¡Madre de verdad!

Publicado el 07/09/2022

¡Cuánto interceden las madres por sus hijos! Y Nuestra Señora, nuestra Madre, no deja de interceder por nosotros.” Así como en las Bodas de Caná intercedió ante Jesús, por los novios necesitados de ayuda, cuántas veces en nuestras vidas, Nuestra Señora también intercede por nosotros, como verdadera Madre. Y es este aspecto el que Monseñor João nos presentará hoy: María, Madre de Dios y Madre nuestra.

Monseñor João Clá Dias

Nuestra Señora tiene innumerables privilegios. Para que tengamos una pálida idea, debemos considerar que Ella tiene más de mil títulos, pero su título principal, como privilegio primordial, privilegio esencial, según el cual se mueven y se organizan todos los demás privilegios, es el privilegio de ser Madre de Dios.

Para una persona humana como Nuestra Señora, no es posible un mayor privilegio que este. ¡Completamente imposible! Por eso, Santo Tomás de Aquino dice que todo lo que Dios creó, podría haberlo creado mejor, exceptuando a tres criaturas: Nuestro Señor Jesucristo, Hombre-Dios, Nuestra Señora, Madre de Dios y la visión beatífica.

María, entonces, está en el rango, en la categoría de criatura perfecta, perfectísima. No es en vano que San Luis María Grignion de Montfort dice que Dios agotó, por así decir, su imaginación en la creación de Nuestra Señora. ¿Cómo podría crear algo más grande? Hoy, sin embargo, debemos centrarnos más especialmente en el título de Madre de Dios.

Madre. ¿Quién podría decir qué es una madre? Es fácil ir a un diccionario y buscar la palabra “madre”. Encontraremos una definición seca, totalmente desprovista de características, de imponderables, de inefables… Una definición totalmente abstracta de lo que es una madre. Pero, ¿quién puede sondear lo que es el corazón de una madre? Madre: solo este título de “madre” —sin hablar todavía de Madre de Dios, sino de madre, pura y simplemente—, es una de las maravillas más extraordinarias que salió jamás de las manos de Dios. Nació, brotó de las manos de Dios. Debido a que los hombres somos muy planificadores, tenemos mano firme, tenemos compromiso, fuerza, para mandar. Si no tuviéramos la idea de qué es una madre, si no tuviéramos contacto con una madre, ¿cómo concebiríamos entre nosotros la bondad de Dios? No sería nada fácil…

Cuando alguien pierde a su madre, en su vida queda un vacío terrible; es una ausencia que produce un dolor extraordinario. ¿Cómo actúa la Providencia en una situación así? Una vez que alguien pasa por esa situación y queda como una planta que no recibe más los rayos del sol, porque ha perdido a su madre, el sol de su vida, la Providencia hace esto: en nuestra orfandad, cuando perdemos a nuestra madre, nos da no una solamente, sino dos madres, porque la que perdimos, creemos, esperamos y rezamos mucho para que esté en el Cielo, pero más aún, nos da otra Madre, que es Madre perpetua, eterna: es Nuestra Señora.

Porque en el título de Madre de Dios estamos nosotros. Ella, siendo Madre de la Cabeza de la Iglesia, que es Nuestro Señor Jesucristo, termina siendo Madre del cuerpo. No se puede decir, por ejemplo: “La madre de mi cabeza es fulana de tal. La madre de mi cuerpo es fulana de tal”. ¡No tiene sentido! Es decir, quien es madre, es madre del cuerpo entero, madre de la persona. Y, por lo tanto, siendo Nuestra Señora Madre de Nuestro Señor Jesucristo, quien es la Cabeza del Cuerpo Místico, Ella es a su vez Madre de todo el Cuerpo Místico del cual formamos parte nosotros, como células vivas, pues somos parte integral de este Cuerpo Místico, una vez que estamos bautizados.

Tanto es así que Nuestro Señor, en Mateo 28,10, dice a los que lo buscan: “Diles a mis hermanos…”. Él, Nuestro Señor Jesucristo, se convierte en nuestro Hermano. Cuando San Pablo está haciendo estragos en el campo de la Iglesia y lleva a muchos cristianos al martirio, Nuestro Señor lo derriba de su caballo. ¿Qué le dice Nuestro Señor? “Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?” Pero sucede que él no estaba persiguiendo directamente a nuestro Señor Jesucristo. ¿A quién perseguía entonces? A cristianos. Nuestro Señor Jesucristo se hace uno con los cristianos, porque es la Cabeza de un Cuerpo. Entonces, cuando dice: “Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?” en el fondo dice: “Tú estás persiguiendo a otros, es verdad, pero estos otros soy Yo y Yo soy éstos otros, porque nosotros somos un solo cuerpo”. Y, por lo tanto, Nuestro Señor se constituye Hermano nuestro.

Si Jesucristo es la Cabeza de un Cuerpo, debemos tener en cuenta que Nuestra Señora, siendo Su Madre, es la Madre de todo el cuerpo. Cuando veo, por ejemplo, una fuente de la que brotan grandes cantidades de agua, formándose de allí arroyos, quien fuera “la madre” de la fuente, sería la madre de los arroyos, ¿no es verdad? Ahora bien, la fuente de nuestra vida sobrenatural es Nuestro Señor Jesucristo. María Santísima es también, por tanto, nuestra Madre. Cuando vemos, por ejemplo, una vid, floreciente, vital, sabemos que, si alguien es “madre” de la vid, también es madre de las ramas. Entonces, los que pertenecemos a esta vid que es Nuestro Señor Jesucristo y que es la Iglesia, somos hijos de Nuestra Señora.

Ella nos da vida porque es Madre de Dios, Madre de la Divina Gracia. Nuestro Señor Jesucristo es el Autor de la gracia. Es Él quien tiene toda la gracia y de Él recibimos la gracia. Ahora bien, como Ella es la Madre de Nuestro Señor Jesucristo, es Madre de Gracia y Madre, por tanto, de nuestra vida, ya que nuestra vida está basada enteramente en esta gracia que es creada por Nuestro Señor y que nos es distribuida.

Más aún: subimos junto con Nuestro Señor al Calvario y allí lo vemos crucificado. La cruz se levanta, se interpone entre dos ladrones, el sol se esconde, se forma una cierta oscuridad y la atmósfera que se siente allí es de un drama divino. En cierto momento, con gran dificultad, en medio de su agonía, Nuestro Señor dice: “Mujer, ¡ahí tienes a tu Hijo! ¡Hijo, ahí tienes a tu Madre! (cf. Jn 19, 26-27). Es en este momento que Nuestro Señor Jesucristo, en una de sus siete palabras, nos constituye como hijos, auténticamente hijos, de Nuestra Señora. Ya lo éramos, pero Él lo hace oficial. Confiere en este momento el carácter oficial de la divina maternidad de Nuestra Señora que se extiende a nosotros. Somos sus hermanos, Él es nuestro hermano por la gracia, por la Redención y pone a nuestra disposición a esta Madre que es su Madre.

Debemos considerar también que Nuestra Señora es una criatura inusual. Ella es la Reina de los Ángeles, está colocada por encima de los Ángeles y, por lo tanto, su Corazón tiene una expansión casi infinita. ¡Todos cabemos en ese corazón!

Ella debe habernos conocido desde el momento en que vio brotar del costado de Nuestro Señor Jesucristo atravesado por la lanza a la Iglesia; Ella, ciertamente, debe haber tenido una revelación por la cual, así como Nuestro Señor en el Huerto de los Olivos vio a todos los hombres y nos vio especialmente a cada uno de nosotros, es decir, particularmente a cada uno de nosotros, Ella también, en algún momento, como Madre de la Iglesia, nos vio. Ella nos vio y oró por nosotros.

Hay un misterio a donde no llega nuestra inteligencia ni nuestra razón: estando Ella en el Cielo, nos ve constantemente. Basta que dirijamos nuestros pensamientos, basta que dirijamos nuestros sentimientos, nuestro corazón a Ella, porque Ella está enteramente solícita y dispuesta a atendernos, con ese instinto maternal que en Ella es insólito, es inimaginable. Y nos cuida a cada uno de nosotros con afecto, cariño, ternura, inimaginables, indecibles.

Extraído de Homilía 1/1/09

Deje sus comentarios

Los Caballeros de la Virgen

“Caballeros de la Virgen” es una Fundación de inspiración católica que tiene como objetivo promover y difundir la devoción a la Santísima Virgen María y colaborar con la “La Nueva Evangelización” , la cual consiste en atraer los numerosos católicos no practicantes a una mayor comunión eclesial, la frecuencia de los sacramentos, la vida de piedad y a vivir la caridad cristiana en todos sus aspectos. Como la Iglesia Católica siempre lo ha enseñado, el principal medio utilizado es la vida de oración y la piedad, en particular la Devoción a Jesús en la Eucaristía y a su madre, la Santísima Virgen María, mediadora de las gracias divinas. Sus miembros llevan una intensa vida de oración individual y comunitaria y en ella se forman sus jóvenes aspirantes.

version mobile ->