A la obra magnífica de la Redención operada por Nuestro Señor Jesucristo, quiso Él asociar a su Madre Santísima. Ella es el embudo sagrado por donde todas las oraciones de la humanidad son atendidas. Debemos habituarnos a pedirle a Ella todo lo que necesitamos, aunque parezca algo muy difícil de ser obtenido.
Plinio Corrêa de Oliveira

¿Cuándo surgió la invocación a Nuestra Señora de las Gracias y qué significa?
Nuestra Señora de las Gracias es la Madre de la gracia divina, Ella es Madre de Nuestro Señor Jesucristo.
La Santísima Virgen: camino para la venida del Mesías
Había una ruptura entre Dios y los hombres. El camino al Cielo estaba cerrado para la humanidad. Por causa del pecado de Adán y Eva, el pecado original, había una mancha que se propagaba de ellos sobre todos sus descendientes, haciéndolos indignos de aparecer delante de Dios.
Cuando Dios pronunció la sentencia para el hombre, prometió también la venida del Redentor, del Mesías que habría de sacar al género humano de aquella condición miserable en la cual estaba y restituiría a los hombres la posibilidad de ver a Dios. Ese Redentor vino, más o menos cinco mil años después del hombre haber sido expulsado del Paraíso.
Para hacerse una idea de lo que eso representa, basta tomar en consideración que Brasil fue descubierto en 1500 y aún no estamos en el año 2000. Son 500 años. Brasil no tiene 500 años de edad completos… ¡Cinco mil años son diez veces la historia entera del Brasil!
Por este cálculo se puede tener una vaga noción de cuánto tiempo el género humano quedó esperando al Redentor. Hasta que Dios, en su sabiduría y bondad, determinó el momento y preparó el camino para el nacimiento del Mesías. ¡Y la preparación del camino era Nuestra Señora!, hija de un matrimonio santísimo: San Joaquín y Santa Ana. Él, descendiente del Rey David, escogido con Santa Ana para tener una hija de una pureza inmaculada. Todos los hombres nacen concebidos con pecado original. Sin embargo, Dios suspendió esta ley en el nacimiento de Nuestra Señora: “¡Esta no! Esta va a ser concebida sin la mancha original. Será purísima desde el primer instante de su ser, en vista del Niño que nacerá de Ella”.

San Joaquín y Santa Ana con Nuestra Señora niña Museo Federic Marés, Barcelona
Y el Divino Espíritu Santo engendró en Nuestra Señora a Nuestro Señor Jesucristo. Ella es la Esposa del Divino Espíritu Santo. Y Nuestro Señor Jesucristo, la Segunda Persona de la Santísima Trinidad, Dios hecho Hombre, nació de las nupcias sobrenaturales, celestiales y magníficas entre el Divino Espíritu Santo y Nuestra Señora.
Ella es la Madre de Dios, el vehículo por el cual Jesucristo vino a la Tierra. Ella se convirtió en el canal de todas las gracias.
Nuestro Señor visita el Limbo de los Justos
A partir del momento en que Nuestro Señor Jesucristo expiró y dijo desde lo alto de la cruz: “Consummatum est”, su sacrificio terminó y el género humano estaba redimido, las puertas del Cielo se reabrieron.

Anunciación Galería Nacional de Umbría, Italia
El alma de Nuestro Señor Jesucristo, separada del cuerpo, descendió al lugar donde se encontraban los hombres que habían muerto antes de Él y merecían ir al Cielo, entre los cuales estaba San Dimas, el buen ladrón, que probablemente murió antes de Nuestro Señor y fue a esperarlo en el Limbo. Allí estaban todos los justos que habían muerto desde Adán hasta aquel momento, en un lugar sin fuego, sin tormento, en una larga espera de cinco mil años, hasta que por fin viniese el Salvador.

Jesús resucitado desciende al Limbo – Galería Nacional de Arte, Washington
En el Credo se dice que Él “bajo a los infiernos”. No es el infierno de satanás. Infierno, en latín, es una palabra genérica que significa lugares inferiores. El Limbo era un lugar inferior. Puro, digno, un lugar de saudades y de esperanza, aunque sin ninguna alegría beatífica presente. Tal era el infierno donde el alma de Nuestro Señor Jesucristo descendió. Un infierno sin ninguna relación con los demonios. Y se puede imaginar la alegría de todos los justos cuando vieron, de repente, al Salvador que descendía.
Desde Adán y Eva, que se salvaron y son santos, pues Dios los perdonó, hasta los que habían muerto en aquel momento y se salvaron, todos ellos, al recibir la buena noticia, estaban rescatados por Nuestro Señor.
Es de admitir que, cuando San José murió, él contó en el Limbo el nacimiento del Mesías, ¡y todos quedaron alegrísimos! También cuando San Juan Bautista murió, su alma fue al Limbo y es probable que él haya contado el inicio de la predicación del Mesías y anunciado allí quién era Nuestro Señor Jesucristo. Por lo tanto, todos en el Limbo ya sabían quién era Él, ¡pero nada se comparó a la alegría de ver el Mesías y de, al fin, haber terminado el sacrificio e ir con Él al Cielo!
Nuestra Señora, medianera de todas las gracias
¡Qué obra magnífica la de Nuestro Señor Jesucristo! ¡Qué acción santísima y enteramente a su altura incomparable, haber rescatado de esta forma a todo el género humano! Nuestro Señor quiso que el valor de su sacrificio fuese aceptado por el Padre Eterno como expiación por los pecados que se cometerían desde Adán y Eva hasta el fin del mundo, pero Él lo quiso así, en unión con el sufrimiento de Nuestra Señora, y Ella entra en eso en cuanto Mater Divinæ Gratiæ.
Nuestra Señora es llamada, por lo tanto, Corredentora del género humano. Si no fuera por su sufrimiento, Dios no se contentaría. Y realmente, Ella tuvo un martirio incomparable. ¿Se pueden imaginar qué representaba para Nuestra Señora ver a su Hijo, a quien adoraba como Dios y Hombre, muerto de aquel modo ignominioso en la cruz?
¡Una cosa tremenda! Nunca, hasta el fin del mundo, se podrá calcular lo que Nuestra Señora sufrió. Ella sufrió eso para salvarnos. Y por todas esas y otras razones, María Santísima fue considerada, aclamada, reconocida por la Iglesia como Medianera de todas las gracias.
Dios no da una sola gracia a los hombres que no sea por un pedido de Nuestra Señora. Y no atiende una sola oración de los hombres que no sea por medio de Ella. Ella es la Medianera de todas las gracias. Medianera es la que está en el medio. La palabra lo dice: Ella está en el medio, entre Dios y los hombres. Es un embudo sagrado por donde todas las oraciones de la humanidad afligida o resignada, alegre, abatida o triste, o en la lucha y en camino al Cielo, rezan, rezan, rezan para obtener gracias.
Esas oraciones las apoyan los ángeles, los santos, nuestros santos patronos. No serían nada, sin embargo, si Nuestra Señora no rezase junto. ¡Tanto vale la oración de Nuestra Señora!

Aparición de Nuestra Señora a Santa Catalina Labouré Capilla de la Medalla Milagrosa, París
Lo que pidieran todos los ángeles y santos del Cielo sin Ella, no lo recibirían. Ella, pidiendo sin todos ellos, lo recibe. Dios la ama de una manera tal y única.
Las apariciones de Nuestra Señora a Santa Catalina Labouré
Para recordar esas gracias y avivar a los hombres en la piedad, Nuestra Señora se apareció en 1830, en Francia, a una monja francesa, de la Congregación de San Vicente de Paúl. Ellas usaban unos largos tocados blancos muy bonitos y hábito negro.
Ella vivía en el convento que hasta hoy esa Orden Religiosa posee en la Rue du Bac, en París. La monja estaba durmiendo durante la noche, cuando un niño –supongo que era un Ángel– apareció, diciendo que Nuestra Señora quería hablar con ella y la esperaba en la capilla. La religiosa se despertó, se vistió y fue; el niño fue guiándola. En esos conventos antiguos la disciplina era verdadera. Había varias puertas internas cerradas y, por lo tanto, no se entraba ni se salía con facilidad. Pero cuando el niño se acercaba, las puertas se abrían. La Hermana Catalina Labouré, de clase social muy humilde, muy modesta y ella misma una persona de dotes comunes, no era una gran estrella de inteligencia. En el silencio del convento que dormía, fue siguiendo al niño. La capilla estaba toda iluminada, resplandeciente. Nuestra Señora se sentó en una poltrona que hasta hoy se conserva en esa capilla. Catalina Labouré se acercó a Ella y comenzaron a conversar.
Nuestra Señora hizo varias revelaciones a esa monja, manifestando estar muy aborrecida con el estado de Francia, que andaba mal, y anunciando en breve la llegada de una revolución que depondría al Rey Carlos X y sería seguida por otras, hasta la revolución comunista que dejaría a París toda ensangrentada.
La revolución liberal depuso al Rey Carlos X, conservando aún la forma de gobierno monárquica. Cerca de veinte años después, la monarquía cayó y le siguió la república. Más tarde, vino una vez más el imperio. Después, al final de cuentas, la república fue proclamada. Sin embargo, con ocasión de esa proclamación, entonces definitiva en Francia, hubo una revolución comunista como Nuestra Señora predijo.
Y Nuestra Señora alertó que le rezaran mucho, recomendó que todos portaran la Medalla Milagrosa consigo y así obtendrían una protección especialísima.
Gracias que no son pedidas y por eso no son concedidas
Nuestra Señora prometió conceder innumerables gracias a los que se las pidieran.
Algunos meses más tarde, en otra aparición, Santa Catalina Labouré vio que los dedos de Nuestra Señora estaban llenos de anillos con piedras preciosas, los cuales chispeaban colores lindos y eran símbolo de las gracias que Ella obtiene para los hombres. Los anillos sin brillo simbolizaban las gracias que no eran pedidas y, por lo tanto, no eran concedidas.
Es una gran lección para nosotros habituarnos a pedir a Nuestra Señora todo lo que necesitamos, aunque parezca muy improbable o muy difícil de conseguir. Pidiendo, Ella concede. Y como cada favor que Ella da es una gracia y una manifestación de su grandeza, la invocamos bajo el título de Nuestra Señora de las Gracias.
La imagen de Nuestra Señora de las Gracias está con las manos abiertas para indicar la disposición de acoger nuestras oraciones. Ella apareció con rayos de luz que salían de sus manos. Esos rayos de luz están a nuestra disposición.
Es cuestión de pedir, que Ella da. Nuestro Señor dijo en el Evangelio “Pedid y recibiréis. Golpead y se os abrirá” (Mt 7, 7). Él indicó la puerta: es su Madre Santísima. ¡Golpead en la puerta acertada y se abrirá! Para abrir, es necesario golpear en la puerta y no en la pared… La puerta es Ella. Golpeando en la puerta acertada, recibimos las gracias que deseamos.

Virgen del Carmen rescatando almas del Purgatorio – Iglesia de San José, Cádiz, España
Pedir toda especie de gracias
Debemos tener el hábito de pedir a Nuestra Señora toda especie de gracias. Pueden ser las gracias pequeñas de la vida cotidiana, por ejemplo, para salir exitoso en los trabajos de apostolado, rezar antes de iniciar una conversación: “¡Nuestra Señora de las Gracias, ayudadme!” También mientras se está conversando, decir una, dos, tres veces esa jaculatoria. ¡Eso es ultra lleno de propósito!
Podemos pedir a Ella otras cosas. Si tenemos una obligación qué cumplir y estamos indispuestos, con dolor de cabeza: “¡Nuestra Señora de las Gracias, ayudadme!” O si nos encontramos en un apuro, hicimos algo que no debíamos y tememos las malas consecuencias: “¡Nuestra Señora de las Gracias, perdonadme y ayudadme!” Ella da el perdón y la ayuda.
Ella es de una bondad sin límites, como un caudal que corre continuamente sobre el género humano. Es cuestión de que los hombres comprendan y pidan, pidan, pidan, que serán ayudados.
En nuestras dificultades interiores, cuántas y cuántas veces la práctica de la virtud parece difícil…

El Dr. Plinio en 1983
Será un problema de pureza; o una dificultad con alguna persona hostil, en casa o fuera de ella; ¡son tantos tipos de problemas!
Desgraciadamente, a veces las personas adquieren malos hábitos. Cómo es frecuente el hábito de la pereza, por ejemplo. Hay cierto género de personas que no sabe hacer una gentileza, ¡lo cual es vergonzoso! Si alguien pide una silla, lo correcto sería levantarse con alegría y llevar la silla. Así deben ser hechas las cosas. O cuando alguna persona pide un vaso con agua, el individuo debe ir deprisa a traer el vaso con agua, de un modo agradable; preguntar si desea más; estar de pie mientras está sirviendo, para que la persona tenga la libertad de pedir otro vaso. Lo contrario de eso es la pereza: ¡sentado, recostado, apesadumbrado!
Yo diría que casi puedo ver en los rostros quién es perezoso. Si no tiene el coraje de vencer un hábito tan viejo, que diga: “¡Nuestra Señora de las Gracias, ruega por nosotros!” Pida varias veces y, cuando parezca que Ella ya no va a conceder, porque pidió tantas veces, es entonces el momento en que Ella va a atender. Debemos pedir sin parar. ¡En cierto momento su ayuda vendrá!
A los hijos a quien más ama, Nuestra Señora los hace esperar
Así, en las cosas más variadas, más diversas. A Nuestra Señora le gusta hacer esperar a los hijos a quien más ama. Y es porque a Ella le gusta que se le rece.
Cuando se obtiene una gracia inmediatamente, la naturaleza humana es tan miserable, que deja de pedir. Y Nuestra Señora, entonces, para hacer rezar a aquel hijo, deja demorar.
Es como una madre que tiene un hijo muy indiferente y quiere de ella cierto dinero para viajar. El hijo pide una vez y ella no se lo da. Después de haber pedido cincuenta veces, ella se lo concede. Ahí el hijo está más unido a ella, porque procuró agradarla para obtenerlo.
A veces, Nuestra Señora hace así con nosotros. Ella demora. ¡Pero debemos comprender esa demora y pedir, pedir, pedir!
Los santos y los ángeles son intercesores junto a Nuestra Señora
¿Entonces el culto a los ángeles o a los otros santos es inútil? No, Nuestra Señora ama a los ángeles. Ella no había sido creada cuando ellos trabaron aquella batalla tremenda en el Cielo; pero la batalla se dio por causa de Ella. Incluso antes de ser creada, María Santísima dividió a los ángeles. ¿Por qué? Porque Dios les reveló la creación de los hombres, criaturas inferiores a los ángeles. En efecto, somos carne y espíritu, y ellos, puros espíritus, son muy superiores. Además, les reveló la Encarnación del Verbo en la naturaleza humana. Dios nacería de una criatura humana, que sería Reina de los Ángeles. Cuando satanás –el más alto de los ángeles– vio que una mujer, una Virgen frágil y débil sería su reina, se rebeló. Entonces San Miguel y los ángeles fieles lanzaron el grito: “Quis ut Deus?” como respuesta a aquel “non serviam” de Lucifer, que consistía en decir: “No serviré a aquella Virgen”.

San Miguel Arcángel se levantó: “¿Quién como Dios?” Y guió a todos los ángeles. Estos fueron Cruzados de Nuestra Señora antes de que Ella existiera. ¡Cómo Nuestra Señora ama a esos ángeles! ¿Ella podría ser insensible a la oración de uno de ellos? No. Hubo tantos santos en la Tierra. Ella fue quien los hizo santos, pues sin la oración de Nuestra Señora no alcanzarían la santidad. Por lo tanto, Ella ama a cada uno de ellos como a una obra de sus propias manos. Las oraciones de los santos le son muy queridas. E incluso las almas del Purgatorio, que están cumpliendo una pena, al rezar por ellas, ellas rezan por nosotros. Nuestra Señora las ama y tiene compasión. Con frecuencia, Ella desciende al Purgatorio y libera legiones. Debemos, por lo tanto, pedir a nuestros intercesores celestiales, pero para que ellos le pidan a Nuestra Señora y Ella le pida a Dios.
Así tenemos la escalera de oro magnífica que nos lleva a los pies del trono donde está sentado eternamente el Rey de la Gloria Eterna, Nuestro Señor Jesucristo.
A mí me gustaría que esa idea estuviera presente en el espíritu de quien mira aquella imagen tan risueña de Nuestra Señora de las Gracias.
Ella es Madre de toda bondad. Y, al aproximarnos a Ella, deberíamos decir:
“Madre mía, aquí está un hijo traído por Vos. Yo no os pido que me queráis bien, porque me queréis más de lo que yo me quiero a mí mismo. Os pido, entonces, que me manifestéis vuestro querer. ¡Dadme una gracia Madre mía, dadme una sonrisa para que yo camine y os sirva!”
La primera imagen de Nuestra Señora de las Gracias
¿Cuál fue la primera imagen de Nuestra Señora de las Gracias que vi en mi vida?
Yo ignoraba toda la historia de Nuestra Señora de las Gracias. Solo cuando estaba concluyendo mi curso en la Facultad de Derecho, o cuando ya me había graduado, me cayeron unos papeles en las manos que contaban la aparición. Pero, en cierto oratorio en la Rua Alagoas 350, segundo piso, había una imagen de Nuestra Señora de las Gracias. Nunca la vi en mi vida sin tener una inclinación especial por ella. A mí me gustaba besarla. Y siempre que yo pedía, cierta señora [la madre del Dr. Plinio], con una sonrisa, me la daba a besar.
(Extraído de conferencia del 22/5/1983)







