Meditación Primer Sábado de Marzo. La Agonía de Jesús en el Huerto

Publicado el 03/05/2021

dolorosa

Introducción:

Atendiendo al pedido de Nuestra Señora en Fátima, hagamos nuestra devoción del Primer Sábado, para reparar las ofensas cometidas contra el Inmaculado Corazón de María. Meditemos hoy el 1er. Misterio Doloroso: La Oración de Nuestro Señor Jesucristo en el Huerto de los Olivos. Antes de iniciar la vía dolorosa de los sufrimientos de su Pasión y Muerte, nuestro Redentor se retira para rezar en el Jardín del Getsemaní y suplicar fuerzas a Dios. Mientras oraba, sintiendo el peso de nuestros pecados y los sufrimientos que tendría que padecer para redimirlos, sudó sangre.

Composición de lugar:

Imaginemos un gran jardín en la noche, con muchos arbustos y árboles, bajo los brillos plateados de una luna llena. En medio de un claro del jardín está el Divino Redentor, arrodillado, con sus codos apoyados en una piedra, las manos juntas y el rostro vuelto hacia el cielo. Jesús reza al Padre Eterno, suplicando fuerzas para sufrir los tormentos de la Pasión, y su fisonomía demuestra la gran tristeza y angustia que siente en ese momento. Un poco apartados del local donde reza el Maestro están los tres apóstoles: Pedro, Santiago y Juan, acostados y durmiendo un sueño pesado.

Oración preparatoria:

Oh, Madre nuestra, Señora de Fátima, pedimos vuestra intercesión para meditar bien este Misterio doloroso de la agonía de Jesús en el Huerto de los Olivos. Vos, que sois la Corredentora y sufristeis con Él los grandes tormentos de la Pasión, alcanzadnos la gracia para, durante este piadoso ejercicio, “orar una hora con Jesús en el Getsemaní”, confortándolo en sus dolores, llenos de gratitud por el infinito amor que lo llevó a abrazar tan crueles padecimientos para salvarnos a cada uno de nosotros. Así sea.

Evangelio según San Marcos (14, 32-42)

“Llegan a un huerto, que llaman Getsemaní, y dice a sus discípulos: «Sentaos aquí mientras voy a orar».Se lleva consigo a Pedro, a Santiago y a Juan, empezó a sentir espanto y angustia, y les dice: «Mi alma está triste hasta la muerte. Quedaos aquí y velad».Y, adelantándose un poco, cayó en tierra y rogaba que, si era posible, se alejase de él aquella hora; y decía: «¡Abba!, (Padre): tú lo puedes todo, aparta de mí este cáliz. Pero no sea como yo quiero, sino como tú quieres».Vuelve y, al encontrarlos dormidos, dice a Pedro: «Simón, ¿duermes?, ¿no has podido velar una hora? Velad y orad, para no caer en tentación; el espíritu está pronto, pero la carne es débil». De nuevo se apartó y oraba repitiendo las mismas palabras. Volvió y los encontró otra vez dormidos, porque sus ojos se les cerraban. Y no sabían qué contestarle.Vuelve por tercera vez y les dice: «Ya podéis dormir y descansar. ¡Basta! Ha llegado la hora; mirad que el Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los pecadores. ¡Levantaos, vamos! Ya está cerca el que me entrega.”

I- Oración y Agonía

Después de instituir la Sagrada Eucaristía en la Última Cena, Jesús y sus discípulos caminaron en dirección al valle del torrente del Cedrón, bajo la brillante luz de la luna del comienzo de la primavera en Palestina. Al llegar al huerto del Getsemaní, los apóstoles notaron que una gran tristeza se adueñaba del semblante del Maestro. Nuestro Señor parecía sentir “espanto y angustia”.

  • La oración en el momento de la angustia

Jesús dejó ocho de sus discípulos en la puerta del huerto e hizo señas para que Pedro, Santiago y Juan lo acompañasen. Un profundo tedio y un horror inmenso, junto a una tristeza inimaginable, se apoderaron de Nuestro Señor al punto de exclamar: “Mi alma está triste hasta la muerte”. Y pidió a sus discípulos que permaneciesen despiertos y alertas; Jesús sabía lo que estaba por venir, los grandes sufrimientos que lo aguardaban, así como también los grandes tormentos por los cuales pasarían sus seguidores. Llegado el momento decisivo de su misión redentora, se aplicó en rezar y pedir fuerzas al Cielo. Pero quiere que sus apóstoles también recen, para no desanimarse ante los dolores que los esperaban en la Pasión.

Nosotros también, en las horas de prueba y angustia, debemos arrodillarnos y rezar al Cielo, pidiendo fuerzas para soportar bien las penas que la Providencia nos permite sufrir en este mundo. La oración humilde y confiada, a ruegos de María, es el medio más seguro para alcanzar de Dios esta ayuda necesaria.

2- Temor delante de la muerte

Jesús comienza a sentir primero un gran temor de la muerte y de las penas que tendría que sufrir en breve. Primero se atemoriza, al punto de rogar a su Padre que lo libre: “¡Abba!, Padre: tú lo puedes todo, aparta de mí este cáliz”.

Como enseña la teología, Jesús pide que se aparte el cáliz para mostrar que es verdaderamente hombre. Nuestro Señor deseaba mucho morir por nosotros, para con su muerte dejar patente el amor que nos tiene. Pero, para que los hombres no pensasen que en virtud de su divinidad Él hubiese muerto sin experimentar ningún dolor, hizo esa súplica al Padre, no para ser atendido, sino para darnos a entender que moría como hombre y moría atormentado, con un gran temor de la muerte y de los dolores que la debían acompañar.

Debemos convencernos, finalmente, de que Jesús quiso tomar sobre sí nuestra flaqueza, para concedernos su coraje al sufrir en los trabajos de esta vida.

Sepamos siempre dar gracias a Él por tanta piedad y amor; sepamos imitarlo cuando el sufrimiento se aproxime a nosotros e implorémosle, por las manos de María, la fuerza necesaria para que no rechacemos nuestra cruz.

  • Nuestros pecados causaron pavor a Jesús

No fueron tanto los sufrimientos de la Pasión, cuanto los pecados de los hombres —inclusive los míos— que causaron a Jesús ese gran temor de la muerte. La divina sensibilidad de su Sagrado Corazón sintió de forma única la carga de todos los pecados del mundo y de todos los demás crímenes cometidos por los hombres después de su muerte, cada uno de los cuales venía con su propia malicia, semejante a una fiera cruel, para herirlo. Esto lo afligió más que todo, lo entristeció hasta la muerte y lo hizo sudar sangre viva: “Y le entró un sudor que caía hasta el suelo como si fueran gotas espesas de sangre” (Lc 22, 44).

Consideremos, por lo tanto, cómo nuestras faltas e infidelidades le causaron a nuestro Redentor esa tristeza mortal. Nosotros lo atormentamos con nuestros pecados, de los cuales debemos arrepentirnos profundamente. Que María Santísima nos ayude a llorar por este dolor que causamos a Jesús en el Huerto de los Olivos y nos auxilie a repararlo, sin ahorrar esfuerzos para santificarnos.

II – Hacer la voluntad de Dios

Después de rezar un tiempo, Jesús fue al encuentro de los apóstoles y los encontró durmiendo, abatidos bajo el peso de los temores que sentían. El Redentor los despertó, pidiéndoles nuevamente que vigilasen y que orasen. En seguida, volvió a su local de oración para elevar al Padre una última súplica antes del inicio de la Pasión.

  • “¿Cuál es la utilidad de mi sacrificio?”

Nuestro Señor hizo la siguiente oración, realmente conmovedora: «¡Abba!, Padre: tú lo puedes todo, aparta de mí este cáliz». En su naturaleza humana, Jesús se preguntaba: “¿Qué utilidad va a tener todo este sacrificio por el cual voy a pasar, una vez que existe esa cantidad enorme de pecados? ¿De qué servirá toda la sangre que voy a derramar? ¿Vale la pena?”

Nuestro Señor se aflige aún más, temores mayores lo asaltan y termina su oración llena de respeto hacia el Padre, y de resignación delante de su destino:

 “Pero que no sea como yo quiero, sino como tú quieres”.

Poco después, el Ángel de Dios vino a consolar al Redentor y a darle fuerzas para enfrentar la Pasión.

  • La gran lección de Jesús en el Huerto

Comprendemos, entonces, la gran lección que Jesús nos dio en el Huerto de los Olivos: existe una voluntad de Dios para nosotros, delante de la cual debemos curvarnos con humildad y resignación. Especialmente en los momentos de sufrimiento y hasta de derrota y de fracaso, si fuere preciso. Imitemos al Salvador en su disposición delante del dolor, pidamos al Padre que la prueba sea apartada de nuestro camino, pero que sea haga su voluntad y no la nuestra. Y a ejemplo de Jesús en el Huerto también la gracia nos consolará, a ruegos de María Santísima, durante nuestras aflicciones.

  • Evitemos el triste ejemplo de los apóstoles

Por otro lado, tengamos presente el triste ejemplo de los apóstoles, que se negaron a vigilar y a orar con el Señor en el Huerto. Tenemos que esforzarnos para no imitarlos en nuestro camino de santidad huyendo del dolor y del sacrificio cuando se nos presentan. “Pero que no sea como yo quiero, sino como tú quieres”, es una oración que debemos hacer cotidianamente, porque no siempre es fácil confiarnos a la voluntad de Dios. Las narraciones evangélicas del Getsemaní muestran dolorosamente que los tres discípulos escogidos por Jesús para estar próximos a Él, no fueron capaces, en aquella hora suprema, de unirse a Él, y se dejaron envolver por el sueño. Al contrario, pidamos al Señor, por las manos de Nuestra Señora, que seamos capaces de vigilar con Jesús en la oración y de seguir la voluntad de Dios todos los días, sobre todo cuando se trate de nuestras cruces.

III – Se dejó apresar para que estemos unidos a Él

Jesús tenía un deseo tan grande de padecer por nosotros que no solo fue hacia el Huerto espontáneamente, donde sabía que los judíos lo iban a aprehender, sino que también dijo a sus discípulos, sabiendo que Judas estaba en camino con la escolta de los soldados: “¡Levantaos, vamos! Ya está cerca el que me entrega.” Él mismo quiso ir al encuentro de los verdugos, como si viniesen a conducirlo al trono de un gran reino antes que al suplicio de muerte.

– Deseo de ser amado por nosotros

Delante de esta actitud de nuestro adorable Redentor, San Alfonso María de Ligorio exclama: “Oh mi Salvador, fuisteis al encuentro de la muerte con tan ardiente deseo de morir, por el excesivo deseo que teníais de ser amado por mí”. 

Con el rostro pálido, pero con el corazón abrasado de amor, va al encuentro de ellos y les extiende las manos para ser amarrado. Y les pregunta: “¿A quién buscáis?”.

También a mí, Señor, Vos me preguntáis: ““¿A quién buscáis?” ¿A quién podré buscar sino a Vos, que descendisteis del Cielo para buscarme y no para verme perdido?

  • – Estemos siempre unidos a Cristo

Con el mismo San Alfonso podemos exclamar: “Oh benditas cuerdas que amarraron las manos del Hombre Dios. Amarradme también a Jesús, de modo que nunca más me separe de su amor ni vuelva a ofenderlo. Oh mi amado Redentor, no me animaría a pediros perdón de tantas injurias que os hice, si vuestras penas y vuestros merecimientos no me diesen una entera confianza en vuestro infinito amor por mí. Es esta la confianza que me hace decir al Padre Eterno, por las manos de María Santísima: ‘Señor, no mires mis pecados, sino a este vuestro Hijo que tiembla y agoniza, a fin de obtenerme vuestro perdón. ¡Vedlo y tened piedad de mí!”

Conclusión

Oh, Virgen Santísima, Vos que acompañasteis y dividisteis como Corredentora todos los padecimientos sufridos por Jesús en la Pasión, comenzando por su agonía en el Huerto de los Olivos: aceptad esta meditación que ahora terminamos en desagravio a vuestro Sapiencial e Inmaculado Corazón por todas las faltas, pecados y horrores que se cometen en el mundo, hoy, otrora y hasta el fin del mundo.

Y os pedimos, oh, Madre, que nos alcancéis siempre gracias abundantes para comprender cuán importante y necesario es el papel del sufrimiento en nuestra vida, y cuánto merecemos compartir los dolores sufridos por el Redentor en su Pasión, pues fuimos nosotros mismos, con nuestras culpas, que lo atormentamos.

Dadnos, oh, Madre, la gracia de confiar en la bondad y en la misericordia de vuestro Divino Hijo, fuentes de vuestra misericordia y de vuestra bondad materna, de las cuales esperamos firmemente obtener el perdón de todas nuestras faltas.

Con entera confianza, depositada en vuestra infalible protección, decimos:

Dios te salve, Reina y Madre…

Referencias bibliográficas
Basado en:
SAN ALFONSO DE LIGORIO, Meditações, Vol. I, Editora Herder e Cia., Friburgo, Alemania, 1922; A Paixão de Nosso Senhor Jesus Cristo, Editora Vozes, 1950.
MONSEÑOR JOÃO CLÁ DIAS, Meditação para o Primeiro Mistério Doloroso: A agonia de Jesus no Horto das Oliveiras.

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