“La compasión de María Santísima es tal, que atiende a sus hijos e hijas rebosante de misericordia. Ella puede y quiere arreglar cualquier situación en la que nos encontremos, desde que acudamos confiadamente a Ella”.
Padre Diego Moncada
“La confianza es la voz de Cristo, voz misteriosa de la gracia que resuena en el silencio de los corazones y que susurra en el fondo de nuestras conciencias palabras de dulzura y de paz”.
Esta frase, extraída del Libro de la Confianza, resume bellamente aquello que el Padre Carlos Tejedor tanto nos enseñó a lo largo de su vida, como ardoroso apóstol de la confianza en Dios y María Santísima.
Y, a lo largo de su ministerio sacerdotal, muchas personas le preguntaban: “Padre Carlos, ¿Cómo hago para confiar en Dios cuando veo que me cercan problemas insolubles o muy difíciles de resolver?, pues en estas situaciones me abato y pierdo la esperanza, me agobio, me inquieto y se tambalea mi fe”.
La respuesta es más sencilla de lo que parece a primera vista y es comprender lo que nos enseña esta frase del Padre Pío: “Bendita la crisis que te hizo crecer, la caída que te hizo mirar al Cielo, el problema que te hizo buscar a Dios”.
Una hermosa perla formada por el sufrimiento
Si no fuera por las dificultades y adversidades que nos sorprenden a lo largo de nuestra vida, no tendríamos la oportunidad de descubrir tesoros ocultos que Dios colocó en nuestro interior, ni de sacar a relucir esa perla de inapreciable valor oculta en nuestro ser.
La perla es producto del dolor, resultado de la entrada de un cuerpo extraño en el interior de la ostra como, por ejemplo, un grano de arena. La parte interna de la concha de una ostra contiene una sustancia lustrosa llamada nácar.
Cuando un grano de arena penetra, las células del nácar comienzan a trabajar y cubren el grano de arena con camadas y más camadas para proteger el cuerpo indefenso de la ostra. Como resultado, una hermosa perla se forma.
La ostra que no ha sido agredida por ese factor externo que es el grano de arena, jamás podrá producir perlas, y de la misma manera sucede en nuestra vida.
Una fuerza al alcance de nuestra debilidad
¿Cómo puedo alcanzar la virtud de la paciencia, sino tengo a mi lado a seres difíciles a quienes sobrellevar? O ¿Cómo puedo ejercitar la virtud de la fortaleza y crecer en la fe y confianza en Dios, sino atravieso situaciones que exijan de mi parte un esfuerzo y un abandono total en las manos de Dios?
Y así podríamos hacer un elenco con las demás virtudes y situaciones de nuestra vida.
En medio de las dificultades y el desconcierto no hay otra luz que nos ilumine sino la confianza.
“Dios que coloca el peso, pone debajo su mano para que lo soportemos Por tanto, Él siempre está a nuestro lado. Cuando nos sentimos débiles y notamos una fuerza que nos ayuda a realizar lo que pensábamos que no estaba al alcance de nuestra debilidad, es Dios quien está levantándonos y haciéndonos caminar. Él nos prueba, nos pide una tarea ardua y pesada, pero nos sustenta para que caminemos”, enseñaba en cierta ocasión el Dr. Plinio a sus hijos espirituales entre los que se encontraba el Padre Carlos Tejedor.
Todo el que pide recibe
Por lo tanto, si sentimos valor para emprender lo que antes nos parecía tan difícil, podremos verdaderamente decir: la gracia me está conduciendo. Dios me llama y si Él está conmigo ¿Quién estará contra mí? Por esta razón, es necesario rezar, siguiendo el consejo del Señor “Pedid y se os dará; buscad y hallaréis, tocad y se os abrirá” ¡Confianza!
Nunca una petición será verdaderamente grata a Dios, sino la hacemos por medio de la Santísima Virgen, vida, dulzura y esperanza nuestra. Pidamos a Nuestro Señor Jesucristo por medio de Ella, diciendo:
Madre mía y confianza mía, los problemas se acumulan en mi camino. Sin embargo, no me dejo tomar por angustias, abatimientos ni inquietudes, porque en ti confío. ¡Ayúdame!
Sé que mis faltas y mi frialdad en el servicio de Dios me hacen indigno de ser atendido; pero dime, ¡Madre mía y confianza mía!, ¿A quién debo acudir para ser perdonado, consolado, escuchado, sino a ti Virgen bendita, que eres el refugio de los pecadores, el consuelo de los afligidos, la salud de los enfermos, la auxiliadora de los cristianos y la causa de nuestra alegría?
Por lo tanto, comprendamos que siempre hay un designio divino, un designio de amor en todo lo que nos sucede. De esa convicción deriva la virtud de la confianza: Dios sabe lo que hace conmigo. Por ello, debemos abandonarnos en las manos virginales de nuestra Madre, y Ella nos socorrerá. Nos socorrerá tal vez no de la forma que imaginamos, sino de una forma mejor aún.
“¡Madre mía, confianza mía!”
Para que comprendamos y crezcamos en esa hermosa virtud de la confianza, quiero compartir la historia y la magnífica promesa de una hermosa advocación mariana: la Virgen de la Confianza.
La devoción a Nuestra Señora de la Confianza surgió en Italia hace casi tres siglos, vinculada a la Beata Clara Isabel Fornari, religiosa clarisa fallecida en 1744, Abadesa del monasterio de la ciudad de Todi.
Sor Clara fue privilegiada por Dios con gracias místicas, entre las cuales la de recibir en sus miembros los estigmas de la pasión. Nutriendo una devoción muy particular a la Madre de Dios, llevaba siempre consigo un milagroso cuadro que la representa con el Niño Jesús en los brazos.
A esa pintura se atribuían gracias y curas numerosas, y ya en el siglo XVIII comenzaron a circular por Italia copias de la misma, dando origen a la devoción de la Santísima Virgen bajo el título de Mater mea, fiducia mea, que en español significa, “Madre mía, confianza mía”.
Esta conocidísima reproducción de Nuestra Señora de la Confianza llegó a Roma acompañada por la copia de un documento escrito por la misma Beata con una promesa para todo aquel que venerara la imagen, que actualmente se encuentra en el Seminario Mayor de Roma, cerca de la Basílica de San Juan de Letrán.
El seminario ha mantenido siempre el cuadro en gran estima. Los estudiantes que recurrieron a ella en sus necesidades más apremiantes, fueron siempre atendidos por Nuestra Señora.
Durante la Primera Guerra Mundial, la Santísima Virgen protegió a más de cien seminaristas que habían recurrido a Ella con redoblada confianza. Muchos seminaristas fueron enviados a la guerra y hay numerosas cartas escritas desde el campo de batalla reconociendo las maravillas realizadas por la “Madonna” en aquéllos que habían pedido su intercesión.
Magnífica promesa de María Santísima
Las más grandes gracias reservadas para todos aquéllos que tienen esta devoción, están contenidas en la promesa de la Santísima Virgen a la venerable hermana Clara Isabel:
“La divina Señora se dignó revelarme que cada alma que con confianza se presente delante de este cuadro, teniendo verdadero dolor y arrepentimiento, experimentará la contrición por sus pecados y obtendrá de su Divino Hijo el perdón. Más aún, mi divina Señora me aseguró, con el amor de una verdadera madre, que garantizaría una especial devoción hacia Ella, a todos los que contemplaran esta imagen”.
La devoción a Nuestra Señora de la confianza se muestra particularmente benéfica cuando se reza la jaculatoria “¡Madre mía, confianza mía!” Muchos son aquellos que se fortalecen en la confianza, o la recuperan, apenas por contemplar esa bella pintura, sintiéndose inundados por la mirada materna, serena, cariñosa y alentadora de la Reina del Cielo.
La devoción de toda una vida
En sus últimos días de vida, cuando a nuestro querido Padre Carlos Tejedor, le fue mostrado un pequeño cuadro de la Virgen de la Confianza, que él enviaría por correo a los benefactores de los Caballeros de la Virgen, tuvo una emoción muy grande, y nos contó que esta había sido la primera advocación de la Santísima Virgen a la que él le había tenido devoción en su juventud, cuando él estaba dando los primeros pasos en su vocación en su natal Argentina.
Y, providencialmente también fue la última, ya que a partir de este momento, el cuadrito de Nuestra Señora de la Confianza pasó a estar en su cuarto, bien cerca de la cabecera de su cama, infundiéndole una confianza inquebrantable, pura y creciente en que Dios y María Santísima guiarían sus pasos hasta el final.
Y pocos días después, el Señor llamó junto a Sí para siempre a quien había sido verdaderamente un padre y una madre para nosotros.
El deseo del Padre Carlos al dar a conocer esta devoción mariana que marcó su vida de inicio a fin, era que sintiéramos en lo más profundo de nuestro ser, la compasión de esa Madre que atiende a sus hijos e hijas rebosante de misericordia y darnos la certeza de que la Virgen puede y quiere arreglar cualquier situación en la que nos encontremos, desde que acudamos confiadamente a Ella.
Así, cosecharemos como fruto una gran serenidad de alma y un abandono en las manos de la Providencia Divina.