Dice san Basilio que Dios nos ha dado a María como público hospital, donde pueden ser recogidos todos los enfermos pobres y desamparados. Ahora bien, en los hospitales hechos precisamente para recoger a los pobres, ¿quién tiene mayor derecho a ser acogido sino el más pobre y el más enfermo?
San Alfonso María de Ligorio
Cuando Dios creó el mundo creó dos luminarias, una mayor y otra menor, es decir, el sol que alumbra el día y la luna que alumbra la noche: “He hizo Dios dos grandes luminarias; la mayor para que presidiera el día y la menor para que presidiera la noche” (Gn 1, 16). El sol, dice el cardenal Hugo, es figura de Cristo, de cuya luz disfrutan los justos; la luna es figura de María, por cuyo medio se ven iluminados los pecadores que viven en la noche de los vicios.
Siendo María esta luna propicia con los pecadores, si un pecador, pregunta Inocencio III, se encuentra caído en la noche de la culpa, ¿qué debe hacer?
“El que yace en la noche de la culpa –responde–, que mire a la luna, que ruegue a María”. Ya que ha perdido la luz del sol, la divina gracia, que se dirija a la que está figurada en la luna, que ruegue a María, y ella le iluminará para conocer su estado miserable y la fuerza para salir pronto de él.
Dice san Metodio que las plegarias de María convierten constantemente a muchísimos pecadores. Uno de los títulos con que la santa Iglesia nos hace recurrir a la Madre de Dios es el título de Refugio de los pecadores con que la invocamos en las letanías.
En la antigüedad había en Judea ciudades de refugio en las que los reos que
lograban refugiarse se veían libres de castigos. Ahora no hay ciudades de refugio, pero hay una, y es María, de la que se dijo: “¡Gloriosas cosas se han dicho de ti, ciudad de Dios!” (Sal 86, 3). Pero con esta diferencia, que en las ciudades antiguas no había refugio para todos los delincuentes ni para toda clase de delitos; pero bajo el manto de María encuentran amparo todos los pecadores y por cualquier crimen que hubieren cometido. Basta con que acudan a cobijarse. “Yo soy –hace decir a nuestra Reina san Juan Damasceno– ciudad de refugio para todos los que en mí se refugian”.
Y basta con acudir a María; porque quien ha entrado en esta ciudadela no necesita más para ser salvo. “Juntémonos y entremos en la ciudad fuerte y estémonos allí callados” (Jr 8, 14). Esta ciudad amurallada, explica san Alberto Magno, es la santísima Virgen, inexpugnable por la gracia y por la gloria que posee.
“Y estémonos allí callados”. Lo cual la explica la glosa: “Ya que no tenemos valor para pedir perdón al Señor, basta que entremos en esta ciudad y nos estemos allí callados, porque entonces María hablará y rogará a favor nuestro”. Un piadoso autor exhorta a todos los pecadores a que se refugien bajo el manto de María, diciendo: “Huid, Adán y Eva, y vosotros sus hijos que habéis despreciado a Dios, y refugiaos en el seno de esta buena Madre. ¿No sabéis que ella es la única ciudad de refugio y la única esperanza de los pecadores?” Ya la llamó así san Agustín: “Esperanza única de los pecadores”.
San Efrén le dice: “Dios te salve, abogada de los pecadores y de los que se ven privados de todo socorro. Dios te salve, refugio y hospicio de pecadores”. Dios te salve, refugio y receptáculo de los pecadores, que sólo en ti pueden encontrar amparo y refugio. Dice un autor que esto parece querer decir David en el salmo: “Me tuvo escondido en el tabernáculo” (Sal 26, 5). El Señor me ha protegido por el hecho de haberme escondido en su tabernáculo. ¿Y qué otro es este tabernáculo de Dios sino María, como dice san Germán? Tabernáculo hecho por Dios en que sólo Dios entró para realizar el gran misterio de la redención humana.
Dice san Basilio que Dios nos ha dado a María como público hospital, donde pueden ser recogidos todos los enfermos pobres y desamparados. Ahora bien, en los hospitales hechos precisamente para recoger a los pobres, ¿quién tiene mayor derecho a ser acogido sino el más pobre y el más enfermo?
Por eso, el que se siente más miserable y con menos merecimientos y más oprimido de los males del alma que son los pecados, puede decirle a María: Señora, eres el refugio de los pobres enfermos, no me rechaces; siendo yo más pobre que todos y más enfermo, tengo mayores razones para que me recibas.
Digámosle con santo Tomás de Villanueva: “Oh María, nosotros, pobres pecadores, no sabemos encontrar otro refugio fuera de ti. Tú eres la única esperanza de quien esperamos la salvación; tú eres la única abogada ante Jesucristo, en la cual ponemos nuestros ojos”.