Meditación Primer Sábado de Diciembre de 2022. El Nacimiento del Niño Jesús

Publicado el 12/02/2022

Introducción:

Nuestros corazones y almas se vuelven para la jubilosa celebración de Navidad, y por eso haremos la devoción del Primer Sábado contemplando el 3er Misterio Gozoso: El nacimiento del Hijo de Dios, Nuestro Señor Jesucristo. Tengamos presente que, después de siglos de oraciones y súplicas con las cuales los Profetas y Patriarcas del Antiguo Testamento pedían por el Mesías, finalmente “un niño nos ha nacido, un hijo se nos ha dado” (Is 9, 5). El propio Hijo de Dios bajó del Cielo a la Tierra para rescatarnos del pecado y abrirnos definitivamente las puertas de la eterna bienaventuranza.

Preparémonos para recibir al Niño Jesús con todo nuestro amor y reconocimiento por el inestimable don de sí mismo que Él nos concedió.

Composición de lugar:

Para la composición de lugar imaginemos el interior de la Gruta de Belén, inundada de una luz sobrenatural irradiada por la presencia del Niño Jesús, reclinado en el pesebre, teniendo a su lado a María Santísima y a San José, arrodillados en actitud de adoración y alabanza al Dios Encarnado. Atrás del pesebre, el buey y el burro calientan el ambiente, donde reina la paz y la serenidad venidas del Cielo.

Oración preparatoria:

Oh Virgen de Fátima, intercede por nosotros durante esta meditación sobre el Misterio del Nacimiento de vuestro Hijo, a fin de que sepamos prepararnos para recibirlo entre nosotros, ofreciéndole nuestro corazón purificado y libre de apegos terrenos que nos impiden amarlo por encima de todas las cosas. Que por vuestros ruegos delante de tu Hijo, seamos iluminados por la gracia redentora que Cristo nos trajo y transformados por su presencia en nuestra vida. Así sea.

Evangelio de San Lucas (2, 6-12)

6 Y sucedió que, mientras estaban allí, le llegó a ella el tiempo del parto 7 y dio a luz a su hijo primogénito, lo envolvió en pañales y lo recostó en un pesebre, porque no había sitio para ellos en la posada. 8 En aquella misma región había unos pastores que pasaban la noche al aire libre, velando por turno su rebaño. 9 De repente un ángel del Señor se les presentó; la gloria del Señor los envolvió de claridad, y se llenaron de gran temor. 10 El ángel les dijo: «No temáis, os anuncio una buena noticia que será de gran alegría para todo el pueblo: 11 hoy, en la ciudad de David, os ha nacido un Salvador, el Mesías, el Señor. 12 Y aquí tenéis la señal: encontraréis un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre».”

I – El Verbo se hizo hombre para nuestra salvación

El amor de Dios por el hombre, es inmenso; desde toda la eternidad, como Él mismo nos lo dice por la boca del profeta Jeremías: “Con amor eterno te amé, | por eso prolongué mi misericordia para contigo.” (Jr, 31,3) Sin embargo, como nos enseña San Alfonso María de Ligorio, ese amor apareció en toda su grandeza cuando el Hijo de Dios se hizo ver bajo la forma de un niño reclinado sobre la paja de un establo. Fue entonces que se manifestó la bondad, la ternura y el amor únicos de nuestro Dios Salvador a los hombres.

1- Se hizo niño para ganar más rápido nuestro amor

Dios ya había mostrado su poder creando el mundo, observa San Bernardo, y su sabiduría gobernándolo. En la Encarnación del Verbo, sin embargo, manifestó la grandeza de su misericordia. Antes que Dios apareciese sobre la tierra revestido de la naturaleza humana, continúa San Bernardo, los hombres no podían hacerse una justa idea de la bondad divina. Por eso se encarnó a fin de descubrir a los hombres toda la extensión de su bondad.

Para obligarnos a amarlo, Dios no quiso confiar a otro el negocio de nuestra salvación, sino que quiso hacerse hombre y venir a rescatarnos en persona. Por eso el Verbo Eterno se hizo hombre y también por eso se hizo niño. Él podría presentarse sobre la tierra como un hombre maduro, a semejanza de nuestro primer padre Adán, pero el Hijo de Dios prefirió mostrarse al hombre bajo la forma de un gracioso niño, a fin de ganar más rápidamente y con más fuerza nuestros corazones. Los niños son amables por si mismos y atraen el amor de quien las ve. El Verbo divino se hizo niño, dice San Francisco de Sales, a fin de conciliar el amor de todos los hombres.

2 – Y para inspirarnos más confianza

El Hijo de Dios también se hizo niño para más fácilmente atraer a los hombres, especialmente los que sienten el recelo de aproximarse del Redentor por causa de sus culpas y pecados. Pero, comenta San Alfonso, ¿no fue para reconciliar los pecadores con Dios que el Verbo Eterno se humilló al punto de revestirse de la naturaleza humana? No vine a llamar a los justos, dice Nuestro Señor, sino a los pecadores. Tengamos confianza, como nos exhorta Santo Tomás de Villanueva, con las palabras: “¿Qué temes, pecador? Si te arrepintieses de tus pecados, ¿cómo te irá a condenar aquel Señor que murió para que no te condenes? Y si quieres volver nuevamente a su amistad, ¿cómo te rechazará aquel que vino del cielo para buscarte?”

No temamos, pues, si realmente deseamos enmendarnos y cambiar de nuestros malos hábitos, esforzándonos en amar solamente a Jesucristo. En vez de asustarnos, confiemos; en vez de afligirnos, ¡alegrémonos! Nuestro Señor protesta que quiere olvidarse de todas las ofensas de un pecador que se arrepiente: Si el impío hiciese penitencia, no me recordaré de todas sus iniquidades. Y para inspirarnos todavía más confianza, nuestro divino Salvador se hace niño. De hecho, ¿quién temería acercarse a un niño? Los niños no tienen nada de terrible, respiran dulzura y amor.

II – Sean nuestros corazones como el pesebre de Belén

No encontrando quien los recibiera en Belén, María y José van para los alrededores a fin de encontrar un lugar donde la Madre Celeste pudiese dar a luz al Divino Hijo. Encuentran una gruta que servía de establo a los animales. Los hijos de los reyes terrenos nacen en cuartos adornados de oro y adornos preciosos, cercados de toda comodidad y prestigio. Al Rey del Cielo, sin embargo, se le ofrece una gruta fría y sin luminosidad para venir al mundo, unos pobres paños para cubrirlo, un poco de paja y un pesebre para servirle de cuna.

1- Jesús nace en la Gruta de Belén

Y fue allí, en la áspera y bendita Gruta de Belén, cercado de las indecibles solicitudes de su Madre Santísima, que Jesús vino al mundo, trayendo inmensa alegría a la tierra entera. Él es el Redentor deseado durante tantos siglos y con tanto ardor que, por esta razón, fue llamado de ‘el deseado de las naciones’. ¡Con cuanta felicidad la Santísima Virgen recibió en sus delicadas manos al tan esperado Niño! Después lo depositó en el pesebre. Allí durmió serenamente el Rey del universo, siendo calentado solamente por un buey y por un burrito.

Al nacer como un frágil niño, en condiciones tan simples, Jesús nos dio una gran lección: nunca debemos apegarnos a los pasajeros bienes terrenos, más bien tener el espíritu desapegado y humilde, enfrentando las privaciones con alegría, como hizo el Niño Jesús. Aprovechemos este momento de nuestra meditación y entremos en la gruta para adorar al Creador del Cielo y de la Tierra, el cual nos muestra como es bella la virtud de la simplicidad. Entremos y no temamos, pues Él nació para todos.

2- El silencio del pesebre

En aquella venturosa noche, reinaba en la gruta el silencio. Silencio que nos invita a contemplar la soledad de Jesús, un Rey que se hace siervo, un Dios que se hace hombre, el mayor de entre todos, que se hace pequeño, todo esto para ser amado por nosotros. Contemplando la inocencia y la ternura del Dios Infante y las manifestaciones de su amor por nosotros desde su nacimiento ¿cómo no adorarlo? Sus lágrimas, sus dulces gemidos, su fisonomía, todo nos invita a la oración y a la meditación.

Digámosle, por las manos de María: “Oh dulcísimo Salvador, queremos estar a solas contigo en el pesebre. Colocad en nuestra alma el gusto por la oración, pues es por medio de ella que alcanzamos las gracias que nos queréis dar. Volved también silencioso nuestro corazón para mejor oíros, entrad en él y permaneced en él, para que estemos constantemente en vuestra divina presencia”.

¡Oh venturoso pesebre, que acogisteis ese tesoro inefable! ¡Más felices seremos si, con verdadera humildad, lo recibimos en nuestro corazón!

III – María abre la Gruta de Belén para todos los hombres

Los Ángeles del Cielo anunciaron a los pastores de Belén el nacimiento de Cristo y los encaminaron hacia la Gruta. La Estrella trajo de Oriente a los reyes magos para adorar al Soberano del Universo nacido en Judá.

Y ahora, María invita a todos los hombres, pastores y reyes, nobles y plebeyos, ricos y pobres, santos y pecadores, a entrar en la Gruta de Belén, a adorar a su Divino Hijo y a besarles los pies. La Celeste Madre nos invita a todos para contemplar a este Infante acostado en las pajas, resplandeciente de belleza y de brillante luz, en un pesebre que no tiene nada de rudo ni de repulsivo, sino que se volvió un paraíso por la presencia de Dios.

1. Accesible a todos, como las flores del campo o los lirios del valle

San Alfonso afirma que Jesús nació para todos, para quien lo desee. Y por eso, el Señor dijo de sí mismo que es “la flor del campo y el lirio de los valles (Can 2,1): como esas flores son expuestas a la vista de todos los que por ella pasan y cada uno las puede recoger, así Jesús quiso estar al alcance de todos los que lo desean encontrar. Que todos vengan, por lo tanto, a esa gruta que no tiene puertas ni guardias, donde cada uno puede entrar libremente y en cualquier tiempo para ver a ese Rey niño, hablarle y hasta abrazarlo, si el alma así lo desea.

2. La oferta de nuestro corazón contrito y amoroso

Prestemos oídos, por lo tanto, a la exhortación del Santo, cuando nos dice: ¡Levantaos almas fieles! Jesús te invita esta noche a que vengas a besarles los pies. Los pastores y los Magos que lo visitaron, le llevaron presentes. Es preciso que le ofrezcáis también los tuyos. ¿Pero, qué irás a ofrecerle? Escúchame: el más agradable regalo que puedas ofrecer a Jesús, es un corazón arrepentido y amoroso. He ahí pues los sentimientos que cada uno debe exprimir al Dios Infante en al pesebre de Belén”.

Sigamos este consejo y hagamos de nuestro corazón un presente digno a ser depositado a los pies del Divino Infante, por las manos de su Madre Santísima que nos recibe en la Gruta de Belén.

3. Confianza en la inmensa bondad de Dios

Al meditar en el Nacimiento de Cristo, todavía debemos tener presente una consoladora verdad: Dios Padre entregó a su Divino Hijo para redimir la humanidad decaída por el pecado. ¿Qué bien podría negarnos? Dios desea llenarnos de gracias incontables. Desea perdonarnos todas las faltas, por mayores que sean. Desea amarnos infinitamente. Desea, por fin, llevarnos al Cielo, desde que estemos limpios de todo pecado. Pero, para alcanzar todo esto, debemos pedir con entera confianza. Si confiamos en su inmenso amor, todo nos será dado.

Así, implorando la maternal intercesión de María, corramos a los pies del Divino Salvador con el corazón repleto de confianza, ciertos de que no despreciará las súplicas de sus hijos que aquí están a la espera de recibir incontables gracias.

Conclusión

Al concluir esta meditación, volvámonos para nuestra santa Madre, Virgen glorioso de Fátima y pidámosle a Ella, que con alegría indecible contempló al Niño Jesús en sus brazos en la bendita noche de Navidad, nos haga partícipes de esa felicidad al celebrarnos una vez más el Nacimiento de Cristo entre nosotros.

Permitid, oh Madre, que, al acercarnos al Pesebre del Divino Infante, podamos de hecho estar más unidos a Él, abriendo nuestros corazones para su gracia regeneradora, dejando que su infinito amor nos santifique y nos torne dignos de estar un día con Él y con vos, oh gloriosa María, en la eterna felicidad del Cielo. Así sea.

Dios te salve, Reina y Madre…

Referencias bibliográficas

Basado en:

San Alfonso Maria de Ligorio, Encarnação, Nascimento e Infância de Jesus Cristo, Edição em PDF por Fl. Castro, 2002.

Monseñor João S. Clá Dias, O Inédito sobre os Evangelhos, Libreria Editrice Vaticana/Instituto Lumen Sapientiae, Città del Vaticano/São Paulo, 2013, vol. V, pp. 117 e ss.

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