María Santísima presenta al Niño en el Templo

Publicado el 02/02/2021

Plinio Corrêa de Oliveira.

La Ley del Antiguo Testamento determinaba que, lo más pronto posible, las madres llevaran al Templo a su hijo recién nacido, para presentarlo a Dios y purificarse. Esa era una regla que toda buena madre israelita cumplía. Por cierto, una linda regla en la cual se refleja la santidad de Dios. El bebé nace en medio de peligros. Toda gestación trae riesgos. Pero, al final, nació. ¡Oh, suceso feliz! La madre toma el niño, va hasta el Templo y ofrece a Dios aquel bebé que pertenece a Dios, pues Él lo creó. La antigua Ley tornaba esto obligatorio.

Nuestra Señora era superior a la antigua Ley. Dios no está sujeto a la Ley que Él mismo hizo. El Legislador es superior a la Ley, salta a la vista. Entonces, Él no estaba obligado a ir, ni Ella tenía obligación de llevarlo al Templo de Jerusalén. Pero quiso hacerlo por respeto a la Ley, a la tradición. Y amando ese concepto de tradición, animada por el amor intensísimo que tenía a Dios, Nuestra Señora lleva a la Segunda Persona de la Santísima Trinidad al Templo de Jerusalén.

Episodio único en la historia del Templo: el propio Dios encarnado que entra en él. Valdría la pena construir un Templo mil veces más esplendido que ese, para que ahí entrara Dios encarnado. Era la hora máxima, la hora santa, la hora perfecta. Se podría decir, en ese momento, que los ángeles llenaron el Templo y se pusieron a cantar.

Ella entró, pero casi nadie lo notó… Nadie oyó a los ángeles. La decadencia religiosa del pueblo elegido era enorme. Aquello estaba lleno de tiendas, con gente haciendo comercio de toda clase. Los sacerdotes eran los precursores próximos de aquellos que habrían de trabajar para la crucifixión de Jesús, si no eran ya los mismos que lo crucificarían. Todo estaba en ruinas. Aquel que es el creador de todas las cosas entró por aquellas ruinas espirituales… Y aquellos hombres decadentes no lo notaron. Ella cumple el rito de la Presentación.

Un anciano amarrado a la vida por una promesa

Simeón, que era el profeta indicado por Dios para eso, actúa para purificarla, o sea, hace el rito con Ella, y recibiendo al Niño en los brazos entonó aquel cántico que comienza así, en latín: “Nunc dimittis servum tuum in pacem…” – “Ahora, Señor, llevad a vuestro siervo en paz, porque mis ojos han visto al Salvador…”

Ella oye encantada a aquel anciano, que parecía amarrado a la vida por una promesa que no se había cumplido: la promesa divina de que vería al Mesías antes de morir. Aquel hombre vio al Mesías llegar y canta: “Señor, ahora llevad…” Y prevé el futuro de aquel Niño, la gloria y la Cruz. Y dice: “Tú serás piedra de escándalo para que se revelen los pensamientos de muchos corazones.” Pero al mismo tiempo aclama, diciendo que es “Lumen ad revelationem gentium” – “Luz que se manifiesta a los hombres.” Y una profetiza, Ana, también canta sus glorias. Los dos saben, por inspiración divina, lo que hasta entonces sólo San José y Ella sabían, que Aquel es el Hijo de Dios.

Patrona para la hora en que el Reino de María nazca en la tierra

¿Qué significa aquí conmemorar el buen suceso? El suceso es un buen suceso, digno de nota, cuando se realiza algo que exige cuidado, empeño y da un resultado bueno. ¡Es hijo del esfuerzo, de la dedicación y del heroísmo! Ahí es que tenemos un buen suceso. Nuestra Señora lleva al Templo a Aquel que es la prueba de que la gestación fue perfecta. Allí estaba el Hijo de Dios.

Aquellos que están entregados a una tarea ardua, que tienen una responsabilidad grande, una serie de cosas difíciles de hacer, a fin de llegar a un resultado, cuando alcanzan el resultado, tienen un suceso. Nuestra Señora del Buen Suceso es la patrona de todos aquellos que buscan un buen suceso para el servicio de la causa de Ella.

¡Cómo merece ser llamado de “buen suceso” el éxito de aquellos que, en las tinieblas de la noche del neo paganismo de nuestros días, trabajan para que nazca el sol del Reino de Maria! ¿No será Nuestra Señora del Buen Suceso una patrona, muy felizmente indicada para la hora en que el Reino de María al final nazca en la Tierra? Hijos de la Santísima Virgen, indignos pero amorosos, plenos de encanto, cuando irradie la luz del Reino de María podremos decirle:

“Señora, nosotros os presentamos aquí al mundo que vos iluminasteis; la luz de vuestro Reino es nuestro suceso; ¡Madre Nuestra, es vuestro suceso! Vos hicisteis todo, comenzando por nosotros. ¿Cuándo alguno de nosotros, niño aún, fue llevado a las fuentes bautismales, qué mérito tuvo para eso? ¿Qué gracia tuvo fuera de vuestras oraciones? ¡Qué gratuidad asombrosa la de ese don!”

Ahora, fue la Santísima Virgen quien nos consiguió la gracia que nos llevó al bautismo. ¿Quién trajo esa gracia para el género humano si no el Hijo por Ella engendrado? Él es el autor y la fuente de la gracia. Si Nuestro Señor no hubiera muerto en la Cruz, nosotros no tendríamos la gracia. Ese torrente de gracia que fluye sobre el mundo se abrió para los hombres en la hora en que Él murió. Pero esa gracia, de algún modo, comenzó a estar presente en el mundo en el momento en que Ella dijo: “Fiat mihi secundum verbum tuum!” – “¡Hágase en mí, según tu palabra!” Y bajó sobre el mundo en el momento en que el Padre Eterno pidió su consentimiento, para que Nuestro Señor Jesucristo muriera en la Cruz. Y Ella hizo esa cosa sublimemente terrible, diciendo: “Muera entonces, por amor al género humano y para que se haga vuestra voluntad.”

¡Todos los que trabajan a favor de la Contra-Revolución, en último análisis, actúan para que nazca el sol del Reino de Maria sobre el mundo!

¿Quién trajo esa gracia para el género humano sino el Hijo por Ella engendrado? Él es el autor y la fuente de la gracia. Si Nuestro Señor no hubiera muerto en la Cruz, nosotros no tendríamos la gracia. Ese torrente de gracia que fluye sobre el mundo se abrió para los hombres en la hora en que Él murió. Pero esa gracia, de algún modo, comenzó a estar presente en el mundo en el momento en que Ella dijo: “Fiat mihi secundum verbum tuum!” – “¡Hágase en mí, según tu palabra!” Y bajó sobre el mundo en el momento en que el Padre Eterno pidió su consentimiento, para que Nuestro Señor Jesucristo muriera en la Cruz. Y Ella hizo esa cosa sublimemente terrible, diciendo: “Muera entonces, por amor al género humano y para que se haga vuestra voluntad.”

Presentación del Niño: Nuestro Señor en cuanto combativo

Es interesante notar que, de todas las páginas del Evangelio, no me acuerdo de ninguna, en la que el papel de Nuestro Señor en cuanto combativo esté tan bien acentuado como en ese pasaje de la Presentación del Niño Jesús en el Templo.

Porque Él es calificado por el Profeta Simeón, quien recibió al Niño Jesús de las manos de Nuestra Señora, como piedra de es- cándalo que va a dividir a los hombres, para que se conozcan en muchos corazones sus verdaderos pensamientos.

O sea, Él crea un caso y divide las almas a lo largo de toda la Historia. Escandaliza a los escandalosos, a los sinvergüenzas, a los malos, a los hipócritas. Esos que Nuestro Señor denuncia y molesta se levantarán contra Él. Aquel Niño declara una gran batalla hasta la consumación de los siglos y divide la humanidad. El gran divisor de la humanidad es Nuestro Señor Jesucristo, aquel mis- mo Niño, tan encantador, que se nos presenta en el pesebre en Navidad.

¡Cómo sería interesante si hubiera, en alguna iglesia, al pie del pesebre una cinta, a respecto de aquel Niño tan gracioso e inocente, con los brazos en forma de cruz, con la frase que afirma que Él va a dividir al género humano! ¡Cómo sería bueno, cómo formaría bien la piedad, cómo sería magnífico.

Extraído de conferencias de 2/2/1983 y 2/2/1985

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