España, 1936. La guerra civil se había extendido por todo el país y en tierras valencianas provocó la dispersión de religiosos y sacerdotes, por los riesgos que allí corrían.
Los levantamientos civiles eran fruto de movimientos revolucionarios emergidos durante la Segunda República, proclamada en abril de 1931, que nacieron cargados de anticlericalismo, a pesar de que la Iglesia había acatado el nuevo gobierno con propósitos de colaboración, por amor a la patria. Sin embargo, a lo largo de los años, muchos templos habían sido incendiados en Madrid, en Málaga y la propia Valencia, sin ninguna sanción gubernamental.
En el primer semestre de 1936, con la victoria del Frente Popular, formado por socialistas, comunistas y otros grupos radicales, la tensión se volvió más fuerte y los atentados más graves, siendo provocadas nuevas conflagraciones en templos y conventos, expulsados muchos párrocos de sus iglesias, derribadas innumerables cruces, prohibidas las ceremonias religiosas, incluso las fúnebres, con amenazas de una violencia mayor si no fueran aceptadas las deliberaciones políticas, siempre realizadas ilegalmente por esbirros de la peor calaña. Se configuró una auténtica persecución religiosa.
Cobarde fusilamiento
Las congregaciones femeninas se convirtieron en blanco de un odio especial por parte de los revolucionarios. Aunque en muchos casos se dedicaban angelicalmente a sacrificadas e insustituibles labores sociales, eran tratadas como enemigas del pueblo, protectoras de las clases altas, «mujeres holgazanas, madres frustradas e incluso pecadoras encubiertas».1 Se veían obligadas a abandonar sus residencias, y sus inmuebles eran ocupados o destruidos tras ser saqueados.
Entre las religiosas de Valencia se encontraba la comunidad del Instituto de Hijas de María Religiosas de las Escuelas Pías. Ante el peligro que se avecinaba, el 22 de julio salieron las ocho escolapias del colegio de la congregación, donde vivían y trabajaban, y se refugiaron en un pequeño piso, propiedad del chófer de la escuela, en la misma calle del centro de enseñanza.
Los días siguientes fueron difíciles y calamitosos. Allí hospedadas, se abandonaron en las manos de la Divina Providencia, con entera confianza de que había un designio divino más alto en aquel terrible sufrimiento que había ido a visitarlas. El 8 de agosto un grupo de milicianos asaltó su escondite a las cinco de la mañana y les informaron que habían recibido una denuncia contra ellas y las requerían a presentarse ante el Gobierno Civil para prestar declaración. Un coche las esperaba en la puerta para salir inmediatamente.
Levantamientos anticlericales se extendían por España; iglesias quemadas, cruces derribadas, sacerdotes y religiosos perseguidos
Pero como en el automóvil no cabían todas, los revolucionarios exigieron que sólo subieran cinco y las otras esperaran el próximo vehículo. Con determinación y coraje, como vírgenes vigilantes con sus lámparas encendidas, pareciendo intuir que su encuentro con el divino Esposo no tardaría en llegar, se presentaron la madre María Baldillou del Niño Jesús, la madre María Luisa de Jesús, la madre Carmen de San Felipe Neri y la madre Clemencia de San Juan Bautista, enfrentando el furor rojo. Ante cierta indecisión de las demás, se adelantó también la madre Presentación de la Sagrada Familia.
Una vez en el coche, los milicianos no las condujeron a ningún tribunal gubernamental o juicio, sino que fueron cobardemente llevadas a la playa de El Saler y allí mismo, fusiladas. Al día siguiente se difundió la noticia del cruel asesinato, aunque únicamente se hizo oficial al cabo de varios días, con la exposición de fotografías de las víctimas en los juzgados, cuando ya habían sido enterradas.
Designio divino: permanencia de la congregación
Mientras tanto, en el piso permanecían las otras tres religiosas: la madre Loreto Turull, la madre Dolores Vidal y la madre Dolores Mateo. No pasó mucho tiempo y llegó el coche que, supuestamente, las llevaría al Gobierno Civil. Al subir al vehículo se encontraron con un sacerdote, el P. Manuel Escorihuela Simeón. Por el camino percibieron que se habían desviado y el automóvil tomó también la carretera de El Saler…
No obstante, Dios tenía otros planes para aquellos religiosos. El coche se detuvo en la calzada, por una avería o falta de combustible, no se sabe con certeza, y no pudo continuar. Trasladados a otro vehículo más pequeño, donde estaban algunos milicianos de un rango superior, éstos cambiaron por completo la suerte de los detenidos.
Refugiadas en un piso, cinco religiosas escolapias fueron descubiertas por los revolucionarios, llevadas a El Saler y allí fusiladas
Llevados, de hecho, al comité, situado en el cementerio, fueron conducidos después al Gobierno Civil. Tras prestar las declaraciones requeridas, las tres religiosas fueron puestas en libertad, recibiendo un salvoconducto que les permitió huir a Barcelona.
La madre Loreto Turull expuso en la causa general de beatificación de sus hermanas mártires que uno de los milicianos, Amador Sauquillo, voz de mando que les salvó la vida, les pidió que le ayudaran, «si cambiaban las cosas».2 Sin embargo, con la huida de Valencia, nunca más supieron de él. El divino Salvador quiso librar de la muerte a aquellas esposas virginales suyas, para que fueran testigos de todos estos hechos y dieran continuidad a la congregación. Posteriormente, la madre Loreto fue elegida superiora provincial y, pasada la tormenta, aquellas escolapias retomaron su evangelización y recuperaron el colegio de Valencia, en pleno funcionamiento hasta el día de hoy.
Alma inocente y maternal
¿Qué se puede decir de estas almas de vigoroso temple, vírgenes valientes que no dudaron en sellar con su propia sangre su entrega a Dios, recibiendo como premio la palma del martirio? Poco se conoce de sus vidas. Y habrían sido casi anónimas a los ojos de los hombres si hubieran continuado protegidas tan sólo por las sagradas paredes del colegio, donde se dedicaban al cumplimiento de su vocación.
Sin embargo, su postrer acto de suprema y heroica caridad hizo refulgir la virtud que ya practicaban en la sencillez del día a día, pues, como reza el dicho latino, talis vita finis ita. En este sentido, una de ellas se destaca especialmente: la madre Carmen de San Felipe Neri.
Natural de Eulz, merindad de Estella (Navarra), nació el 27 de julio de 1869, de honrados padres campesinos que, con su trabajo y esfuerzo, habían ascendido a la condición de pequeños propietarios. Muy católicos, como aún solía ser en la España del siglo xix, bautizaron a esta segunda hija al día siguiente de su nacimiento, en la pequeña y encantadora iglesia parroquial dedicada a San Sebastián, situada en lo alto de la colina del pueblo, y le pusieron el nombre de Nazaria Gómez Lezaún. Muy vivaz desde temprana edad, ella y sus hermanas Leona y Magdalena recibieron una profunda formación católica en casa, en la escuela pública de la localidad y en la vida parroquial.
Quizá para ser merecedora del nombre recibido en la pila bautismal, la vida oculta de la Sagrada Familia de Nazaret le atraía enormemente. Una vez, cuando aún estaba en la escuela, encontró a una compañera llorando en una de las aulas porque extrañaba a su familia. Para consolarla, le recordó las añoranzas que ciertamente habría sentido el Niño Jesús cuando se apartó de sus padres para discutir con los doctores de la ley en el Templo de Jerusalén, alejándose de las caricias y el amparo de María y de José. Él, Dios, había sufrido aún más que ella y por eso le iba a ayudar a curar sus penas. La niña se fue tranquilizando y regresó contenta a las actividades escolares. Un episodio paradigmático de lo que sería su vida: era su vocación de educadora, llena de espíritu maternal, que germinaba en su corazoncito.
En la adolescencia, como activa participante de la Cofradía de las Hijas de María, le profesaba una tierna devoción a la Virgen del Puy de Estella, a cuyo santuario acudía con mucha frecuencia. Su relación enteramente espiritual con Nuestra Señora preservó su inocencia y llenó su alma de un amor ardiente a Jesús y a María, llevándola a tomar la decisión de hacerse religiosa.
Escuelas Pías: vía de santificación
Su sincero amor a la Santísima Virgen hizo que la maternidad sobrenatural de ésta se impregnara en su alma y la maduración de su llamamiento a la vida religiosa la llevó a elegir la congregación femenina de las Escuelas Pías, dedicada a la educación de niñas y jóvenes. Su fundadora, Santa Paula Montal, se inspiró en el carisma y el sistema educativo de San José de Calasanz.
En el martirio de las escolapias refulge la virtud que éstas ya practicaban en su día a día. De entre ellas destaca la Madre Carmen
A los 24 años ingresó en el noviciado de Carabanchel (distrito de Madrid) y vistió el hábito el día de la Natividad de Nuestra Señora, el 8 de septiembre de 1893, tomando el nombre de sor Carmen de San Felipe Neri, que unía la más antigua advocación mariana del Carmelo al santo de la alegría. De temperamento muy decidido, llevaba todas sus determinaciones hasta el final, con un profundo espíritu de consecuencia y compromiso. Así fueron sus dos años preparatorios como novicia, al término de los cuales profesó los votos religiosos, en el segundo aniversario de su toma de hábito. En noviembre la destinaron al colegio de Valencia, su único hogar en la congregación.
La madre Carmen inició su apostolado como ayudante en las tareas domésticas, pasando luego a encargarse de la portería del colegio, oficio que le permitía poner en práctica su natural propensión de educadora y el don de la maternidad recibido de la Madre de Dios, pues allí podía manifestar su caridad hacia todos los necesitados que a ella acudían: pobres, padres de familia, antiguas alumnas, empleadas o personas que iban al colegio por cualquier motivo. «Era afable y sonriente y convirtió aquella portería bulliciosa, por el constante ir y venir de alumnas y familiares, en una Betania donde se recreaba el Señor».3
Premonición de la persecución religiosa
Humilde y firme, se distinguía por la intensa aura sobrenatural de sus conversaciones y recomendaciones, inspiraciones del Espíritu Santo sorbidas de su constante espíritu de oración. Todos se sentían atraídos por «la sabiduría de Dios la que escuchaban de su boca. Por eso acudían a ella a contarle sus cuitas y a confiarle sus penas; hallaban alivio en su buen corazón, y socorro en sus consejos de prudencia admirable, poseyendo una gran intuición en el conocimiento de las personas. […] Amistad y apostolado que perduraba en muchos casos, aun cuando por circunstancias de la vida trasladaban su residencia a otras ciudades».4
Sus cuarenta y un años de sacrificada vida religiosa, en la sencillez de la rectitud y la virtud, no podían llevarla a adoptar una postura distinta del heroísmo mostrado ante la persecución. Bien se le pueden aplicar las palabras del papa Juan Pablo II, referentes a varios de los mártires de la guerra civil: «Muchos de ellos gozaban ya en vida de fama de santidad entre sus paisanos. Se puede decir que su conducta ejemplar fue como una preparación para esa confesión suprema de la fe que es el martirio».5
Al tomar conocimiento de los asuntos políticos ocurridos en todo el país a partir de 1931, con la Segunda República, la madre Carmen discernió la seriedad de la situación, que se agravaría aún más, con una premonición de la abrumadora persecución que caería sobre la Iglesia y, evidentemente, sobre ellas, como educadoras religiosas. Con la victoria del Frente Popular en la primavera de 1936, tuvo la certeza de que el peligro era inminente. Un calvario se le figuraba y no dudó en decir «sí» al sacrificio entero.
No estaba equivocada, como se puede ver al principio de estas líneas. Por su holocausto, ella y sus hermanas escolapias recibieron el honor de formar parte de la primera ceremonia de beatificación del tercer milenio.
Del siglo xx al siglo xxi
Hoy, echando una mirada a los primeros años del siglo xx, los hechos revelan que en España «se desencadenó la mayor persecución religiosa conocida en la historia desde los tiempos del Imperio romano, superior incluso a la Revolución francesa».6 Al finalizar la guerra, el número de mártires llegaba a casi diez mil.
Ante la inminente persecución contra la Iglesia y sus miembros, ella no dudó en decir «sí» al sacrificio entero de sí misma
Por aquel entonces, comentaba el Prof. Plinio Corrêa de Oliveira: «Lo que en España se discute es si el mundo debe ser gobernado por Jesucristo o por Karl Marx. Toda la civilización católica, todos los principios de moral, todas las tradiciones, todas las instituciones de las que se enorgullecen los occidentales desaparecerán irremediablemente si el comunismo triunfa. La lucha de la Iglesia contra los sóviets es la lucha de Dios contra el demonio, de todo lo noble contra todo lo abyecto, de todo lo bueno contra todo lo malo. A la vista de esto, uno se pregunta: ¿no está muy y muy bien empleada la sangre que se está derramando en España si del derramamiento de esta sangre de mártires resulta la victoria de la civilización contra la barbarie?».7
Transcurridas más de dos décadas del siglo xxi, ¿acaso no estamos viendo, también en nuestros días, cristianos perseguidos y asesinados y la Iglesia pisoteada? ¿Habrá sido derramada en vano la sangre de tantas víctimas inocentes a lo largo de todo este tiempo? Clama al Cielo por el fin de la barbarie, que no ha hecho más que aumentar después de casi un siglo de esos acontecimientos. ¡Y los Cielos no harán oídos sordos ante semejante clamor! El momento de la victoria de Cristo no puede demorarse más, fecundada por tanta sangre, y la promesa del divino Salvador es eterna: «Las puertas del infierno no prevalecerán» (Mt 16, 18). ◊
Notas