En el encuentro anual con los estudiantes de las universidades pontificias romanas, Benedicto XVI mostró claramente cuáles deben ser las características del académico eclesiástico, en función de las necesidades de los días de hoy.
Doy gracias al Señor, que me concede, también en el año en curso, la posibilidad de encontrarme, en el inicio de un nuevo año académico, con los profesores y los estudiantes de las universidades pontificas y eclesiásticas presentes en Roma. Se trata de un encuentro de oración —acaba de terminar la celebración de la santa misa, que constituye el centro de toda nuestra vida cristiana— y, al mismo tiempo, es una ocasión propicia para hacer consideraciones sobre el sentido y el valor de vuestra experiencia de estudio aquí en Roma, en el corazón de la Cristiandad […]
La experiencia de comunión que debe haber en el estudio
En el encuentro anual que ve idealmente reunida, aquí en la Basílica Vaticana, toda la familia académica de las universidades eclesiásticas romanas os permite, queridos amigos, comprender mejor la singularidad de la experiencia de comunión y de fraternidad que podéis realizar en estos años: experiencia que, para ser fecunda, tiene necesidad de la contribución de todos y de cada uno.
Participasteis en conjunto de la celebración eucarística, y es en conjunto que habéis de recorrer este nuevo año. Procurad crear en medio de vosotros un clima en el cual el compromiso del estudio y la fraterna cooperación os sirvan de enriquecimiento común, no solamente en lo que respecta a los aspectos cultural, científico y doctrinal, sino también en lo que se refiere a los aspectos humanos y espirituales. Sabed aprovechar al máximo las oportunidades que, a este propósito, os son ofrecidas en Roma, ciudad de veras única también desde ese punto de vista.
Roma es rica en memorias históricas, de obras maestras de arte y de cultura; está sobre todo, llena de elocuentes testimonios cristianos. A lo largo del tiempo, nacieron universidades y facultades eclesiásticas, más que seculares, donde se formaron generaciones enteras de sacerdotes y de agentes pastorales, entre los cuales no faltan grandes santos e ilustres hombres de Iglesia. En ese mismo surco también vosotros estáis metidos, dado que dedicáis años importantes de vuestra existencia al estudio en profundidad de varias disciplinas humanistas y teológicas.
Las finalidades de esas instituciones beneméritas —escribía en 1979 el amado Juan Pablo II en la Constitución Apostólica Sapientia Cristiana— consisten, entre otras, en “cultivar y promover, mediante la investigación científica, las propias disciplinas, y sobre todo en profundizar el conocimiento de la Revelación Cristiana y de aquello que está vinculado a la misma, en revelar sistemáticamente las verdades en ella contenidas, en considerar a la luz de tales verdades los nuevos problemas que surgen, y en presentarlas a los hombres del propio tiempo de un modo adecuado a las diversas culturas” (Título I, art. 3, 1). Se trata de un compromiso más urgente que nunca en nuestra época posmoderna, en la cual se siente la necesidad de una nueva evangelización, que tiene necesidad de maestros en la fe, de heraldos y testimonios del Evangelio convenientemente preparados.
La cultura del hombre contemporáneo debe estar imbuida por el Evangelio
En efecto, el periodo de permanencia en Roma puede y debe servir para prepararos en vista de desempeñar del mejor modo la tarea que os cabe en varios campos de acción apostólica. La misión evangelizadora propia de la Iglesia exige, en esta nuestra época, no apenas que se propague en todas partes el mensaje evangélico, sino tambien que penetre en profundidad en los modos de pensar, en los criterios de juicio y en el comportamiento de las personas. En síntesis, es necesario que toda la cultura del hombre contemporáneo sea imbuida por el Evangelio. Para responder a ese vasto y urgente desafío cultural y espiritual, quiero contribuir a la multiplicidad de las enseñanzas, que son propuestas en los ateneos y centros de estudio frecuentados por vosotros.
La posibilidad de estudiar en Roma, sede del sucesor de Pedro y, por tanto, del ministerio petrino, os ayuda a revigorizar el sentido de pertenencia a la Iglesia y el compromiso de fidelidad al Magisterio Universal del Papa. Además de eso, la presencia, en las instituciones académicas y en los colegios y seminarios, de profesores y alumnos provenientes de todos los continentes, os ofrece una ulterior oportunidad para conoceros unos a otros y experimentar la belleza de hacer parte de la única y gran familia de Dios: ¡sabed valeros de eso de manera plena!
Incrementar el interés por el estudio, un sincero deseo de santidad
Mientras, queridos hermanos y hermanas, es indispensable que el estudio de las ciencias humanistas y teológicas sea acompañado siempre de un conocimiento progresivo, íntimo y profundo de Cristo. Eso comporta que, al necesario interés por el estudio y por la investigación, incrementéis un ansia sincera por la santidad. Estos años de formación en Roma, además de ser un compromiso intelectual serio y asiduo, sean en primer lugar de intensa oración, en constante sintonia con el Maestro divino, que os escogió para Su servicio. De igual modo, el contacto con la realidad religiosa y social de la ciudad sea útil para vosotros, en vista de un enriquecimiento espiritual y pastoral
Invoquemos la intercesión de María, Madre dócil y sabia, para que os ayude a estar preparados, en todas las circunstancias, a reconocer la voz del Señor, que os conserva y os acompaña en vuestro itinerario de formación y en cada momento de la vida. Os aseguro un recuerdo en la oración y, mientras os formulo votos de un año tranquilo y rico en frutos, corroboro estos buenos deseos con una especial bendición apostólica. ²
(Discurso a los estudiantes de las pontificias universidades de Roma, 25/10/2007)