
Con estas palabras comienza el apóstol San Juan la descripción de una visión divina: “Un gran signo apareció en el cielo: una mujer vestida del sol, y la luna bajo sus pies y una corona de doce estrellas sobre su cabeza” (Ap 12, 1). Todos saben que esa mujer simboliza a la Virgen María, la cual, permaneciendo íntegra, engendró a nuestra Cabeza.
Y el apóstol continúa: “está encinta, y grita con dolores de parto y con el tormento de dar a luz” (12, 2). Por lo tanto, San Juan veía a la Santísima Madre de Dios gozando ya de la eterna bienaventuranza y, sin embargo, atormentada por un misterioso parto. ¿Qué parto? El nuestro ciertamente; de nosotros que, retenidos todavía en este exilio, necesitamos ser engendrados al perfecto amor de Dios y a la eterna felicidad.
En cuanto a los dolores del parto, significan el ardor y el amor con los que María vela sobre nosotros desde lo alto del Cielo y trabaja, con infatigables oraciones, para completar el número de los elegidos.
San Pío X, Ad diem illum lætissimum