San Pío X era, para todos los que lo visitaban, el padre por excelencia, de corazón inexpresablemente gentil y compasivo. Aconsejó la Comunión cotidiana y la de los niños, fomentó la devoción a Nuestra Señora y también condenó el modernismo. Hizo ver a todos los fieles que, si las manos de un Papa y de un Santo son maternales para curar las heridas de los que sufren, saben aplastar los errores y las herejías.
De origen humilde y sin haber pasado por la admirable escuela de formación política que es la carrera de la diplomacia pontificia, el Santo Padre Pío X tuvo que soportar el peso de la sucesión del Papa León XIII.
Iglesia amenazada por una de las crisis más complejas y serias
Cuando éste ascendió al trono pontificio, encontró a la Iglesia en una situación muy delicada, amenazada de todos lados por una de las crisis más complejas y graves de su historia. Desarrollando cualidades de inteligencia, habilidad y celo que asombraron al mundo entero, León XIII, durante un largo pontificado que fue una serie ininterrumpida de triunfos, alteró profundamente esta situación crítica.
Con todo esto, su sobresaliente personalidad asombró tanto a sus contemporáneos que, cuando el viejo Pontífice expiró, era una impresión unánime que el pontificado de su suceso sería irremediablemente aplastado por la inevitable confrontación con las glorias de los días en que León XIII había reinado. Esta impresión creció de intensidad cuando se supo la elección de Pío X, cuya personalidad parecía despojada de todos los predicados que habían brillado en León XIII con tan intenso fulgor. En este sentido, la prensa declaradamente impía o simplemente neutral explotó con una insistencia insolente el contraste entre León XIII y Pío X.
De hecho, a Pío X no le faltaban altos predicados de inteligencia y cultura, sin embargo, era inútil tratar de equipararlos con la de su inmortal predecesor.
Poco a poco, sin embargo, una luz suavísima comenzó a brillar en la personalidad del nuevo Pontífice que atraía e iluminaba al mundo entero.
De una bondad verdaderamente angelical, con una piedad que revelaba el espíritu sobrenatural más vivo y ardiente, Pío X fue para todos los peregrinos que lo visitaban, así como para toda la Cristiandad, el Padre por excelencia, con un corazón indeciblemente tierno y compasivo, siempre dispuesto a acoge la expansión de todas las aflicciones, de todos los sufrimientos, de todos los dolores que hieren al hombre en este valle de tristezas. Y para cada uno siempre encontraba la palabra adecuada, escogida con una finura de tacto que sólo poseen los corazones elegidos, y revestida de una eficacia verdaderamente carismática.
Un consejo rápido, una palabra, incluso una sonrisa del Papa llenaba de luz los corazones más desdichados; más aún, su virtud era comunicativa con quienes se acercaban a él.
Pío X fue típica y característicamente el hombre de Dios descrito po Dom Chautard1, pleno de la vida interior e irradiando en todos los sentidos, en su manera de orar, de hablar, actuar y aun de mirar, la gracia de Dios que subyugaba a los corazones más rebeldes. Y poco a poco comenzaban a circular entre los fieles, noticias singulares. Eran curaciones obtenidas por la intercesión decisiva del Siervo de Dios. Eran actos y gestos que revelaban un conocimiento sobrenatural de los hechos. Pío X era un verdadero santo. Esa era la voz corriente en toda la cristiandad.
Tarea soberanamente difícil, casi inviable
Dios gobierna con sabiduría infinita su Santa Iglesia, dándole los Pontífices adecuados para el momento de los tiempos de crisis. Destrozando el campo doctrinal en el que abundaban los errores más groseros, León XIII, dotado de celo apostólico admirable y relevantes virtudes, aclaró y definió los contornos de la ortodoxia, amenazada y transgredida a cada momento por los autores de nuevas ideas que, sin embargo, querían seguir llamándose católicos, restaurando los estudios del tomismo; refutando los errores pestilentes del liberalismo, el socialismo y el comunismo, él dio rumbos definitivos al pensamiento católico; y además, les indicó las normas de actuación adecuadas, en la inmortal encíclica Rerum novarum.
Pero esto no bastaba. El error que envilece la inteligencia, arrastra la voluntad hacia el mal. La erradicación plena de toda la pestilencia de los errores que, desde el humanismo y el Renacimiento, pasando po el jansenismo, el pombalismo o josefismo, el filosofismo, etc., se habían arrojado sobre la cristiandad infeliz, exigía una obra más profunda.
Era necesario reavivar las voluntades tibias, llamar a la virtud a las personas mal intencionadas, arrancar al pecador de su pecado e inspirar en el hombre un verdadero horror a las veredas impías seguidas por sus contemporáneos. Un error se define, se refuta y se condena. Es una tarea ardua, pero francamente alcanzable. Sin embargo, rectificar una voluntad sinuosa, dar nuevo calor a un alma envuelta en la tibieza, reanima la llama del bien que parpadeaba incluso en el alma de muchos católicos rectos, es una tarea difícil, soberanamente difícil, casi imposible. Fue la obra que la Divina Providencia confió a quien con una eficacia insuperable podría realizarlo: a un santo, a Pío X. Y por esta razón, un historiador de la Iglesia dijo que el reinado de Pío X fue uno de los más gloriosos y difíciles que hayamos visto.
Condenación de la música profana en las ceremonias religiosas
Para que esa obra fuese llevada a cabo, era necesario, en primer lugar, que del Santuario fuese eliminada la escoria de todas las influencias meramente naturales y profanas. El propio Pío X se inmortalizó con su obra de reavivar los estudios y la piedad de los fieles sobre la Sagrada Liturgia, con lo que contribuyó notablemente al perfeccionamiento del sentido católico. La Sagrada Liturgia es la voz misma de la Iglesia orante. Estudiarla, conocerla, amarla, insertarse en la vida sobrenatural que ella comunica, responder generosamente, con la mortificación y la vida interior, a las gracias que ella transmite. Con esto no se podía sino sacar un inmenso provecho para la piedad de los fieles.
Sin embargo, había un obstáculo, además de la falta de interés, desconocimiento e ignorancia en la que se encontraba el saber litúrgico en muchos lugares. Era la música profana la que se asociaba con las celebraciones religiosas, robándoles su dignidad, su carácter sobrenatural y toda su austeridad.
¿Cómo hacer? Atraídas por toda clase de diversiones nuevas, las masas le huían al santuario. Si la Iglesia les quitara su música profana, mucho más accesible a los gustos modernos que el canto llano o incluso polifónico, las iglesias se vaciarían de una vez por todas. ¿No sería mejor contemporizar? Éste es el eterno problema de aquéllos que creen que la mejo manera de propagar las verdades es diluirlas y ocultarlas, como si la forma más efectiva de difundir la luz fuese disminuirla con una pantalla…
Pío X pensó de forma radicalmente diferente. En su famoso Motu Proprio2, condenó formalmente la música profana en las iglesias, y desembarazando la atmósfera del santuario de esa inconveniente y, a veces hasta perniciosa floración, reeducó a los fieles en la apreciación del verdadero canto sagrado. Lo que se ganó con esto es fácil de ver en nuestros días, cuando nadie puede soporta de buena gana la música profana que a veces trata de reintroducirse pertinazmente en el lugar santo. Sería necesario todo un artículo periodístico para hablar de los actos con los que el Santo Padre Pío X, abriendo con más franqueza las fuentes de la gracia que la obstinación de los jansenistas había tratado de cerrar, inauguró en la Santa Iglesia una nueva era de fervor eucarístico. Aconsejando la comunión asidua e incluso cotidiana, el Santo Padre determinó una admirable eclosión del espíritu eucarístico, que se manifestó en las más variadas obras. Por otro lado, Pío X acercó a los niños a la Sagrada Mesa desde los albores de la edad de la razón, oponiendo a la expansión de la inmoralidad y la impiedad una barrera muy fuerte, robusteciendo las voluntades y la inteligencia con la gracia de Dios todavía en la edad de la inocencia. De todo esto surgió un aumento de piedad en toda la cristiandad, que iluminó el reinado de Pío X con una gloria inextinguible. Devotísimo de la Madre de Dios y Señora nuestra, María Santísima, el Santo Padre Pío X alentó notablemente la devoción hacia Aquella a quien la Iglesia proclamará solemnemente Medianera universal de todas las gracias. Y por eso fue inmenso el torrente de beneficios espirituales con que se enriqueció la Santa Iglesia.
Modernismo, “resumen de todas las herejías”
Pero había un grave error, ciertamente sin ningún valor intelectual, ya que consiste sólo en una colección indecorosa de subterfugios, de sofismas y mentiras, que solapadamente, como serpiente insidiosa, se había insinuado entre los fieles. Era el modernismo. Él expresaba, en última instancia, el esfuerzo desesperado de ciertos espíritus, de que aun conservando ciertas formas y exterioridades católicas con las que no se atrevía a romper, aceptaba al mismo tiempo todos los errores del siglo.
La primera característica del modernismo era que todas las palabras que en la Iglesia tienen un significado definido y tradicional valían como índices de otro sentido en el vocabulario de los modernistas. Usaban el mismo lenguaje que nosotros, pero con un espíritu diferente y con un segundo sentido que solo, hábilmente, dejaban vislumbrar en sus escritos, y solo de forma gradual iban revelando oralmente a sus partidarios. De ahí la confianza ilimitada de los espíritus ingenuos, pero a veces rectos y bien intencionados, que, viendo las apariencias, juzgaban salvadas las realidades. Y el mal circulaba impunemente.
En una encíclica famosa, Pío X condenó violentamente este mal e hizo ver a todos los fieles que, si las manos de un Papa y de un santo saben ser maternales para cicatriza las heridas de los que sufren, saben ser pesadas como montañas para aplastar errores y extirpar herejías.
La Encíclica Pascendi Dominici Gregis, contra el modernismo es uno de los documentos más edificantes de Pío X. Sus páginas arden y vibran de santa indignación. Lleno de un celo sobrenatural por la Casa de Dios, el Santo Padre denunció con palabras de fuego el veneno que fluía subrepticiamente “por las venas mismas de la Cristiandad”, y con admirable precisión, punto por punto, denunciaba los subterfugios, aplastando las falsas acusaciones y poniendo al descubierto toda la vileza de esta corriente que era, según sus expresiones, la “suma de todas las herejías”.
Herejía que defendía esquemas sociales y políticos igualitarios
Una de aspectos más importantes de la lucha de Pío X contra el modernismo se encuentra en la condena del movimiento “Sillon”3. Esta organización de jóvenes franceses había tomado direcciones peligrosas. Apasionadamente amigo de todas las novedades, odiando todas las tradiciones sin distinción, partidario sistemático de los regímenes sociales y políticos igualitarios y condenando a los aristocráticos como anticristianos (en contra de la enseñanza expresa de León XIII), hostil a toda autoridad, hasta el punto de no admitir que existieran profesores ni cursos organizados para sus miembros, y admitiendo sólo cooperativas intelectuales, enemigo de toda selección de miembros, de un confesionalismo típicamente liberal, al “Sillon” 3 le gustaba afirmarse “revolucionario”, y señalar a Jesucristo Nuestro Señor como un gran “revolucionario”. Podemos imaginar la indignación de Pío X contra semejante serie de errores. Él los condenó y fustigó en una encíclica que debería esta en manos de todos, de tal forma aclara puntos doctrinales muy importantes que han de interesar a los fieles hasta la consumación de los siglos. El esplendor de las virtudes de Pío X había por fin amortiguado en su totalidad el estúpido ruido de los que, enteramente naturalistas, juzgaban que el factor más importante en el apostolado está en la inteligencia y no en la virtud. Y por eso, el ambiente creado por la admirable figura del Papa fue de verdadero y universal asombro.
Infelizmente, sin embargo, llegó la guerra. Y como todo el mundo sabe, no resistiendo al golpe, así como a las innumerables luchas de su arduo pontificado, murió Pío X.
En el Cielo un santo más se sentó en el número de los elegidos, y en la tierra su memoria continúa embalsamando todos los corazones, edificando a todas las almas y consolando innumerables dolores. Hasta el día de hoy, llegan al Vaticano cartas a Pío X en las que los fieles de las más variadas partes de la tierra piden al gran Papa, cuyos restos mortales saben que están sepultados allí, que rece por ellos y obtenga para ellos las gracias espirituales o temporales necesarias.
La cripta en la que descansa su cuerpo es visitada constantemente por peregrinos. Y como no siempre está abierta, en la losa de mármol de la Basílica Vaticana, en la lápida de bajo de la cual se encuentra el luga donde duermen en el Señor los restos de Pío X, se ha fijado un letrero metálico. Los fieles rezan a su alrededo en las horas en que el lugar no está abierto al público.
(Extraído de O Legionario Nº 553, 14/3/1943)
1) Jean-Baptiste Chautard (*1858 – †1935). Abad de Sept-Fons, Francia, autor de El alma de todo apostolado.
2) Tra le sollecitudini, 22 de noviembre de 1903, sobre música sacra.
3) Le Sillon, un movimiento político-religioso francés que pretendía unir el catolicismo con los ideales socialistas y republicanos franceses.
4) Encíclica Notre Charge Apostolique, 25 de agosto de 1910.