
Introducción:
Nuestra meditación de hoy la vinculamos al 5º Misterio doloroso, teniendo en vista la Fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz, que se celebra en la mayoría de los países hispanos el 14 de septiembre.
Consideremos que antes de que Nuestro Señor se inmolara por nosotros en lo alto del Calvario, la cruz era un instrumento de humillación y reproche para los condenados. Después del sacrifico redentor de Jesús, ese instrumento de castigo pasó a ser una señal de triunfo, el símbolo glorioso de los cristianos, la fuente de nuestra esperanza y de nuestra salvación eterna.
Es por la Cruz que llegamos a la luz perenne en el Cielo. Composición de lugar: Para nuestra composición de lugar, imaginemos la cima del Calvario después de la Crucifixión de Jesús. Nubes oscuras cubren el cielo. Ya no hay nadie en lo alto del monte. Cada uno imagínese a sí mismo, solo, viendo en el punto más alto de la montaña la Cruz donde el Redentor estaba clavado. Imaginemos que, de repente, un esplendoroso rayo de sol atraviesa las nubes cargadas e ilumina de modo maravilloso la Cruz del Salvador. Con esta imagen en la mente, hagamos la meditación.
Oración preparatoria
Oh gloriosa Reina y Señora de Fátima, vuelve a nosotros tus ojos de Madre misericordiosa y ayúdanos a practicar este ejercicio de piedad. Alcánzanos de tu amado Hijo Jesús las gracias necesarias para recoger de esta meditación los frutos de conversión y santificación que Jesús nos ofrece a través de su sacrifico en el Calvario. Que los méritos infinitos de la Redención nos hagan seguir su ejemplo: abrazando cada una su propia cruz, siguiendo el camino que nos lleva al Cielo. Así sea.
Evangelio de San Juan (3, 13-17)
“Nadie ha subido al cielo sino el que bajó del cielo, el Hijo del hombre. Lo mismo que
Moisés elevó la serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del hombre, para que todo el que cree en él tenga vida eterna. Porque tanto amó Dios al
mundo, que entregó a su Unigénito, para que todo el que cree en él no perezca, sino
que tenga vida eterna. Porque Dios no envió a su Hijo al mundo para juzgar al
mundo, sino para que el mundo se salve por él.”
I – LA CRUZ NOS ABRIÓ LA PUERTA DEL CIELO
Cuando Adán e Eva, por causa del pecador, fueron expulsos del Paraíso, las puertas del Cielo se cerraron para el hombre. Y habrían permanecido cerradas hasta hoy si no fuese por la Redención. Podríamos llorar nuestras culpas, pero las lamentaciones no servirían de nada para alcanzarnos la convivencia eterna con Dios, pues sólo una iniciativa del mismo Dios podría abrir nuevamente el Cielo para nosotros. Y fue lo que sucedió cuando Jesús se encarnó y murió en la Cruz por los hombres.
1- Prefigura de Cristo en la Cruz
En el Libro de los Números (21, 4-9) encontramos una prefigura de la Cruz de Cristo. El pasaje recuerda uno de los episodios de la travesía del pueblo elegido por el desierto, rumbo a la Tierra Prometida. Los judíos, rebelados por la falta de alimento y por la sed, comenzaron a murmurar contra Moisés. Dios, a pesar de todo, tomó las murmuraciones del pueblo como reclamaciones hechas a Él. Para castigar a los hijos de Israel, el Señor hizo que terribles serpientes los atacasen en el medio del desierto, provocando pánico y muchas muertes entre ellos. El miedo llevó a los judíos a arrepentirse de sus reclamaciones.
Y Dios, infinitamente misericordioso, atendiendo a los ruegos de Moisés, tuvo pena de ellos. Y dijo al profeta: “Haz una serpiente abrasadora y colócala en un estandarte: los mordidos de serpientes quedarán sanos al mirarla”. Esa serpiente de bronce sobre una asta era una prefigura de Jesús en lo alto de la Cruz.
2- Verdadera serpiente de bronce
Es importante considerar aquí que la rebelión de los judíos es una imagen de nuestra propia rebeldía contra Dios, a quien ofendemos con nuestras faltas, nuestras reclamaciones y nuestra desesperación delante de las probaciones y dolores de esta vida. Cuando pecamos o cuando no aceptamos los reveses permitidos por la Providencia, estamos, en el fondo, protestando contra Dios. Así, como aquellos animales venenosos se propagaron por el campamento de los hebreos, el mal penetró en la faz de la Tierra con el pecado de Adán. Y no hay otra salvación para los hombres a no ser mirar para la verdadera serpiente de bronce, Nuestro Señor Jesucristo crucificado.
La prefigura de la serpiente, sin embargo, no es nada en comparación con lo que se verificó de hecho, porque la realidad siempre es mucho más rica que el símbolo. Nuestro Señor podría perdonar únicamente la culpa, de manera que, con el alma en orden, desde el punto de vista natural, tuviéramos una eternidad feliz. Pero Jesús, además de curarnos del pecado, nos ofrece la posibilidad de participar de su propia vida divina, que jamás obtendríamos por nuestros esfuerzos. Somos invitados a creen en Él, aceptando todo cuanto nos trajo al venir al mundo: sea su doctrina, sea su gracia, recibida sobre todo a través de los Sacramentos.
II- CRISTO BAJÓ DEL CIELO PARA ABRAZAR LA CRUZ
Por el infinito amor que Dios tiene a los hombres, nos perdona hoy cómo perdonó al pueblo elegido en el desierto. Tan grande es ese amor que mandó a su Hijo Unigénito, para que todos tengan vida y “la tengan abundante” (Jn 10,10). Sin embargo, ¿cuál fue la vía escogida por Dios para consumar la entrega de su Hijo al mundo?
La más perfecta de todas, pero que causa espanto: ¡la muerte de Cruz!
1. Nuestro Señor quiso abrazar la cruz para salvarnos
En realidad, si Jesús ofreciera al Padre un simple cerrar de ojos, un gesto, una palabra o un acto de voluntad, sería suficiente para reparar nuestro pecado. Sin embargo, cómo enseña San Pablo (Flp 2, 6-11) “Jesucristo… se despojó de sí mismo tomando la condición de esclavo, hecho semejante a los hombres. Y así, reconocido como hombre por su presencia, se humilló a sí mismo, hecho obediente hasta la muerte, y una muerte de cruz.”
Siendo Dios, el Hijo posee la alegría eterna y podría haber dado a su naturaleza humana una vida terrena llena de deleites. No obstante, la naturaleza divina comunicó al Cristo-Hombre el gozo de abrazar la Cruz, ser clavado en ella y morir, cumpliendo la voluntad de Aquel que lo enviara (cf. Jn 5,30), para salvar a los hombres de la muerte eterna.
2. Papel central de la Cruz en la historia humana
La Santísima Trinidad, con el intuito de salvarnos, promovió la venida del Hijo al mundo. Con un papel central en la Historia, la Cruz estuvo en la mente de Dios, desde toda la eternidad, como instrumento para la realización de la perfección de las perfecciones del universo, su mayor honor y su excelsa belleza: la Redención del género humano. Delante de este panorama es posible, inclusive, entender por qué Dios permitió el pecado. En el plan de la creación, la suprema gloria no es la inexistencia del mal, sino el Hombre-Dios, que se deja arrestar y crucificar, por amor a nosotros.
III – LA CRUZ, FUENTE DE GLORIA
La Cruz, antes considerada como el peor de los desastres en la vida de alguien, un símbolo de ignominia que sirvió para la ejecución de tantos criminales, hoy es exaltada por la Iglesia porque Nuestro Señor Jesucristo vino al mudo mostrando cuanto le es propia. Es ‘el signo del Hijo del hombre” (Mt, 24,30) ¡y Él la transformó en signo de triunfo! Por eso, la Cruz triunfa en lo alto de las catedrales, en la punta de las coronas y en el centro de las más importantes medallas.
1. Por la Cruz, llegamos a la Luz
La Cruz es la vía de la gloria. Con cuánta razón se dice: “Per crucem ad lucem” –por la Cruz, llegamos a la Luz–. Este es el principio que la Fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz ofrece para nuestro beneficio espiritual: si queremos alcanzar la santidad, nada es tan importante cuanto saber sufrir. El momento decisivo de nuestra perseverancia no es aquel en que la gracia sensible nos toca y damos pasos vigorosos en la virtud, sino más bien en la hora de la probación, cuando las tentaciones nos asaltan y experimentamos nuestra debilidad. Después del pecado original, ser tentado es algo inevitable y necesario. En esa hora, debemos resistir abrazados a la cruz, seguros que en ella se encuentra nuestra única esperanza– “¡Ave Crux, spes única!”
2. Sepamos cargar nuestra propia Cruz
Cuando cometemos una falta o nuestra vida interior parece atascada, dando la impresión que no somos amados por Dios. Recordemos que esa sensación es contraria a la revelación hecha por Nuestro Señor en el Evangelio. Pensemos que Dios nos ama tanto a punto de que el Hijo se encarnó encarnado y sufrió la Pasión de la Cruz para salvar individualmente a cada uno de nosotros. Por lo tanto, celebremos con mucha alegría la señal de nuestra salvación y la garantía de la resurrección futura. Sepamos cargar siempre la propia cruz con amor y veneración, tal como lo hizo nuestro Salvador antes de iniciar el Viacrucis.
ORACIÓN FINAL
Por las manos purísimas de María Santísima, exaltemos la Santa Cruz de Cristo con estas prácticas de la perfección cristiana, pues cómo dice San Luis María Grignion de Montfort, toda la perfección cristiana consiste:
1. En querer ser santo: El que quiera venirse conmigo,
2. En abnegarse: Que reniegue de sí mismo,
3. En padecer: Que cargue con su cruz
4. En obrar: Y me siga.
“¡Oh Santísima Cruz! ¡Oh inocente y piadoso Cordero! ¡Oh pena grave y cruel! ¡Oh pobreza de Cristo, mi Redentor! ¡Oh llagas muy lastimadas! ¡Oh Corazón traspasado! ¡Oh Sangre de Cristo amarga! ¡Oh dignidad de Dios, digna de ser reverenciada! Ayúdame, Señor, para alcanzar la Vida Eterna. Amén.
Oración rezada por el Papa San Pio V
Dios te salve, Reina y Madre…