Meditación Primer Sábado de marzo de 2024. La Agonía de Jesús en el Huerto de los Olivos

Publicado el 03/01/2024

dolorosa

Introducción:

Durante el Tiempo de Cuaresma, iniciado el Miércoles de Cenizas, nos preparamos para la celebración de la Pasión, Muerte y Resurrección del Cordero de Dios. Para ello, meditaremos hoy el 1° Misterio Doloroso: La Agonía de Jesús en el Huerto de los Olivos. En la noche del Jueves Santo, después de dejarse a Sí mismo como alimento en la Sagrada Eucaristía, Jesús se dirige al Jardín del Getsemaní, donde comenzará su sacrificio para rescatar al género humano.

Composición de lugar:

Procuremos imaginar el Jardín del Getsemaní en la noche en que allí se recogió Jesús para su vigilia antes de la Pasión. Un amplio jardín donde se levantan antiguos olivos, bañados por los fulgores plateados de una luna llena, que una y otra vez aparecía en medio a nubes cargadas. El Salvador está de rodillas, junto a algunas piedras sobre las cuales sus brazos se apoyan. Contristada y afligida, su fisonomía demuestra toda la amargura que Le inunda el corazón. A cierta distancia, en un claro del jardín, los apóstoles Pedro, Santiago y Juan duermen torpemente.

Oración preparatoria:

Oh, Madre y Señora de Fátima, alcanzadme para esta meditación, la gracia de unirme íntimamente al sufrimiento redentor de vuestro Divino Hijo, teniendo por Él la misma compasión y la misma comprensión de sus dolores como, Oh Madre, Vos tuvisteis en aquellos dolorosos momentos. Que pueda acompañar a mi Salvador con vuestra ayuda en este paso de la Pasión y, con mis oraciones y buenos propósitos, consolarlo en sus amarguras. Así sea.

Evangelio de San Lucas (22,39-46)

Salió y se encaminó, como de costumbre, al monte de los Olivos, y lo siguieron los discípulos. Al llegar al sitio, les dijo: «Orad, para no caer en tentación». Y se apartó de ellos como a un tiro de piedra y, arrodillado, oraba diciendo: «Padre, si quieres, aparta de mí este cáliz; pero que no se haga mi voluntad, sino la tuya». Y se le apareció un ángel del cielo, que lo confortaba. En medio de su angustia, oraba con más intensidad. Y le entró un sudor que caía hasta el suelo como si fueran gotas espesas de sangre. Y, levantándose de la oración, fue hacia sus discípulos, los encontró dormidos por la tristeza, y les dijo: «¿Por qué dormís? Levantaos y orad, para no caer en tentación».”

I – LA LUCHA ENTRE EL PAVOR Y LA TRISTEZA

Sabiendo Jesús que era llegada la hora de su Pasión, después de haber lavado los pies a sus discípulos e instituido el Santísimo Sacramento del Altar, la Santa Misa, en el cual se deja todo a Sí mismo, se dirige al huerto de Getsemaní, donde sus enemigos lo irían a buscar para arrestarlo, como ya era de su conocimiento.

1. Abismo de amargura y de aflicción

Cuando el velo de las sombras baja sobre Jerusalén, los olivares del Getsemaní parecen reconducirnos, todavía hoy, a aquella noche de sufrimiento y de oración vivida por Jesús. Jesús se distingue, solitario, en el centro de la escena, arrodillado en el suelo de aquel jardín. Como una persona que está delante de la muerte, también Cristo se siente afligido por la angustia. De hecho, la palabra que usa el evangelista Lucas es ‘agonía’, es decir, lucha. La oración de Jesús es dramática, tensa como en un combate, y el sudor de gotas de sangre que mojan su rostro son señales de un sufrimiento áspero y duro.

2 – Jesús prevé cada sufrimiento de la Pasión

En aquel doloroso momento, asaltó a Nuestro Señor un gran temor de la muerte tan amarga que debía sufrir en el Calvario y de todas las desolaciones que deberían acompañarla. El Salvador ve anticipadamente su Pasión. Ve a Judas, su apóstol amado, que lo vende por algunas monedas. Se ve arrastrado a Jerusalén, donde días atrás Lo aclamaban como Mesías. Ve a su pueblo tan amado, tan cumulado de bendiciones, que ahora vocifera con Él, que lo insulta, que reclama a gritos su muerte sobre la cruz.

Oye las falsas acusaciones contra Él. Se ve flagelado, coronado de espinas, escarnecido, abucheado como falso rey. Se ve condenado, subiendo al Calvario, sucumbiendo bajo el peso del madero, trémulo, exhausto. Es ahí, llegado al Gólgota, despojado de las ropas, extendido sobre la cruz, impíamente traspasado por los clavos, jadeante entre las indecibles torturas. Y se ve, exhalando el último suspiro.

3 – Cargó sobre Sí nuestros pecados

Todo, escena después de escena, pasa delante de sus ojos y lo asusta, lo aplasta. Desde el primer instante todo lo midió, todo lo aceptó. Jesús siente vivamente en el espíritu, sumergido en la mayor soledad, todo lo que va a sufrir por haber cargado sobre Sí nuestros pecados: para esa falta, tal pena; para aquella otra falta, tal otra pena… En la historia se lee que muchos penitentes, iluminados por la luz divina sobre la malicia de sus pecados, llegaron a morir de puro dolor.

¿Qué tormentos, por lo tanto, ha soportado Jesús a vista de todos los pecados: blasfemias, sacrilegios, deshonestidades y de todos los otros crímenes cometidos por el hombre después de su muerte, de los cuales – a semejanza de una fiera salvaje-, ¿venía con su propia malicia dilacerar su corazón? Viendo esto Nuestro Señor, agonizando en el huerto, afligido decía: “¿Hombres, es esta la recompensa que dais a mi intenso amor por vos?

Oh, si yo viese que dejaseis de pecar por gratitud a mi amor y comenzarías a amarme, con que alegría ahora iría a morir por vos. Mas, ver, después de tanto sufrir por vos, todavía tantos pecados; después de un amor mío tan grande, todavía tantas ingratitudes, esto es justamente lo que más me aflige, me entristece hasta la muerte y vivo, me hace sudar sangre.”

Debo considerar que yo estoy entre estos ingratos; que por causa de mis pecados también afligí y causé amargura a mi Redentor. Oh, mi Jesús, seguro que, si pecase menos, ¡menos habrías padecido! Señor, con la ayuda de vuestra Santísima Madre, María, quiero arrepentirme de todos mis pecados y consolaros con mi propósito de practicar la virtud y buscar la santidad que esperáis de mí.

II- POR ENCIMA DE TODO, SEA HECHA LA DIVINA VOLUNTAD

Nuestro Señor delante de la Majestad del Padre, está postrado, con el rostro en tierra. La santa Faz del Hombre-Dios yace en el polvo, irreconocible, ensangrentada. ¿Por qué? Para expiar nuestra arrogancia y enseñarnos a nosotros, criaturas orgullosas, que para alcanzar el Cielo tenemos que humillarnos hasta la tierra.

1 – Asumió nuestra flaqueza para hacernos fuertes

Jesús enseguida se levanta y dirige hacia el Cielo una mirada suplicante, yergue los brazos, reza. Una mortal palidez le inunda el rostro. Implora al Padre con filial confianza, pero sabe bien el lugar que Le fue marcado. Se sabe víctima en favor de toda la raza humana, expuesta a la cólera de Dios ultrajado. Sabe que sólo Él puede satisfacer la Justicia infinita y conciliar al Creador con la creatura. De un lado, su naturaleza está totalmente aplastada y se rebela contra tal sacrificio; de otro, su espíritu está pronto a la inmolación. El duro combate continúa. “Jesús, -pregunta San Pío de Pietrelcina- ¿Cómo podemos pediros para ser fuertes, cuando Te vemos tan débil y abrumado?” Y responde: “Sí, comprendo, tomaste sobre Vos nuestra flaqueza, para darnos vuestra fuerza, os volvisteis víctima expiatoria. Queréis enseñarnos como sólo en Vos debemos depositar nuestra confianza, hasta cuando el Cielo nos parezca duro como el bronce”.

2. Si quieres, aparte de mi este cáliz

Nuestro Señor, en su agonía es asaltado por una gran repugnancia por lo que debía sufrir y por eso suplica al Padre que lo libre de eso: “Padre, si quieres, aparta de mí este cáliz”. Es el grito de la naturaleza que, abatida, recurre llena de confianza al Cielo. Aunque sepa que no será atendido — porque no lo desea –, así mismo suplica por el socorro de lo alto. Dios mío, ¿Por qué pides lo que no podéis obtener? ¡Qué misterio vertiginoso! El dolor desgarrador os hace mendigar la ayuda y el confort, pero vuestro amor por nosotros y el deseo de llevarnos a Dios, os hace decir: “pero que no se haga mi voluntad, sino la tuya”.

3. La gran lección de Jesús en el Huerto de los Olivos

En el mismo instante en que se sometió a la voluntad del Padre, aparece Ángel para confortarlo. Comprendemos, entonces, la gran lección de Jesús en el Huerto de los Olivos: Jesús rezó para enseñarnos que en las tribulaciones bien podemos pedir a Dios que nos libre de ellas, más al mismo tiempo debemos someternos a su voluntad y decir, entonces, como Jesús: “pero que no se haga mi voluntad, sino la tuya”.

Sí, mi Jesús, no se haga mi voluntad, sino la vuestra. Yo acepto todas mis cruces que quieras enviarme. Vos, inocente, tanto sufriste por mi amor; es justo que yo, pecador, merecedor de las penas del infierno, padezca por vuestro amor todo lo que determinares. Sepa yo, resignarme delante del dolor, del sufrimiento, y hasta de la derrota y del fracaso, si fuere preciso. A ejemplo de lo que ocurrió con Jesús, la gracia divina, bajo el amparo de María Santísima, que nunca nos abandona en nuestras pruebas, también me consolará.

III – VIGILAR Y ORAR PARA CONSOLAR A JESÚS

Nuestro Señor, en aquella noche, no quería estar solo en el Huerto de los Olivos. Su corazón desolado tenía sed de ser confortado. Por eso había llevado consigo a tres apóstoles y les había pedido que vigilasen y orasen juntos con Él. Después que el Ángel se retiró, Jesús se levanta y con algunos pasos vacilantes se aproxima de los discípulos que deberían estar despiertos. Al menos estos, los amigos de confianza habrían de comprender y compartir su dolor.

1. Orar y vigilar para no caer en tentación

Sin embargo, Jesús los encuentra aletargados. La emoción, la hora tardía, el presentimiento de alguna cosa horrible e irreparable, la fatiga, y ahí están en pesado sueño. Nuestro Señor tiene piedad de tanta flaqueza. “El espíritu está pronto, pero la carne es débil”. Despertados, los interroga, en un tono al mismo tiempo de censura y de compasión: “¿Por qué dormís?”. Y no pensando sino en el bien de sus seguidores, les advierte: “Levantaos y orad, para no caer en tentación”. Parecería que Jesús les dice: “¡Si me olvidáis tan rápidamente a Mí, que lucho y sufro, por lo menos por vuestro propio interés, vigilad y orad!”. Pero los discípulos, tontos de sueño, mal Lo oyen…

¡Ah, Señor!, esta advertencia es también dirigida a mí, que tanto Os he ofendido por mis faltas, y tanto he “dormido” en los cuidados con mi alma, en vez de vigilar y de rezar para no caer en tentación. Perdonad, Señor, mis debilidades que Os causaron dolor y aflicción en el Jardín de los Olivos. Dadme fuerzas para enmendarme de mis defectos y no me deje llevar por el sueño de la tibieza y de la pereza espiritual que me separa de Vos.

2. Consolemos el Corazón de Jesús

Por fin, ya no había más tiempo para el sueño de los discípulos. Los enemigos se aproximaban y la Pasión del Señor se desarrollaría en todo su cruel sufrimiento. Jesús exclama: “¡Es la hora de las tinieblas! De libre voluntad me entrego a la muerte redentora. Judas se apresura para traicionarme, y Yo voy a su encuentro.

Permitiré que se cumplan al pie de la letra todas las profecías. Llegó mi hora: ¡la hora de la misericordia infinita!”. “Oh, mi Jesús”, exclama San Pío de Pietrelcina, “cuantas almas generosas, al contrario de los apóstoles adormecidos, sensibilizadas por vuestros lamentos, os hacen compañía en el Jardín de los Olivos, compartiendo de vuestra amargura y de vuestra angustia mortal. ¡Cuántos corazones han respondido generosamente a vuestro apelo a través de los siglos! ¡Puedan ellos consolaros, y participando de vuestro sufrimiento, puedan ellos cooperar en la obra de salvación!”. Señor Jesús, pueda yo mismo, haciendo esta meditación, ser de ese número y consolaros un poco, aceptando con amor las penas y aflicciones de esta vida de exilio. Me uno con toda la vehemencia a vuestros méritos, a vuestros dolores, a vuestra expiación, a vuestras lágrimas, para poder trabajar con Vos en la obra de la salvación. Tenga yo el firme deseo y de Vos la gracia para huir del pecado, causa única de vuestra agonía, de vuestro sudor de sangre y de vuestra muerte.

CONCLUSIÓN

Terminemos esta meditación haciendo el firme propósito de atender el pedido del Divino Maestro, permaneciendo vigilantes y en actitud de oración a su lado, mientras sus dolores y aflicciones redentoras se manifiestan en el Huerto de los Olivos. Que María Santísima, la Madre Dolorosa y plena de misericordia, nos recomiende a su Hijo afligido y triste por mi falta de amor.

Contemplemos una vez más al Cordero de Dios que vino a quitar los pecados del mundo, abrumado de amargura en un claro del Getsemaní. Antes que dejarnos abatir por el sueño de la indiferencia, elevemos con Jesús nuestras oraciones al Padre, pidiendo fuerzas para enfrentar con ánimo y confianza todas las pruebas que la Divina Providencia permitir en nuestra vida. Contamos para esto con el incansable y tierno socorro de nuestra madre Celestial, a quién suplicamos con todo fervor,

Dios te salve, Reina y Madre…

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