Manifestaciones del castigo de Dios

Publicado el 09/01/2023

Consumado por los hijos de Satanás, el pecado de Revolución excede en gravedad y amplitud a los cometidos en la Torre de Babel, en Sodoma y Gomorra, que merecieron el terrible castigo divino. En nuestros días, el mal circunscribió y dominó todo, haciendo la situación cada vez más insoportable para los buenos.

Plinio Corrêa de Oliveira

En el lenguaje empleado hasta hace poco tiempo, cuando se quería decir que un lugar era de desorden, caos, se afirmaba que era una verdadera Babel. No sé si la expresión se conserva hasta hoy, en que tantas cosas han caído, pero es muy razonable e indica cuanto quedó en la memoria de los hombres y permanecerá hasta el fin del mundo el recuerdo del castigo de la torre de Babel.

¡Con qué palabras tan precisas la Sagrada Escritura nos relata este castigo! La narración es al mismo tiempo majestuosa, simple, corta y suculenta, reuniendo perfecciones, en apariencia opuestas, que la Palabra de Dios fácilmente –porque para Él todas las maravillas son fáciles– pone al alcance del hombre.

Un mandato de Dios

El hecho histórico narrado es el siguiente: los pueblos tenían el mandato, concedido por el Creador, de ocupar la Tierra entera. Vinieron caminando de Oriente hacia Occidente y, en determinado momento, entendieron que necesitaron dispersarse. Eran tan numerosos que naturalmente se dividieron en varios pueblos, deberían ocupar la Tierra y conquistar riquezas y espacios nuevos. La población era ciertamente demasiado grande para la tierra efectivamente poseída hasta entonces. En vez de hacer una reforma agraria, decidieron dispersarse, y nadie juzgó eso como una tiranía ni una tragedia, era la saludable y gloriosa expansión de los pueblos por la Tierra.

Efecto psicológico causado por un invento

A ese hecho —que estaba en los designios de la Providencia, era una orden de Dios— se asoció un estado de espíritu malo, y de ahí vino todo el resto.

Hicieron un invento que puede haber causado en su espíritu un efecto psicológico parecido al de todos los inventos posteriores de los hombres. Cuando inventan algo —en el orden de la naturaleza, de las cosas materiales— se aplica a la creación hecha por Dios la inteligencia que el Creador le dio, y descubren algo más que no estaba accesible a la inteligencia de sus antepasados, permitiéndoles un mejor modo de vivir.

El invento promueve al hombre a sus propios ojos porque se hace más señor de la tierra, más eminente, más rey. Y naturalmente esto le da una cierta ebriedad, en razón de la cual puede tomar un tal encanto por la vida que fácilmente se olvida de Dios, y hasta incluso puede pasar por su mente desafiar al Creador. Y éste es el fenómeno que sucede con el progreso moderno, entre el hombre de hoy y Dios.

El hombre actual realiza con frecuencia nuevas invenciones por las cuales se juzga llevado al auge y se siente dignificado, pero al mismo tiempo tiene la tendencia de olvidar y desafiar al Creador. Él es quien lo descubrió, lo hizo y se organizó… Dios no intervino en nada.

Procedimiento moral de los hombres frente a los inventos

Torre de Babel

A juzgar por el texto bíblico, esto sucedió con un invento bastante modesto, para nosotros tan simple, que nos lleva a sonreír, pero para ellos muy importante: el ladrillo.

Podemos imaginar en los tiempos en los que las casas eran hechas de piedra, el trabajo que debían dar para construirlas. No tenían dinamita para despedazar las rocas. Las piedras eran quebradas con mucho trabajo, transportadas con esfuerzo, dejando naturalmente brechas que no conseguían tallar exactamente. Usaban bloques colosales, probablemente para evitar muchos transportes.

De repente, descubren una piedra blanda, el ladrillo, que la hacen del tamaño que quieren, y lo producen cerca del lugar donde se va a hacer la construcción, la cual levantan fácilmente y con rapidez. El arte nació.

Como tantas veces sucede, cuando el hombre inventa un proceso nuevo, éste es práctico, pero más ordinario. El invento más reciente conduce a algo más vulgar.

Hay palacios magníficos construidos con ladrillos, basta pensar en Versalles. Se podrían mencionar cientos o miles de otros, pero sin duda alguna aquello que es edificado con piedra tiene otra grandeza.

Se inventa una cosa más fácil, más rápida, más barata, más ordinaria, y los hombres se alegran. A partir de este momento, entra el pecado, el castigo. Es el gráfico de procedimiento moral de los hombres frente a tantas ocasiones en las que encuentran el progreso.

Casi estaríamos tentados a decir que todo progreso material es una ocasión de tentación. Y sería mejor que no existiese progreso material para que no hubiera tentación. Raciocinio simplista… En la Edad Media, los progresos materiales fueron incontables. Hace algunos años leí una lista en la que la famosa historiadora Elaine Sanceau1 presenta los progresos materiales ocurridos en esta época. Sin embargo, los hombres no se enorgullecían, tenían espíritu de fe y eran buenos católicos.

Les faltó ese fervor a los hombres en el momento de la dispersión de la Torre de Babel. El castigo vino. Ahora veremos cómo sucedió.

De una conmemoración grandiosa…

Tenía entonces toda la tierra una sola lengua y unas mismas palabras. Y sucedió que, cuando salieron de Oriente, hallaron una llanura en la tierra de Sinar, y se establecieron allí. Y se dijeron unos a otros: Vamos, hagamos ladrillos cociéndolos a fuego. Y les sirvió el ladrillo en lugar de la piedra, y el asfalto en lugar de la argamasa” (Gn 11, 1-3).

No tuve tiempo de ver qué dicen los exegetas, pero me parece que en ese momento inventaron el ladrillo.

Y dijeron: Vamos, edifiquemos una ciudad y una torre, cuya cúspide llegue al cielo; y hagámonos un nombre por si fuéremos esparcidos sobre la faz de toda la tierra”. (Gn 11, 4).

Tenían por lo tanto el propósito de hacer una ciudad magnífica para los que permaneciesen ahí. Éstos tendrían dos ventajas: no necesitarían realizar un viaje y se quedarían viviendo en una ciudad con una gran torre conmemorativa.

Para la humanidad, antes de dispersarse, el hacer una enorme torre era una bonita idea, mucho mejor que la de esas placas conmemorativas que se ponen en todo lugar. Una torre de conmemoración es una cosa magnífica. ¡Qué grandeza! ¡Qué discernimiento!

Sería un monumento venerado en toda la Tierra. ¡Quién sabe si posteriormente se encontraría allí un ladrillo conteniendo la narrativa —escrita o por lo menos dibujada— de la dispersión, con marcas características de los jefes de los principales pueblos! Formaría parte de la Historia Sagrada y se convertiría en un lugar de peregrinación. La Iglesia, que ama todo el pasado, habría construido capillas magníficas dentro de esa torre.

a un desafío insolente contra Dios

Pero no hablan en dar a la torre el significado de un monumento de agradecimiento a Dios, por haber desarrollado el género humano, hasta que llegase el tiempo de dispersarse y conquistar la Tierra. Simplemente dicen que pretendían engrandecerse a sí mismos. ¿Cómo? Llegando hasta el cielo…

Es algo completamente ridículo, porque sabemos que el cielo es inalcanzable. Es una idea orgullosa, el gráfico del progreso.

Entonces Dios dice lo siguiente:

Y descendió Yahveh para ver la ciudad y la torre que edificaban los hijos de los hombres” (Gn 11, 5).

El modo de expresarse es muy interesante, para dar a entender que que el Creador tenía la atención puesta sobre la conducta de los hombres.

Y dijo Yahveh: He aquí el pueblo es uno, y todos estos tienen un solo lenguaje; y han comenzado la obra, y nada les hará desistir ahora de lo que han pensado hacer” (Gn 11, 6).

Es decir, ellos eran pertinaces. Dios veía que iban a hacer por lo menos una torre altísima como un desafío insolente a Él. Las gracias no los cambiarían, estaban decididos.

Ahora, pues, descendamos, y confundamos allí su lengua, para que ninguno entienda la lengua del compañero” (Gn 11, 7-8).

O sea, embriaguez con el progreso, ateísmo. Resultado: Confusión, dispersión.

Yo me pregunto: ¿Es diferente de lo que sucede en el mundo de hoy? Es exactamente esto: confusión general en todo y dispersión. Los hombres, juzgando la Tierra insuficiente para en ella vivir, hasta intentan pasar a otros planetas: Conquistar, saber cómo es, pero en el mundo reina el caos, la dispersión, la confusión. Aún más: en la Iglesia Católica la más terrible confusión. Las “lenguas” se hicieron diferentes.

Aquella despedida podría haber sido en orden, fraterna: Todos estarían cansados por haber inmolado a Dios incontables víctimas. Entonces una luz del cielo bajaría sobre esas víctimas, iluminando todo el campo e indicando el camino de los varios pueblos. Ellos, sin embargo, ciertamente partieron peleados unos con otros y en un frenesí de malestar, de conquista, de dominación que marcó con una nota de agitación e inquietud toda la Historia Universal.

Es inútil hacer una ONU para arreglar esto. Porque solo se arregla con una penitencia, una verdadera enmienda de corazón a Dios Nuestro Señor.

Tenemos, así, una narración ilustrativa de cómo son las vías del Creador cuando Él castiga.

Dignidad patriarcal que tiene perfume de incienso

Podemos pasar a otra narración bíblica.

Después le apareció Yahveh en la encina de Mambré, estando él sentado a la puerta de su tienda en el calor del día Y alzó sus ojos y miró, y he aquí tres varones que estaban junto a él; y cuando los vio, salió corriendo de la puerta de su tienda a recibirlos, y se postró en tierra, y dijo: Señor, si ahora he hallado gracia en tus ojos, te ruego que no pases de tu siervo. Que se traiga ahora un poco de agua, y lavad vuestros pies; y recostaos debajo de un árbol, y traeré un bocado de pan, y sustentad vuestro corazón, y después pasareis; pues por eso habéis pasado cerca de vuestro siervo. Y ellos dijeron: Haz, así como has dicho”. (Gn 18, 1-5).

Todo es interesante en esa escena y reconstruye las costumbres antiguas. Tan simple, pero con una nota de dignidad patriarcal que tiene un penetrante perfume de incienso, que no sé cómo calificar.

En aquel tiempo, los caminos eran muy inseguros. No había propiamente carreteras, nada que pudiera hacer recordar ni de lejos a una autopista, eran atajos, veredas medio trazadas por los animales y por otros hombres que la habían recorrido, ningún hotel. La persona, por lo tanto, se hospedaba en las casas por las que pasaba. Y el viajero era considerado, en cuanto tal, un carente, para usar el lenguaje de hoy, un necesitado. Porque no podía viajar llevando las maletas cómodamente una que otra vez elegantes, que se usan hoy en día, con todos los recursos con que se consigue transportar, con los medios de locomoción modernos. Una persona a veces necesitaba andar dos o tres días, comiendo y bebiendo mal, durmiendo a la intemperie, con el peligro de caer una tempestad. Resultado: cuando llegaba a algún lugar estaba exhausta, casi en una condición de mendigo. Entonces cualquier dueño de casa tomaba como punto de honor tratar muy bien a los que pasaban.

Pero como Dios quería que se tratase a los pasantes como si fuesen Él mismo, los viajeros eran considerados emisarios del Creador, mandados por Dios. Por lo tanto, era necesario recibirlos como un regalo del Omnipotente.

Abraham recibe a los tres Ángeles – Galería Nacional de Ottawa. Canadá

La escena es pintoresca: Abraham, en el calor del día, sentado junto a su tienda. Pasan tres hombres, gran novedad en el silencio y en la soledad de la vida de aquel tiempo. Abraham corre en dirección a ellos y no dice lo siguiente: “Si queréis entrar un poco, estad a gusto”; él, por el contrario, afirma: “Por favor, entrad. Vosotros sois emisarios de Dios, no paséis por la casa de vuestro siervo sin deteneros.” O sea: “Yo soy siervo de los que pasan por aquí, según los designios de la Providencia. Descansad, reponeos, os quiero ayudar.”

Las formas francesas de cortesía todavía no estaban en uso, la doucer de vivre2 no había florecido como en los siglos XVI, XVII y XVIII. La respuesta es muy simple: “Haz como dijiste.”

Dios expone a Abraham las razones de la destrucción y el Patriarca intercede por los justos

Se levantaron de allí aquellos hombres y tomaron hacia Sodoma, y Abraham los acompañaba de despedida. Dijo entonces Yahveh: “¿Por ventura voy a ocultarle a Abraham lo que hago, siendo así que Abraham ha de ser padre de un pueblo grande y poderoso, y se bendecirán por él los pueblos todos de la tierra?” (Gn 18, 16-18).

Para hacer la voluntad de Dios, Abraham caminaba con esos hombres rumbo a Sodoma, porque le dijeron que irían allá. Y el Creador, teniendo un designio con relación a esa ciudad, juzgó que era cordial contárselo a Abraham, tan dilecto suyo, padre de un pueblo que se tornaría numerosísimo y poderosísimo, pero sobre todo antepasado del Mesías. Está dicho en el texto: “Padre de aquel en el cual serán bendecidas todas las naciones”, o sea, Nuestro Señor Jesucristo.

Y hablando consigo mismo, Dios añadió:

Porque yo le conozco y sé que mandará a sus hijos y a su descendencia que guarden el camino de Yahveh, practicando la justicia y el derecho, de modo que pueda concederle Yahveh a Abraham lo que le tiene prometido” (Gn 18, 19).

Es un modo de decir que Dios conversa así consigo mismo, para exponer los designios de su Sabiduría, las razones por las cuales Él actuó. Y son expuestas de un modo muy bonito y noble de esta manera:

Dijo, pues, Yahveh: “El clamor de Sodoma y de Gomorra es grande; y su pecado gravísimo. He aquí que voy a bajar personalmente, a ver si lo que han hecho responde en todo al clamor que ha llegado hasta mí, y si no, lo sabré.” (Gn 18, 20-21)

Ese lenguaje imita el del hombre. Es como un Rey que vive en lo alto de un monte, abajo hay una aldea y le cuentan que en ella se hacen orgías de toda clase. Un bello día, él dice: “Voy a la aldea para saber. Si es algo malo, lo castigo; si no es, habré tomado conocimiento.”

En un lenguaje análogo, es descrito entonces que Dios baja hasta Sodoma y Gomorra, y comenta eso con Abraham.

Y marcharon desde allí aquellos individuos camino de Sodoma, en tanto que Abraham permanecía parado delante de Yahveh. Lo abordó Abraham y dijo: “¿Así que vas a borrar al justo con el malvado?” (Gn 18, 22-23).

Abraham se dio cuenta de que Sodoma iba a ser destruida. Hizo una oración en favor de los hubiesen buenos allí y dijo: “Pero en la ciudad debe haber gente buena… ¿Tú perderás al justo con el impío?” Como quien afirma: “¡Ten compasión del justo!”

Y continuó:

Insistió: “Vaya, no se enfade mi Señor, que ya solo hablaré esta vez: ¿Y si se encuentran allí diez?” (Gn 18, 32a).

Él está abogando: Si hay por lo menos diez, ¿no se salvará la ciudad?

Y el Señor dijo: “Tampoco haría destrucción, en gracia de los diez”. Partió Yahveh así que hubo acabado de conversar con Abraham, y este se volvió a su lugar. (Gn 18, 32b-33).

Hospitalidad de Lot

Los dos ángeles llegaron a Sodoma…

Aquellos hombres eran ángeles. Habían hecho muñecos, probablemente para dar la idea de que eran hombres. Ellos bajaron y llegaron a Sodoma.

Lot estaba sentado a la puerta de Sodoma.

Las ciudades eran muy estrechas, porque dentro de ellas era necesario que cupiese la mayor población posible, para resistir en caso de un cerco. Calles estrechas, casi no había jardines, sino claustros internos en las casas, de manera que era un tanto sofocante vivir en la ciudad. En época de paz, sus puertas quedaban abiertas, y entonces las personas que querían tomar un poco de frescor en la tarde, se sentaban del lado de afuera de la ciudad viendo el campo; era un modo de respirar. Y Lot estaba sentado del lado de afuera de la ciudad, cuando llegaron los ángeles.

Al verlos, Lot se levantó a su encuentro y postrándose rostro en tierra, dijo: “Ea, señores, por favor, desviaos hacia la casa de este servidor vuestro. Hacéis noche, os laváis los pies, y de madrugada seguiréis vuestro camino.” Ellos dijeron: “No, haremos noche en la plaza.” Pero tanto insistió con ellos, que al fin se hospedaron en su casa. Él les preparó una comida cociendo unos panes cenceños y comieron (Gn 19, 1-3)

La misma hospitalidad que había tenido Abraham la tiene Lot hacia los extranjeros que llegan. Él no sabía que eran ángeles.

Obstinación de los malditos que deliraban por el pecado

No bien se habían acostado, cuando los hombres de la ciudad, los sodomitas, rodearon la casa desde el mozo hasta el viejo, todo el pueblo sin excepción. Llamaron a voces a Lot y le dijeron: “¿Dónde están los hombres que han venido donde ti esta noche? Sácalos, para que abusemos de ellos.” Lot salió donde ellos a la entrada, cerró las puertas detrás de sí, y dijo: “Por favor, hermanos, no hagáis esta maldad.” (Gn 19, 4-7).

¡Vean bien el tamaño del pecado! Cuesta creerlo, pero esta es la narración. Siendo la ciudad pequeña, se supo que habían llegado extranjeros, porque eso se convertía en un acontecimiento. Entonces fueron a la casa de Lot a verlos. Naturalmente, el aspecto material que habían tomado esos ángeles era hermoso, lo cual hizo que el pueblo delirase de sensualidad.

Debilidad de Lot frente al castigo

Lot huyendo con sus hijas antes de la destrucción de Sodoma y Gomorra

Los dos ángeles dijeron a Lot:

Los hombres dijeron a Lot: “¿A quién más tienes aquí? Saca de este lugar a tus hijos e hijas y a quienquiera que tengas en la ciudad, porque vamos a destruir este lugar, que es grande el clamor de ellos en la presencia de Yahveh, y Yahveh nos ha enviado a destruirlos.”

Salió Lot y habló con sus yernos, los prometidos de sus hijas: “Levantaos, dijo, salid de este lugar, porque Yahveh va a destruir la ciudad.” Pero sus yernos le tomaron a broma (Gn 19, 12-14).

Es decir, a pesar de todo, los propios yernos de Lot, viendo la ciudad ciega, no atinaban con la gravedad de la situación.

Al rayar el alba, los ángeles apremiaron a Lot diciendo: “Levántate, toma a tu mujer y a tus dos hijas que se encuentran aquí, no vayas a ser barrido por la culpa de la ciudad.” (Gn 19, 15).

Parece que el buen Lot estaba medio flojo. Y a pesar de que él era un buen hombre, Dios lo amenazó de muerte porque no quería romper con la ciudad pervertida. ¡Ay de los que no quieren romper con las ciudades pervertidas!

A veces le decimos eso a la gracia: “Yo quiero romper, pero no tanto. Voy a vivir lejos de la Revolución, pero medio cerca, para dar unos vistazos a fin de saciar un poco las saudades; quiero tener algo en común con la Revolución.”

Las malas saudades llevan a la falta de integridad de alma

Entonces Yahveh hizo llover sobre Sodoma y Gomorra azufre y fuego que descendían del cielo. Y arrasó aquellas ciudades, y toda la redonda con todos los habitantes de las ciudades y la vegetación del suelo. Su mujer miró hacia atrás y quedó convertida en estatua de sal (Gn 19, 24-26).

Mirar hacia atrás significa evidentemente que ella tuvo saudades, apego, quiso detenerse un poco y quedó, naturalmente, transformada en una estatua de sal. ¡Ay de aquellos entre nosotros que, durante los castigos, tengan saudades de esta época!

Así comprendemos lo que esas malas saudades pueden traer y qué integridad de alma se debe tener, para no querer de ningún modo tener nada en común con el mundo. No ser de aquellos que, como los judíos que huyeron de Egipto, cuando llegaron al desierto, tuvieron saudades de las cebollas.

¿Nuestra alma en la vida cotidiana está tan exenta de cualquier admiración por las cosas del mundo contemporáneo, que ella realmente no se alegrará con saudades cuando entre en el Reino de María? Es un examen de conciencia que debemos hacer.

El pecado de Revolución es de todo el género humano

En el pecado de Adán hay un aspecto que nos ilustra a ese respecto. Adán era el único hombre —él y Eva, el único matrimonio—, pero en él estaba contenido todo el género humano, de manera que su pecado fue, bajo cierto punto de vista, un pecado del género humano tomado como un todo. Y de ahí el castigo para todo el género humano.

El pecado de Sodoma y Gomorra fue gravísimo, llegando hasta el delirio, pero de dos ciudades y no del género humano entero, no teniendo, por lo tanto, la gravedad delante de Dios de ser un pecado de todo el género humano.

Sin embargo, en nuestros días el pecado de Revolución es de todo el género humano.

Hasta el fin del siglo XIX más o menos, dando una fecha un poco arbitraria, muy imprecisa, todavía había muchos pueblos que no estaban enteramente en el pecado de Revolución. El pueblo japonés sería uno de esos; había pecado de otra manera, a otro título, pero no había cometido el pecado específico de haber abandonado la Religión Católica y asumido la posición gnóstica e igualitaria opuesta a ella.

El pecado de Revolución todavía no se había vuelto, por lo menos en cierto sentido, enteramente universal. Todo el mundo era pecador, pero no del pecado de Revolución.

Con la expansión de las dos superpotencias después de la II Guerra Mundial, pero sobre todo de la URSS, los lugares más distantes se impregnaron de la influencia de ellas hasta el último punto. El Japón con la americanización prodigiosa; otros lugares de Oriente Próximo, Medio y Lejano, por la comunistización.

Pero el pecado de Revolución hoy es geográficamente mundial, y a ese pecado se va adhiriendo el mundo entero. Pecado mucho mayor como gravedad y literalmente universal. Y la obra que los misioneros católicos no pudieron conseguir lleva a cabo, porque la crisis interna de la Iglesia determinó un retraimiento de las misiones por toda parte, la Revolución la realizó. Entonces ese pecado fue consumado por los hijos de Satanás, y en la Tierra el mal rodeó todo, circunscribió todo y dominó todo.

En aquel tiempo, a pesar del pecado, Abraham vivía tranquilo. Él observaba aquel pecado, pero estaba al margen de eso. Lot vivía allí, pero si no fuese aquel incidente, parece que no se desviaban sus hijas ni sus yernos.

Hoy no, los últimos que son fieles, o se unen para formar un mundito dentro del mundo, conviviendo noche y día juntos, o prevarican.

Así se comprende que esto va volviendo la situación cada vez más insoportable para los buenos. Y lo que se configura no es más una semejanza con las condiciones iniciales de la Historia humana, sino finales, en que los últimos días serán abreviados, porque si no, hasta los justos se perderán.

Notas

1Escritora e historiadora inglesa (*1896 – †1978).

2Del francés: dulzura de vivir.

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