Meditación primer sábado de agosto de 2022. La Asunción de la Virgen

Publicado el 08/05/2022

Introducción

Iniciemos nuestra devoción del Primer Sábado meditando hoy el 4º Misterio Glorioso: La Asunción de Nuestra Señora a los Cielos. Al celebrar la entrada de cuerpo y alma de María en el cielo, la Iglesia reconoce en Ella a la “mujer vestida de sol” (Ap. 12,1), la Reina que resplandece junto al trono de Dios y allí intercede por los hombres, como poderosa Abogada, llena de misericordia con cada uno de nosotros.

Composición de lugar:

Imaginemos un lindo y amplio jardín, sembrado de flores coloridas y perfumadas, en el medio del cual se encuentra Nuestra Señora rodeada de los Apóstoles y discípulos de Jesús. Ella está resplandeciente de luz y hermosura. En determinado momento, delante de la mirada maravillada de los presentes, la Madre de Dios comienza a elevarse en dirección al cielo, envuelta por intensa luminosidad y sonidos angelicales, hasta desaparecer de la vista de todos.

Oración preparatoria

¡Oh Reina de Fátima y de todo el Universo!, que en vuestro cuerpo y alma glorificados por la Santísima Trinidad habitáis en la eterna bienaventuranza, dirigid vuestra mirada de bondad a cada uno de nosotros y alcanzadnos las gracias necesarias para meditar bien este Misterio del Rosario, que exalta vuestra Asunción a los Cielos, y recogeremos de él todos los frutos para nuestra santificación. Así sea.

Libro del Apocalípsis (12, 1)

Una gran señal apareció en el cielo: una mujer vestida del sol, y la luna bajo sus pies y una corona de doce estrellas sobre su cabeza;”

I –CUERPO Y ALMA SANTIFICADOS RUMBO AL CIELO

En 1950, el Papa Pio XII definió la Asunción de María como verdad de Fe, que debe ser aceptada y creída por todo católico. Así, debemos creer firmemente que la Santísima Virgen, al final de su vida, fue acogida por Dios en el Cielo, “en cuerpo y alma” y coronada plena y definitivamente como la gloria que el Señor preparó para sus Santos. Así como Ella fue la primera a servir a Cristo en la Fe, es la primera en participar, en cuerpo y alma, en la plenitud de su gloria en el Cielo.

1- Llena de perfección y santidad

Debemos considerar que Nuestra Señora, por el hecho de ser inmaculada, nunca sufrió ninguna enfermedad ni padeció la menor enfermedad consecuencia del pecado. Su cuerpo no estuvo sujeto a la descomposición del sepulcro, siendo esta una de las razones de su Asunción al Cielo.

También, por ser inmaculada, María jamás fue tocada por cualquier sombra de pecado. En Ella todo es virtud y santidad, desde el primer instante de su ser. Por eso, al término de su tiempo en este mundo, Nuestra Señora poseía un amor a Dios tan intenso y una tal plenitud de gracia que el cuerpo ya no podía sustentar su alma. El deseo que tenía de contemplar a Dios cara a cara para unirse a Él hizo que su alma, al subir, llevara también su cuerpo.

He ahí la maravilla de una criatura humana que, de plenitud en plenitud, de perfección en perfección, había llegado al extremo límite de todas las medidas del amor a Dios. ¿Qué le faltaba? Solamente la Asunción. Su alma alcanzó tal sublimidad y esplendor que el velo de separación entra la naturaleza humana y la visión beatífica se hizo tenue, se deshizo y —sin necesidad de pasar por cualquier juicio— Ella vio a Dios. En consecuencia, su cuerpo se volvió glorioso y Ella se eleva al Cielo.

2- La Asunción nos invita a estar atentos a las cosas de lo alto

La Santa Iglesia Católica, al conmemorar la Solemnidad de la Asunción de María Santísima, reza en la liturgia de esa celebración: “Dios eterno y todopoderoso, que elevasteis a la gloria del Cielo en cuerpo y alma a la Inmaculada Virgen María, Madre de vuestro Hijo, dadnos vivir atentos a las cosas de lo alto a fin de participar de su gloria”.

He aquí una de las primeras invitaciones que nos hace la Asunción de María: estar atentos a las cosas de lo alto. En efecto, nuestra condición humana, tan llena de luchas y de dramas, y al mismo tiempo de gracias, tiende a volverse para las realidades concretas que nos cercan —salud, dinero, relaciones, etc.—, olvidándose de las maravillas sobrenaturales, cuando en verdad su contemplación es esencial para hacernos partícipes de la gloria de Nuestra Señora en la eternidad.

II –EN LA GLORIA, INTERCEDIENDO POR NOSOTROS

1- Júbilo incomparable en la entrada de María en el Cielo

En el decir de San Pablo, la inteligencia humana no puede comprender la gloria inmensa que Dios preparó en el Cielo para sus siervos que le amaron en la tierra. ¡Cuán grande no será la gloria concedida a su Santísima Madre que lo amó en este mundo más que todos los Ángeles y los Santos y que todas sus fuerzas! ¡Y cuán incomparable no habrá sido el júbilo que experimentaron todas las almas bienaventuradas cuando Nuestra Señora llegó en cuerpo y alma!

A pesar que su Divino Hijo ya estuviera resucitado en la compañía de los elegidos, el hecho de que María se uniera a ellos, siendo la más bella, elevada y santa de las puras creaturas, fue una fuente de consolación para cuantos aguardaban la resurrección de sus cuerpos. ¡¿Cómo no pensar en la alegría indecible de nuestros primeros padres, Adán y Eva, del glorioso San José y de todos los justos del Antiguo Testamento al ver entrar en la bienaventuranza eterna, en cuerpo y alma, a Aquella que se volvió Corredentora?! Y ¿cómo no pensar, también, en la inmensa alegría de los Ángeles al contemplar a su augusta Reina finalmente tomando lugar en el trono magnífico que Dios le había preparado en la cima del Cielo desde toda la eternidad?

2- Reina y Abogada nuestra

Nos alegramos con María por la gloria a la que Dios la elevó, pero también nos alegramos por nuestra causa, pues al mismo tiempo en que María fue elevada a la dignidad de Reina del Universo, fue igualmente constituida nuestra Abogada junto al Señor: tan piadosa que se encarga de la defensa de todos los pecadores que se recomiendan a Ella; tan poderosa junto a nuestro Juez que gana todas las causas en nuestro favor. No nos olvidemos nunca de esta misericordiosa Intercesora que el Señor nos dio a su lado y recurramos siempre a Nuestra Señora, en todas nuestras necesidades.

Es el momento de preguntarnos cómo hemos cuidado de nuestra devoción a tan solícita Madre y se hemos tenido para con Ella el amor y la confianza de hijos que fueron amados sin medida.

III – GARANTÍA DE NUESTRA PROPIA RESURRECCIÓN

Afirma San Pablo que “por un hombre vino la muerte y también por un hombre: “si por un hombre vino la muerte, por un hombre vino la resurrección. Pues lo mismo que en Adán mueren todos, así en Cristo todos serán vivificados” (1Cor 15, 21-22). El Apóstol, al trazar un paralelo entre Cristo y Adán, muestra que no conoceríamos la muerte si no fuera por el pecado del primer hombre, siendo necesario que otro hombre triunfara sobre él.

Nuestras almas ya fueron purificadas de la mancha original por el Bautismo, pero nos falta todavía vencer la muerte con nuestros cuerpos resucitados. ““Pero cada uno en su puesto: primero Cristo, como primicia; después todos los que son de Cristo, en su venida;” (1Cor 15,23). Entre los que son del Señor, se destaca Nuestra Señora, la más excelsa creatura humana, que adquiere cuerpo glorioso y ocupa en el Cielo lugar especial por ser la Madre de Dios.

1- Certeza de nuestra propia resurrección

Por esta razón, la Asunción de María nos ofrece una promesa de esperanza, una certeza de nuestra propia resurrección. Pues con su paso de este mundo para la eternidad, vislumbramos desde ya lo que sucederá en el Juicio Final, después de haber entregado santamente nuestra alma a Dios. Así, tengamos presente que la simple noción de que moriremos, seremos sepultados y esperaremos hasta ser recompuestos de forma gloriosa, a punto de adquirir un cuerpo espiritualizado, ya nos permite anticipar ese momento de extraordinaria belleza en que triunfaremos con Nuestra Señora en el día de la Asunción.

2. Anhelemos y sigamos el camino abierto por María

Este misterio glorioso, en lo que respecta a la salvación eterna, nos abre grandes puertas y un camino florido y lleno de luz. Delante de la certeza de nuestra resurrección, que nos es dada por la Asunción de María Santísima, deberíamos considerarnos mutuamente, unos a los otros, según este ideal, como si estuviéramos ya resucitados, pues encima de los abatimientos y de las probaciones de esta vida, brilla la esperanza de la glorificación hacia la cual nos dirigimos.

Vivamos buscando los bienes de lo alto, y que nuestro pensamiento acompañe el trayecto seguido por María Virgen. Ella penetró en el Cielo en cuerpo y alma y fue exaltada; nosotros, en la hora presente, como no podemos adentrarnos físicamente, hagámoslo al menos en deseo. Dirijámonos al trono de María Asunta y así recibiremos gracias sobre gracias para estar siempre puestos en esta vía que nos conducirá a la resurrección feliz y eterna, cuando recuperaremos nuestros cuerpos en estado glorioso.

CONCLUSIÓN

En cuerpo y alma junto a Dios, Nuestra Señora se encuentra más cerca de los tesoros de gracia que la Providencia Divina tiene para concedernos. Y se hace más solicita y bondadosa para alcanzarnos esas gracias.

De lo alto del Cielo, donde reina sobre todo el universo y sus criaturas, Ella conoce mejor nuestras necesidades y debilidades y se dispone a ayudarnos en todos los momentos que le supliquemos socorro. Así, al término de esta meditación, nos volvemos confiados, una vez más, para la Santísima Virgen Asunta al Cielo y pedimos que vuelva a nosotros sus ojos repletos de misericordia y nos alcance todas las gracias que necesitamos en nuestra vida. Sobre todo, aquellas que nos ayuden a crecer en el amor a Dios, en la devoción a María y en la práctica de la virtud, a fin de conquistar la santidad a la que fuimos llamados y, un día, gozar de la presencia de Ellos en el Paraíso Celestial. Dios te salve, Reina y Madre…

Referencias bibliográficas

Basado en: Santo Afonso de Ligorio, Meditações, volume III, Editora Herder e Cia., Friburgo, Alemanha, 1922.

Monseñor João S. Clá Dias, O Inédito sobre os Evangelhos, Libreria Editrice Vaticana/Instituto Lumen Sapientiae, Città del Vaticano/São Paulo, 2013, vol. VII, pp. 183 e ss.

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