La misericordia que nos mira desde lo alto

Publicado el 01/02/2021

Ofrezcamos a Nuestra Señora de Fátima la reparación por las ofensas que se cometen contra su Inmaculado Corazón y practiquemos nuestra devoción del Primer Sábado meditando el 5º. Misterio Glorioso: “La Coronación de la Santísima Virgen como Reina de Cielos y Tierra”. El Año se inicia con la fiesta de Santa María, Madre de Dios, nuestra Reina que, llevada a la gloria eterna en cuerpo y alma, allí resplandece junto al trono de su Hijo, Rey de reyes, e intercede por todos nosotros.

La dignidad de soberana del Universo, lejos de apartar a Nuestra Señora de sus hijos en la tierra, la hace todavía más solícita y misericordiosa con cada uno de ellos.

Composición de lugar:

Imaginemos el escenario grandioso de una fiesta en el Cielo, como tal vez hayamos visto en grabados o pinturas: una multitud de ángeles y santos circundando los tronos del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, y el trono donde está sentada la Virgen Santísima. Ella se curva delante de la Santísima Trinidad, que le coloca sobre la cabeza una corona resplandeciente de luz, mientras el Cielo entero entona un himno de alabanza y de gloria a nuestra Reina.

Oración preparatoria:

Oh, Reina de Fátima y de todo el Universo, que en vuestro cuerpo y alma glorificados por la Santísima Trinidad habitáis en la eterna bienaventuranza, dirigid vuestra mirada bondadosa sobre cada uno de nosotros y alcanzadnos las gracias necesarias para meditar bien este Misterio del Rosario que os exalta como Soberana de toda la creación. Haced que, iluminados por vuestra ayuda, podamos recoger de este piadoso ejercicio todos los frutos para nuestra santificación. Así sea.

Apocalipsis (12,1) “1 Un gran signo apareció en el cielo: una mujer vestida del sol, y la luna bajo sus pies y una corona de doce estrellas sobre su cabeza”

I- SUPREMA GLORIA EN EL CIELO

Después de ser llevada en cuerpo y alma al Cielo, Nuestra Señora fue glorificada por la Santísima Trinidad y coronada como Reina de todo el Universo. Con gran pompa y majestad, Ella asumió su lugar al lado del trono del Rey, su divino Hijo Jesús.

1- Madre de Dios y Reina del Universo

Según la Tradición y la Sagrada Liturgia, el principal argumento en que se basa la dignidad regia de María es la Maternidad Divina. Desde el momento en que María aceptó ser Madre del Verbo Eterno, San Bernardino de Siena afirma que mereció hacerse Reina del mundo y de todas las criaturas. Si la carne de María no fue diferente de la de Jesús, tampoco de la realeza de su Hijo puede separarse la Madre. De donde se deduce que, si Jesús fue Rey del Universo, del Universo es igualmente Reina María, y a Ella están sujetos los ángeles, los hombres y todas las cosas del Cielo y de la Tierra.

2- Rodeada de todo esplendor

¿Quién será capaz de expresar en palabras con cuánta honra y con cuánta alegría fue coronada la Virgen María en el Cielo? “¡Alabanza y gloria al Dios altísimo que os confirió, oh, María, mayores gracias que a todas las hijas de los hombres que en el mundo existieron!”, exclama el piadoso autor de la “Imitación de Cristo”, acrecentando: “Y enseguida colocó vuestro asiento junto al trono de vuestro Hijo en el Reino de los Cielos, en el lugar mas eminente, sobre todos los coros de los ángeles y de los santos, que Él os había preparado con perfección de belleza desde toda la eternidad”.

3- Excelsa santidad que mereció el trono de Reina

Como observa San Alfonso María de Ligorio, habiendo sido María superior a los patriarcas en la firmeza de la fe, a los profetas en la contemplación de las cosas divinas, a los apóstoles en el celo por la honra de Dios y por el bien de las almas, a los mártires en la virtud de la fortaleza, a los santos padres en la sabiduría, a los confesores en la paciencia y mansedumbre, a las vírgenes en la pureza y a todos en la santidad; habiendo correspondido la Virgen Santísima en grado eminentísimo a la gracia y practicado todas las más preciosas virtudes, Ella fue puesta a la derecha del Altísimo y coronada como Reina de todos los santos.
Nos preguntamos, entonces: ¿hemos alimentado en nuestro corazón la inmensa alegría de ser hijos y devotos de esa augusta Reina, que fue exaltada por Dios a la más alta gloria en el Cielo y merece todo nuestro amor y nuestras fervorosas alabanzas?

II – REINA DEL PERPETUO SOCORRO

Aunque está entronizada en el Cielo, Nuestra Señora llena con su bondad todos los espacios entre Ella y el último de los pecadores. Ella nos es más accesible, está mas dispuesta a atendernos y a perdonarnos que cualquier madre o reina terrenas. Podemos y debemos tener una total confianza en su incansable amor para con los desterrados hijos de Eva.

1- Hecha enteramente para socorrernos

Sin duda, afirman los santos, desde su altísimo trono de gloria María nos dirige su maternal mirada y nos dice: “Yo habito en la altura, para enriquecer a los que me aman y cumularlos de tesoros”. Por eso, tan pronto llegó al Cielo y fue coronada Soberana del Universo, Nuestra Señora comenzó a dispensar su socorro ininterrumpidamente a cada uno de los hombres. Y, como afirma San Bernardo, nunca se oyó decir que alguien haya recurrido con confianza a María, que es la Madre piadosa, y no haya sido atendido. Esta es la razón por la cual todo siglo, año, día y momento está marcado en la Historia por algún favor concedido a quien la invocó con fe.

2- Inclinada a la piedad y al perdón

El proprio título de reina denota piedad y providencia para con sus subordinados. Y así es María: inclinada solo a la piedad y al perdón para con aquellos que a Ella recurren en sus necesidades y aflicciones. Como afirma San Alfonso, no debemos intimidarnos delante de la majestad de esta Reina, porque cuanto más excelsa y más santa es, tanto más dulce y más piadosa es para con nosotros.

¿Y yo, con qué confianza me he aproximado a mi Reina y Madre? ¿A Ella he recurrido siempre en mis dificultades, seguro de que seré atendido y amparado?

3- La ley de la clemencia está siempre en sus labios

Y según otro piadoso autor, Nuestra Señora nunca pronunció una sola sentencia de condenación, incluso contra los mayores criminales. Jamás dejó posar una sola mirada de indiferencia sobre el menor de sus devotos. El cetro de la dulzura está siempre entre sus manos, la diadema de la bondad sobre su frente y la ley de la clemencia en sus labios. Su manto real es un asilo seguro para el más pobre de los pecadores. Sus palabras son siempre las del olvido y del perdón. Tan fuerte es el deseo que tiene la Santísima Virgen de sernos útil, que si la justicia divina se declarase contra nosotros, la clemencia de María todavía se ofrecería para defendernos.

III – PIDAMOS SIEMPRE EL AUXILIO DE NUESTRA REINA

Comprendamos, por lo tanto, que la coronación de Nuestra Señora como Reina del Universo es una realidad que toca el Cielo y la tierra: la Santa Madre de Dios vive en la gloria eterna, pero tiene sus ojos vueltos hacia cada uno de nosotros, acompañándonos en nuestras necesidades del cuerpo y del alma.

1 – Todas las misericordias nos llegan por las manos de María

Dios, que tanto exaltó a María en el Cielo, quiso que su glorificación también tuviese esplendor en la tierra. Él puso en las manos de Nuestra Señora las llaves que abren el tesoro de su infinita bondad. A partir de entonces, todas las misericordias celestiales llegan a los hombres por intermedio de María. De manera que, así como no existe pueblo donde no se vea un altar erigido a la gloria de María, tampoco hay pueblo donde no se hable de gracias extraordinarias y milagrosas, alcanzadas por el benévolo patrocinio de la Virgen. Por eso, los santos nos animan a colocar toda la confianza y toda la fe en María, nunca olvidando que Ella subió a los Cielos para ayudarnos y atendernos mejor como Reina y, ante todo, como Madre.

2 – Honremos el santísimo nombre de María

Así, lo mejor que podemos hacer es recurrir a Ella sin cesar. Con gran confianza, debemos aproximarnos al trono de esta bondadosa Madre y Soberana, llena de misericordia y de gracia, para pedirle socorro en la adversidad, luz en las tinieblas, conforto en el dolor y en el llanto. Rindamos a esta gloriosa Reina el homenaje perenne de nuestra devoción filial. Honremos su nombre santísimo, veneremos sus imágenes, celebremos sus fiestas, tengamos siempre con nosotros el Rosario y recitémoslo todos los días, para cantar las glorias de María.

3 – Imitemos las virtudes de nuestra Reina

Siguiendo los consejos de los santos y de la Iglesia, busquemos imitar las altas virtudes de la Reina del Cielo, nuestro Madre amadísima. Si deseamos ser verdaderos hijos y devotos de María y esperamos contar con su incansable protección, sigamos el ejemplo de santidad que Ella nos dejó. Esforcémonos en evitar el pecado y en practicar la virtud. Crezcamos en el amor a Dios y al prójimo, para en todo agradar a nuestra Reina y Madre de Misericordia. Que cada uno se pregunte, entonces: ¿Cómo está mi devoción a María Santísima? ¿Amo de todo corazón a mi Madre y Reina? ¿La tengo como poderosa intercesora colocada por Dios en nuestra vida para alcanzar sus gracias y perdones?

CONCLUSIÓN

Nuestra Madre y Reina jamás dejará de socorrernos y ampararnos con su incansable solicitud. Dios la elevó como Soberana del mundo, no para su bien sino para que pudiese compadecerse todavía más de los miserables y ayudar a todos los que a Ella recurren.

Nunca dejemos, pues, de volvernos a María, que es el medio más seguro y eficaz de alcanzar nuestra salvación eterna. Si las dificultades de la vida, nuestras imperfecciones y carencias nos espantan y nos desaniman, recordemos que la Virgen Santísima fue hecha Reina de clemencia y de bondad para ampararnos con su protección. Por más débiles y miserables que seamos, Nuestra Señora nos ayudará y nos tratará como joyas preciosas de su Corona celestial. Por eso, con gran confianza, supliquémosle: Dios te salve, Reina y Madre…

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Los Caballeros de la Virgen

“Caballeros de la Virgen” es una Fundación de inspiración católica que tiene como objetivo promover y difundir la devoción a la Santísima Virgen María y colaborar con la “La Nueva Evangelización” , la cual consiste en atraer los numerosos católicos no practicantes a una mayor comunión eclesial, la frecuencia de los sacramentos, la vida de piedad y a vivir la caridad cristiana en todos sus aspectos. Como la Iglesia Católica siempre lo ha enseñado, el principal medio utilizado es la vida de oración y la piedad, en particular la Devoción a Jesús en la Eucaristía y a su madre, la Santísima Virgen María, mediadora de las gracias divinas. Sus miembros llevan una intensa vida de oración individual y comunitaria y en ella se forman sus jóvenes aspirantes.

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