Relacionar las doctrinas y los principios teóricos con
objetos, personajes y hechos históricos, es la clave para
la admiración. Analizando los dones excepcionales que
Nuestra Señora colocó en su alma, el Dr. Plinio describe
su natural, profundo y sincero espíritu de admiración.
Plinio Corrêa de Oliveira
Todos hemos tenido admiraciones fugaces a lo largo de nuestros cursos de catecismo, así como a lo largo de nuestras vidas, con lo que hemos aprendido.
De vez en cuando, uno u otro aspecto pasa ante nuestro espíritu, lo encontramos bonito, pero luego se deja de lado. Es una admiración de carácter doctrinario, ante la cual el hombre común no se sostiene por mucho tiempo, porque siendo sólo doctrinario, carece de lo necesario para sostenerse.
Capacidad para relacionar las criaturas
¿De qué manera mi posición admirativa sobre estos principios tuvo un poco más de longevidad que sobre otros?
Por un lado, es porque la Virgen me ha dado una cierta profundidad de espíritu; por el otro –tal vez más importante y poco desarrollado– por la facilidad para percibir los estados de espíritu de personas que he conocido o de otras sobre las que sólo he leído o he oído hablar.
También por la capacidad de analizar y relacionar todas las cosas, desde interiores de casas, aspectos de fachadas, paisajes, plantas, animales. Es una “fabulación”, o sea, una transformación del principio en fábula, o, mejor dicho, una “parabolización”.
Conclusión-síntesis, símbolo del holocausto
Hablo de mí, porque me conozco más íntimamente que a los demás y toda mi vida he sido muy sensible. Doy un ejemplo que me es característico: nunca me han interesado las copas de licor pequeñas y lindas, pero que no significan nada para mí; las copas más grandes, de un tipo que ya en el siglo XIX se dejó de usar, me interesan más.
En la Edad Media existían pesadas copas en forma de cáliz, con empuñaduras llenas de piedras preciosas para facilitar su uso, en las que se vertía un vino generoso y abundante. Beber de ellas me parece noble, algo que da aliento al hombre y da circulación a la vida; la naturaleza se vuelve más robusta. Especialmente si la copa está hecha de cristal grueso, casi una roca en la que se ha excavado un vaso, o si está hecho para ser utilizado por algún par de Carlomagno. Me resulta muy grato.
Veo en este recipiente el símbolo de la mentalidad humana realizando la síntesis del pensamiento. Contiene algo en forma de conclusión general, conclusión-síntesis en el punto en que toca la base.
Los cálices que se usan en la misa siempre me han hablado enormemente. Es el holocausto, por varias razones considerado, que efectivamente termina en el propósito del martirio y en el martirio. El momento de la elevación del cáliz, siempre y hasta el día de hoy, tiene un gran efecto en mí. Porque sé –la fe me lo enseña– que allí está el Cuerpo, la Sangre, el Alma y la Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo; y el holocausto renovado en la Misa está simbolizado para mí en gran medida por el cáliz. Elevarlo… ¡Una maravilla! ¡Es de toute beauté!
Veo el cáliz, por tanto, como un objeto al servicio de una verdad de fe. Por eso, me resulta muy fácil mantener los principios, por causa de un objeto que fija la “parábola” del principio, y que le da al principio un tipo de vida que, para mi modo de ser –para un individuo más intelectual tal vez no sea así – es absolutamente indispensable.
En general, esto no se pierde en una maraña de parábolas, en medio de las cuales ni siquiera sé cómo moverme después, pero acuña consideraciones que perduran.
Simbolismo de la lámpara, encanto con los mármoles
Un objeto que produce en mi espíritu un efecto análogo al del cáliz es la lamparita. En el pasado había muchas, hermosas, bien dispuestas, en las que ardía esa pequeña llama, de extraordinario valor y aspecto simbólico de fácil comprensión.
Gracias a Nuestra Señora, me resulta fácil relacionar, por ejemplo, la lamparita con la vigilia nocturna del Santísimo Sacramento. La serie de consideraciones doctrinales que se pueden hacer sobre la vigilia se apoya en la lamparita y la toma como símbolo, da proporción humana a esa consideración teórica.
Esto lo reservo para mi uso personal, algo que significa mucho para mí. Y que luego dan al principio del catecismo un complemento, una facilidad para admirar.
Otro ejemplo son los mármoles de las iglesias, a veces iglesitas parroquiales de la São Paulinho que conocí y ante las cuales quedé justamente extasiado. La iglesia de Santa Cecilia, por ejemplo, tiene una capilla del Santísimo Sacramento con buenos mármoles de Carrara, Italia, que representan diseños geométricos. ¡Quedé encantado con eso!
Esos principios geométricos fueron asimilados en mi espíritu a una cierta lógica y pujanza, a una coherencia, que la fuerza conferida por el Santísimo Sacramento, por la Comunión, da al alma y, al mismo tiempo, le exige al alma.
Cuando la Iglesia se vuelve connatural con el Cielo
¡El incienso también es fenomenal! Es la representación del alma humana, sacrificada, dolorida, que, por así decirlo, está “ardiendo” y eleva a Dios una oración de olor agradable. Es también el homenaje respetuoso, noble, aristocrático que se eleva hasta el trono de Dios.
Después que el incienso se propaga por la iglesia, uno tiene la impresión de que las nubes del cielo vinieron a poblarla y se convirtió en algo connatural con el Cielo.
Y así hay mil cosas, multitud de cosas en la vida, que me hablan muy agudamente; toda mi vida los he relacionado con realidades conexas, lo que facilita la admiración por los principios.
Porque la admiración en nosotros no es una operación de ángeles, sino de hombres, en quienes los principios deben estar asociados, conjugados, relacionados, para estar realmente bien y florecer en la admiración. Esto no se enseñaba en mi curso de catecismo. Al contrario, quedaba medio insinuado que no era así, por el silencio absoluto sobre este aspecto de las cosas.
Aspectos nobles del alma humana
Mientras realizo esta exposición, mis ojos cayeron sobre el cuadrito que está allí, representando una carabela saliendo de la laguna de Venecia y atravesando el mar. No pretendo que sea un gran cuadro; es bonito, no es una maravilla. Pero me resulta muy fácil admirarlo.
Las velas infladas me dicen muchas cosas. Expresan el propósito humano de navegar, alentado por la buena esperanza de una navegación exitosa y la alegría del viaje, del cambio, del lucro y del riesgo.

Capilla del Santísimo Sacramento – Iglesia de Santa Cecilia, São Paulo
El agua se presenta en un color muy matutino, una especie de azul verdoso –azul marino–, que parece casi una piedra preciosa.
Detrás, en contraste con la serenidad de la mañana, hay una acumulación de nubes, aún luminosas, que para mí expresan un futuro tormentoso para el barco. La tripulación, a su vez, embelesada por el agua, parece embarcarse sin darse cuenta del peligro.
No me refiero al cuadro como tal, sino al paisaje representado en él. Tendría aún más valor si viera la escena no en una pantalla, sino en la realidad. Su valor representa mil aspectos nobles del alma humana, que paso a definir.

La entrada al Gran Canal, Venecia – Museo Huston de Bellas Artes
Uno es una especie de movilidad ligera y decidida hacia lo desconocido; es el paso del coraje, de la intrepidez. Por otro lado, una cierta altivez, porque la vela y el mástil central parecen desafiar al mar, con una actitud un poco de grand-seigneur2 como si dijera: “Te veo desde arriba y no me vas a tragar”.
Sin embargo, por otro lado, por otro lado… Las nostalgias pesan en algo. El barco no se va rápidamente, parece dar un discreto adiós a la tierra que queda.
Finalmente, la tormenta representada arriba demuestra que los marineros están con el alma decidida a correr riesgos. Todo evoca estados de espíritu muy bellos. Detrás están los principios, que son más fáciles de amar cuando se analizan bajo estas correlaciones. De ahí nace la admiración. Porque así es fácil admirar. Imaginemos que a alguien le ofrecieran un tratado titulado: “Sobre las virtudes del navegante”. Podría ser muy cierto y apreciable, incluso me gustaría tenerlo para ordenar y dar un sentido profundo a las impresiones causadas por la escena. Pero en la belleza de la admiración, la impresión tiene su papel.
Superioridad y dulzura que atraen
El Sagrado Corazón de Jesús, por ejemplo, ¿qué impresión me causa? ¡Es su aspecto afable y dulce, a la vez que es la propia perfección, con una superioridad infinita sobre cualquiera que se le acerque! Sólo el hombre de piedra no se sorprende con el Sagrado Corazón de Jesús. A esta sorpresa le sigue una gran atracción.
Es la grandeza en cuanto atrayendo, protegiendo, perdonando, y no como una superioridad que pone al individuo en su lugar para dar una lección de jerarquía. La lección de jerarquía está presente. Es imposible mirar a Nuestro Señor sin caer de rodillas. En cualquier lectura del Evangelio, nos guste o no, hacemos una imagen mental de Nuestro Señor, que nos hace poner de rodillas. Y si lo imaginamos con su Corazón expuesto, el impulso de arrodillarse nos llega aún más vehemente.
Jesús duerme en la barca…
Tomemos las diversas escenas del Evangelio que están en la línea del Sagrado Corazón de Jesús. Nuestro Señor durmiendo en la barca, durante la tempestad. Es la escena más común que puede haber. Un poco de mar, un barquito ordinario y un hombre con una túnica pobre –¡pero ella no tenía costuras y crecía con Él!– Acostado y durmiendo. Entretanto… ¡el sueño del Sagrado Corazón de Jesús! ¡Qué armonía, qué dulzura, qué perfección! ¡Cuánta reflexión en este sueño, qué elevación en este descanso!
El santísimo mérito de aquel cansancio que así se desprendía de Él y ascendía al Cielo como holocausto; el contagio de su descanso para el que lo miraba, de su paz para el que lo veía. Nunca sería posible acercarse a Él y verlo durmiendo sin arrodillarse inmediatamente.
¡Yo tendría un gran deseo de tocarlo y al mismo tiempo un temor! ¡¿Cómo es posible tocarlo?! Ni siquiera me atrevería a tocar el borde del manto que tocó aquella mujer del Evangelio. El lugar donde se supiera que había puesto sus pies, si no dejó huella, me atrevería a besarlo. Pero si la dejó, no osaría, ¡porque él es Dios!
Podemos imaginar cómo su cabello, durante el sueño, se ordenaba alrededor de sus hombros… con cierta naturalidad, no ornamental; ¿qué efectos producirían? ¡Sus párpados caídos, la respiración perfectísima durante su sueño, exhalando amor a aquel a quien veía con los ojos cerrados! Qué pasaba durante su sueño… ¿Cuál es el significado de su sueño? Indudablemente estaba dormido. Pero no es como nuestro sueño. ¿No será que Él rezaba mientras dormía, hablando con el Padre Eterno? ¿Qué decía su naturaleza divina?
¿Y no sabría que estábamos ahí cerca? ¿No estaría comunicándonos gracias y, al mismo tiempo, durmiendo?
Creo que lo único que podría distraer a un hombre frente a Nuestro Señor sería la idea de que haya asesinos cerca, en el lado opuesto del lago, que estuvieran tramando su muerte. “Voy a tratarlos de la plus belle façon3. Cualquier cosa puede suceder, menos que lo toquen. ¡Bandidos!”
¡Todavía en esto entraría una admiración sin límites!
¡Qué maravilloso es admirar! Sentirse pequeño, ¡qué cosa tan maravillosa! Aquí entraría toda una teoría de la admiración.

Sagrado Corazón de Jesús – Catedral de la Ciudad de México
En la gran casa de modas de São Paulo
Recuerdo algunas escenas de cuando era niño. Por ejemplo, cuando iban a confeccionar ropa nueva para mí. Las señoras conversaban entre sí: “¿Usted cree que este adorno iría bien aquí? ¿O mejor no colocarlo? ¿Esta parte debería ser azul o verde? ¿Quedará bien un poco de amarillo? Una vez concluido el modelo, lo llevaban a la costurera o al sastre. La gran casa de modas en São Paulo era “Les Saissons de l’Année” (Las Estaciones del Año), donde se confeccionaban y cosían vestidos acordes a las estaciones del año. Sus propietarios no eran franceses. Su propietaria era probablemente “Doña Francisquita”, afrancesada, “métier”4, muy hábil en el arte de saber agradar perfectamente las señoras ricas, en cómo ganar dinero y hacer fortuna.

Jesús duerme en la barca – Oratorio de San Felipe Neri, Ciudad de México
Llegaban donde Doña Francisquita, llevando de la mano a un pimpollo llamado Plinio, desolado de tener que entrar a esa casa… ¡Era un aburrimiento sin nombre! Tanto más que la cliente y la doña dueña del local se olvidaban de la existencia del pimpollo, embarcadas en las numerosas posibilidades de la elaboración del traje, que no terminaban nunca.
Doña Francisquita hacía la crítica, la hacía de un modo muy amable y respetuoso, para no perder la clientela evidentemente; debatida la crítica, nuevas sugerencias. Las vendedoras traían pilas de revistas, las colocaban sobre la mesa, nuevos debates. De pasada, comentaban este o aquel vestido que no se haría. Para un niño, equivalía a media hora sin aire…
Todo eso en la São Paulinho pequeña de aquel tiempo, siempre muy rica y europeizada. Absorbí la influencia francesa a plenos pulmones, de todas las maneras y modos posibles.
Encantos con una floristería
Existía una casa de flores llamada “La Rose de France”, que poseía una gran vitrina, como era costumbre en las demás floristerías. En determinado momento, los dueños deciden instalar un sistema para mantener húmedo el lugar, para conservar mejor las flores. No supe cómo lo hacían, pero salían sin parar de la vitrina chorritos de agua en arcos que componían filas, formando una como cortina de agua transparente, recordando un delicado baberito para bebé ¡Qué cosa linda!
Me acuerdo que, rumbo al colegio, pasaba frente a esa floristería. La veía como un niño comúnmente ve una casa de flores al pasar. Cuando noté la modificación, eso repercutió en mi interior: “¡Ah! ¡Qué maravilla! Si pudiera, bajaría y la iría a ver. No puedo. ¡Quedó estupenda! Me encantó, la admiré mucho.
¿Por qué? Porque en los hombres existe una porción de estados de espíritu, que sugieren “cortinas” de ese género; aguas dispuestas de esa manera me lo sugieren aún más. De ahí, una admiración por la relación que las cosas tienen con el alma humana, con aspectos y hechos históricos. Por esto, me es mucho más fácil la admiración por asuntos doctrinarios que se reportan a lo que acabo de comentar; y, en fin, por causa de hacer esas relaciones muy fácilmente, encontrar ejemplos para todo, también fácilmente.
Estado de alma opuesto al espíritu de la Revolución
¿Será que un simple tratado de Teología proporciona al alma insensible a esas realidades, los elementos necesarios para la admiración? No creo. Estoy lejos de menospreciar esos tratados, es más, los considero muy importantes para lo que he descrito, ellos contienen y expresan la verdad a ese respecto.
Eso sí, sustento que el alma humana no debe disociarse de ese estado de espíritu admirativo, de todas las cosas que Dios creó para admirarlas. El propio lenguaje y vocabulario humano es capaz de expresar tales realidades; no es creado sólo para esto, pero también lo fue para esto, utilidad del lenguaje altamente conveniente y necesaria al alma.
La expresión “Santa Iglesia”, por ejemplo, nos dice: la Iglesia es santa. En el intelecto se comprende qué es la santidad, que Ella sea santa, cualquiera lo entiende. Sin embargo, hay una belleza en esa expresión “Santa Iglesia” que hace relucir esa verdad ¡Para mí tiene algo de celestial, de divino! La “Santa Iglesia Católica, Apostólica y Romana”, la propia cadencia de los adjetivos es de una belleza extraordinaria.

Dr. Plinio en 1984
Desde el lado práctico, me pregunto: ¿Podríamos todos adquirir, si quisiéramos, esa disposición de alma admirativa?
La Revolución inculcó en los espíritus la idea de estancar, asegurar, las vertientes de agua de la admiración que surgen en las almas, porque dan vida a hombres fantasiosos, de elucubraciones inútiles, desviados del camino.
Ahora bien, en su Carta a los Romanos, San Pablo recrimina justamente a los que no tenían el deseo de amar las criaturas de esta manera y por eso cayeron en la inmoralidad. (Cf. Rm 1, 20-28).
A mi modo de ver, ésta disposición de espíritu de admiración, es una defensa de la pureza. v
(Extraído de conferencia del 6/10/1984)
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1) Del francés: belleza total
2) Del francés: gran señor
3) Del francés: de la forma más bella
4) Del francés: profesión