Meditación primer sábado de mayo de 2022. La Asunción de la Virgen a los cielos

Publicado el 05/06/2022

Introducción

Iniciemos nuestra devoción del Primer Sábado de mayo, meditando el 4º Misterio Glorioso: La Asunción de Nuestra Señora. En este mes, recordamos las apariciones de la Madre de Dios a los tres pastorcitos en Fátima, Portugal. María les apareció como una señora “más brillante que el sol”, exactamente como la Iglesia la exalta en la fiesta de la Asunción, alabándola como a una Reina que resplandece junto al trono de Dios y allí intercede por todos nosotros.

Composición de lugar

Imaginemos un bonito y amplio jardín, sembrado de flores coloridas y perfumadas, en el medio del cual se encuentra Nuestra Señora rodeada de los Apóstoles y discípulos de Jesús.

Ella resplandece enteramente de luz y hermosura. En determinado momento, delante de las miradas maravilladas de los presentes, la Madre de Dios comienza a levarse en dirección al cielo, envuelta por un intenso resplandor y melodías angelicales, hasta desaparecer de la vista de todos.

Oración preparatoria

Oh Señora de Fátima, que en vuestro cuerpo y alma glorificados por la Santísima Trinidad, habitáis en la eterna bienaventuranza, lanzad vuestra mirada de bondad sobre cada uno de nosotros y alcanzadnos las gracias necesarias para meditar bien este Misterio del Rosario que os exalta como nuestra Madre y Abogada Asunta a los Cielos, y de él recogeremos todos los frutos para nuestra santificación. Así sea. Apocalipsis, (12,1) “Un gran signo apareció en el cielo: una mujer vestida del sol, y la luna bajo sus pies y una corona de doce estrellas sobre su cabeza;”

I –LLEVADA AL CIELO POR SU GRAN AMOR A DIOS

Asunción. Museo Arzobispal, Cusco – Perú

En 1950 el Papa Pio XII definió la Asunción de María como dogma, o sea, como verdad de Fe, que debe ser aceptada y creída por todo católico. La Santísima Virgen, en el fin de su vida, fue acogida por Dios en el Cielo ‘en cuerpo y alma’, y coronada plena y definitivamente con la gloria que el Señor preparó para sus Santos.

Así, como Ella fue la primera a servir a Cristo en la Fe, es la primera en participar plenamente de la gloria de Él en el Cielo.

1- De perfección en perfección, hasta el Cielo

Debemos considerar que Nuestra Señora, por el hecho de ser inmaculada, nunca sufrió ninguna enfermedad, no padeció el menor dolor, consecuencia del pecado original, y su cuerpo no estuvo sujeto a la descomposición, siendo esta una de las razones de su Asunción al Cielo. La doctrina católica enseña que la caridad — el amor a Dios— es una virtud que se basa en la voluntad.

Cuando el amor es muy fuerte, impulsa a quien ama a unirse a quien es amado. Fue lo que sucedió con Nuestra Señora. En Ella, la caridad se intensificó de tal manera que el cuerpo no podía ya sustentar el alma, y el deseo de contemplar a Dios cara a cara para unirse a Él hizo que el alma de María Santísima, al subir, llevase también el cuerpo.

Es la maravilla de una criatura humana que, de plenitud en plenitud, de perfección en perfección, había llegado al extremo límite de todas las medidas del amor a Dios. ¿Qué es lo que le faltaba? Solo la Asunción. Su alma alcanzaba tal sublimidad y esplendor que el velo de separación entre la naturaleza humana y la visión beatífica se volvió muy tenue, se deshizo y, sin necesidad de pasar por cualquier juicio, Ella vio a Dios. En consecuencia, su cuerpo se volvió glorioso y se elevó al Cielo.

La Asunción nos invita a estar atentos a las cosas de lo alto La Iglesia Católica, al conmemorar la Solemnidad de la Asunción de María Santísima, reza en la liturgia de esta celebración: “Dios eterno y todopoderoso, que elevasteis a la gloria del Cielo en cuerpo y alma a la Inmaculada Virgen María, Madre de vuestro Hijo, dadnos vivir atentos a las cosas de lo alto, a fin de participar de su gloria”

Esta es una de las primeras invitaciones que nos hace la Asunción de María: estar atentos a las cosas de lo alto. En efecto, nuestra condición humana, tan llena de luchas y de dramas, y al mismo tiempo de gracias, tiende a volverse para las realidades concretas que nos rodean —salud, dinero, relaciones, etc. — olvidándonos de las maravillas sobrenaturales, cuando en verdad su contemplación es esencial para hacernos partícipes de la gloria de Nuestra Señora en la eternidad. Señal de la importancia de atender primero a las cosas de lo alto es que ellas nos serán concedidas por siempre jamás, si nos salvamos. El estado de prueba en el cual nos encontramos es efímero y al concluirse los breves días de nuestra existencia entraremos en la eternidad, donde viviremos en permanente convivencia con Dios, los Ángeles y los Santos en el Cielo. Pensemos entonces si tenemos la disposición de espíritu tan necesaria para desapegarnos de las cosas terrenas y dar la mayor importancia a las cosas del Cielo, nuestra morada definitiva.

II –NUESTRA ABOGADA JUNTO AL TRONO DE SU HIJO

María Santísima junto al trono de Jesús. Abadía Benedictina de Sacro Specco. Subiaco, Italia

1- Incomparable júbilo en la entrada de María en el Cielo

Si la inteligencia humana, en el decir del Apóstol San Pablo, no puede comprender la gloria inmensa que Dios preparó en el Cielo para sus siervos que lo amaron en la Tierra, ¿cuán grande no será la gloria que Él le concedió a su Santísima Madre que en este mundo lo amó más que todos los Ángeles y Santos y con todas sus fuerzas? ¡Y qué júbilo incomparable no habrá sido el que experimentaron todas las almas bienaventuradas cuando Nuestra Señora entró en cuerpo y alma en el Cielo!

Aunque su Divino Hijo ya estuviese resucitado en la compañía de los elegidos, el hecho de María unirse a ellos, siendo la más bella, elevada y santa de las puras criaturas, fue un brote de consolación para cuantos aguardaban la resurrección de sus cuerpos. ¿Cómo no pensar en la alegría indecible de nuestros primeros padres, Adán y Eva, del glorioso San José y de todos los justos del Antiguo Testamento al ver entrar en la bienaventuranza eterna en cuerpo y alma a Aquella que se convirtió en nuestra corredentora?

Y ¿cómo no pensar también en la inmensa alegría de los Ángeles al contemplar su augusta Reina finalmente tomando su lugar en el magnífico trono que Dios le había preparado desde toda la eternidad en lo alto del Cielo?

2- Reina y Abogada nuestra

Alegrémonos con María por la gloria a que fue elevada por Dios, pero alegrémonos también por nuestra causa, pues al mismo tiempo en que María fue elevada a la dignidad de Reina del Universo, fue igualmente constituida nuestra Abogada junto al Señor: tan piadosa que se encarga de la defensa de todos los pecadores que a Ella se recomiendan; tan poderosa delante de nuestro Juez que gana todas las causas en nuestro favor. No nos olvidemos nunca de esa misericordiosa Intercesora que el Señor nos dio junto a Él y recurramos siempre a Nuestra Señora, en todas nuestras necesidades. Es el momento de preguntarnos cómo hemos cuidado de nuestra devoción a esta Madre tan misericordiosa; si hemos tenido el amor y la confianza de hijos que son amados sin medida por Ella.

III – LA RESURRECCIÓN DE MARÍA PRECEDE LA NUESTRA

San Pablo afirma que “si por un hombre vino la muerte, por un hombre vino la resurrección. Pues lo mismo que en Adán mueren todos, así en Cristo todos serán vivificados” (1Cor 15, 21-22). Al trazar un paralelo entre Cristo y Adán, el Apóstol muestra que no conoceríamos la muerte si no fuese el pecado del primer hombre, siendo necesario que otro hombre triunfase sobre ella. Nuestras almas ya fueron purificadas de la mancha original por el Bautismo, pero nos falta todavía vencer la muerte con nuestros cuerpos resucitados. “Pero cada uno en su puesto: primero Cristo, como primicia; después todos los que son de Cristo, en su venida” (1Cor 15, 23).

Entre los que son de Cristo, se destaca Nuestra Señora, la más excelsa creatura humana, que adquiere cuerpo glorioso y ocupa en el Cielo un lugar especial por ser la Madre de Dios.

1- Garantía de esperanza para nosotros

Por esta razón, la Asunción de María nos ofrece una certeza de nuestra propia resurrección, pues en su paso de este mundo para la eternidad, vislumbramos desde ya lo que nos sucederá en el Juicio Final, después de haber muerto en la gracia de Dios. Tengamos presente entonces que la simple noción de que moriremos y de que un día seremos resucitados en cuerpo y alma para la gloria eterna ya nos permite pregustar este momento de extraordinaria belleza en que triunfaremos, como Nuestra Señora en el día de su Asunción.

2. Sigamos el camino abierto por María

Este Misterio Glorioso nos abre, por lo tanto, grandes puertas y un camino florido y lleno de luz en lo que respecta a la salvación eterna. Delante de la certeza de nuestra resurrección, que nos es dada por la Asunción de María Santísima, deberíamos considerarnos mutuamente, unos a otros, según ese ideal, como si estuviésemos ya resucitados, pues encima del cansancio y de las probaciones de esta vida, brilla la esperanza de la glorificación para la cual nos dirigimos.

Vivamos buscando los bienes de lo alto, y que nuestro pensamiento acompañe el trayecto seguido por María Virgen. Ella penetró en el Cielo en Cuerpo y alma y fue exaltada. Nosotros, en la hora presente, como no podemos entrar físicamente en el Cielo, hagámoslo al menos de deseo. Volvámonos constantemente para el trono de María Asunta, recémosle con confianza y así recibiremos las gracias para transitar siempre por el camino que nos conducirá a la resurrección feliz y eterna.

Conclusión

Nuestra Señora, en cuerpo y alma junto a Dios, se encuentra más cerca de los tesoros de gracia que la Providencia Divina tiene para concedernos. Y más solicita y bondadosa se hace para alcanzar esa gracia. De lo alto del Cielo donde reina sobre todo el universo y sus criaturas, Ella conoce mejor nuestras necesidades y flaquezas, y se dispone a ayudarnos en todos los momentos que le supliquemos socorro. Así, al término de esta meditación, volvámonos con confianza a la Reina y Señora de Fátima, la gloriosa Virgen Asunta al Cielo y pidamos que extienda sobre nosotros sus ojos repletos de misericordia y nos alcance todas las gracias que necesitamos en nuestra vida, especialmente aquellas que nos ayuden a crecer en al amor a Dios, en la devoción a Ella y en la práctica de la virtud, a fin de conquistar la santidad a la que fuimos llamados y un día, gozar de la presencia de Jesús y María en el Paraíso Celestial. Así sea.

Dios te salve, Reina y Madre…

Referencias bibliográficas

  • Basado en: Santo Afonso de Ligório, Meditações, volume III, Editora Herder e Cia., Friburgo, Alemanha, 1922.

  • Monsenhor João S. Clá Dias, O Inédito sobre os Evangelhos, Libreria Editrice Vaticana/Instituto Lumen Sapientiae, Città del Vaticano/São Paulo, 2013, vol. VII, pp. 183 e ss.

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