
Introducción:
Hagamos la devoción del Primer Sábado contemplando el 3er Misterio Gozoso: El Nacimiento de Nuestro Señor Jesucristo. Tengamos presente que después de siglos de oraciones y súplicas con las cuales los Profetas y Patriarcas del Antiguo Testamento pedían por el Mesías, al final, “porque un Niño nos ha nacido, un Hijo se nos ha dado” (Is 9,5): el propio Hijo de Dios bajó del Cielo a la Tierra para rescatarnos del pecado y abrir definitivamente las puertas de la eterna bienaventuranza. Preparémonos para recibir al Niño Jesús con todo nuestro amor y reconocimiento por el inestimable don de sí mismo que nos concedió.
Composición de lugar:
Para nuestra composición de lugar imaginemos el interior de la Gruta de Belén, inundada de una luz sobrenatural irradiada por la presencia del Niño Jesús reclinado en el comedero, teniendo a su lado a María Santísima y a San José, arrodillados, en actitud de adoración y alabanza al Dios Encarnado. Detrás del pesebre, un buey y un jumento calientan el ambiente, en el cual reina la paz y la serenidad venidas del Cielo.
Oración preparatoria:
Oh Virgen Santísima de Fátima, interceded por nosotros durante esta meditación, sobre el Misterio del Nacimiento de vuestro Hijo, a fin que sepamos prepararnos para recibirlo entre nosotros, ofreciéndole nuestro corazón purificado y libre de los apegos terrenos que nos impiden amarlo por encima de todas las cosas.
Qué por vuestros ruegos junto a Él, seamos iluminados por la gracia redentora que Cristo nos trajo y, transformados por su presencia en nuestra vida. Así sea.
Evangelio de San Lucas (2, 6-12)
“Y sucedió que, mientras estaban allí, le llegó a ella el tiempo del parto y dio a luz a su hijo primogénito, lo envolvió en pañales y lo recostó en un pesebre, porque no había sitio para ellos en la posada. En aquella misma región había unos pastores que pasaban la noche al aire libre, velando por turno su rebaño. De repente un ángel del Señor se les presentó; la gloria del Señor los envolvió de claridad, y se llenaron de gran temor. El ángel les dijo: «No temáis, os anuncio una buena noticia que será de gran alegría para todo el pueblo: hoy, en la ciudad de David, os ha nacido un Salvador, el Mesías, el Señor. Y aquí tenéis la señal: encontraréis un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre».”
I EL VERBO SE HIZO HOMBRE PARA NUESTRA SALVACIÓN
Desde toda la eternidad, el amor de Dios por los hombres es inmenso, como Él mismo nos dice por boca del profeta Jeremías: “Con amor eterno te amé, por eso prolongué mi misericordia para contigo” (Jr, 31,3). Sin embargo, como enseña San Alfonso María de Ligorio, ese amor apareció en toda su grandeza cuando el Hijo de Dios se hizo ver bajo la forma de un bebé reclinado en la paja de un establo. Es cuando se manifestaron la bondad, la ternura y el amor únicos de nuestro Dios y Salvador por los hombres.
1- Se hizo bebé para más rápidamente ganar nuestro amor
Dios, señala San Bernardo, ya había mostrado su poder creando el mundo, y su sabiduría gobernándolo. Pero, en la Encarnación del Verbo, manifestó la grandeza de su misericordia. Antes que Dios apareciera sobre la tierra revestido de la naturaleza humana, los hombres no podían hacer una justa idea de la bondad divina.
Por eso se encarnó, a fin de descubrir a los hombres toda la extensión de su bondad. Dios, para obligarnos a amarlo, no quiso confiar a otro el negocio de nuestra salvación, sino que quiso hacerse hombre y venir a rescatarnos en persona. Por esto el Verbo Eterno se hizo hombre. Y también por eso que se hizo Niño. Podría haberse presentado como un hombre hecho a semejanza de nuestro primer padre Adán, pero el Hijo de Dios prefirió mostrarse al hombre bajo la forma de un hermoso bebé, a fin de ganar más rápidamente y con más fuerza nuestro corazón. Los bebés son amables por sí mismos y atraen el amor de quien los ve. El Verbo Divino se hizo bebé a fin de conciliar el amor de todos los hombres, comenta San Francisco de Sales.
2- Y para inspirarnos confianza
El Hijo de Dios se hace bebé para más fácilmente atraer a los hombres, especialmente los que sienten recelo de aproximarse al Redentor por causa de sus pecados. ¿Pero —comenta San Alfonso— no fue para reconciliar los pecadores con Dios que el Verbo se humilló al punto de revestirse de la naturaleza humana? El propio Jesús dice: “No vine a llamar a los justos, sino a los pecadores”. Tengamos confianza, como exhorta Santo Tomás de Villanueva con estas palabras: “¿Qué temes pecador? Si te arrepientes de tus pecados, ¿cómo te condenará aquel Señor que muere para no condenarte? Y, si quieres volver nuevamente a su amistad, ¿cómo te rechazará aquel que vino del cielo para buscarte?
No temamos, pues, si realmente deseamos enmendarnos y cambiar nuestros malos hábitos, esforzándonos en amar solamente a Jesucristo. En vez de asustarnos, confiemos; en vez de afligirnos, ¡alegrémonos! El Señor protesta que quiere olvidarse de todas las ofensas de un pecador que se arrepiente.
Si el impío hace penitencia, no me recordaré de todas sus iniquidades. Y para inspirarnos todavía mayor confianza, nuestro Divino Salvador se hace bebé. Al final, ¿quién temería aproximarse de un niño? Los niños no tienen nada de terrible, respiran solo dulzura y amor.
II- SEAN NUESTROS CORAZONES CÓMO EL PESEBRE DE BELÉN
María y José, no encontrando posada, van hacia los alrededores a fin de encontrar un lugar donde la Madre Celeste pudiera dar a luz a su Divino Hijo.
Encuentran una gruta que servía de establo a los animales. Los hijos de los reyes terrenos nacen en cuartos adornados de oro y adornos preciosos, rodeados de comodidad y prestigio. Sin embargo, al Rey del Cielo se le ofrece una gruta fría y sin luminosidad para venir al mundo, unos pañales para cubrirlo, un poco de paja y un pesebre para servirle de cuna.
1. Jesús nace en la Gruta de Belén
Y allí fue, en la ruda y bendita gruta de Belén, cercado de indecibles atenciones de su Madre Santísima, que Jesús vino al mundo, trayendo inmensa alegría a la tierra entera. Es el Redentor deseado durante tantos años y con tanto ardor que, por esta razón, fue llamado el deseado de las naciones. La Santísima Virgen, ¡con cuanta felicidad recibió al tan esperado Niño en sus delicadas manos!
Después, lo depositó sobre el pesebre. Allí durmió serenamente el Rey del universo, siendo calentado únicamente por un buey y un burrito.
Al nacer como un frágil bebé, en tan simples condiciones, Jesús nos dio una gran lección: nunca debemos apegarnos a los pasajeros bienes terrenos, sino tener el espíritu desapegado y humilde, enfrentando las privaciones con alegría, como hizo el Niño Jesús. Aprovechemos este momento de nuestra meditación y entremos en la gruta para adorar al Creador del Cielo y de la Tierra, el cual nos muestra cómo es bella la virtud de la simplicidad. Entremos y no temamos, pues este Niño nació para todos,
2. El silencio del pesebre
En aquella bendita noche, en la gruta reinaba el silencio. Silencio que nos invita a contemplar la soledad de Jesús, un Rey que se hace siervo, un Dios que se hace hombre, el mayor entre todos que se hace pequeño, todo esto para ser amado por nosotros. Contemplando la inocencia y la ternura del Dios-Niño y las manifestaciones de su amor para nosotros desde su nacimiento, ¿cómo no adorarlo?
Digámosle por las manos de María: “Oh dulcísimo Salvador, queremos estar a solas contigo en el pesebre. Colocad en nuestras almas el gusto por la oración, pues por medio de ella es que alcanzamos las gracias que nos queréis dar. Haced nuestro corazón también silencioso para mejor oíros, entra en él y permaneced conmigo, para que estemos constantemente en vuestra divina presencia”.
¡Oh bendito pesebre, que acogisteis este indecible tesoro! ¡Más felices seremos nosotros sí, con verdadera humildad, lo recibimos en nuestro corazón!
III – MARÍA ABRE LA GRUTA PARA TODOS LOS HOMBRES
Los Ángeles del Cielo anunciaron a los pastores de Belén el nacimiento de Cristo y los encamina hacia la Gruta. La estrella trajo de Oriente a los Reyes Magos para adorar al Soberano del Universo nacido en Judá.
Y ahora María invita a los pecadores, pastores y reyes, nobles y plebeyos, ricos y pobres, santos y pecadores, a entrar en la Gruta de Belén, a adorar a su Divino Hijo y a besarle los pies. La Celeste Madre invita a todos a contemplar a ese Niño acostado en pajas, resplandeciente de belleza y de brillante luz, en un pesebre que ya no tiene nada de rudo o repulsivo, pero que se convirtió en un paraíso por la presencia de Dios.
1. Accesible a todos, cómo la flor de los campos y el lirio de los valles
Jesús nació para todos, para quien lo desea, afirma San Alfonso. Y por eso el Señor dice de sí mismo que es la flor de los campos y el lirio de los valles (Can 2,1): Como esas flores que son expuestas a la vista de todos para que las puedan recoger cada uno de los que pasan, así Jesús quiso estar al alcance de todos que lo desean encontrar. Que todos vengan, por lo tanto, a esta gruta que no tiene puertas ni guardias, donde cada uno puede entrar libremente y en cualquier tiempo para ver a ese Niño Rey, hablarle, y hasta abrazarlo si lo ama y desea.
2. La oferta de nuestro corazón contrito y amoroso
Por lo tanto, prestemos oídos a la exhortación del Santo cuando dice: “¡Levantaos almas fieles! Jesús os invita esta noche a que vengáis a besarle los pies. Los pastores y los Magos que lo fueron a visitar le llevaron regalos.
Es necesario también que le ofrezcáis los vuestros. ¿Pero, qué ofrecerle? Oídme: el regalo más agradable que puedas ofrecer a Jesús es un corazón arrepentido y amoroso. He aquí, pues, los sentimientos que cada uno debe expresar al Divino Niño en el establo de Belén.”
Sigamos este consejo y hagamos de nuestro corazón un digno presente a ser depositado a los pies del Divino Infante, por las manos de María Santísima que nos recibe en la Gruta de Belén.
3. Confianza en la inmensa bondad de Dios
A meditar el Nacimiento del Cristo debemos además tener presente una consoladora verdad: Dios Padre entregó a su Divino Hijo para redimir a la
humanidad decaída por el pecado. ¿Qué otro bien nos podría negar? Él desea llenarnos de gracias incontables. Desea perdonarnos todas nuestras faltas, por grandes que sean. Desea amarnos infinitamente. Desea, por fin, llevarnos al Cielo, desde que estemos limpios de todo pecado. Para alcanzar todo esto, debemos pedir con plena confianza. Si confiamos en su inmenso amor, todo nos será dado.
Así, implorando la maternal intercesión de María, acudamos presurosos a los pies del Divino Salvador con el corazón repleto de confianza, seguros que no despreciará las súplicas de sus hijos que aquí están a la espera de recibir innumerables gracias.
CONCLUSIÓN
Al finalizar esta meditación, nos volvemos hacia nuestra santa Madre, la Virgen gloriosa de Fátima, y pidamos a Ella, que con alegría indecible contempló al Niño Jesús en sus brazos en la bendita noche de Navidad, nos haga partícipes de esa felicidad al celebrar una vez más el nacimiento de Cristo entre nosotros.
Permitid, oh Madre, que, al acercarnos al Pesebre del Divino Infante, podamos de hecho estar más junto a Jesús, abriendo nuestros corazones para la gracia regeneradora, dejando que su infinito amor nos santifique y nos haga dignos de estar un día con Él y con Vos, oh gloriosa Madre, en la eterna felicidad del Cielo.
Así sea.
Dios te salve, Reina y Madre…