Meditación Primer Sábado de marzo de 2023. La agonía de Jesús en el Huerto

Publicado el 03/03/2023

Para la devoción de este Primer Sábado, meditaremos hoy el 1er Misterio Doloroso: La Agonía de Nuestro Señor en el Huerto de los Olivos. Como enseña San Buenaventura, “quien siempre quiera crecer en virtud y gracia, debe meditar todos los días en los sufrimientos de Jesús, porque no hay ejercicio más útil para santificar un alma que la consideración frecuente de las penas del Salvador”.

Composición de lugar:

Para la composición de lugar imaginemos un gran jardín de noche, con mucho arbustos y árboles, bajo el brillo plateado de una luna llena. En medio de un claro de este jardín está el Divino Redentor, arrodillado, con sus codos apoyados en una piedra, las manos juntas y el rostro vuelto hacia el cielo. Jesús reza al Padre Eterno, suplicando fuerzas para sufrir los tormentos de la Pasión, y su fisonomía demuestra la gran tristeza y angustia que siente en ese momento. Un poco apartados del lugar donde el Maestro reza, vemos a tres apóstoles, Pedro, Santiago y Juan, acostados y durmiendo un sueño pesado.

Oración preparatoria:

Oh Madre y Reina de Fátima, juntos meditemos sobre el Misterio doloroso de la agonía de vuestro Divino Hijo en el Huerto de los Olivos. Vos, que sois Corredentora y con Jesús sufristeis los grandes tormentos de la Pasión, alcanzadnos la gracia de, al meditar este Misterio, “rezar una hora con Jesús en el Getsemaní”, confortándolo en sus dolores, llenos de gratitud por el infinito amor que lo llevó a abrazar tan crueles padecimientos para salvar a cada uno de nosotros. Así sea.

Evangelio de San Marcos (14, 32-42)

Llegan a un huerto, que llaman Getsemaní, y dice a sus discípulos: «Sentaos aquí mientras voy a orar». 33 Se lleva consigo a Pedro, a Santiago y a Juan, empezó a sentir espanto y angustia, y les dice: 34 «Mi alma está triste hasta la muerte. Quedaos aquí y velad». 35Y, adelantándose un poco, cayó en tierra y rogaba que, si era posible, se alejase de él aquella hora; 36 y decía: «¡Abba!, Padre [*]: tú lo puedes todo, aparta de mí este cáliz. Pero no sea como yo quiero, sino como tú quieres». 37Vuelve y, al encontrarlos dormidos, dice a Pedro: «Simón ¿duermes?, ¿no has podido velar una hora? 38Velad y orad, para no caer en tentación; el espíritu está pronto, pero la carne es débil». 39 De nuevo se apartó y oraba repitiendo las mismas palabras. 40Volvió y los encontró otra vez dormidos, porque sus ojos se les cerraban. Y no sabían qué contestarle. 41Vuelve por tercera vez y les dice: «Ya podéis dormir y descansar. ¡Basta! Ha llegado la hora; mirad que el Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los pecadores. 42 ¡Levantaos, vamos! Ya está cerca el que me entrega”.

I – TEMOR, ANGUSTIA Y TRISTEZA

La agonía en el Huerto de Giovanni Bellini

Contemplemos cómo nuestro amadísimo Salvador, llegando al jardín de Getsemaní, quiso dar inicio a su dolorosa Pasión, permitiendo que los sentimientos de temor y de angustia vinisesen con todas sus consecuencias, para afligirlo. Comenzó a tener pavor, a angustiarse y a entristecerse.

1- Se atemorizó para darnos coraje delante de nuestros dolores

Jesús primeramente comenzó a sentir un gran temor de la muerte y de las penas que en breve iría a sufrir: comienza a atemorizarse. Pero, ¿cómo es posible? –pregunta San Alfonso María de Ligorio– ¿Entonces, no fue Él el que se ofreció espontáneamente a sufrir tales tormentos? Fue sacrificado porque Él mismo quiso, ¿No fue Él el que tanto había deseado el momento de su Pasión, habiendo dicho poco antes: Deseo ardientemente comer esta pascua con vosotros? ¿Y ahora, como es que está lleno de temor por su muerte, que llega a rogar al Padre que de ella lo libre, cuando exclama: Abba! Padre, tú lo puedes todo, aparta de mí este cáliz? San Beda el Venerable, responde: Pide que se aparte el cáliz para mostrar que es verdaderamente hombre.

Nuestro amadísimo Señor deseaba mucho morir por nosotros, para dejar patente con su muerte el amor que nos tenía. Pero, para que los hombres no pensaran que, en virtud de su divinidad, Él había muerto sin experimentar ningún dolor, hizo esa súplica a su Padre, no para ser atendido, sino para darnos a entender que moría como hombre y moría atormentado con un gran temor de la muerte y de los dolores que la debían acompañar. Tomemos en serio, pues, que Jesús quiso tomar sobre sí nuestra timidez para concedernos su coraje en el sufrir y en los trabajos de esta vida. Sepamos siempre dar gracias a Él por tanta piedad y amor; sepamos imitarlo cuando se aproxima de nosotros el sufrimiento, e imploremos, por las manos de María, la fuerza necesaria para no rechazar nuestra cruz.

2 –De una sola vez, asaltado por los tormentos de la Pasión

Jesús también comenzó a sentir una gran angustia delante de las penas que le estaban reservadas. Conforme nos afirman los teólogos, en la mente de Cristo pasaron todos los tormentos exteriores que deberían martirizar horrendamente su cuerpo y su alma bendita.

Se le figuraron distintamente delante de sus ojos todos los dolores que debería sufrir, todos los escarnios que debería recibir de los judíos y de los romanos, todas las injusticias que le harían los jueces de su causa, y de modo particular se le figuró en la mente la muerte dolorosísima que tendría que soportar, abandonado de todos, de los hombres y de Dios, en un mar de dolores y de desprecios. Y fue justamente esto lo que le ocasionó un disgusto tan amargo que lo obligó a pedir fuerzas a su Padre eterno. Imaginemos, si es posible, la aflicción que habría causada en Jesús este primer combate en el Getsemaní.

Como dice San Alfonso, en el descorrer de la Pasión, los flagelos, las espinas, los clavos, vinieron uno detrás del otro a atormentar a Jesús; en el huerto, sin embargo, los sufrimientos de toda la Pasión lo asaltaron todos juntos y lo afligían al mismo tiempo. Y Nuestro Señor todo lo aceptó por amor y por el bien de los hombres; por mí y por mi salvación. Meditemos cuánto deberíamos compadecernos de los sufrimientos de Cristo, cuánto deberíamos ser reconocidos a este infinito amor por los hombres, cuánto deberíamos corresponder a él.

3 – Triste hasta la muerte, por causa de nuestros pecados

Mi alma está triste hasta la muerte”, dijo Jesús en el Huerto. San Alfonso nos explica la razón de esta tristeza mortal: “No fueron tanto los sufrimientos de la Pasión, cuanto los pecados de los hombres, entre estos, los míos, que causaran ese gran temor de la muerte. En la historia se lee que muchos penitentes, iluminados por la luz divina sobre la malicia de sus pecados, llegaron a morir de puro dolor. ¡Qué tormento, por lo tanto, debería soportar el corazón de Jesús en vista de todos los pecados del mundo y de todos los otros crímenes cometidos por los hombres después de su muerte, de los cuales cada uno venía con su propia malicia, a semejanza de una fiera cruel, a herirle el corazón!”

Viendo esto, decía entonces nuestro afligido Señor, agonizando en el huerto: “¿Es esta, oh hombres, la recompensa que vosotros me dais por mi intenso amor? Oh, si yo os viese agradecidos a mi afecto, que dejáis de pecar y comenzáis a amarme, con qué alegría iría para morir por vosotros. Pero, después de tantos sufrimientos míos, ver todavía tantos pecados, después de tan gran amor mío, todavía tantas ingratitudes, es esto justamente lo que más me aflige, me entristece hasta la muerte y me hace sudar sangre viva: Y le entró un sudor que caía hasta el suelo, como si fueran gotas espesas de sangre (Lc 22,44)”.

Consideremos, por lo tanto, como nuestras faltas e infidelidades causaron en nuestro Redentor esa tristeza mortal. Nosotros lo atormentamos con nuestros pecados, y de estos debemos arrepentirnos profundamente. Que María Santísima nos ayude a llorarnos por ese dolor que causamos a Jesús en el Huerto de los Olivos, y nos auxilie a repararlo, sin ahorrar esfuerzos para santificarnos.

II – Oración de Jesucristo por nosotros

Agonía en el Huerto, pintada por Adriaen van de Velde, 1665

Se postró con el rostro por tierra y rezaba.

Según San Alfonso María de Ligorio, Jesús, viéndose sobrecargado con la incumbencia de satisfacer a Dios por los pecados del mundo entero, se postra con el rostro en tierra para suplicar por el hombre, como si se avergonzase de levantar los ojos para el cielo al verse bajo el peso de tantas iniquidades.

¡Ah, mi Redentor!” exclama el Santo, “os veo todo afligido y pálido por vuestros sufrimientos y en una agonía mortal; rezáis. Decidme, ¿por quién rezáis? No fue tanto por Vos que entonces suplicasteis, pero sí por mí, ofreciendo al Eterno Padre vuestras poderosas súplicas unidas a vuestras penas, para obtenerme el perdón de mis culpas. “¡Ah mi Redentor!”, ¿Cómo pudisteis amar tanto a quien tanto os ofendió? ¿Cómo pudisteis aceptar tantos sufrimientos por mí, conociendo ya entonces la ingratitud con que os habría de tratarte?

¡Oh mi Señor! afligido, haced que participe del dolor que entonces sentisteis por mis pecados. Yo los detesto en el presente y uno mi arrepentimiento al pesar que sentisteis en el huerto. ¡Ah mi Salvador!, no miréis para mis pecados, pues no me gastaría el infierno; mirad para los sufrimientos que soportasteis por mí.

¡Oh amor de mi Jesús!, sois mi amor y mi esperanza. Señor, yo os amo con toda mi alma y quiero amaros siempre. Por los merecimientos de aquella angustia y tristeza que sufristeis en el huerto, dadme fervor y coraje en las luchas para vuestra gloria. Por los merecimientos de vuestra agonía, dadme fuerzas para resistir a todas las tentaciones de la carne y del infierno.

Dadme la gracia de recomendarme siempre a Vos y de repetir siempre con Vos: No lo que yo quiera, sino lo que Dios quiere. No se haga mi voluntad, sino siempre vuestra divina voluntad.

III –PLENA CONFIANZA EN EL AMOR INFINITO DE JESÚS

Jesús tenía deseo tan grande de padecer por nosotros que no solo siguió espontáneamente para el Huerto de los Olivos, donde sabía que los judíos lo habrían de apresar, sino también dijo a sus discípulos, sabiendo que Judas ya estaba a comino con la escolta de los soldados: “¡Levantaos, vamos! Ya está cerca el que me entrega”.

Él mismo quiso ir a su encuentro, como si viniesen para conducirlo no ya al suplicio de la muerte, mas a la coronación de un gran reino. “¡Oh mi Salvador, -exclama San Alfonso-, fuisteis al encuentro de la muerte con tan ardiente deseo de morir, por la excesiva ansiedad que teníais de ser amado por mí.

Con el rostro pálido, pero con todo el corazón abrasado en amor, vas al encuentro de ellos y les extiendes las manos para ser amarrado. Y les preguntas: ”¿A quién buscáis?” “También a mí, Vos me preguntáis: ¿A quién buscáis? ¿A quien podría buscar sino a Vos, que bajasteis del Cielo para buscarme y no para verme perdido? “Oh cuerdas bienaventuradas que ataron las manos del Hombre-Dios.

Ligadme a mí también a Él, de modo que nunca más me separe de su amor ni vuelva a ofenderlo” Oh mi amado Redentor, no me animaría a pediros perdón de tantas injurias que os hice, si vuestras penas y vuestros merecimientos no me diesen la entera confianza en vuestro infinito amor por mí.

Es esta la confianza que me hace decir al Padre Eterno, por las manos de María Santísima: “Señor, no mires para mis pecados, sino para este Hijo vuestro que tiembla y agoniza, a fin de obtener para mí vuestro perdón. Vedlo y ten piedad de mí”.

SÚPLICA FINAL

Oh María, Virgen de Fátima, al finalizar esta meditación que realizamos en desagravio a las ofensas cometidas contra vuestro Corazón Inmaculado, Os pedimos que intercedáis por nosotros ante Jesús y nos alcancéis la gracia de arrepentirnos siempre de nuestros pecados que tanto le afligieron en el Huerto de los Olivos. Infunde en nuestros corazones una inquebrantable confianza en la infinita misericordia de vuestro Divino Hijo, que vino al mundo para buscarnos y no para vernos perdidos. Así sea.

Dios te salve, Reina y Madre…

Referencias bibliográficas

Basado en: SANTO AFONSO DE LIGÓRIO, Meditações, volume I, Editora Herder e Cia., Friburgo, Alemanha, 1922; A Paixão de Nosso Senhor Jesus Cristo, Editora Vozes, 195

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