Maravillas de la corte celestial

Publicado el 11/01/2022

El cielo se puede comparar con una corte maravillosa, en la que todos los cortesanos, aunque desiguales, son príncipes que, al encontrarse, se reverencian mutuamente con todo amor. Esta convivencia le agrada a Dios y atrae de Él, durante toda la eternidad, galardones siempre nuevos

Plinio Corrêa de Oliveira

Siempre tuve una impresión singular sobre el cielo. Por la fe, sabía que ese es el lugar de todas las delicias. Pero cuando me describían las delicias celestiales, tenía la impresión de que era algo delicioso para otros, no para mí, y que, si fuese al cielo, yo no lo sentiría tan delicioso como me lo describieron.

Ideas que desfiguran la imagen del cielo

Era un poco la idea mostrada en ciertas pinturas muy legítimas, pero que a fuerza de presentar un solo tipo de imagen, desfiguran un poco la noción del cielo. Por ejemplo, un cielo uniformemente azul, una nube blanca en forma de sofá más o menos cómodo y un Ángel tocando el violín.

Entiendo que sea más agradable que este valle de lágrimas, pero si tuviera que pasarme la eternidad sentado sobre una nube blanca frente a un cielo azul, tocando un violín, confieso que no me sentiría atraído por ese tipo de cielo. Aunque no me aburra ni me enferme, no siento que un paraíso así sea la patria de mi alma.

Otra noción que también me causaba cierta extrañeza al hablar del cielo era una especie de inmovilidad. Porque la Doctrina Católica nos enseña que en el paraíso el hombre no puede crecer en amor de Dios, y es la pura verdad. La persona conserva el grado de caridad con que murió, por toda la eternidad.

Hay una hermosa expresión de la Escritura: “Donde cae el árbol, allí se queda”(Ecl 11,3). Así también el hombre: permanece con el grado de amor de Dios en que muere. Si fallece sin el amor de Dios, sabemos para dónde va… y queda allí también por toda la eternidad, en el grado de maldad en que murió.

Otra noción que también me causaba cierta extrañeza cuando se hablaba del cielo era una especie de inmovilidad, donde se disfruta de toda la felicidad posible. Un lugar donde todo y todos están eternamente quietos, inmóviles mirando a Dios. Ahora, en nuestra forma de ser está el movimiento, la comunicación. Es por eso que tenemos cierta dificultad para entender cuán atractivo puede ser un cielo todo estático.

Estas son algunas de las vivencias del paraíso que nos llevan a tener poca esperanza para los bienes celestiales y sentirnos, por lo tanto, poco atraídos hacia el cielo.

Sin embargo, las Escrituras dicen: “Meditad en tus novísimos, y no pecarás eternamente”(Eclo 7 ,40). Los novísimos son: muerte, Juicio, Cielo e infierno, es decir, las últimas cosas que nos van a suceder. Moriremos, seremos juzgados, iremos al cielo o al infierno. Por lo tanto, si no quiero pecar, debo meditar en estos cuatro puntos, uno de los cuales es el cielo. Pero al hacerlo me deparaba con estas y otras vivencias.

Así que comencé a hacer un trabajo de reflexión, de análisis, aprovechando extractos de los libros de santos que hablaban del cielo, para construir para mí una verdadera imagen del Paraíso Celestial, verlo de acuerdo con la naturaleza humana, para que lo anhele más y pueda sentirme completamente bien en él.

El gozo de un alma en el paraíso puede crecer

Trato ahora más especialmente de lo que podría llamarse “inmovilidad en el cielo”. ¿Es verdad que la felicidad de un alma bienaventurada no puede aumentar en ningún grado? Y en sentido contrario, ¿es cierto que la desgracia de un alma en el infierno no se puede aumentar en nada? ¿En estos destinos eternos estará todo tan parado como imaginamos, o hay aumentos en la intensidad de la felicidad en el cielo y en las desgracias en el infierno?

Para tener una idea e ir construyendo mentalmente esa verdadera imagen del cielo o del infierno, tomo un dato indiscutible enseñado por la Doctrina Católica. Cuando alguien hace un determinado acto bueno o malo, y después de ser juzgado va al cielo o al infierno, de acuerdo como haya sido ese acto seguirá teniendo repercusiones en el transcurso de años, tal vez hasta el fin del mundo.

A medida que van pasando los siglos, desde lo alto del cielo estamos viendo el efecto de la buena acción que hicimos y recibiendo un aumento en la alegría por ello. Incluso si estamos contemplando a Dios cara a cara, inundados de felicidad, mirando en la tierra el efecto del bien que hayamos hecho, tenemos una felicidad aún mayor.

Especialmente si, debido a esa buena obra, otra persona salva su alma y sube al cielo también. Al verle llegar, tenemos un incremento en la alegría porque esa buena acción va alcanzado su punto máximo. Por toda la eternidad es una razón de mayor satisfacción mirar esa alma inundada de felicidad y pensar: “Aquel está aquí porque Nuestra Señora me usó para traerlo”. Además: aquel que recibió ese beneficio, pasando a mi lado, canta: “¡Yo te saludo y te agradezco! Te debo esta felicidad”. Se inclina ante el benefactor y lo homenajea, los dos se abrazan y recorren juntos las bellezas perfectas del paraíso.

Vemos así la felicidad que tiene un alma, la cual puede crecer al ir multiplicando con el tiempo, el efecto de la buena obra que practicó.

Pongo un ejemplo: un libro puede producir buenos efectos hasta el fin del mundo, porque va a las estanterías de las bibliotecas y, cuando menos se piensa, alguien lo lee y se beneficia de él. Así, si yo escribí un libro y alguien lo compró, pero no lo leyó, lo olvidó en una repisa de la familia, podría ser que un quinto nieto remoto lo encuentre en el ático de la casa, lo lea y se convierta. De esta manera, un libro puede hacer bien hasta el fin del mundo y mi alegría en la eternidad se acrecienta.

Felicidad esencial y felicidad accidental

Del mismo modo, muchos acontecimientos terrenales pueden aumentar nuestra felicidad celestial. Hay una relación constante entre la tierra y el cielo, donde las alegrías celestiales se mueven de acuerdo con los movimientos de este mundo, y más o menos todo lo que hacemos aquí está teniendo su eco en gloria y alegría en el paraíso.

Podemos preguntarnos de qué naturaleza es este aumento del gozo celestial. Como nos enseña el Catecismo, en el cielo tenemos una felicidad perfecta, tan completa como nuestra naturaleza es capaz. Entonces, ¿cómo puede haber un incremento de alegría? Es lo que se llama una alegría accidental.

Reina Blanca de Castilla junto a San Luis IX de Francia, pintura de Joseph Marie Vien

Imaginemos a una reina casada con un rey poderosísimo, muy bueno, junto al cual disfruta de toda la felicidad que su estado de reina le puede dar. El día de su cumpleaños, llega un grupo de campesinos a bailar frente a la ventana de su palacio y, por amor a ella, a hacerle un homenaje. Si los campesinos no vinieran, ella no dejaría de ser feliz, porque el rey es su felicidad. Pero la llegada de estos campesinos constituye un episodio accidental que hace que salga al balcón y asista complacida a esa manifestación de cariño. Después la soberana manda que les sirvan una mesa con golosinas, dice una palabra amable a cada uno y se retira dejándolos radiantes.

¿Eso aumentó su felicidad? La esencial no. Ella sigue siendo la reina, la esposa del rey, en quien está toda su felicidad. Pero accidentalmente tuvo esa alegría. Así también las cosas de la tierra repercuten en el cielo.

Además, desde lo alto del cielo hasta la Santísima Trinidad, Nuestro Señor Jesucristo, Nuestra Señora, todos los Ángeles y santos, especialmente nuestros protectores, miran hacia el mundo y no solo asisten el desarrollo de la Historia, sino que nos ayudan con sus oraciones y luchan con nosotros. Los bienaventurados tienen un gran empeño en acompañar cómo el lumen Christi y las tinieblas del demonio progresan o retroceden en la faz de la tierra.

Esto es muy diferente a aquel hombre con el violín, sentado en la nube. Sin duda, este símbolo presenta un aspecto de la realidad, pero no es toda la realidad. Hay que agregar ese otro aspecto para obtener una noción completa.

Expansión de la Santísima Trinidad en el Corazón de Nuestra Señora

La coronación de la Virgen de Pedro de Calabria. Museo del Prado, Madrid, España

Si supiéramos ver la corte celestial así, con la posibilidad de luchar por los que están en la tierra, con esa militancia activa en nuestro favor a través de las oraciones, ¡cómo sentiríamos el cielo de una manera diferente!

Santa Teresita del Niño Jesús dijo: “Pasaré mi cielo haciendo el bien en la tierra”, y que descansaría sólo cuando el número de los que deben salvarse estuviera completo. Antes de eso, continuaría luchando y actuando en la eternidad. Es una hermosa expresión que muestra bien cómo hay un intercambio entre el cielo y la tierra.

Mientras tanto, alguien podría objetar: “Dr. Plinio, está bien, pero cuando finalice la tierra y todos estén en el cielo, ¡se acabó! Entonces todo quedará parado”.

Tenemos la narración de una visión de Santa Gertrudis 1 que nos ayuda a responder esta objeción.

Un día, como se cantaba durante el Oficio de Matinas el Ave María, Santa Gertrudis vio salir del Corazón del Padre Celestial, del Hijo y del Espíritu Santo, tres rayos que penetraron en el Corazón de Nuestra Señora, para de ahí regresar a la fuente que era la Santísima Trinidad.

Después del poder del Padre, de la sabiduría del Hijo y la ternura misericordiosa del Espíritu Santo, nada se compara con la ternura misericordiosa de María.

Santa Gertrudis entendió en la misma ocasión que esa expansión del Corazón de la Santísima Trinidad en el Corazón de Nuestra Señora se reproduce cada vez que un alma en la tierra recita devotamente el Ave María.

¡Vean el poder de una sola Ave María recitada en la tierra! Cada vez que, en un autobús, en medio de la contaminación, el desorden, los insultos, un joven recita devotamente el Ave María, la Santísima Trinidad, para glorificar a Nuestra Señora, emite un rayo de poder, de sabiduría y ternura en su Inmaculado Corazón. Y la Santísima Virgen tiene un transporte de alegría.

A fortiori, cuando un bienaventurado en el cielo alaba a Nuestra Señora hay un aumento en la comunicación de Ella con la Santísima Trinidad y una adición accidental de gozo, a través del cual entiende cómo todos los que están allí, en la medida en que se aman y se relacionan entre sí, aumentan su comunicación con Dios. Hay, por lo tanto, una especie de interacción recíproca a la que se asocian las tres Personas Divinas, y en la que todos están actuando continuamente, y Dios, sin interrupción, coronando esa acción.

Este es el movimiento del cielo, a la manera de una inmensa, santísima e inocentísima política, en la que todos se esfuerzan sin cansancio, deliciosamente, por aumentar su propio deleite y el de los demás, y nadan, por así decirlo, en las gentilezas y la felicidad mutuas.

Cántico eterno

Desde este punto de vista, el paraíso celestial podría compararse con una espléndida corte, nobilísima, perfectísima donde, cuando los cortesanos se encuentran, se inclinan profundamente uno ante el otro con todo el amor y se saludan. Al ver esto, el rey se regocija y les otorga un galardón. Entonces, ellos le agradecen y el monarca les da una nueva recompensa. Y así va, por las infinidades, de premio en premio, según la iniciativa de cada uno, teniendo siempre una novedad y un aumento de algo, sobre todo, en el conocimiento de Dios.

Porque el Creador es infinitamente interesante, tiene una inteligencia esplendorosa, pero es dulce, afable, se hace de nuestro tamaño. Dios tiene charme y lo que se podría llamar brío. Algo que Él expone tiene una vida, un encanto, que no podemos imaginar.

De hecho, Dios propiamente no habla, sino que muestra en su esencia todas las cosas. De modo que en el Creador, a lo largo de toda la eternidad, estaremos viendo diferentes aspectos y nunca acabaremos de conocerlo.

La Santísima Trinidad es para nosotros una novedad continua. Los Ángeles y los santos se cuentan mutuamente lo que vieron en Dios, porque ninguno observa exactamente lo mismo que el otro. Hay, por lo tanto, un inmenso e ininterrumpido “noticiero hablado” de las continuas novedades de Dios, que, además, no es hablado, sino cantado; y este es el cántico eterno del cielo que nos induce a un movimiento continuo, sin cansancio, que no necesita de reposo porque es en sí mismo movimiento y descanso al mismo tiempo.

¿No es verdad que con esto el cielo se vuelve más agradable para nosotros?

Entonces podemos imaginar el cielo como una corte, frente a la cual todas las cortes de la tierra no son nada. ¿Quién no querría entrar en la corte de San Luis IX, ser recibido como un guerrero venido de las cruzadas, trayendo como regalo al santo monarca una espina de la corona de Nuestro Señor Jesucristo? Entrar a caballo en el patio del castillo real, con espléndida armadura, portando un relicario de oro y cristal, se lo presenta al rey quien lo recibe benignamente y se arrodilla para besar la reliquia. Todos los cortesanos aplauden. Después de haber dejado la reliquia en manos del monarca, y habiéndonos inundado con su sonrisa y su grandeza y habernos concedido títulos, pasamos por las filas de los cortesanos que nos saludan y nos admiten como uno de ellos. ¿Quién no quisiera pasar por esta escena? Bueno, ¡esto es un exilio lleno de penumbra en comparación con el cielo!

Así podemos tener una idea de la corte celestial; es simplemente toda maravillosa, donde todos son desiguales, pero en la que solo hay príncipes; y todos estamos llamados a un principado de esta naturaleza.

He aquí una meditación sobre el cielo, para tratar de ayudarlos a desear conquistarlo. 

Extraído de conferencia del 5/11/1974

Notas

1 No disponemos de los datos bibliográficos de esta cita.

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“Caballeros de la Virgen” es una Fundación de inspiración católica que tiene como objetivo promover y difundir la devoción a la Santísima Virgen María y colaborar con la “La Nueva Evangelización” , la cual consiste en atraer los numerosos católicos no practicantes a una mayor comunión eclesial, la frecuencia de los sacramentos, la vida de piedad y a vivir la caridad cristiana en todos sus aspectos. Como la Iglesia Católica siempre lo ha enseñado, el principal medio utilizado es la vida de oración y la piedad, en particular la Devoción a Jesús en la Eucaristía y a su madre, la Santísima Virgen María, mediadora de las gracias divinas. Sus miembros llevan una intensa vida de oración individual y comunitaria y en ella se forman sus jóvenes aspirantes.

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