Introducción:
Para cumplir con la devoción reparadora de los Primeros Sábados, meditaremos hoy el 3er Misterio luminoso: El anuncio del Reino de Dios y la invitación a la conversión, considerando, en el contexto de las predicaciones del Divino Maestro, el infinito amor de su Sagrado Corazón por todos y cada uno de los hombres. En el decir de San Alfonso María de Ligorio, “este es el Corazón más amoroso, más misericordioso y más deseoso de nuestra salvación eterna. Es un Corazón creado a propósito para amarnos y ser amado por nosotros. El Corazón de Jesús desea inmensamente unirse a las almas de una manera indisoluble, por la unión perfecta y eterna del Cielo”.
Composición de lugar:
Hagamos nuestra composición de lugar imaginando un campo de pastoreo en Tierra Santa en el tiempo de Jesús. Sobre el terreno cubierto de pastos, un pequeño rebaño de ovejas se alimenta calmamente, mientras el pastor las observa con desvelo. En una elevación, al fondo del escenario, está Nuestro Señor, rodeado de gente, contemplando la escena y dirigiendo a las personas una de sus divinas parábolas.
Oración preparatoria:
Oh Señora de Fátima, nuestra Madre bondadosísima, Vos que gestasteis en vuestro seno inmaculado el Verbo de Dios hecho carne, y en él se formó el Sagrado Corazón que tanto nos ama: os rogamos que nos alcancéis las gracias necesarias para hacer bien y de ella recoger los mejores frutos espirituales para nuestra santificación. Que sepamos, como Vos, unirnos cada vez más al Sagrado Corazón de Jesús, beneficiándonos del infinito amor con que Él nos mira y nos protege a cada uno de nosotros. Así sea.
Evangelio de San Lucas (15, 3,7)
“3 Jesús les dijo esta parábola: 4 «¿Quién de vosotros tiene cien ovejas y pierde una de ellas, no deja las noventa y nueve en el desierto y va tras la descarriada, hasta que la encuentra? 5 Y, cuando la encuentra, se la carga sobre los hombros, muy contento; 6 y, al llegar a casa, reúne a los amigos y a los vecinos, y les dice: “¡Alegraos conmigo!, he encontrado la oveja que se me había perdido”. 7 Os digo que así también habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta que por noventa y nueve justos que no necesitan convertirse.”
I – INSONDABLE TESORO DE AMOR Y DE BONDAD
Al considerar la devoción al Sagrado Corazón de Jesús, corremos el riesgo de quedar muy acá del tesoro de bondad y misericordia que esa forma de piedad coloca a la disposición de los fieles. Porque el Corazón de Jesús es el tabernáculo más auténtico y substancial de las tres Personas de la Santísima Trinidad y, en consecuencia, no hay mejor medio de adorar al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo que a través de Él.
1- Fuente segura de nuestra salvación
Con efecto, el Sagrado Corazón de Jesús abarca de manera insondable ambas naturalezas de Cristo: la humana y la divina. Así, con toda propiedad, es por su intermedio que Dios entra en contacto con nosotros, respetando nuestras proporciones y presentándose a nuestro alcance de manera a inspirarnos confianza.
Y, recíprocamente, adorando a Dios a través del Sagrado Corazón, utilizamos del altar más privilegiado para que nuestras oraciones suban al Cielo de manera que sean recibidas ahí con absoluta complacencia.
El Sagrado Corazón es el símbolo por excelencia del amor infinito de Dios por los pecadores y la manifestación más conmovedora de su capacidad de perdonar.
Por eso, abrirse a la misericordia que emana de Él constituye una fuente segura de salvación.
2- Divina y eterna caridad
Para mejor evaluar la extensión y el valor del amor de Jesús por nosotros, consideremos que Él es eterno y no está limitado por el tiempo. Como enseña Santo Tomás de Aquino, Dios conoce todas las cosas desde toda la eternidad, no sólo las que ya existen sino también las que pueden llegar a existir. Así, el Creador nos amó de modo incalculable, mucho antes de darnos la existencia; nos escogió a cada uno en particular y nos tuvo presentes en su Redención, para salvarnos.
En síntesis, para el Sagrado Corazón de Jesús, cada uno de nosotros es hijo e hijo único, ¡amado de forma inimaginable desde mucho antes de nacer!.
II – AMOR QUE TODO HACE PARA RESCATARNOS
Consideremos que, para operar la Redención, hubiera sido suficiente para Jesús el ofrecer a Dios Padre un simple gesto, una sola mirada o mismo hasta una pequeña palabra, por tener sus actos méritos infinitos. Sin embargo, por su ilimitado amor a la humanidad manchada por el pecado de Adán, quiso ofrecer las ignominias y los tormentos de su Pasión y Muerte.
1. Del Corazón de Jesús inmolado, nació la Santa Iglesia
Por eso, queriendo rescatar al género humano extraviado por el pecado de nuestros primeros padres, Nuestro Señor Jesucristo derramó hasta su última gota de sangre en la Cruz. Y si fuese necesario, habría hecho este supremo sacrificio para salvar individualmente a cada uno de nosotros.
De ese holocausto nació la Santa Iglesia, fundada por Nuestro Señor, para restaurar y perfeccionar el estado de gracia perdido por los hombres en el Paraíso Terrestre.
La Iglesia, es la sociedad perfecta y visible, que purifica las almas por el Bautismo, administra los Sacramentos y las hace participar de la vida divina, en vista de la eterna bienaventuranza..
2. Imposible no sentirse amado por ese Sagrado Corazón
Delante de tan insondable manifestación de benevolencia, es imposible dejarnos de sentir amados por Dios, a pesar de nuestras miserias. Incluso después de haber caído en el lodo del pecado, podemos contar con los infinitos méritos obtenidos por el Sacratísimo Corazón de Jesús durante su Pasión, seguros que Él hará todo para rescatarnos.
Inclusive nuestras carencias y debilidades ofrecen al Corazón de Jesús, oportunidad de manifestar su infinita bondad y su inconmensurable deseo de perdonar, redundando todo en mayor gloria de Dios..
3. Confiemos y deseemos únicamente la gloria de Dios
Debemos, pues, llenarnos de confianza y apartar la menor incerteza en relación al amor del Sagrado Corazón de Jesús por nosotros. Pero necesitamos, sobre todo, tener un deseo ardiente de entregarnos enteramente en las manos de la Divina Providencia, sin jamás pensar en obtener cualquier beneficio personal desconectado de la gloria del Altísimo. Pues cualquier bien que podamos imaginar para nosotros, no será nada en relación a la participación en las perfecciones divinas que Él nos reservó desde siempre.
Conscientes de esta maravilla, confiemos en ese Sacratísimo Corazón que nos amó hasta el fin, y se inclina tanto más sobre las criaturas cuanto más necesitan ellas de perdón.
III – SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS Y MARÍA
No podríamos terminar esta meditación sin considerar el complemento indispensable para ella. Es decir, pensar en aquella cuyo Inmaculado Corazón, en el decir de San Juan Eudes, es tan unido al de su divino Hijo, a punto de ambos formar uno sólo: el Sagrado Corazón de Jesús y María.
Puesta esta íntima unión entre Madre e Hijo, podemos suponer que así cómo Nuestro Señor consideró todos los hombres en el Huerto de los Olivos, así Nuestra Señora debe haber vislumbrado en aquel instante todos los que habrían de hacer parte de la Santa Iglesia Católica Apostólica Romana, y ciertamente, ya entonces, intercedió por todos y cada uno de nosotros junto al Corazón de su Amado Jesús.
La grandeza del Inmaculado Corazón de María es un misterio que nuestra inteligencia no alcanza. Sin duda, Ella rezó en el Calvario por todos. Y hoy ella acompaña del Cielo las dificultades y alegrías de cada uno de sus hijos, dispuesta a atendernos con afecto, ternura y cariño inimaginables.
Súplica final
Pidamos entonces a María Santísima que ofrezca nuestra súplica al Sagrado Corazón de Jesús, a quien nos dirigimos con San Alfonso María de Ligorio: “Oh Corazón tierno y fiel, inflamad mi pobre corazón, para que se abrase de amor hacia Vos, del mismo modo como Vos me amáis. Haced que os ame mucho y os sea fiel hasta la muerte. Por los ruegos de vuestra y nuestra Madre, María, haced, Señor Jesús, que nos vistamos de las virtudes y nos inflamemos con los afectos de vuestro Santísimo Corazón, a fin de que merezcamos ser conformes a la imagen de vuestra bondad y participar del fruto de la Redención, en la eterna bienaventuranza. Así sea”
Dios te salve, Reina y Madre…
Referencias bibliográficas. Basado en:
SANTO AFONSO DE LIGÓRIO, Meditações para todos os dias do ano, Tomo I, Herder & Cia, Friburgo, Alemanha, 1921.
MONSENHOR JOÃO CLÁ DIAS, Comentário ao Evangelho da Solenidade do Sagrado Coração de Jesus, Revista Arautos do Evangelho nº 126, junio de 2012.