Mártir de la libertad de la Iglesia

Publicado el 12/29/2022

Incluso inerte en su tumba, después de convertirse en un mártir por la libertad de la Iglesia, constituía aún un obstáculo para que el flujo de la herejía pudiera seguir avanzando entre los ingleses. Por eso, el impío Enrique VIII mandó profanar y quemar sus restos mortales.

Plinio Corrêa de Oliveira

Hay un adagio latino que dice: “Nemo summo fit repenter”. De hecho, ninguna acción extremadamente buena o mala se realiza de repente, sino que está precedida por una serie de actos que la preparan. Esto que se aplica a la vida moral de los individuos es igualmente cierto en lo que se refiere a la historia de las civilizaciones, de las naciones, de los ciclos de la cultura: los grandes acontecimientos históricos se preparan con antecedencia.

¿Cómo explicar uno de los episodios más tristes de la historia de la Iglesia?

Bastó que el rey Enrique VIII entrara en desacuerdo con la Santa Sede, porque ésta no le permitía divorciarse de Catalina de Aragón, y contraer nuevas nupcias, para que él se proclamara jefe de la iglesia inglesa y se separase de Roma.

En ese sentido, uno de los episodios más tristes de la historia de la Iglesia es, sin duda, el paso casi macizo de Inglaterra de la plena observancia de la religión católica al protestantismo en el siglo XVI. Bastó que el rey Enrique VIII entrara en desacuerdo con la Santa Sede, porque ésta no le permitía divorciarse de Catalina de Aragón, y contraer nuevas nupcias, para que él se proclamara jefe de la iglesia inglesa y se separase de Roma.

En el momento en que el monarca rompió con la Iglesia Católica, Apostólica y Romana, un número muy pequeño de eclesiásticos y laicos permanecieron fieles. Algunos de ellos se convirtieron en mártires, entre los cuales los dos más ilustres fueron Santo Tomás Moro, como laico, y San Juan Fischer, como cardenal. Sin embargo, la mayor parte se rindió y cambió de religión vergonzosamente, sin el menor remordimiento. Conventos enteros, universidades, instituciones de caridad, todo pasó en bloque al protestantismo.

¿Cómo se explica un hecho tan escandaloso como ése? ¿Cómo una acción de esa naturaleza fue practicada al mismo tiempo y por tanta gente, por el simple soplo de un rey? Se entiende que, estando Europa en el período de las monarquías absolutas y siendo muy grande, en consecuencia, el poderío de los monarcas, también fue grande la presión ejercida por ellos para obligar al reino a la apostasía. No obstante, cabe observar que, en primer lugar, ése no era exactamente el caso de Enrique VIII, porque los poderes de la monarquía inglesa se encontraban limitados desde hacía mucho tiempo por los del Parlamento. En segundo lugar, más absolutos que todos los monarcas de la Europa de aquel tiempo eran los potentados de la Roma pagana; sin embargo, innumerables mártires supieron resistirles a ellos. Así que el despotismo de la autoridad que prevarica no justifica la prevaricación del súbdito.

Por lo tanto, nos enfrentamos a una página oscurísima de la Historia de la Iglesia, que, además, se repitió mutatis mutandis, en algunos otros reinos. La marcha infeliz de la Iglesia Católica hacia la iglesia protestante en Suecia, Noruega, Dinamarca y en varias partes de Alemania se dio así. Hubo una presión del poder civil, y el cuerpo eclesiástico se adhirió masivamente a la herejía.

Dos concepciones opuestas de la vida

Martirio de Santo Tomás Beckett

En el caso específico de Inglaterra, encontramos la explicación en lo ocurrido con Santo Tomás Becket. Ya en el siglo en que él vivió, en la Edad Media, había una disputa entre la realeza y el Papado. Los reyes entendían que la Jerarquía eclesiástica inglesa debería estar bajo su dominio, mientras que los Papas, fundamentados en la institución creada por Nuestro Señor Jesucristo, reivindicaban el pleno dominio en asuntos espirituales, sobre todos los obispos, sacerdotes y fieles.

Por detrás de este desacuerdo había un principio más alto, una discusión sobre un punto que contenía en sí mismo los gérmenes de la Revolución: quien afirma que el rey tiene poder sobre la Iglesia, en el fondo sustenta que el poder temporal, representante de las cosas de esta Tierra y de la materia, posee una primacía sobre el poder espiritual.

Esto equivale a decir que, en el orden de los valores, los asuntos terrenos y los civiles tienen más importancia que los religiosos, siendo estos meros instrumentos de aquellos. De donde se entiende, aunque no se afirme explícitamente, que el fin de la religión se restringe a la vida del hombre en este mundo y que la fe es un mito útil para disciplinar a los hombres, pero no representa una verdad revelada, objetiva y absoluta.

Por el contrario, el Principio sostenido por la Iglesia es que las cosas de esta tierra existen en función de la vida eterna y que, aunque el Estado tiene una finalidad propia temporal, debe ayudar a la Iglesia a cumplir su misión. Por esta razón, además de estar revestida de todos los derechos y poder en asuntos eclesiásticos, en lo concerniente a la salvación de las almas la Iglesia tiene autoridad incluso sobre el Estado, el cual no puede promulgar leyes que contravengan la Ley de Cristo.

Se trata, por tanto, de dos concepciones opuestas de la vida: una sagrada y religiosa, sustentada por la Iglesia; otra, laica, materialista y revolucionaria.

Lenta invasión del Estado en los poderes de la Iglesia

En el siglo XII hubo una lucha muy fuerte entre el rey Enrique II y Santo Tomás Becket, que defendía el poder del Papado y rechazaba la jurisdicción del monarca sobre la Iglesia.

El choque fue de particular importancia porque él era arzobispo de Canterbury, el primado de Inglaterra, y, por tanto, implícitamente representaba a todo el cuerpo eclesiástico inglés como su figura más alta.

La disputa se hizo intensa y Santo Tomás Becket terminó en el exilio durante años. Habiendo regresado a Inglaterra, fue asesinado por los partidarios del rey.

La mayoría de la gente estaba a favor de Santo Tomás Becket e indignada con el Rey, hasta el punto de que éste se juzgó en la necesidad de hacer penitencia pública ante la tumba del santo arzobispo, pidiendo perdón a Dios por lo que había sucedido.

Sin embargo, una parte considerable de las clases dominantes continuaron brindando apoyo al Rey en secreto, mientras que cierto número de intelectuales católicos e incluso de clérigos sustentaban por debajo del paño que Santo Tomás Becket había exagerado, y que, aunque el Rey había actuado mal al matarlo, doctrinalmente la razón estaba con él, porque el Estado gozaba de superioridad sobre la Iglesia.

De hecho, acompañando la historia de Inglaterra se percibe que hubo una lenta y progresiva invasión del Estado sobre los poderes de Iglesia. Ésta era cada vez más golpeada, mientras que los eclesiásticos tenían cada vez menos coraje de luchar por la causa por la que Santo Tomás Becket inmoló su vida.

A la manera de un árbol en cuya raíz hay termitas…

Como resultado, trescientos años más tarde Inglaterra seguía siendo católica, pero su catolicidad se había vuelto tan superficial que fue posible derrumbar la Iglesia en aquel reino más o menos como se tumba un árbol en cuya raíz hay termitas: De un solo golpe él se cae. Por más que algunas fibras permanecieren unidas al suelo, se cortan fácilmente y todo se acaba.

Cuando ascendió al trono María Tudor, que se casó con el rey Felipe II de España, hubo una restauración religiosa en Inglaterra. Toda la nación se convirtió a la fe católica y un legado papal fue enviado para dar la absolución al parlamento; se tendría la impresión de que todo estaba en orden. Sin embargo, nada estaba en orden.

Muerta María Tudor, esos mismos obispos y otras autoridades que se habían convertido a la religión católica volvieron al protestantismo. Luego, todo era apariencia y oportunismo.

Si no hay una reacción, el progresismo llevará a los fieles a la herejía

Estos hechos tienen una analogía con nuestros días. Observamos precisamente al pensamiento católico socavado por la Revolución a partir por lo menos del siglo XIX. Inicialmente por simples omisiones o concesiones en puntos doctrinales no bien definidos; más tarde, a través de la adhesión explícita a doctrinas injustificables.

Vemos en el mundo de hoy el estallido del progresismo. Si no hay una reacción, forzosamente al cabo de algún tiempo los fieles caerán en la herejía. En efecto, el edificio espiritual de un país socavado por el progresismo se asemeja a la madera corroída desde el interior por la termita, aunque conserve su aspecto exterior: quien la mira piensa que todo está normal, cuando en realidad basta oprimir con el dedo para que esa cáscara ceda. De hecho, ni siquiera esta apariencia está muy conservada; solo hay un remanente de ortodoxia. Se pone la mano e inmediatamente aparece el pensamiento revolucionario.

Yo pude asistir a esa evolución en el Brasil. Cuando era joven congregado mariano, entre 1929 y 1932, me di cuenta de que la religión católica profesada a mi alrededor parecía totalmente ortodoxa, como la había aprendido de niño. Sin embargo, observaba con extrañeza que el sentido de lucha había desaparecido por completo. Diez años antes aún se atacaban mucho los errores del protestantismo, pero cuando yo tenía unos veintitrés años ya casi no se hablaba de ello.

Además, yo percibía que las verdades católicas más características, esas que duelen más a los herejes, no eran afirmadas en sus puntos de más realce. Por ejemplo, me llamaba la atención cómo todo el mundo admitía la infalibilidad de la Iglesia y el principio de la monarquía papal, pero se trataba con indiferencia a los que querían hablar con gran entusiasmo en ese sentido. En general, los temas de interés se limitaban a los que no despertaran polémica.

Alrededor de 1937 y 1938, comenzó la primera infiltración de las ideas progresistas. En 1970 estas ideas se apoderan de todo. Primero las omisiones, luego las concesiones, enseguida, las traiciones: un ritmo triple. Vemos esto tanto en la historia de Inglaterra como en nuestros días.

Preparación remota para la completa negación de la Iglesia

Así es el camino de las grandes herejías: los silencios preparan las traiciones. Inglaterra se adhirió al protestantismo no con arrebatos de odio como sucedió, por ejemplo, en Alemania, ni con una especie de crisis de conciencia colectiva que cortó el país por la mitad, como fue el caso de la Revolución Francesa, sino en la indolencia y la ausencia de cualquier reacción.

En nuestros días, las alas más avanzadas del progresismo sostienen que la Iglesia, tal como la conocemos, debe ser desarticulada y su Jerarquía prácticamente abolida. Los obispos y padres deben ser tutelados por una especie de “profetas”, y las parroquias, aglutinadas al sabor de este “espíritu profético”.

Estas ideas están en la lógica de un mismo error que avanza: primero se afirma que la Iglesia debe estar sujeta al Estado, porque el principio laico prevalece sobre el religioso; más tarde, se dice que el principio religioso es inútil.

De hecho, es tan antinatural defender que el laico está por encima de lo religioso que tal contradicción no se sostiene, y sólo puede ser vista como un paso al rechazo de lo religioso. Entonces, la posición inglesa representó una preparación remota del campo para la negación completa de la Iglesia.

Esta preparación remota tuvo sus inicios en los episodios vividos por Santo Tomás Becket, cuya post historia Don Guéranger nos cuenta en L’Année Liturgique.

Reliquias profanadas y destruidas

El siglo XVI vino a añadir algo más a la gloria de Santo Tomás Becket, cuando el enemigo de Dios y de los hombres, Enrique VIII de Inglaterra, se atrevió a perseguir con su tiranía al mártir de la libertad de la Iglesia, incluso en el espléndido relicario donde él recibía desde hacía cuatro siglos los tributos de la veneración del mundo cristiano.

Enrique VIII tenía la intención de dirigir la Arquidiócesis de Canterbury, convirtiendo a su arzobispo en una especie de lacayo mitrado. A partir del momento en que el más importante de los prelados ingleses cediese, era natural admitir que los otros también se dejasen arrastrar y la Iglesia en Inglaterra se convertiría en una administración pública.

Funerales de Santo Tomás Becket – Iglesia de Santa María de la Pasión, Milán

Santo Tomás Becket fue asesinado en la catedral, convirtiéndose en mártir de la libertad de la Iglesia. Habiendo sido canonizado, su cuerpo yacía en un espléndido relicario, donde durante cuatro siglos recibió el homenaje de los ingleses.

Ahora bien, desde el momento en que Enrique VIII se separó de Roma y se declaró jefe de la Iglesia de Inglaterra, era natural que quisiera injuriar las reliquias de aquel que había muerto para que esto no saliera a la luz. Entonces mandó a algunas personas que fuesen a la Catedral de Canterbury para violar la sepultura de Santo Tomás Becket. Como comenta Don Guéranger, es una gloria mayor para este Santo el hecho de que sus restos mortales hayan sido profanados por el hombre nefasto que separó a Inglaterra de la Iglesia católica.

Continúa el texto:

Los huesos sagrados del prelado, muerto por la justicia, fueron arrancados del altar. Se inició un proceso monstruoso contra el padre de la patria, y una sentencia impía declaró a Tomás reo de crimen de lesa majestad.

Estos preciosos restos fueron colocados sobre una fogata, y en este segundo martirio el fuego devoró los despojos del hombre sencillo y fuerte cuya intercesión atraía sobre Inglaterra la mirada y la protección del Cielo.

Inglaterra ya no era digna de aquel tesoro

También era justo que el país que debería perder la Fe por una desoladora apostasía no guardase en su seno un tesoro que ya no sería debidamente estimado. Además de eso, la sede de Canterbury estaba empañada. Cranmer se sentó en la silla de los Agustinos, los Dunstanos, los Lanfrancos, los Anselmos; de Tomás, finalmente; y el santo mártir, mirando a su alrededor, no habría encontrado entre sus hermanos de esa generación sino a Juan Fisher, quien consintió en seguirlo hasta el martirio. Pero este último sacrificio, por muy glorioso que fuese, no salvó nada. Hace mucho que la libertad de la Iglesia había perecido en Inglaterra. La fe, lentamente, se apagaría.

Imagen de Santo Tomás Becket, Catedral de Canterbury, cuyacabeza fue destruida en 1538

El autor comenta que es explicable este proceso monstruoso. Inglaterra protestante destruyó un tesoro que ya no era más digna de contener. Se privó así por sus propias manos de la presencia de las reliquias de un Santo que sería un intercesor aún válido para evitar que ella cayese en los últimos escalones de la apostasía. Y con eso, el crimen estaba consumado.

Además, incluso la Iglesia en Inglaterra ya no era digna de este tesoro. Con la excepción del cardenal Juan Fisher, todos los obispos del país apostataron. Los sacerdotes y monjas, en su casi totalidad, aceptaron el paso hacia el protestantismo con una pasividad simplemente vergonzosa, como ocurrió en Suecia, Noruega, Dinamarca y ciertas partes de Alemania. Conventos, diócesis, poblaciones enteras dejaron la Religión Católica con la mayor indolencia, cuando no con la mayor alegría, y se hicieron protestantes.

Ser odiado por los malos, incluso después de la muerte, es una gloria

Casi nadie habla de esta ejecución póstuma de Santo Tomás Becket; sin embargo, hay en ella una verdadera gloria para el Santo. Ser odiado por los malos, sufrir la persecución por causa de nuestro Señor Jesucristo es una gloria. ¡Pero más que el ejemplo dado por un hombre haya sido un hecho tan magnífico, es una gloria aún mayor el que los malvados no consigan violar los Mandamientos de la Ley de Dios sin antes destruir sus reliquias!

Incluso después de su muerte, él era una barrera, y era necesario eliminar este obstáculo para que el flujo de la herejía pudiera avanzar. Ahora bien, no hay nada más hermoso que un varón echado en su tumba inerte, puesto en la sombra de la muerte —al menos en cuanto a su cuerpo— sea aún un centinela, por el cual sólo se pasa eliminándolo. ¡Es una verdadera belleza!

Santa Teresita del Niño Jesús decía que pasaría su Cielo haciendo el bien en la Tierra. Santo Tomás Becket, a su manera, hizo lo mismo: su cuerpo infundía pavor en los adversarios.

En este sentido, Louis Veuillot1 afirmaba que su alegría suprema sería si sus cenizas todavía causasen incomodidad a los enemigos, después de que durante su vida había llevado tan lejos, en la medida de lo posible, la luch

Cuerpo del presidente García Moreno, tras el atentado contra él en 1875

Algunos amigos míos que han estado en Ecuador me han dicho que hasta el día de hoy no se sabe dónde está García Moreno enterrado2, porque la divulgación del lugar de su sepultura podría provocar manifestaciones a favor y en contra de este expresidente, fiel imitador de Nuestro Señor Jesucristo, por ser signo de contradicción y piedra de escándalo.3

¡Cómo me gustaría saber que no sólo mi tumba, sino la de cada uno de los que me siguen en la lucha contrarrevolucionaria, fuese un marco de división y de escándalo! Mucho más que eso, deseo que, yendo al Cielo, se me permitiera regresar continuamente a la Tierra para perseguir a los malvados, confundirlos, dejarlos deshechos, infundirles terror y luchar contra la Revolución de todas las maneras imaginables, para hacer, entonces después de muerto, todo aquello que en la vida hubiera querido haber hecho, pero no me fue posible.

Sería una hermosa manera de proseguir en nuestro apostolado si todos nosotros, desde el Cielo, continuásemos repartiendo sobre la tierra estas y otras “lluvias de rosas”. 

Extraído de conferencias del 28/12/1968 y 29/12/1970

Notas

1) Escritor y periodista francés (*1813 – †1883).

2) Gabriel Gregorio Fernando José María García Moreno y Morán de Buitrón (*1821 – †1875). Presidió la República del Ecuador durante dos mandatos consecutivos, entre 1861-1865 y 1869-1875 ,habiendo sido asesinado durante el segundo, tras ser elegido para el tercero.

3) Sólo el 16 de abril de 1975 fueron encontrados los restos mortales de Gabriel García Moreno.

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