Plinio Corrêa de Oliveira.
Madre del Hombre-Dios, la Santísima Virgen fue Madre de todos los que nacieron para la gracia de Nuestro Señor Jesucristo. Madre del Redentor, se convirtió en la Madre de los pecadores y, por lo tanto, desempeñó un papel que, en cierto modo, el propio Dios no podía ejercer. Él es el Juez eterno que debe castigar a los que lo injurian. Nuestra Señora, sin embargo, es Madre. Y a las madres no les cabe la tarea de juzgar, sino la de interceder. Ellas son las abogadas naturales de los hijos, y son solidarias con éstos hasta cuando el padre los increpa por justa razón.
Así, por más miserable, inmundo y repelente que sea el hijo pecador, la Madre de misericordia lo perdona y ruega por él al Señor, aplacando la justicia divina. Abogada supremamente buena, Nuestra Señora, en favor de cada uno de los pecadores que recurre a Ella, dirige esta súplica a Jesucristo: “Dios mío e Hijo mío, por vuestro dolorosísimo sufrimiento en el Calvario, por mi Inmaculada Concepción, por mi perpetua virginidad, por el amor que Vos sabéis que os tengo, os pido: ¡perdonadlo!” Esta es la misión de María Santísima como nuestra Madre y Abogada.
Extraído de conferencia de 07/02/1971