuál es esa superioridad?

En cierto sentido, el cuerpo es el símbolo del alma y las propiedades del alma se irradian a través del cuerpo cuando la persona posee ciertos géneros de atributos en un grado muy alto, por donde al ver el aspecto físico de alguien, de alguna manera se discierne el alma y se nota, de modo espiritual, una realidad que está por encima de la realidad física. Así, se percibe la respetabilidad en el alma.

Se trata, pues, de un discernimiento que va más allá de la mirada, y corresponde a un bien de orden espiritual percibido a través de la consideración de aspectos físicos. Mirando la cara de Luis XIV, percibo simbólicamente un bien en su alma, la majestad de un rey en el sentido pleno de la palabra. Así, a través de las apariencias sensibles, aprehendo realidades espirituales que los sentidos no alcanzan, pero que trasparecen en los aspectos físicos. Quien ve el fenómeno espiritual de la apariencia de una cualidad moral en un hombre acaba adquiriendo una idea de lo que es, en sí misma, esa cualidad moral. Pero no es una noción oriunda de una definición; es una idea, por así decir, palpada y sentida. Por más que alguien defina en un diccionario o tratado de moral lo que es esa majestad, no tendría la noción de majestad que se tuvo viendo a Luis XIV y, mediante esas facciones físicas, el alma del Rey Sol.

Palpar así una cosa que es abstracta, lleva a otro paso que conduce a Dios. Porque de Él no podemos decir únicamente que es majestuoso, sino que debemos afirmar que es la Majestad, pues Dios no solamente posee, sino que es en Sí todas las cualidades.

De manera que Él no es bueno, sino la Bondad; no es sabio, es la Sabiduría. Por consiguiente, si mirando a un hombre vi en él la majestad de su alma y, a través de ella, me formé una idea de lo que es la majestad en abstracto, considerada en su modo absoluto, adquirí algo que tiene cierta analogía con la visión beatífica. De hecho, inclusive sin explicitarlo, en Luis XIV fue visto algo de la majestad de Dios.

Esto nos explica por qué aquellos bandidos retrocedieron cuando vieron el cadáver de Luis XIV. Siempre que un atributo bueno y digno del alma aparece con tanta intensidad, a punto de provocar un pasmo, una sorpresa, un entusiasmo, un enlevo 2 o un sentimiento de veneración recogido, hay una transparencia de algo de divino. Es el modo por el cual se llega a conocer a Dios por la cuarta vía indicada por Santo Tomás de Aquino. Alguien podría objetar: “¿Pero, Dr. Plinio, Luis XIV no fue un gran pecador?”

En primer lugar, del pecado a que aluden, él hizo penitencia y pasó sus últimos veinte años como un hombre de vida intachable, ejemplar. Pero no es propiamente lo que viene al caso, pues, así como una piedra o un animal puede recordar a Dios, por algunos lados el pecador portador de una tradición católica en cuanto tal también puede recordar a Dios. Por ejemplo, un padre que, aunque se encuentre en estado de pecado mortal, trata a su hijo cariñosamente, puede recordar a Dios en cuanto Padre cariñoso. De manera que esa sería una objeción infantil, la cual podemos descartar.

Modalidades de majestad: paternidad e ímpetu para destruir

Luis XIV recibe a Mehmet Riza Beg, embajador del Sha Tahmasp II – Palacio de Versalles, Francia

Concluyo con una consideración respecto de la majestad. La verdadera majestad, colocada delante de la buena voluntad de quien es menor, se traduce en paternidad y quiere proteger; puesta delante de la resistencia de quien es malo, ella se traduce en un ímpetu para destruir. En tesis, ambas disposiciones se complementan y se explican por un mismo fondo, porque lo propio de la majestad no es ser grãfina 3 , elegante, sino es tener la supereminencia del bien.

Quien la posee debe amar todos los grados que esa supereminencia incluye. Consecuentemente, necesita amar todas las más pequeñas y débiles formas de bien que puedan estar exiliadas en un alma aun cuando ésta tenga muchos defectos, pues, de lo contrario, la majestad se mentiría a sí misma.

Ahora bien, no es la majestad, y sí la iniquidad la que se miente a sí misma. Por lo tanto, notando cualquier pequeña modalidad de bien, debe manifestarse bajo la forma de una afinidad, una adhesión, una homogeneidad y un deseo de ayudar, socorrer, salvar a aquel bien comprometido por las influencias contrarias que existen allí.

En sentido opuesto, la majestad que encuentra una resistencia empedernida y es insultada por amor al orden que representa, ella desea aplastarla. Tenemos así las dos modalidades de majestad.

Vemos eso de modo infinito y paradigmático en Nuestro Señor Jesucristo: infinitamente manso, enseñando que se debe ser manso y humilde de corazón, pero, por otro lado, en algunos episodios de su vida, infundiendo un asombro que dejaba a las personas sin saber qué decir, como aquellos canallas que fueron a agarrarlo y cayeron con la cara en el suelo. Simplemente por la afirmación: “¡Yo soy!” Era la manifestación de su infinita majestad.

Extraído de conferencia del 23/3/1973

Notas

1) Pierre Corneille (*1606 – +1684). Dramaturgo francés, considerado el fundador de la tragedia (estilo de drama) francesa.

2) Del portugués: Elevación o vuelo del alma o del espíritu, admiración, arrobamiento, éxtasis, encanto.

3) Del portugués: persona que viviendo en medio del lujo es pretenciosa, vanidosa, esnob, de mal gusto, vulgar, etc.

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