Meditación Primer Sábado de mayo de 2024. La Ascensión de Jesús a los cielos

Publicado el 05/03/2024

Al meditar la Ascensión de Jesús a los Cielos, tengamos presente que Él no nos abandonó, sino, por el contrario, continúa con nosotros, conforme a la promesa hecha en el Evangelio: “sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el final de los tiempos” (Mt 28,20).

Introducción

Iniciemos nuestra devoción del Primer Sábado meditando hoy el 2° Misterio Glorioso: La Ascensión de Nuestro Señor Jesucristo a los Cielos. Así como el águila enseña a sus crías a volar, así Jesús, en este misterio nos exhorta a aprender a ‘levantar vuelo’ para acompañarlo con nuestro afecto y espíritu al Cielo, desapegando nuestros corazones de las cosas terrenas y colocarlo donde está la verdadera felicidad: ¡en la patria celestial!

Composición de lugar

Imaginémonos en Tierra Santa, en el tiempo de Jesús, delante de una linda colina verde que se eleva en el centro de una planicie cubierta de lirios del campo. Centenas de hombres, de mujeres y de niños; los discípulos de Nuestro Señor. Todos reunidos, llenos de alegría, pues ven en lo alto del monte a Jesús resucitado y resplandeciente de gloria. De repente, Jesús comienza a elevarse hacia el cielo, hasta desaparecer de la vista, detrás de nubes luminosas.

Oración preparatoria

Oh, Madre y Reina de Fátima, juntos meditaremos acerca del Misterio de la Ascensión de Nuestro Señor Jesucristo a los Cielos. Vos también presenciasteis el momento de la partida de vuestro Divino Hijo, en cuerpo y alma, para la bienaventuranza eterna. Por las gracias que allí recibisteis, y de las cuales sois la Medianera para nosotros, concedednos las mejores disposiciones de espíritu para igualmente beneficiarnos de los dones celestes que Cristo resucitado concede a todos los que en esta vida procuran seguirle rectamente. Así sea.

Evangelio de San Marcos, (16,15)

Y les dijo: «Id al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación.” Hch (1,9-11) “Dicho esto, a la vista de ellos, fue elevado al cielo, hasta que una nube se lo quitó de la vista. Cuando miraban fijos al cielo, mientras él se iba marchando, se les presentaron dos hombres vestidos de blanco, que les dijeron: «Galileos, ¿qué hacéis ahí plantados mirando al cielo? El mismo Jesús que ha sido tomado de entre vosotros y llevado al cielo, volverá como lo habéis visto marcharse al cielo».”

I – SOMOS LLAMADOS A VOLVERNOS HACIA LAS COSAS DEL CIELO

El lugar que le competía a Jesús resucitado era el Cielo, que es la morada de las almas y de los cuerpos de los bienaventurados. Quiso Jesús, sin embargo, permanecer cuarenta días sobre la tierra, aparecer varias veces a sus discípulos para certificarlos de su Resurrección e instruirlos en las cosas de la Iglesia.

1. Jesús conforta a sus discípulos y sube al Cielo

Habiendo cumplido su divina misión, quiso el Señor, antes de dejar este mundo, mostrarse una vez más a los apóstoles en Jerusalén. Y después de haberles censurado dulcemente por su dureza e incredulidad por no creer en la Resurrección, les ordenó que fuesen para el Monte de los Olivos, el mismo lugar donde había comenzado su Pasión, para que comprendiesen que el verdadero camino para ir al Cielo es a través del sufrimiento.

Después, cercado de centenas de personas, les repitió una vez más lo que ya les había ordenado, que fuesen a predicar el Evangelio hasta los confines del mundo. Dicho esto, el Señor levantó la mano y los bendijo. Enseguida, como medita San Buenaventura, el Señor abraza a su Madre Santísima y la estrecha a su Sagrado Corazón; anima y conforta a los discípulos que, entre lágrimas, Le besan los pies. Luego, con las manos levantadas y el semblante extraordinariamente majestuoso y amable, coronado y vestido como rey, se eleva lentamente hacia el Cielo, llevando consigo a las numerosas almas de los justos liberadas del limbo.

Avivemos nuestra fe y contemplemos el júbilo que la entrada triunfal de Jesús causó en el Paraíso. Alegrémonos con nuestro divino Salvador y unamos nuestros sentimientos de alegría y gratitud a los de Nuestra Señora y de los discípulos que presenciaron la Ascensión.

2 – Desapegarse de las cosas terrenas

Como el águila enseña a sus crías a volar, así, en este Misterio Nuestro Señor nos invita a volar con nuestro espíritu y acompañarlo al Cielo, no con el cuerpo, sino con nuestra alma y nuestros sentimientos. Desatemos nuestro corazón de las cosas terrenas y suspiremos por la patria celeste, donde se encuentra nuestra verdadera felicidad. Esperando, como dice el Apóstol, la adopción de hijos de Dios, la redención.

Mientras tanto, tengamos siempre delante de nuestros ojos, los ejemplos de la vida mortal de Nuestro Señor Jesucristo. Imitando su humildad y mansedumbre, su espíritu de mortificación, su caridad y su celo por la gloria divina.

En una palabra, desnudémonos del hombre viejo, y revistámonos de las virtudes de Jesucristo. Para vencer las dificultades que encontraremos en el camino del Señor recordemos muchas veces la verdad que hoy los ángeles enseñan a los discípulos cuando, arrebatados, miraban para el cielo donde había subido su amado Maestro: Jesús volverá un día a la tierra en majestad y gloria, como Juez de vivos y de muertos.

II – LA CERTEZA DE NUESTRA PROPIA GLORIA EN EL CIELO

La Ascensión de Nuestro Señor Jesucristo es el preámbulo de lo que nos aguarda, como anunciado por Él mismo: “me voy a prepararos un lugar” (Jn, 14,2). Al subir, Jesús nos abre las puertas del Cielo, y, bajo los cánticos de los Ángeles, se sienta en su trono al lado del Padre, representando a toda la humanidad.

1 – La Ascensión de Cristo ya es nuestra victoria

Desde el momento en que la humanidad santísima de Jesús “está sentado a la derecha del trono de la Majestad en los cielos”, (Hb 8,1) y recibe la gloria debida, es un hecho que todo el género humano también es elevado.

Sabemos, de otro lado, que esa gloria la tendremos sólo en el Juicio Final, pues antes de eso todos moriremos y ni al cuerpo le será quitada la descomposición. Así mismo, el período que permea entre el instante en que cerramos los ojos para esta vida y el de la resurrección en el último día, si comparado con la vida eterna, es ínfimo.

En el fin del mundo comprobaremos el extraordinario poder de Dios, pues, así como creó nuestra alma de la nada, así reconstruirá los cuerpos y los restituirá en estado glorioso, para subir al Cielo tal como Nuestro Señor Jesucristo en su Ascensión. Por ello, la Ascensión del Señor, en esta perspectiva, “es ya nuestra victoria”.

III – NUESTRA MISIÓN DE EVANGELIZAR

Al meditar la Ascensión de Jesús a los Cielos, tengamos presente que Él no nos abandonó, sino, por el contrario, continúa con nosotros, conforme a la promesa hecha en el Evangelio: “sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el final de los tiempos” (Mt 28,20). Por ello, ya que Nuestro Señor Jesucristo vino a este mundo para traernos la participación en su naturaleza divina, también nosotros queremos, en cuanto hijos, permanecer con Él.

1. Predicar el Evangelio no sólo por palabras, sino con el ejemplo

Permanecer con Él, sí, teniendo presente que la Ascensión nos coloca delante de la responsabilidad recibida en el día del Bautismo: la de ser verdaderos apóstoles, obedeciendo la orden dejada por el Maestro: “Id al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación” Mt (16,15). Ora, predicar el Evangelio no es sólo enseñar, es también dar buen ejemplo, mucho más elocuente que cualquier palabra.

Vivimos en sociedad, en un relacionamiento constante con otras personas, con nuestra familia y amigos, en los ambientes de trabajo y donde nos movemos. Por eso, tanto en el hogar como en una comunidad religiosa, tenemos la obligación serísima, sublime y grandiosa de ser modelos para los otros.

Cada uno es llamado a representar algo de Dios que no cabe a ninguna otra criatura, sea ángel u hombre. En la vida religiosa o en el seno familiar, todos deben procurar vencer sus mala inclinaciones y edificar al prójimo, buscando su santificación.

2. Con fe y esperanza, sigamos el camino para el Cielo

La consideración de este misterio nos tendría que hacer sentir en el fondo del alma la conquista de Nuestro Señor en el día de la Ascensión y que Dios nos lo preparó para gozar en la eternidad.

¿Qué valen las aflicciones terrenas, las cosas transitorias? ¿De que vale gozar los placeres que el mundo puede ofrecer?

¿Acumular honras, aplausos, beneficios, y al llegar la hora de partir dejar todo y presentarnos con las manos vacías delante de Dios?

Aprovechemos, pues, esta meditación para afirmar el propósito de abandonar todo y cualquier apego al pecado, a lo que nos aparte de este objetivo. Abandonar todo lo que nos saque la esperanza que nos da su llamado, es decir, a la riqueza de la gloria que es nuestra herencia junto con los santos.

Animémonos con el consejo de San Agustín: “Piensa en Cristo sentado a la derecha del Padre; piensa que vendrá para jugar a vivos y muertos. Mira quien murió por ti; míralo cuando asciende y amalo cuando sufre. Lo que Él hizo hoy -su Ascensión- es una promesa para ti. Debemos tener la esperanza que resucitaremos y ascenderemos al Reino de Dios, y allí estaremos para siempre con Él, en una vida sin fin, alegrándonos sin ninguna tristeza y viviendo sin cualquier enfermedad”. Que la fe y la esperanza alimenten nuestra alma en el arduo camino del cristiano de nuestros días, y con esta llama siempre encendida enfrentaremos las adversidades.

El mandato de evangelizar nos invita a subir místicamente con Nuestro Señor a la Patria Eterna, para donde iremos en cuerpo y alma después de la resurrección.

Súplica final

Oh, Madre y Reina de Fátima, que fuisteis llevada al Cielo en cuerpo y alma, y reinas allí, junto con vuestro Divino Hijo sobre el universo, amparadnos y protegednos en nuestra vida mortal y conducidnos por vuestras manos hasta la eterna bienaventuranza.

Dadnos un corazón desapegado de las malas inclinaciones e ilusiones terrenas, a fin de vivir únicamente vueltos al servicio de Dios, a la evangelización del prójimo y trabajando por nuestra santificación. Así sea.

Dios te salve, Reina y Madre…

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“Caballeros de la Virgen” es una Fundación de inspiración católica que tiene como objetivo promover y difundir la devoción a la Santísima Virgen María y colaborar con la “La Nueva Evangelización” , la cual consiste en atraer los numerosos católicos no practicantes a una mayor comunión eclesial, la frecuencia de los sacramentos, la vida de piedad y a vivir la caridad cristiana en todos sus aspectos. Como la Iglesia Católica siempre lo ha enseñado, el principal medio utilizado es la vida de oración y la piedad, en particular la Devoción a Jesús en la Eucaristía y a su madre, la Santísima Virgen María, mediadora de las gracias divinas. Sus miembros llevan una intensa vida de oración individual y comunitaria y en ella se forman sus jóvenes aspirantes.

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